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La sinización del islam, un recorrido a las relaciones entre China y el mundo musulmán

Análisis

Diego Uriel Gálvez
Diego Uriel Gálvez
Investigador y Profesor del Curso de Experto en China de LISA Institute. Anteriormente Responsable del Departamento de Promoción de la Inversión en España y Analista de Mercados en la Oficina Económica y Comercial de la Embajada de España en Pekín (China).

Dado el reciente recrudecimiento del conflicto armado entre Israel y Hamás, son numerosas las voces que se preguntan por qué el gobierno chino en Pekín apoya a las poblaciones musulmanas fuera de China, mientras que en su propio territorio han adoptado una posición denunciada internacionalmente de represión con respecto a la minoría uigur. A día de hoy se estima que hay alrededor de 25 millones de musulmanes en China, distribuidos en un total de 10 grupos étnicos, y la experiencia histórica de Pekín con el islam se caracteriza por un proceso único de sinización que el profesor del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico y del Curso de Experto en China de LISA Institute analiza en este artículo.

La «sinización» (o «sinificación»), un proceso que abarca la asimilación y promoción de la cultura, el idioma y la vida económica de la China Han, emerge como un concepto clave en la comprensión de la actualidad del Estado chino y su política. Este proceso, lejos de ser una entidad aislada, se revela como un fenómeno intrincado que ha moldeado la trayectoria histórica de China y su relación con el entorno global.

similación lingüística o asimilación cultural de conceptos del idioma chino y la cultura de China.

Históricamente, la sinización se manifiesta en la dinámica imperial de China y su posición de influencia, con un aura de «superioridad» inherente con respecto a las tribus y comunidades en sus fronteras. A lo largo de su historia, ha orquestado transformaciones culturales a lo largo de Eurasia oriental y ha sido un elemento fundamental en la diversidad y amalgama de poblaciones que han poblado la región, tanto en su pasado como en la China contemporánea.

Su influjo es tan poderoso en la configuración de la identidad cultural china que incluso dinastías de origen «extranjero», como los Yuan, establecidos por un descendiente de Genghis Khan, y la posterior dinastía Qing, rápidamente adoptaron la cultura Han y su estilo de vida. Este proceso es, en última instancia, el motor que ha dado forma y estabilidad a la entidad política que hoy conocemos como la República Popular de China.

En consecuencia, a lo largo de los siglos, China ha persistido en su esfuerzo por consolidar su identidad y unidad, y el momento actual no es una excepción. Durante las últimas décadas, el epicentro de este proceso se ha centrado en la región de la cuenca de Tarim, hoy conocida como Xinjiang. Esta área fue durante alrededor de dos milenios una serie de protectorados chinos, destinados a garantizar el comercio en la Ruta de la Seda. No fue sino hasta finales del siglo XIX tras la revolución Dungan, que la dinastía Qing, de origen manchú (no Han), anexó en forma de provincia esta región al imperio.

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La relación histórica entre Pekín y las comunidades musulmanas en China

No obstante, el proceso de sinización en el siglo XX de la población uigur, la principal población nativa de la región, ha adoptado una trayectoria inesperada para las autoridades en Pekín. Las razones de esta «anomalía» en la historia de China son múltiples y complejas. Sin embargo, el debate actual se centra en comprender hasta qué punto se relaciona con la falta de asimilación de los valores de la China Han debido a disparidades en las creencias religiosas predominantes.

A simple vista, no sorprende que la opinión pública se centre en la denunciada represión del gobierno chino contra los musulmanes. La realidad es diferente, ya que los uigures ni siquiera constituyen la etnia mayoritariamente musulmana más numerosa en el país, aunque sí son la más reciente en adquirir la nacionalidad china.

Como se explica en el Curso de Experto en China de LISA Institute, la República Popular China actualmente reconoce oficialmente 56 «etnias», o más precisamente, grupos étnicos. Entre ellos se encuentran los Han y los Uigur. La etnia con la población más grande que profesa principalmente el islam, de hecho, es el pueblo Hui.

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Los Hui se concentran principalmente en la región autónoma de Qinghai, al este de Xinjiang, y también están dispersos por el resto de China. Además, existen numerosas comunidades musulmanas en las provincias de Gansu y Ningxia. En total, se estima que actualmente hay alrededor de 25 millones de musulmanes en China, distribuidos en un total de 10 grupos étnicos.

