La búsqueda de su lugar en el sistema internacional ha llevado a Rusia a transitar desde el colapso de la Unión Soviética hasta el resurgir bajo el liderazgo de Vladímir Putin. Miquel Ribas, alumno del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico y del Curso de Experto en China de LISA Institute, publica el tercer artículo del Especial «¿De quién será el siglo XXI?», centrado en analizar el papel de Rusia en su intento por recuperar su estatus de gran potencia y redefinir las dinámicas del orden mundial.
Tras la desintegración de la Unión Soviética, la Federación Rusa, como Estado sucesor de la URSS, ha estado buscando su nuevo papel en el sistema de relaciones internacionales. El colapso de la antigua superpotencia comunista causó un trauma dentro de la sociedad rusa o, si así se prefiere, en el liderazgo ruso. De repente, una potencia que había ejercido el liderazgo sobre el mundo comunista, perdió toda su influencia. Además, Rusia tuvo que afrontar una dramática crisis económica como resultado de su caótica transición de una economía planificada y centralizada a una economía de libre mercado.
La Estrategia de Seguridad Nacional desarrollada por Washington tras el fin de la Guerra Fría reconocía a Rusia como una gran potencia que tenía una gran cantidad de recursos naturales, un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU y un importante arsenal nuclear como principales activos de poder. A pesar de ello, no consideraba a la nueva Federación Rusa como una amenaza tan peligrosa como lo era la URSS durante la Guerra Fría.
En general, en los primeros años de la post Guerra Fría, la Rusia de Borís Yeltsin intentó buscar un acomodo en el sistema de relaciones internacionales cooperando con Occidente siguiendo la política exterior iniciada por su predecesor, Mijaíl Gorbachov. Esta política fue llevada a cabo por el ministro de Asuntos Exteriores, Andrei Kozyrev. Sin embargo, la percepción de Occidente era diferente.
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Durante los últimos años de la perestroika, Occidente rechazó proporcionar ayuda económica a la URSS, ignorando las demandas de Gorbachov, exigiéndole la adopción de una economía de libre mercado. Además, durante la época yeltsiniana, la intervención económica y política de Occidente en Rusia fue constante y humillante. Rusia se convirtió en un Estado débil y corrupto que devino presa fácil, siendo ignorada en la política exterior.
Este intervencionismo occidental destruyó las bases de la estructura productiva de la ex URSS para convertir a Rusia en un mero proveedor de recursos naturales cuya economía, al estar integrada en la mundialización, depende en sobremanera de los flujos financieros y de un mercado energético.
Además, el colapso de la URSS causó la pérdida de acceso a activos geopolíticos estratégicos, como la región de Asia Central o los Estados bálticos. Asimismo, el nuevo ejército ruso devino un hazmerreir con la humillante derrota de la primera guerra chechena, así como la pérdida de fondos estatales para su modernización y mejoras tanto técnicas como humanas.
Además, la mayoría de los ex miembros del politburó soviético cambiaron sus cargos como representantes de la nomenklatura soviética para convertirse en los nuevos oligarcas en un proceso que algunos analistas definieron como un reciclaje mercantil de la antigua nomenklatura del PCUS conformando la nueva oligarquía.
En este contexto, en 1996, el sucesor de Kozyrev, al frente de la cancillería rusa, Yevgeny Primakov, fijó su doctrina política en la que rompía con la actitud que Rusia había venido teniendo hasta ese momento hacia Occidente. La doctrina Primakov se resume básicamente en una estrategia geopolítica integral que busca reposicionar a Rusia como potencia en el escenario global en el plano militar, económico y, sobre todo, en términos de influencia diplomática.
A pesar de este hecho, Rusia no era lo suficientemente fuerte como para liderar ejes o polos de poder alternativos como lo había hecho durante la Guerra Fría. Una prueba que representa esta situación es el hecho de que a pesar de la oposición y las reticencias que Primakov mostró al ex secretario general de la OTAN, Javier Solana, respecto a la adhesión de los antiguos estados que pertenecían al Pacto de Varsovia, Moscú no pudo hacer nada para evitar el proceso de ampliación de la OTAN en una zona (Europa del Este/central) considerada como un árabea tapón o colchón entre Rusia y la OTAN.
