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¿Qué relación tiene el presidente de Chechenia con la Rusia de Putin?

Análisis

Roberto Mansilla Blanco
Roberto Mansilla Blanco
Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Con experiencia profesional en medios de comunicación en Venezuela y Galicia. Entre 2003 y 2020 fue analista e investigador del Instituto Galego de Análise e Documentación Internacional, IGADI (www.igadi.org). Actualmente colaborador en think tanks (esglobal) y medios digitales en España y América Latina. Redactor Jefe en medio Foro A Peneira-Novas do Eixo Atlántico (Editorial Novas do Eixo Atlántico, S.L) Actualmente cursa el Máster de Analista de Inteligencia en LISA Institute.

El actual presidente de la República de Chechenia, Ramzán Kadírov se muestra no solo como un líder fuerte embestido con un poder casi absoluto sino también como un hombre leal al presidente de Rusia, Vladímir Putin que apoya el esfuerzo bélico ruso en Ucrania. En este artículo el analista y alumno del Máster Profesional de Analista de Inteligencia de LISA Institute, Roberto Mansilla explica la relación entre ambos líderes y como Kadírov se ha convertido en una pieza clave en el entramado de poder instaurado por Putin en el Cáucaso Norte ruso. 

Con cierta periodicidad en las redes sociales, especialmente tras la invasión militar rusa de Ucrania, se observa una activa proliferación de vídeos con referencias propagandísticas relativas a ensalzar la imagen del presidente checheno Ramzán Ajmátovich Kadírov así como de combatientes chechenos en el frente ucraniano. Algunos de estos vídeos incluso se compatibilizan con imágenes de Kadírov junto al presidente ruso, Vladímir Putin. 

En estos vídeos, Kadírov se muestra no solo como un líder fuerte embestido con un poder casi absoluto sino también como un hombre leal a Putin que apoya el esfuerzo bélico ruso en Ucrania. Pero no es solamente la política lo que se refleja en estos vídeos sino también una imagen más íntima del presidente checheno. Allí se trasmite un sistema de lealtades locales, mezcladas con escenas de carácter familiar que lo muestran como un devoto religioso orgulloso de sus orígenes étnicos y culturales chechenos, al mismo tiempo que se difunden diversas costumbres, gastronomías y trajes típicos locales.

Bajo este prisma, Kadírov ha logrado proyectar una imagen personal muy sugestiva que, al mismo tiempo, favorece los intereses políticos del Kremlin. Incluso se destaca la sintonía con Putin en cuanto a los valores morales: Kadírov muestra su rechazo a las ideas «occidentales» que tanto critican el presidente ruso y las elites del Kremlin. Destacan entre ellas el liberalismo, el feminismo y la diversidad sexual. El líder checheno también proyecta un áurea de virilidad vinculado a determinadas preferencias deportivas así como su interés por el mundo militar. 

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Desestimando las persistentes denuncias sobre violaciones de derechos humanos en Chechenia desde que Kadírov llegó al poder en 2007, el Kremlin busca transmitir con esta difusión propagandística una imagen de unidad: de cómo un líder periférico como Kadírov, perteneciente a otra etnia, cultura y religión, también comulga con los valores tradicionales y conservadores que tanto insiste Putin en difundir. 

Al mismo tiempo, Kadírov supone para el Kremlin el encaje de un sistema de lealtades políticas que, al menos oficialmente, desiste de cualquier tipo de expectativas secesionistas como en su momento vivió la Chechenia post-soviética a través de casi dos décadas de conflicto armado con Rusia. 

El presente análisis se centrará en dos aspectos principales:

  1. El papel que Kadírov ejerce para el Kremlin como instrumento clave para construir un relato efectivo de una especie de «neopatriotismo estatal ruso» que lleve a reconfigurar las relaciones centro-periferia, en este caso entre Moscú y Chechenia, pero también hacia otras regiones interiores rusas principalmente de mayoría musulmana o que tengan expectativas secesionistas. Este punto discernirá sobre el rol que juega Kadírov dentro de esta nueva correlación de fuerzas políticas que Putin ha venido configurando a raíz de la guerra en Ucrania.
  2. Analizar los efectos geopolíticos que para el Kremlin supone sostener el «factor Kadírov» como instrumento de enlace exterior hacia el mundo musulmán, especialmente en Oriente Medio y el Golfo Pérsico, y que le permita al Kremlin ganar aliados exteriores ante el actual contexto de tensiones ruso-occidentales motivadas por el conflicto ucraniano.

