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¿Por qué Putin es tan popular entre los rusos?

Análisis

Miquel Ribas Lladó
Miquel Ribas Lladó
Grado en Relaciones Internacionales (Collegium Civitas, Varsovia) y Máster en Estudios Globales de Asia Oriental (UAB, Barcelona). Tiene experiencia como investigador en la Fundación Instituto Confucio (Barcelona) y en el Instituto de Investigación Sociopolítica de la Academia de Ciencias de Rusia (Moscú). Alumno certificado del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico y del Curso de Experto en China de LISA Institute.

Desde su llegada al poder, Putin ha sabido capitalizar la necesidad histórica de Rusia de un liderazgo fuerte y decidido, consolidando su imagen como defensor de la soberanía nacional. En este análisis, el alumno del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico y el Curso de Experto en China de LISA Institute, Miquel Ribas, explora las razones detrás de la sólida popularidad de Vladímir Putin entre los rusos. Ribas examina cómo eventos históricos, desafíos económicos y percepciones culturales han contribuido a esta percepción, ofreciendo una visión completa del arraigo de Putin en la psique colectiva del país.

El 24 de febrero de 2021 el presidente ruso, Vladímir Putin ordenó el inicio de una supuesta operación militar especial para intervenir militarmente en Ucrania con objeto de derrocar al gobierno ucraniano, pues a su modo de ver el gobierno de Kiev estaba gobernado por nazis que simpatizaban con el líder nacionalista y fascista Stepan Bandera quien colaboró con los Nazis durante la Segunda Guerra Mundial y que Rusia, al igual que hizo la URSS con Bandera, tenía la misión de desnazificar al país.

La operación militar especial ha alzado a Occidente, entiéndase el término como la combinación de EE.UU., sus aliados europeos de la OTAN, así como sus aliados asiáticos, (como Corea del Sur, Japón o Australia) contra la acción del presidente ruso. Así, se ha vuelto a llevar a cabo una narrativa que se centra en promocionar a nivel mundial como un conflicto entre la democracia y el autoritarismo, ya que, como afirmó el presidente de National Endowment for Democracy, Damon Wilson “el desafío que supone esta crisis no atañe solo a Ucrania, sino también al futuro de la libertad”.

Es interesante analizar cómo, desde el marco de la operación militar especial, han convivido dos discursos en relación con la situación en Ucrania, el primero de carácter mayoritario identifica a Rusia como un Estado militarista, autoritario y sin respeto por los Derechos Humanos, mientras que otro discurso, minoritario, sostiene una versión similar de aquella defendida por el Kremlin orientada a una lucha contra el fascismo.

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En lo que respecta a la figura de Putin, a pesar de una narrativa mayoritariamente hostil contra su persona, su imagen no se ha visto ni afectada ni deteriorada internamente hasta el punto en que ha sido el único líder el cual en sus veinte años de gobierno ha gozado de niveles de popularidad que nunca ha bajado del 60%, algo completamente inusual para un líder de un país Occidental, además que al lanzar la operación miliar, su popularidad entre los rusos estaba rozando mínimos (61%), mientras que actualmente alcanza el 85% a pesar de las sanciones económicas y las acciones occidentales contra Moscú.

Notemos en este punto que en el transcurso de la Guerra de Ucrania, numerosos líderes han intentado diferenciar a Putin del pueblo ruso como ha hecho el presidente del Gobierno Español, Pedro Sánchez quien se ha dirigido a la guerra como “la Guerra de Putin” para intentar distanciar al pueblo ruso de su líder. Al mismo tiempo, se ha acusado a Putin de eliminar la libertad de expresión, controlar a los medios públicos y otras medidas de carácter autoritario para perpetuarse en el poder.

No obstante, la mayor parte de estas afirmaciones que comúnmente se hacen hacia el líder ruso reflejan un cierto desconocimiento de la sociedad rusa, ignorando que desde la fundación del Rus de Kiev, Rusia no ha tenido nunca un sistema de democracia plena al estilo occidental y que el poder ruso siempre se ha proyectado a través de sus líderes o autócratas (si así se quiere mencionar) desde zares hasta Presidentes pasando por Secretarios Generales y que en los intentos que se han intentado llevar a cabo para esta transformación hacia una democracia homologable a Occidente nunca han sido exitosos.