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En resumen, durante la época de Yeltsin, Rusia buscó su nuevo lugar en el sistema de relaciones internacionales. Podríamos diferenciar dos periodos diferentes. Por un lado, el período en el que Moscú intentó cooperar con Occidente, creyendo (quizás erróneamente) que Occidente ayudaría a Rusia a modernizar su economía tras el fracaso del experimento comunista.
El segundo período, abarca desde 1996, cuando Rusia se siente traicionada por Occidente y busca su propio camino para construir su sistema de alianzas independientemente de Occidente. Sin embargo, sobre todo, hay un claro consenso de que durante esta época Rusia era una república bananera controlada por un grupo de oligarcas y el «clan de Yeltsin» cuyas principales características eran la corrupción y la cleptocracia, en una síntesis entre burocracia soviética y capitalismo.
La Rusia de Vladímir Putin: un líder para recuperar el estatus de superpotencia
Hasta ahora, se han explicado las razones por las que Rusia de un día para otro pasó de ser una superpotencia a un Estado (casi) fallido. Esta situación provocó la dimisión de Borís Yeltsin como presidente ruso y Putin pasó a ser el nuevo líder. Tenía la misión de recuperar el estatus de gran potencia que, en su opinión, debería tener Rusia.
Sin embargo, en este punto es importante destacar las diferentes escuelas rusas que han intentado marcar el enfoque que debe tener Rusia en las relaciones internacionales. A pesar de que el presidente es el principal responsable de la dirección de la política exterior, como reconoce el artículo 86 de la constitución, no existe solo la opinión de la persona que ostenta el cargo y las visiones no son homogéneas en torno a varios elementos como la relación con Occidente o el estatuto internacional de la Rusia postsoviética.
Incluso Putin, dependiendo del momento de su mandato político (ha estado en el poder durante casi 25 años) ha cambiado los enfoques dependiendo de las circunstancias internas y externas.
Principales corrientes de pensamiento de la Rusia postsoviética
Estas corrientes o escuelas de pensamiento son:
1. Internacionalismo idealista
- Exponentes: A. Sajarov, M. Gorbachov, Z. Kozarev
- Lógica dominante en el sistema mundial: Kantiana
- El Estatuto Internacional de Rusia: Una gran potencia normal entre otras potencias mundiales
- Principales amenazas: Crisis y declive económico
- Relación con países CEI: No representan una amenaza; constituyen un espacio para la integración económica.
- Relación con Occidente: Socios y posibles aliados; cooperación total.
2. Realismo defensivo
- Exponentes: V. Vernadski, A. Arabatov
- Lógica dominante en el sistema mundial: Lockeana
- El Estatuto Internacional de Rusia: Una gran potencia en crisis
- Principales amenazas: Conflictos étnicos, políticos, económicos y militares
- Relación con países CEI: Algunos Estados sí representan una amenaza, debido a conflictos militares y étnicos.
- Relación con Occidente: Una relación equilibrada y neutral; es posible la cooperación en ciertos ámbitos.
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3. Realismo agresivo
- Exponentes: E. Primakov
- Lógica dominante en el sistema mundial: Una superpotencia
- El Estatuto Internacional de Rusia: Occidente intenta marginar el papel de Rusia en el sistema e infiltrarse en su espacio de influencia.
- Principales amenazas: Representan una amenaza.
- Relación con países CEI: Representan una amenaza.
- Relación con Occidente: Hostilidad; Occidente tiene otra cultura. Es posible una cooperación limitada con ventajas mutuas.
4. Expansionismo revolucionario
- Exponentes: M. Frunze, L. Trotski
- Lógica dominante en el sistema mundial: Hobbesiana
- El Estatuto Internacional de Rusia: Una superpotencia
- Principales amenazas: Complot de EE.UU. contra Rusia
- Relación con países CEI: Representan una amenaza hasta su reintegración en el Imperio ruso.