La experiencia histórica de China con el islam se caracteriza por un proceso único de sinización, que ha dado como resultado una variante distintivamente china de esta religión. Durante las dinastías Tang y Song, los musulmanes comenzaron a integrarse en la sociedad china a través del comercio y otros intercambios culturales. Posteriormente, durante la dinastía Yuan, se comenzó a institucionalizar los asuntos islámicos y se construyeron mezquitas durante la Dinastía Ming. Desde entonces, la sinización del islam ha estado marcada por una adaptación al sistema sociocultural chino, incluida la incorporación de valores confucianos.

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La sinización del islam tampoco ha estado exenta de controversia y rechazo. Durante la Dinastía Ming, hubo un fuerte rechazo a los signos y las apariencias musulmanas, y durante la Revolución Cultural, se llevaron a cabo ataques culturales indiscriminados contra la población uigur por parte de la desafortunadamente famosa Jiang Qing, la esposa de Mao Zedong.

El conflicto entre el Partido Comunista de China en Pekín y los uigures, en cualquier caso, no se trata de un conflicto puramente religioso, sino de un conflicto con base en una cuestión respecto a la soberanía de un territorio. Por tanto, no es posible separar la represión de la libertad religiosa del conflicto territorial subyacente, y hacerlo sería un error. Desde la perspectiva del gobierno en Pekín, la «radicalización» del pueblo uigur se contrapone a la libertad religiosa dentro de sus fronteras y a la supremacía de la cultura Han. En China, la fe y el patriotismo deben ir de la mano.

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La cuestión del islam y su supuesta incompatibilidad con el Socialismo con Características Chinas es un fenómeno que ha adquirido notoriedad de forma relativamente reciente. Desde el año 2009, con el levantamiento violento en Xinjiang, las autoridades chinas han adoptado una posición extrema y reiteradamente denunciada por organismos internacionales con el objetivo de prevenir la radicalización y el conflicto por la independencia de la región. Conscientes de este hecho, en 2019 se promulgó el Plan Quinquenal para «continuar con la sinización del islam». Como lo expresó el Presidente Xi durante el XIX Congreso del PCC: «Implementaremos plenamente la política básica del Partido en asuntos religiosos, insistiremos en la sinización de las religiones chinas y brindaremos una orientación activa para que la religión y el socialismo coexistan».

En conclusión, es importante comprender la relación entre la denunciada represión del pueblo uigur a nivel internacional y el nacionalismo chino moderno. No se puede separar el hecho denunciado del conflicto subyacente, cuyo origen es mucho más complejo y diverso que el de la mera represión a la libertad religiosa.

¿Y cuál es el papel de China en el conflicto entre Palestina e Israel?

Dado el reciente recrudecimiento del conflicto armado entre Israel y Hamás, son numerosas las voces que se preguntan por qué el gobierno chino en Pekín apoya a las poblaciones musulmanas fuera de China, mientras que en su propio territorio han adoptado esa posición con respecto a la minoría uigur. 

Como expertos en China y geopolítica, es importante no simplificar en exceso la relación causal entre cuestiones internacionales. Si el país X tiene una posición determinada hacia una minoría Y que profesa la religión Z, entonces, el país X debe de tener esta posición determinada hacia toda la religión Z. La ecuación de la geopolítica es siempre notoriamente más compleja y holística, por lo que un buen analista internacional ha de tener todas la variables en consideración antes de hacer predicciones o arrojar conclusiones determinadas.

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El complejo tejido de la relación entre China, el islam y su diversidad étnica se teje con hilos históricos y políticos que desafían una comprensión simplista. Este dilema subraya la necesidad de abordar con sensatez los asuntos de derechos humanos, religión y soberanía territorial en el contexto global.

A medida que el mundo observa atentamente la evolución de la cuestión de Xinjiang, es crucial recordar que la solución no radica en simplificaciones, sino en la comprensión de las complejidades arraigadas en la historia y la política de la región. Solo a través de un enfoque matizado y una diplomacia equilibrada se podrá avanzar hacia una forma de comprender el mundo que respete tanto las libertades religiosas como la integridad territorial y soberanía de los Estados.

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En este cruce de caminos entre religión y política, el caso uigur nos recuerda la importancia de explorar, aprender y comprender más allá de los titulares y las narrativas preconcebidas, manteniendo siempre un ojo en la perspectiva histórica y una mente abierta para las complejidades de nuestro mundo interconectado.

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