Kadirov, Chechenia y el «neopatriorismo estatal ruso»

En el poder en la República de Chechenia desde 2007, tras el asesinato de su padre Ajmat Kadirov, Ramzán Kadírov se ha convertido en una pieza clave en el entramado de poder instaurado por Putin en el Cáucaso Norte ruso. 

Estas estrategias propagandísticas ilustran una simbiosis entre Kadírov y Putin que denota un sistema de lealtades configurada en torno a mutuos intereses políticos estratégicos. A través de la permanencia en el poder del presidente checheno, el Kremlin asegura un control casi absoluto tanto sobre una región tan estratégica como es el Cáucaso como a la hora de fortalecer preventivamente la unidad estatal rusa ante cualquier posible amenaza tanto interna como externa.

Para Putin, Kadírov es la imagen más ilustrativa de la «pacificación» de Chechenia y su «normalización» dentro de la legitimidad estatal rusa tras casi dos décadas de cruenta guerra de secesión. Este conflicto experimentó dos fases antagónicas: una acaecida entre 1992 y 1996, con el parcial triunfo del irredentismo checheno sin llegar a una independencia total; y otra, entre 1999 y 2009 que, coincidiendo con el ascenso al poder primero de Putin en Rusia y posteriormente de Kadírov en Chechenia, determinó prácticamente la extirpación, cuando menos momentánea, de esas aspiraciones separatistas.

Es importante señalar que no se puede explicar el vertiginoso ascenso de Putin al poder sin remitirnos inmediatamente a lo que supuso la guerra de Chechenia para la política y la sociedad rusas. Este conflicto desafió la integridad estatal de la Rusia post-soviética e implicó la penetración de una vertiente extremista y terrorista a través de la amenaza insurgente del yihadismo salafista impulsada por el efímero Emirato del Cáucaso

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Es por ello que, visto en el contexto actual, el protagonismo que Kadírov ha venido adquiriendo en la guerra en Ucrania afianza aún más esas expectativas del Kremlin por hacer del presidente checheno el ejemplo más nítido de la posibilidad de amalgamar toda serie de lealtades regionales con la finalidad de garantizar la integridad estatal de la Federación de Rusia. 

En alocuciones públicas, Kadírov se ha definido a sí mismo como el «primer soldado de Putin». Así, este énfasis propagandístico tiene para el Kremlin otro objetivo colateral: difundir una imagen ante el público internacional tendiente a mostrar a Chechenia como un ejemplo de lealtad, un «éxito político» de Putin que le permita abortar cualquier atisbo de expansión regional de secesionismos o de islamismo radical y mantener intactos los intereses geopolíticos rusos en la esfera caucásica. 

Esta «reintegración» chechena es observada por Moscú como un instrumento de «neopatriotismo estatal» que permita compatibilizar las diferencias étnicas, culturales y religiosas a través de una identidad unificada pero también respetuosa con las singularidades y diversidades. Se impondría así un nuevo pacto de equilibrios entre centro y periferia que implique alejar cualquier tipo de expectativas secesionistas aún existentes en algunas regiones rusas, especialmente en el caso de los tártaros, chechenos, ingusetias y daguestaníes, entre otros.

Una pieza clave en esta instrumentalización del «neopatriotismo estatal ruso» lo constituye  precisamente la presencia de chechenos en la guerra en Ucrania. Tanto como la lealtad política y estatal, la implicación de los combatientes chechenos al mando de Kadírov en el frente de combate ucraniano constituye para el Kremlin una fuerza militar de enorme experiencia bélica con capacidad para amedrentar a la población civil y a las fuerzas militares rivales. Con todo debe igualmente señalarse que, vía disidentes en el exterior, existe igualmente un grupo de combatientes chechenos al lado de las fuerzas militares ucranianas.