- Relación con Occidente: Hostilidad abierta contra EE.UU., pero no con Europa, que puede ser un posible aliado.
El viraje de Rusia del occidentalismo inicial al enfoque eslavófilo y euroasiático de Putin
Partiendo de estas corrientes se puede definir que, en sus inicios, Putin se vinculó con la escuela del realismo defensivo buscando una relación equilibrada con Occidente. Probablemente, Putin hizo su enfoque en base a asumir que la polaridad del poder ruso no podía desafiar a Occidente, al tiempo que reclamaba su cooperación para obtener los ingresos que el Estado demandaba para superar la dramática situación económica que había heredado de Yeltsin.
Esta orientación geopolítica se reflejó con las buenas relaciones entre Moscú y Washington, cuando el primero apoyó al segundo en el marco de la Guerra Global Contra el Terror (GGCT) y las buenas relaciones con Berlín o París en los inicios de su mandato. Piénsese que según algunos analistas, como Immanuel Wallerstein, una de las razones que motivó el inicio de la Segunda Guerra del Golfo fue una guerra contra Europa en base a la preocupación, por parte de Washington, del desarrollo de un potencial eje Moscú-Berlín-París, del cual ya se hablaba en 1980, que desplazase a EE.UU. de su posición dominante en Europa.
Además, en aquellos años, muchos dirigentes europeos apoyaron a Putin en las acciones que Moscú llevó a cabo en la segunda guerra contra los chechenos, un conflicto que no suscitó mucho interés, en tanto en cuanto los rusos hacían el trabajo de la OTAN frente al islamismo con el apoyo de Occidente. En este contexto determinado, el propio Putin definió que no se imaginaba a una Rusia que no perteneciese al mundo civilizado vinculado con Occidente.
Podría decirse, que entre la división clásica que Rusia ha venido experimentando a lo largo de su historia, siempre ha habido la división entre los occidentalistas y los eslavófilos, Putin se veía, en sus inicios, como un occidentalisa.
Sin embargo, el viraje político de Putin podría encontrarse en el discurso de la conferencia de seguridad Múnich de 2007 cuando, a la sazón de los procesos de ampliación de la OTAN hacia Rusia con la adhesión de los Estados bálticos y las llamadas revoluciones de colores en antiguas repúblicas soviéticas que el Kremlin entendía que buscaban alejarlas de su influencia.
Estos hechos influyeron en Putin decidiendo su enfoque hacia un realismo más agresivo refugiándose en una visión más eslavófila y en potenciar esta idea rusa de un Estado Civilización. Para Putin, Rusia es un Estado con 1.000 años de historia y que en base a esta consideración debe ser tratado de igual a igual con otras grandes potencias y que ninguna potencia debe privar a Rusia de llevar a cabo una política exterior independiente.
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En cierto modo, el nuevo enfoque de Putin se basó en tomar algunos principios de la doctrina del euroasinaismo propugnada por el filósofo ruso, Aleksander Duguin. Esta doctrina se basa en la idea de crear un Estado euroasiático que no pertenece a Europa, ni a Asia sino es una civilización en sí misma como se ha visto con la importancia de elementos característicos de la cultura rusa reflejadas en la preponderancia de los valores religiosos ortodoxos y la crítica hacia los valores del liberalismo, que en Rusia nunca ha tenido un impacto significativo.
Sin embargo, probablemente es un error referirse a Dugin como el Rasputín de Putin, puesto que el presidente ruso no es un lector entusiasta del filósofo ruso. El euroasianista de referencia de Putin es Lev Gumilev, un vehemente antioccidentalista que su pensamiento se articula sobre la base que el porvenir de Rusia vendrá determinado por constituirse como una «potencia euroasiática» y en la elección apropiada de sus aliados.