Se puede considerar que la Perestroika de Gorbachov y los dos primeros años de Yeltsin fueron aquellos en los que Rusia experimentó mayores índices de democracia, aunque aún distantes de los estándares occidentales. Para muchos rusos que vivieron aquellos tiempos, esta época está relacionada con el caos y la anarquía.

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Además, recientemente Putin ha anunciado que se va a presentar como candidato para optar a una reelección en 2024 e incluso hay una gran mayoría de personas que piensan con certeza que volverá a ser reelegido a pesar de ciertos problemas internos a los que se enfrenta la sociedad así como los problemas externos derivados de un conflicto bélico con Ucrania que parece haberse estancado, pero que, como todas las guerras, tiene repercusiones en el país a causa de bajas militares, sanciones económicas o acusaciones de vulneraciones de derechos humanos.

En este contexto, cabe preguntarse por las características sociales que han regido a la sociedad rusa desde sus inicios para entender a Putin y por qué obtiene este elevado nivel de apoyo popular a pesar contextos desfavorables y las críticas que EE.UU. y Europa han desplegado contra su persona y si esta agresividad puede beneficiar a Putin, ya que como afirmó el último líder soviético, Mijaíl Gorbachov, a un corresponsal de la BBC en una entrevista donde le preguntaron sobre el presidente ruso, respondió: “Estoy seguro de que se han dado instrucciones especiales a la prensa occidental y estoy seguro de que usted también está ahí, para desacreditar a Putin y deshacerse de él. Como resultado, el 86% de los rusos apoya a Putin. Pronto será del 120%”. La afirmación viene a reflejar una crítica hacia el intervencionismo de Occidente, relacionándolo como la gasolina que Putin necesita para ser popular. 

Para entender el porqué los rusos apoyan casi de manera unánime a Putin (siempre hay atisbos de disidencia como el caso de Navalni o de Boris Nemtsov) hay que comprender las características propias de la sociedad rusa y cómo se han ido moldeando a lo largo de la historia del país, tanto en el Imperio de los Zares como en la Unión Soviética, pues estas ayudan a comprender las razones de la popularidad de Putin sobre los rusos

La Rusia de Putin 

En primer lugar, Putin creció durante la época soviética viviendo las épocas del Deshielo de Khruschev, el Estancamiento brezhneviano y la Perestroika gorbachoviana. Putin empezó su carrera en los servicios secretos soviéticos, la KGB. Hay que destacar que no tuvo una carrera especialmente exitosa, pues nunca llegó a ocupar un alto cargo en el organigrama de los Servicios Secretos Soviéticos, sino que fue enviado a trabajar a Alemania Oriental. Sin embargo, desde sus inicios como funcionario del KGB en 1975 no se recuerda ningún atisbo de disidencia, tratando incluso de “traidores” y “extremistas” a aquellos quienes se alzaban contra el sistema, mostrando respeto por el orden establecido.

Su desilusión hacia el régimen se empezó a fraguar con su llegada al ayuntamiento de San Petersburgo, trabajando como guardaespaldas del entonces alcalde Anatoli Sobchak (tal vez incluso cuando Gorbachov formuló su Doctrina Sinatra o su Nuevo Pensamiento retirando a los militares y servicios de inteligencia de la URSS de sus Estados Satélites en Europa Oriental).

En aquellos momentos se estaba produciendo la subasta de los antiguos conglomerados industriales estatales y el inicio de la terapia de shock impulsado por Yegor Gaidar, el ministro de Economía de Yeltsin y posterior Primer Ministro de Yeltsin. Desde San Petersburgo (antigua Leningrado), Putin se empezó a alejar de las tesis marxistas para empezar a abrazar el mercado libre, reflejado en la tesis doctoral del actual presidente “La planificación estratégica de los recursos minerales durante la transición a una economía de mercado”.

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El caos de la época Yeltsin debe ser mencionado en este aspecto, pues para el periodista catalán, Llibert Ferri, “el trato que se le dio a Rusia durante la década de Yeltsin y la humillación que recibió tras el derrumbe de la URSS fueros las causas principales que auparon a Putin al poder en la Federación Rusa”.  

En este contexto, la época de las privatizaciones llevadas a cabo por Gaidar llevó a convertir a Rusia en una especia de República bananera caracterizada por hiperinflaciones, pobreza, pérdida de ahorros e incluso pérdida de influencia internacional reducida a la Comunidad de Estados Independientes y desprestigio militar con la guerra en Chechenia.