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Para Moscú, el apoyo de Kadírov en Ucrania supone una estrategia de centralización de poder que despeje cualquier tentativa de eventual desintegración estatal de la Federación rusa, evitando reproducir lo sucedido con la URSS en 1991. Una inquietud que pareciera revitalizarse en el Kremlin con la actual guerra en Ucrania y las consecuentes tensiones ruso-occidentales. Destacan aquí la súbita aparición de expectativas instrumentalizadas desde el exterior y orientadas a fomentar la posibilidad de una eventual desintegración estatal rusa

Dentro de estas expectativas están incluidos miembros de la disidencia rusa y chechena en el exterior. Para el Kremlin existen indicios de que desde el exterior se estaría preparando el terreno para una Rusia «post-Putin» e incluso «post-Kadírov». En octubre de 2022, el Parlamento ucraniano reconoció al gobierno checheno en el exilio liderado por Ajmat Zakáyev. Este declaró a Chechenia como un «territorio temporalmente ocupado por Rusia» mientras condenó el «genocidio contra los chechenos» perpetrado por las autoridades rusas en la década de 1990. 

El 31 de enero de 2023 el Parlamento Europeo acogió el Foro de las Naciones Libres Posrusas, una organización que agrupa a representantes de grupos étnicos «no rusos» y que aboga por la independencia de las repúblicas periféricas de la Federación de Rusia, especialmente Buratia, Yakutia y Tartaristán. El propio Zakáyev y el exdiputado de la Duma rusa Ilya Ponomarev forman parte de este foro. Por otro lado, think tanks como el Center for European Policy Analysis (CEPA) con sede en Washington defienden la idea de que el objetivo de la política estadounidense «debería ser la descolonización de Rusia». 

Los kadirovsky, combatientes chechenos en Ucrania

La guerra en Ucrania le ha permitido a Kadírov obtener un inesperado protagonismo político y militar dentro de Rusia. Sus kadirovsky o kadirovitas, calculados en aproximadamente 10.000 efectivos (aunque el presidente checheno ha prometido aumentarlos a 26.000) han participado con eficacia al lado de las fuerzas rusas en el frente de guerra en Ucrania, mostrando una capacidad y ferocidad combativa que ha sido públicamente reconocido por el Kremlin. Su aportación ha sido decisiva para las fuerzas rusas en la toma de ciudades estratégicas como Mariúpol y Bajmut. Oficialmente, estos kadirovitas forman parte de la Guardia Nacional de Rusia.

Por otro lado, tras la caída en desgracia del Grupo Wagner (ahora reacondicionado por el Kremlin para asegurar sus intereses en África) y la desaparición de líder Yevgueni Prigozhin, Kadírov y sus combatientes han ocupado su lugar sustituyéndolos como fuerza militar en el frente ucraniano. Esto le ha permitido a Ramzán ascender aún más dentro del escalafón de favores instaurado por el Kremlin.

Pero no todo es cordialidad en las relaciones de Kadírov con Rusia. Algunas de las posiciones del presidente checheno han generado incomodidad en el Kremlin, un aspecto que revela igualmente sigilosos pulsos de poder internos en Moscú e inquietudes entre las elites rusas por el creciente poder de influencia de Kadírov. Durante una visita a Arabia Saudita en julio de 2022, Kadírov llegó a amenazar con atacar Polonia e incluso ha pedido  a Putin y el Alto Mando militar ruso que usen armas nucleares tácticas en Ucrania y contra los países bálticos.

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El poder de los clanes chechenos

Dentro de este entramado de intereses entre Putin y Kadírov hay un factor que debe tomarse en consideración: el poder de los teip, los clanes chechenos y del denominado tukjum («familia» en checheno), la estructura política, burocrática, sociocultural, económica y militar que impone su poder en Chechenia y varias regiones caucásicas. Esta realidad implica que el Kremlin debe estar atento sobre cómo se manejan estos equilibrios regionales, incluso si los mismos definen un eventual escenario post-Kadírov que obligue a Moscú a mover fichas.