¿Estatus de Rusia en el orden mundial? Fortalezas de una Gran Potencia
A todo esto analizado previamente que explica los cambios de orientación que ha tenido Rusia no se ha respondido a la pregunta del estatus. Para Barack Obama, Rusia era considerada una potencia meramente regional, mientras que el ex senador republicano, John McCain, Rusia era «una estación de servicio que pretende hacerse pasar por un Estado».
No obstante, Rusia podría considerarse como una gran potencia por los siguientes elementos. Por un lado, es el país con las mayores materias primas del mundo y es el país más importante para los mercados energéticos internacionales, siendo el principal depositario de reservas de gas y petróleo. Además, dispone de una gran experiencia en sectores tecnológicos como la industria aeroespacial, la energía atómica y la industria militar, de las cuales Rusia es considerado un líder mundial, heredados de la extinta URSS.
Es un Estado con una riqueza significativa en referencia a otros recursos naturales como la madera o el agua. De la misma manera, las reformas llevadas a cabo en los últimos años han solventados los problemas de la agricultura soviética, a menudo deficitaria, y han convertido a Rusia en uno de los mayores exportadores de productos agrícolas. Igualmente, en el contexto de la guerra de Ucrania y de las sanciones, Moscú ha demostrado que, a pesar de una economía poco diversificada, se ha mostrado resiliente en el momento de sortear las sanciones.
Además, el nivel de deuda pública en Rusia es muy inferior al de las potencias occidentales (alrededor del 20% de su PIB), siendo capaz de financiar el crecimiento a partir de la deuda.
También, ha heredado la marca de la lucha anticolonial soviética, un hecho que hace que Rusia aún conserve una buena marca en los países del sur global como África donde está desplazando a Francia como principal actor. A nivel externo, como se ha comentado, sigue conservando su asiento de miembro permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU y, en los últimos años, ha expandido su actividad diplomática volviendo a devenir un actor relevante en algunas organizaciones como la OPEP o los BIRCS+.
Dispone, a su vez, de sus propias organizaciones supranacionales como la Organización Económica Euroasiática o el Tratado de Seguridad Colectiva. Al mismo tiempo, desde la guerra de Georgia se ha llevado a cabo un proceso de modernización del ejército ruso que ha recuperado cierto prestigio principalmente en modernización de equipamiento militar, sistemas logístico, refuerzo de la cadena de mando y adaptación a las nuevas guerras (híbridas) como connota la doctrina Guerasimov.
A tenor de todas estas características, un elemento que se puede tener claro es que Rusia no es ni tampoco será una potencia media sino que debe ser tratada, al menos, como gran potencia. Ahora bien, el interrogante es si puede llegar a ser una superpotencia.
Debilidades internas y externas que dificultan el ascenso ruso a estatus de superpotencia
A pesar de asumir que Rusia tiene todo un conjunto de elementos de poder que hacen que no debe ser tratada como una mera potencia regional, sí que hay algunos factores que dificultan su acceso al estatus de superpotencia.
La debilidad más acuciante es su poco peso económico, puesto que su PIB es apenas el equivalente al italiano con 2 billones de dólares (13 veces menor que el de EE.UU. y casi 9 veces menor que el chino). Considerando que actualmente el poder económico es considerado el verdadero poder, Rusia se encuentra a mucha distancia de poder competir, económicamente, con las dos superpotencias actuales.
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La elevada inversión en gasto de defensa, el cual en 2023 representó aproximadamente el 6% del PIB y el 16% del gasto público total hace que el Estado ruso deba sustraer dichos recursos de otras partidas destinadas al gasto social como las pensiones, la mitigación de la desigualdad o el desarrollo de regiones más atrasadas. Esto se ha visto en el marco del desarrollo de la guerra de Ucrania, donde, a pesar de la resiliencia inicial de la economía, tras 1000 días de guerra, está experimentando dolencias importantes como una espiral inflacionista o la disminución de la población activa.