Agreguemos igualmente cómo las privatizaciones supusieron la desindustrialización total de Rusia, convirtiéndola en lo que el Alto Representante de Política Exterior de la Unión Europea, Josep Borrell, ha descrito como “una gasolinera cuyo propietario posee el botón nuclear”. Este proceso subordinó a Rusia a un papel meramente proveedor de recursos naturales a Europa, mientras que las industrias estratégicas del Estado quedaron dependiendo de empresas extranjeras. Esto desperdició los activos que proporcionaban industrias propias y dificultó el reflote de complejos estratégicos.

El caso paradigmático es el de la anterior empresa estatal de aviación soviética Aeroflot, que durante la época soviética, utilizaba sus propios aviones (Túpolev), pero que actualmente adquiere los Boeing y airbuses. Al mismo tiempo, volviendo con el papel del Estado, este se ha acrecentado en la economía del país. Si bien durante Yeltsin se llevó a cabo la privatización masiva de antiguas empresas estatales, actualmente las grandes industrias estratégicas, petróleo o armas, tales como Gazprom o Robosneft están dirigidas por funcionarios afines al Kremlin pasando de estar subordinadas al poder económico a ser controlados por el político.

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En este punto es relevante buscar respuestas a por qué la población no se alzó contra aquello. La respuesta se centra, otra vez, en la historia. En gran parte de la población aún se recuerda cómo tradicionalmente el cambio de poder en Rusia ha abarcado cierta violencia e incluso caos. Mencionemos por ejemplo la invasión mongola, los Estados Tumultuosos, la Guerra Civil Rusa o la Perestroika o la década caótica de Yeltsin entre otros, además de las redes de solidaridad históricas características de las obshinas en las que los rusos desarrollaron entre ellos lazos de solidaridad para superar la adversidad en la que Rusia estaba sumida que permitieron, en cierto modo, su supervivencia a la crisis de 1998.

La visión de Putin y la herencia histórica de Rusia

La memoria histórica pudo haber ayudado a Putin a consolidar su poder basándose en un contrato social inicial con la sociedad, que prometía mayor prosperidad económica y bienestar a cambio de mantenerse al margen de la política o de no cuestionar las decisiones del Kremlin. Es relevante destacar que la población aceptó este pacto, ya que seguía la tradición histórica del campesinado como una organización autogestionada, con relaciones endógenas que se mantenían alejadas de las decisiones políticas, ya fueran tomadas por la aristocracia zarista o por el PCUS.

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Putin, al ser nombrado presidente tras la renuncia de Yeltsin se presentó como un nacionalista ruso y creyente ortodoxo respetuoso con el pasado soviético. Este es un punto relevante a tener en cuenta, ya que no se vincula a Putin con ninguna ideología, salvo el nacionalismo. Incluso, el propio Putin no pertenece a ningún partido, sino que se presenta como independiente (tampoco es nuevo, pues Yeltsin también se presentaba como independiente para evitar someterse a las limitaciones que una organización política le pudiese imponer) para evitar verse involucrado en alguna ideología, de hecho, él no es miembro o no se presenta por Rusia Unida, el partido que le da apoyo. 

La respuesta por la que Putin no ha querido vincularse a ninguna ideología tiene que ver en la historia, pues los períodos más oscuros de Rusia, como la invasión polaca sobre Rusia o la invasión de la Francia Napoleónica, se dieron como consecuencia de las divisiones sociales internas. Este aspecto se puede aplicar a la época de los Estados Tumultuoso, donde se instauró la idea de que Rusia sería presa fácil para sus enemigos si no estaba bajo el control de un único y poderoso gobernante alrededor del cual todas las clases de la nación debían unirse. Una definición bastante extrapolable a la figura de Putin. 

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Tal vez se haya tendido a exagerar el papel de Putin como líder fuerte a causa del contraste con sus dos inmediatos predecesores, Yeltsin y Gorbachov quienes (ambos) son denostados por el pueblo ruso, que ve en Putin, Stalin, Lenin o Brezhnev mejores liderazgos como demuestra los estudios llevados a cabo por el Instituto ruso Levada.