Este poder de carácter clientelar basado en el parentesco familiar ejerce un factor muchas veces determinante a la hora de establecer los equilibrios de poder regionales en una zona igualmente conocida por su inestabilidad y volatilidad. En una sociedad que mayoritariamente profesa el Islam de la rama suní moderado tras siete décadas de laicismo soviético, pero donde también existen las denominadas tariqas o cofradías sufíes, esta estructura de poder es netamente tradicional, confeccionando al mismo tiempo el carácter identitario de la sociedad chechena. En esta estructura de poder predominan el Consejo de Ancianos, los jefes de clanes y los jefes religiosos. Se estima que en Chechenia existen unos 130 teips

Las guerras en Chechenia profundizaron aún más los complejos equilibrios de poder clásicos, ampliados con la aparición de los denominados «señores de la guerra», los cuales tras el conflicto se convirtieron en «caciques» locales, algunos de ellos vinculados con actividades delictivas y criminales que se ampliaron radicalmente con la rampante crisis económica desatada tras la desintegración de la URSS. Estas redes también se han expandido tanto en el Cáucaso como en las principales ciudades rusas, un aspecto que igualmente preocupa al Kremlin ante la posibilidad de observar la expansión de una especie de «chechenización», un método no solo vinculado a actividades mafiosas sino también políticamente punitivas contra disidentes chechenos exiliados en otras ciudades rusas.

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Dentro de esta compleja amalgama de equilibrios destaca actualmente el poder del clan Kadírov. Durante la Segunda Guerra Mundial, en el ámbito de la política de reubicaciones forzosas realizadas por Stalin, los Kadírov fueron deportados a Asia Central junto a otras familias chechenas. 

Tras la desintegración de la URSS, el padre de Ramzán, el expresidente Ajmat, también fue gran Muftí (jefe religioso) entre 1994 y 1996 durante la primera guerra chechena. En ese momento los Kadírov lucharon contra Rusia al igual que otros clanes como el de los Yamadáev. Si bien ambos teips pasaron posteriormente a aliarse con Moscú tras la «pacificación», en Chechenia se impuso paulatinamente una lucha de poder entre los Kadírov (ahora con Ramzán de presidente apoyado por el Kremlin) y los Yamadáev liderados por Sulim, quien llegó a estar al frente del batallón Vostok, unidad adscrita a la 42 División motorizada del Ejército ruso. 

En marzo de 2009 Sulim y otros miembros del clan Yamadáev y del batallón Vostok fueron asesinados en Emiratos Árabes Unidos supuestamente con la complicidad de Kadírov y de los servicios secretos rusos. La presencia de los Yamadáev en Dubai y la operación secreta que llevó a su asesinato sugiere abrir otra perspectiva, más de carácter geopolítico regional, que explica igualmente esa sintonía entre Putin y Kadírov.

El puente geopolítico hacia el mundo musulmán

Además de mostrarlo como un instrumento del “neopatriotismo estatal ruso”, Moscú se ha esforzado igualmente en proyectar una imagen exterior más favorable de Kadírov que conjugue, al mismo tiempo, con los intereses geopolíticos rusos tras la invasión a Ucrania. Es aquí donde entra en juego la intención del Kremlin por atraer el apoyo del mundo islámico.

El contexto de sanciones occidentales contra Rusia (de las que no escapan miembros de la familia Kadírov) ha persuadido a Putin a proyectar a Kadírov como un aliado fiable que le permita garantizar dosis de apoyo dentro del mundo musulmán. El factor religioso ha sido importante para que el Kremlin proyecte a Kadírov como un «fiel y piadoso musulmán» que entusiasme a otras comunidades musulmanas en diversas repúblicas rusas del Cáucaso y Asia Central así como en Oriente Próximo y el Golfo Pérsico, particularmente en Siria, Turquía, Arabia Saudita, Qatar y Emiratos Árabes Unidos, países donde Putin y Kadírov tienen intereses geopolíticos, energéticos, militares y económicos.