La economía es una debilidad relevante; sin embargo, no la única y Rusia se enfrenta a otros problemas significativos. Ante todo, se encuentra ante una crisis de natalidad estructural y una inversión de la pirámide demográfica, con un menor número de jóvenes y un mayor número de jubilados. La economía está poco diversificada y es altamente dependiente de la exportación de materias primas (80% de las exportaciones están vinculadas con hidrocarburos).
La productividad está estancada, hay una falta de acceso a tecnología e inversiones occidentales y elevados niveles de desigualdad social (1 de cada 8 rusos aún vive bajo el umbral de la pobreza). Asimismo, muchos jóvenes rusos pertenecientes a las nuevas generaciones mejor formadas buscan emigrar para desarrollar su carrera profesional en otros países que les ofrezcan mejores oportunidades laborales y de futuro.
De la misma manera, el colapso soviético causó que Rusia perdiese sus principales activos en torno al poder blando, el comunismo y el internacionalismo proletario. Además, la diplomacia cultural rusa no ha logrado el objetivo de eliminar de la mente colectiva occidental de relacionar a Rusia con el modelo autocrático con las figuras de Iván el Terrible, José Stalin, los GULAGS, policías secretas como la ojrana o el KGB etc. mostrándose incapaz de explotar otras fuentes culturales como la literatura rusa de Lev Tolstoi o Dostoievski, la música con compositores como Tchaikovski etc.
Finalmente, y no menos relevante, es que Rusia, a diferencia de la URSS, no tiene capacidad para llevar a cabo una política exterior global, dónde pueda proyectar su influencia en todos los rincones del mundo como hace EE.UU. y, en menor medida, China quien ha desplegado proyectos estratégicos como la Iniciativa de la Franja y la Ruta. En los últimos años, la influencia del gigante asiático en el marco de una política económica de inversiones en África, Asia y América Latina no ha dejado de crecer. Rusia no tiene músculo económico para impulsar proyectos de dicha magnitud.
En este contexto, la política exterior rusa es jerárquica donde se prioriza su llamado «vecindario próximo» constituido por los países que formaron parte de la extinta URSS y la Comunidad de Estados Independientes (CEI). Por otro lado, está su vecindario cercano, constituido por antiguos países satélites del espacio postsoviético y finalmente el lejano, formado por otros países que pueden interesar a Rusia.
Sin embargo, contrariamente a la política exterior soviética, la Federación Rusa no tiene capacidad para desplegar una política exterior de carácter global. Esto se ha demostrado recientemente con la ofensiva de los rebeldes sirios contra el régimen de Al Asad, en el cual Moscú, enfangado en la guerra de Ucrania, no ha movilizado activos militares para socorrer a su principal aliado en Oriente Medio.
Además, las relaciones con China o Irán son frágiles y están compactadas por su oposición a EE.UU. y a las reglas del orden actual, demandando un cambio en la polaridad del poder. No obstante, a pesar de sus buenas relaciones actuales, se trata de competidores potenciales.
Con China, se puede registrar tensión en torno a su creciente influencia en regiones como Mongolia y Asia Central. En estas áreas, la empresa estatal china de petróleo CNPC (China National Petroleum Corporation) está reemplazando a Gazprom como principal actor en la construcción de infraestructuras logísticas, como gasoductos y oleoductos, y en la extracción de recursos naturales.
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Asimismo, Pekín está fortaleciendo su presencia económica a través de proyectos relacionados con la Iniciativa de la Franja y la Ruta, lo que incrementa la competencia con Rusia en la región. Este avance también podría generar disputas por el control estratégico de las rutas energéticas y comerciales que conectan Eurasia.
Además, la diplomacia china se ha demostrado, en el contexto actual, más eficiente que la diplomacia rusa, como ha ocurrido con la mediación de Pekín entre Fatah y Hamás, que ha puesto fin a su división, consiguiendo aquello que Moscú no pudo en su cumbre intrapalestina.
En relación con Irán, a pesar de la mejora de lazos, hay factores que distancian a Moscú de Teherán, en tanto en cuanto la alianza ruso-iraní contiene contradicciones inherentes como una desconfianza mutua y del hecho de que son competidores en determinados ámbitos.