En este contexto, Putin ha trasladado al pueblo ruso la necesidad de la unión de los rusos como elemento cohesionador, independientemente de ideologías. Para Carlos Taibo, el régimen de Putin bebe de la pulsión imperial-militar, que abraza un nacionalismo de base étnica y que no duda en defender los valores tradicionales, la familia y la Iglesia Ortodoxa. Unos patrones que no tienen nada que ver ni con el comunismo ni el antifascismo sino más bien casan con un nacionalismo conservador.

Esto no significa que se abandone el pasado soviético, ya que Putin ha realizado muestras de cierto apoyo como su decisión de mantener a Lenin en el Mausoleo a pesar de que para Putin, Lenin no fue un estadista, sino simplemente un revolucionario o restaurando el himno de la URSS como himno nacional a pesar de cambiar la letra obviando toda referencia al comunismo y a la ideología de los bolcheviques.

Putin asume que Rusia debe estar unida, pues entiende, a través de la experiencia histórica, que Rusia solo puede ser destruida desde dentro y que la unidad del pueblo ruso es invencible.

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Esto explica, por ejemplo, la razón por la que el día de la Revolución, una fecha de gran simbolismo durante la época soviética ha sido reemplazada por el día de la Unidad Nacional, al tiempo que se ha mantenido el desfile anual del Día de la Victoria que ha asumido que tuvo lugar gracias a la unión de todo el pueblo ruso (soviético) contra los nazis. Por otro lado, en la fecha de celebración del centenario de la Revolución de Octubre, ni Putin ni ningún miembro de su gobierno participó, pues conciben que se trate de un evento que supuso un tormento para el pueblo ruso, la revolución y la división entre rojos y blancos priorizando otras festividades como el Día de la Unidad de la Patria. 

Esto lleva a una descripción bastante acertada sobre Putin dada por el politólogo ruso Arkadi Dubnov quien opina: “Putin se ve como el heredero de la gran historia rusa, los grandes imperios ruso y soviético”. Podríamos definir, siguiendo los versos de la canción rusa cantada por el ejército zarista durante la Primera Guerra Mundial, “El adiós de Slavianka”, que dice: «Все мы диети великой державы» (Todos nosotros somos hijos de una gran potencia). Esta frase puede sintetizar la idea que tiene Putin de los rusos y de Rusia como gran potencia, algo que justifica este estilo paternalista, que no conviene olvidarlo ya estaba presente en el zarismo y que Stalin recuperó, aunque, posteriormente cayó en el olvido, pues ninguno de los sucesores de Stalin buscó presentarse ante los rusos con el apelativo de Padre. 

Putin y Occidente: de la cooperación al distanciamiento

Al inicio de su mandato, se intentó mejorar las relaciones con Occidente agregando que Rusia debía verse como una parte del mundo civilizado ofreciendo cooperación con EE.UU. y Europa en el contexto de la guerra del terror sin recibir nada a cambio y que le llevó progresivamente a alejarse de Europa y de la OTAN tras el discurso que llevó a cabo en la Conferencia de Seguridad de Múnich en 2007

Las nuevas generaciones rusas no desean regresar a los tiempos de la URSS, ya que han abandonado el discurso antiestadounidense que predominaba en la época soviética. En la actualidad, muchos rusos están encantados con productos estadounidenses como los smartphones, los áticos de lujo en Londres, las mansiones y los coches de marca. Estos elementos contrastan enormemente con la precariedad que caracterizaba la vida durante la época soviética.

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En este punto hay una clave que debe ayudar a entender más al pueblo ruso, pues el problema es que permiten que su definición sea llevada a cabo por el mundo exterior antes que por los propios rusos. Así que la historia vuelve a jugar un papel relevante que Putin está explotando y tiene sus raíces en la desconfianza misma histórica de los rusos hacia Occidente.

Para los Occidentales, los rusos eran tendidos a ver como bárbaros o poco civilizados, mientras que en la Guerra de Crimea, Mijaíl Pogodin, un académico ruso del zarato de Nicolás I expresó su desconfianza hacia Occidente afirmando: “no podemos esperar nada de Occidente excepto odio ciego y malicia”.

Esta expresión se ve ahora reflejada en la Rusia actual y en una visión de la historia influenciada por la visión de Putin basada en 3 puntos clave:

  1. Rusia es fuerte cuando está unida y presa fácil cuando está dividida. Un Estado fuerte es imperativo para unir al pueblo.
  2. Rusia no es potencia atacante sino defensora. Rusia se enfrenta a Occidente para defender el statu quo que EE.UU. intenta cambiar para imponer su visión de mundo unipolar.
  3. Rusia es un Estado Europeo que porta los valores europeos verdaderos que Europa ha abandonado para abrazar el liberalismo, considerado por el presidente ruso como una idea caduca reflejando la división entre feudalismo que representaba en aquel momento el Imperio Zarista con la ilustración europea. 