A pesar de ser una de las repúblicas más pobres de Rusia, Moscú ha querido mostrar a la Chechenia de Kadírov como un enlace estratégico con el mundo islámico, particularmente ante las millonarias inversiones en infraestructuras que han realizado «petromonarquías» como Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos en esa república rusa. Tras el fracaso en Chechenia del yihadismo salafista, Kadírov ha sido proyectado como un líder capaz de compatibilizar un Islam moderado pero piadoso y conservador, muy en consonancia con el sunnismo y el wahabbismo imperantes en los emiratos del Golfo Pérsico. 

Además del religioso está el factor militar. Como actualmente en Ucrania, los kadirovsky también han actuado con anterioridad en las operaciones militares rusas en Osetia del Sur durante la breve guerra ruso-georgiana de agosto de 2008 así como en la intervención militar en Siria a partir de 2015. Allí han experimentado un método de poder, la kadirovstka, que fortalece la imagen de rudeza, brutalidad y fidelidad al jefe del clan, muy común en diversos pueblos caucásicos, pero que también puede servir en otras latitudes si los intereses así lo requieren.

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Mientras la intervención militar rusa en Siria permitía mantener en el poder al presidente Bashar al Asad, el Gran Muftí de Chechenia visitó la localidad de Alepo reuniéndose con el general Maher Assad, hermano del presidente sirio. Así se abrió una línea de cooperación humanitaria chechena en Siria para ayudar a los desplazados y refugiados por la guerra. 

En el contexto caucásico resulta imperativo para el Kremlin reforzar la relación con Kadírov por razones de seguridad con la finalidad de amortiguar cualquier alteración geopolítica de las esferas de influencia rusas en el espacio caucásico, en especial con respecto a países cada vez más díscolos (Georgia, Armenia) que buscan ahora orientarse hacia Occidente. Chechenia resulta así imprescindible para mantener estos intereses geopolíticos rusos, ya que supone su principal ruta petrolera hacia el Mar Caspio y Oriente Medio, toda vez el Cáucaso Norte es la principal vía de acceso terrestre hacia Oriente Próximo y el Golfo Pérsico. 

Tanto como su participación bélica (Siria), Kadírov se ha esforzado desde 2010 en abrir canales diplomáticos y religiosos con Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos. Estos esfuerzos se han enfocado en intentar acreditarse (con relativo éxito) como un líder musulmán legítimo y convertir a Chechenia en un punto de unión estratégico entre el mundo árabe y Rusia. 

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Un ejemplo claro de esta estrategia de soft power, en este caso religioso, lo constituyó la celebración en agosto de 2016 en Grozni, capital chechena, de la Conferencia Islámica Mundial. En el evento, que contó con la colaboración de dos instituciones de Emiratos Árabes Unidos, la Fundación Taba y el Consejo de Sabios Musulmanes, participaron grandes personalidades del mundo islámico como los Grandes Muftíes de Egipto, Jordania, Siria, Yemen y Chechenia así como el Gran Imán de Al-Azhar. 

Con todo el encuentro generó un cierto distanciamiento en las relaciones de Kadírov con Arabia Saudita, cuna del wahabbismo. Consciente de lo que esto constituyó en Chechenia durante las guerras contra Rusia, el presidente checheno intentó aprovechar el evento para condenar las corrientes islámicas más extremistas, como el salafismo, derivada precisamente del wahabbismo, así como el islamismo político impulsado por los Hermanos Musulmanes, un aliado de Riad. Por otra parte, el apoyo de Kadírov al presidente Bashar al Asad también supuso incordiar los intereses saudíes, ya que el régimen sirio es un aliado estratégico de Irán, principal rival geopolítico regional de Arabia Saudita.

Toda vez la Conferencia de Grozni permitió una mayor sintonía del presidente checheno con Emiratos Árabes Unidos, Kadírov, instigado por Moscú para mantener relaciones cordiales y fluidas con un socio estratégico ruso como Arabia Saudita, fue suavizando esa posición «anti-wahabbita». En 2018, hizo la peregrinación a La Meca toda vez ha acordado afianzar las inversiones sauditas para potenciar el desarrollo económico checheno.

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