Rusia necesita a Europa como bisagra para equilibrar la creciente rivalidad sino-estadounidense
En el momento actual es complicado definir el estatus de Rusia en el orden mundial, puesto que se está dirimiendo en la guerra de Ucrania. Un conflicto que va a determinar las tendencias de Rusia en el futuro, puesto que, las guerras a menudo actúan como catalizador de cambios en el orden internacional.
No obstante, sí que hay algunas certezas que se pueden extraer independientemente del resultado de la contienda. Estas son que Rusia no será una mera potencia regional, pero que tampoco tendrá un rol de superpotencia como aquel que ostentó la URSS durante la Guerra Fría. Por otro lado, también se puede considerar que, sea cual sea el resultado de la guerra de Ucrania, Rusia no se va a democratizar siguiendo un patrón de democracia liberal como el que tiene lugar en Occidente, puesto que este sistema nunca ha arraigado en Rusia y no hay una sociedad civil fuerte para impulsar cambios democráticos.
Esto indica que, en un caso hipotético que el régimen de Putin caiga, el nuevo régimen siga con los mismos fundamentos nacionalistas ante una sociedad acostumbrada a acatar órdenes del poder político (tanto con los zares, con los comunistas y con Putin actualmente).
Asimismo, las constantes que van a guiar la política del Kremlin en los próximos años van a estar determinadas por el nacionalismo, la seguridad, el orgullo nacional ruso y la búsqueda de su afianzamiento como gran potencia internacional.
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En torno a la geopolítica, no hay respuestas claras, en tanto en cuanto hay múltiples variables que pueden influir en la posición que asuma Rusia. Una hipótesis que se puede partir es que Rusia quiere volver a estar integrada en una Europa sin EE.UU. En este momento, en Europa, confluyen dos tendencias casi antagónicas con Rusia. Por un lado, están aquellas potencias que, tradicionalmente, apoyan la necesidad de un marco de buenas relaciones con Rusia, como París y Berlín.
Piénsese, la advertencia del presidente francés, Emmanuel Macron, de no humillar a Rusia o las buenas relaciones entre Merkel y Putin. Por otro, están aquellos Estados, más atlantistas, quienes abogar por cercar a Rusia militarmente. Una dicotomía que se da también en el contexto actual en EE.UU. entre demócratas y determinados sectores republicanos.
En este contexto, el mensaje de Trump seduce a Putin, no tanto por algunos rasgos que ambos líderes puedan compartir, sino que aquello que valora Putin realmente es el mensaje aislacionista del republicano. Putin piensa que la OTAN es el principal impedimento para la construcción de su proyecto de una Unión Euroasiática desde Lisboa a Vladivostok.
Considera que la unipolaridad de Estados Unidos conduce al mundo a su degradación, pues EE.UU. es el único actor con capacidad para actuar de manera unilateral en el planeta entero sin sufrir sanciones ni castigos, como demostró la GGCT. Un hecho que hace que Putin busque mecanismos de equilibrio de poder, que, de momento, ve en la multipolaridad.
Entiende que tras el fin del colapso soviético, Rusia no participó en la construcción de la Nueva Europa. Por esto, puede utilizar la guerra como pretexto de un nuevo Congreso de Viena con Rusia integrada para negociar un nuevo marco de relaciones y reglas entre Moscú y Bruselas. Al mismo tiempo, esta unión permitiría a Putin romper con el cerco de Washington y dominar todo el Heartland de Mackinder, esta isla mundo, la cual, para el geógrafo británico, la potencia que dominase esta área, llamada Mundo Isla, dominaría el mundo.
Además, Rusia podría obtener acceso al atlántico superando uno de sus problemas geográficos al estar rodeado por mares y océanos fríos que permanecen helados, algo que socavaría la estrategia de cerco estadounidense orientando en el anillo continental o Rimland introducido por Spykman.