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Todo esto refleja que como dice el politólogo Andréi Kortunov, quien se refiere a que la caída de la URSS supuso una herida profunda en el orgullo nacional derivada de la pérdida de la grandeza de la Unión y no tanto por el fin del comunismo, un contexto que lleva a refutar de lleno la idea que se quiera volver a instaurar la URSS, pues aunque se asuma que se quiere volver a recuperar la grandeza esta es imposible, puesto que el país no tiene capacidades ni de poder duro (economía) ni de poder blando (ideología o cultura) que tuvo durante la Guerra Fría y queda reflejada como la nostalgia de la grandeza del pasado que, hoy por hoy, no parece posible tal como el Kremlin asumió renunciando a un nuevo orden bipolar (que en este caso la gran potencia alternativa correspondería a la República Popular China y no a la Federación Rusa) y alzándose como defensor de la multipolaridad.

Putin parece haber seguido el mismo camino que Brezhnev, pues sus dos primeros mandatos fueron exitosos (2000 a 2008), no tanto por la gestión económica de Putin sino por los elevados precios del petróleo así como la depreciación del rublo que permitió aumentar significativamente las exportaciones y que ha generado una economía que en general sigue sustentada en los fundamentos heredados de la época de Yeltsin. 

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La crisis económica de 2008 hizo mella en la economía rusa que no había sido capaz de superar la “maldición de los recursos naturales” basada en “los efectos adversos de la riqueza en recursos naturales en su bienestar económico, social y político” y que causó las manifestaciones rusas de 2011 quienes aglutinaron las más diversas tendencias, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda contra la reelección de Putin consolidando la existencia de una oposición a la autocracia de Putin y la organización del poder a través de corrupción y redes clientelares (Putin no innovó en esto, pues esta ya existía en la década de Yeltsin y también durante la época soviética) como se reflejó con las críticas de diferentes personalidades relevantes, como Boris Nemtsov, viceprimer ministro durante el mandato de Yeltsin, quien definió al régimen de Putin como: “vivimos en un estado autoritario, se ha construido un estado mafioso, con un solo partido (el partido de Putin). Por decirlo de otra manera, un partido de bandidos y ladrones al frente de los cuales está Vladímir Putin”. 

Estas críticas fueron apoyadas por el diplomático Jorge Dezcallar, quien afirma que en la Rusia de Putin los llamados siloviki, quienes constituyen el 1% de la población concentran el 50% de la riqueza del país o del propio Mijaíl Gorbachov, quien criticó a Putin de tener demasiado poder, de pisotear las libertades y de no garantizar elecciones justas, agregando que Rusia Unida, había devenido la peor copia del PCUS, cuyo monopolio político conducía necesariamente a un estancamiento.

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Incluso otras personalidades destacadas rusas que están fuera de lo que en Rusia se conoce como “oposición sistémica” (quienes a pesar de estar en la oposición suelen apoyar de manera general las políticas del gobierno) pero que ocuparon cargos importantes en anteriores gobiernos o dentro de la sociedad rusa como, por ejemplo, el de Aleksander Yakovlev, una figura clave durante la Perestroika y considerado el arquitecto intelectual de la Glasnost, quien se volvió contra Putin en respuesta al retroceso democrático que se produjo durante su presidencia además de Yegor Gaidar por el creciente intervencionismo económico y las políticas económicas de Putin además de oligarcas como Mijail Jodrokovski.  

A pesar de estos pronunciamientos y ciertas movilizaciones de algunos sectores de la sociedad civil, así como diferentes personalidades, reflejan la existencia de, como dice Galeotti: “Una nueva generación de activistas y empresarios, científicos, artistas, pensadores y soñadores están intentando encontrar nuevos caminos para Rusia”. Si bien estos aún siguen un carácter minoritario, ya que la mayor parte de los rusos sigue dando apoyo a Putin el cual ante la falta de mejoras económicas ha vuelto a recurrir a la amenaza, que históricamente, Occidente ha representado con sus guerras contra Rusia para presentarse como el protector del pueblo ruso.