Putin es igualmente conocedor de que un incremento de la dependencia de Rusia con China, dada las relaciones de creciente asimetría, le amenaza con devenir un vasallo y que la única manera que tiene de contrarrestar esta creciente debilidad rusa es con Europa. Además, a pesar de que públicamente se defiende que las relaciones sino-rusas han alcanzado niveles sin precedentes y en el marco de una «Amistad sin límites», no hay que olvidar la frase de Deng Xiaoping, quien afirmó que, históricamente, las naciones que mayor daño han infringido a China son Japón y Rusia.
A esto hay que agregar que en los inicios de su mandato, Putin siempre se ha mostrado abierto a impulsar los vínculos de integración entre Rusia y Occidente agregando que dependía de cómo Occidente tratase a Rusia en temas sensibles a su seguridad principalmente vinculadas con el espacio de la CEI y su «vecindario próximo». Una desconfianza que, para Putin, se deterioró con el proceso de expansión de OTAN al este y la situación de Ucrania, considerada, por parte de Moscú, como «una gran provocación».
Además, en Europa, están teniendo lugar movimientos de ultraderecha simpatizantes con Moscú, compartiendo valores tradicionales y cuestionando la subordinación de la política europea a los intereses de Washington. Un ejemplo se ha visto, recientemente, con los resultados electorales en los länders de la antigua Alemania del Este, donde la formación ultraderechista Alternativa para Alemania, ha arrasado con un mensaje prorruso y crítico con la OTAN así como la presencia de aliados de Moscú como el gobierno húngaro de Viktor Orbán.
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Todo esto es meramente hipotético en tanto, aunque podemos asumir que Putin va a recuperar la frase de la zarina Catalina la Grande, cuando afirmó que «Rusia es un Estado europeo» manteniendo la centralización del poder en la figura del presidente y evitando cualquier tentativa de liberalismo o Pedro el Grande, quien recurrió a Occidente para modernizar el Estado y convertirlo en una gran potencia.
Es difícil predecir cómo va a reaccionar Europa, no obstante, la crítica hacia intereses expansionistas rusos, que ahora parece hegemónica en el seno de las cancillerías, no es factible. Putin es un nacionalista ruso quien asume los valores que han moldeado, históricamente, a la sociedad rusa como únicos, superiores al materialismo secular occidental y, por tanto, no tiene necesidad de importar valores occidentales, ni exportar los valores eslavófilos hacia Europa, quien los ha vinculado con la barbarie.
Deng Xiaoping, representando al gobierno chino en un discurso de Naciones Unidas, formuló la llamada teoría china de los tres mundos basada en el pensamiento de Mao Zedong. En ella, Mao dividía el mundo entre un primer mundo integrado por las dos superpotencias (EE.UU. y la URSS). Un segundo mundo que agrupaba a Europa y Japón y un tercer mundo que abarcaba el resto.
Probablemente, para Putin, considerando que China en el largo plazo puede devenir una amenaza para Rusia y que Rusia es actualmente el socio menor, quiere agrupar a los Estados del segundo mundo definido por Mao, para crear una bisagra contra las dos superpotencias actuales, a tenor que ni la Unión Europea, ni Rusia, por ellas mismas pueden competir con Pekín y Washington y que solamente actuando juntas podrán equilibrar su creciente asimetría contra ambas.
Todo ello lleva a pensar que el interés de Rusia en el nuevo orden se oriente en una doctrina Monroe europea, es decir, una Europa sin estadounidenses con una arquitectura de seguridad negociada por los principales actores europeos que tome en consideración los intereses de Rusia principalmente en los Estados que constituyen aquello que Putin ha acuñado como «el mundo ruso» buscando mecanismo de cooperación para fortalecerse mutuamente frente a las dos superpotencias.
Esto, no obstante, es una incógnita determinar el papel que va a jugar EE.UU., puesto que Brzezinski siempre consideró que para que Washington mantuviese su papel de preponderancia obtenida tras el colapso de la URSS debía evitar el resurgimiento de un nuevo imperio euroasiático que se opusiese al sistema euro atlántico más amplio, es decir la OTAN.
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