De este modo, si se da un hipotético cambio de gobierno de Rusia Unido por un partido opositor o de Putin, como pueda ser el líder comunista, Guennadi Ziugánov, es poco probable que se divisasen cambios sustanciales.

Por ejemplo, el PCFR, heredero del PCUS, ha abandonado sus preceptos marxistas de economía planificada y aprovisionamiento de servicios públicos universales, como sanidad y educación, que tenían lugar en la URSS sintiéndose más atraído por el papel de superpotencia que ostentó durante la Guerra Fría y de su poderío militar, al igual que el Partido Liberal Democrático, cuyo exlíder Vladímir Zhirinovski, pidió bombardear Ucrania entera, recuperar Alaska, “librar” a Rusia de los no rusos y amenazar a Japón, Alemania y Estados Unidos con un ataque nuclear mostrando un nacionalismo étnico más exacerbado incluso que el del propio Putin.

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Todo ello es relevante, pues puede ayudar incluso a entender un poco mejor la geopolítica de Rusia en el contexto de la guerra con Ucrania y por qué Rusia no puede permitirse perder, así como las acciones que está llevando a cabo Occidente. 

Para el Kremlin la operación militar especial es vista como un conflicto nacional para reforzar la unidad del pueblo ruso en un contexto en el que Putin busca reforzar su liderazgo ante los problemas internos en un modo similar al que tuvo lugar con la anexión de Crimea, donde en el punto más bajo de su popularidad consiguió escalar repentinamente más de 15 puntos, como muestra el centro Levada, así como volver a cohesionar a los rusos en torno a su figura de líder fuerte

Por otro lado, los occidentales han visto la posibilidad de debilitar a Rusia, privándole, al igual que hicieron en la época de Brezhnev de la tecnología y el dinero que la URSS necesitaba para vivir. En esencia, Putin se juega su futuro en este conflicto, especialmente ahora que ha optado por presentarse a la reelección en las presidenciales de 2024. 

Conclusiones

La historia de Rusia no comienza con la Revolución de Octubre de 1917, sino que es un Estado con más de mil años de historia, un hecho que lleva a querer comprender que el liderazgo de Putin abarcando únicamente el período soviético sea interpretado como un error significativo.

A lo largo del milenio histórico, la sociedad rusa se ha regido con base en tres características básicas que ayudan a entender su carácter singular, donde, a pesar de sentirse como una nación europea, presenta unas peculiaridades únicas que no son características de la sociedad europea occidental.

La Iglesia Ortodoxa, el Estatismo exacerbado y la organización social del campesinado o proletariado como unidad social alejada del poder y con su organización social propia comunal (obshina) o, posteriormente, en entornos urbanos, pero siempre alejados de los centros de poder ya fuese ejercida o bien por la aristocracia o la nomenklatura y caracterizados por la falta de excedentes han perdurado a lo largo del milenio de la historia de Rusia, donde a pesar de algunas reformas, cosméticas (como las de los zares) o un cambio total para que todo siga igual como llevaron a cabo los soviets no ha alterado la presencia de estos tres elementos.

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Estos eventos explican por qué los rusos confían en tener un líder fuerte en el gobierno, ya que a lo largo de su historia han sufrido desgracias cuando carecían de un liderazgo sólido. Desde las invasiones de potencias hostiles durante los Estados Tumultuosos, la invasión de Polonia y la Francia Napoleónica, hasta los conflictos sociales como la Revolución Rusa y la Guerra Civil, así como las transformaciones caóticas durante la Perestroika y la transición de la economía planificada al libre mercado, los rusos han enfrentado desafíos significativos en ausencia de un liderazgo robusto.

El gran acierto de Putin ha sido entender la historia rusa y presentarse como una líder fuerte que pudiese cohesionar a los rusos a partir de cultivar un nacionalismo étnico y conservador haciendo hincapié en el concepto Rusia como concepto de unión de todos los rusos (en un marco similar a la utilización que hacían los soviets del concepto comunismo).

Esto le ha llevado a comprender que los rusos, después de los períodos de inestabilidad durante el colapso de la URSS y la década de Yeltsin, demandaban estabilidad y mejora económica. Putin supo satisfacer esta demanda durante el período de bonanza que inició, marcado por la devaluación del rublo y el aumento del precio del barril de petróleo, así como por los éxitos en la Segunda Guerra de Chechenia. Estos logros le permitieron posicionarse como el líder que Rusia necesitaba, garantizando orden y continuidad sin cuestionar los privilegios de los oligarcas ni intentar reinstaurar el régimen soviético.

Sin embargo, en su segundo mandato, al terminar el efecto de los vectores que habían guiado el crecimiento ruso y ante el desdén occidental por integrar a Rusia en Europa, se ha producido una ruptura sustancial y una nueva retórica empleada por el Kremlin, más agresiva contra Occidente. Se recuperan hechos históricos basados en la idea de que Occidente quiere destruir a Rusia, presentándose como el líder que salvará la esencia del país frente a un Occidente que ha renunciado a sus valores. No obstante, esto no representa un intento de restaurar la URSS, ya que para Putin los valores que deben guiar a Europa son los tradicionales, representados por el eslavismo de matriz conservadora frente al liberalismo y no el marxismo.

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A pesar de ciertas penurias y un cierto estancamiento económico tras la crisis financiera, la mayoría de los rusos siguen apoyando a Putin. Por un lado, se identifican con su discurso sobre la grandeza de Rusia y, por otro, se sienten excluidos de las decisiones políticas importantes, que históricamente han sido reservadas a élites. El pueblo ha establecido sus lazos sociales distanciándose de la élite política y prefiriendo acceder a los bienes del mercado capitalista, buscando la bonanza que históricamente no han podido disfrutar. Por lo tanto, no cuestionan de manera mayoritaria el liderazgo del presidente, a pesar de los intentos de los medios de comunicación por desacreditarlo, ya que no logran comprender la sociedad rusa.


Ahora bien, más allá de la fortaleza que Putin ha mostrado, probablemente exagerada en comparación con Yeltsin (por ejemplo, la desaparición inmediata de Yeltsin de la vida política se debió a la promesa de inmunidad que Putin le hizo a él y su familia por casos de corrupción, es decir, por chantaje), los elogios que le dirigió Gorbachov durante el primer mandato de Putin pueden estar influenciados por el legado de Yeltsin. El inicio de la operación militar especial contra Ucrania y las sanciones pueden hacer que Putin se esté jugando su juicio histórico, siendo recordado como el hombre que devolvió a Rusia al escenario mundial o, por el contrario, como un nuevo Brezhnev, ya que el período de estancamiento brezhneviano parece presentar más similitudes con el putinismo.

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Es relevante comprender estas características de la historia de Rusia, pues el error que se lleva a cabo forma parte de tratar de pensar que los valores desarrollados en el marco de las democracias liberales tienden a ser universales. Sin embargo, cada sociedad es producto de sus condiciones y dinámicas históricas particulares y aquello que puede ser aceptado por una sociedad no tiene razón de ser en otra. No se trata de agregar un discurso focalizado en sí unos son buenos y otros son malos como introdujo Reagan en la década de los ochenta cuando definió a la URSS como “el Imperio del Mal”, una afirmación que presuponía la existencia per se de un Imperio del Bien (EE.UU.), sino asumir que se trata de sociedades diferentes y que estas particularidades que se han desarrollado a lo largo del milenio de la historia rusa hacen que una parte sustancial se sientan identificados con el liderazgo de Putin.

Esto indica que el despliegue de toda la campaña para desacreditar al líder solamente contribuye, como dijo Gorbachov, a reforzar su liderazgo, en tanto en cuanto puede desplegar un discurso que Rusia está amenazada por Occidente para reemplazar ciertas carencias que la sociedad rusa actual sufre. Tal vez haya que dejar que sean los rusos quienes decidan por ellos mismos sin una influencia extranjera, a la que por tradición histórica ven como hostil, buscando protección en torno a un líder fuerte.

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Es relevante tener en cuenta esta perspectiva, ya que aunque las capacidades de poder de la Rusia actual son inferiores a las de la extinta Unión Soviética, aún se trata de una Gran Potencia, con el arsenal nuclear más poderoso del mundo, el segundo mayor ejército y un actor con influencia relevante siendo un miembro permanente del Consejo de Seguridad con capacidad de Veto, así como un actor que en su función de suministrador de materias primas está integrado y formando parte del primer escalón de las cadenas de suministro.


Por estas razones, Rusia es un actor relevante que es necesario comprender más en profundidad, ya que una desestabilización del país, como ocurrió a lo largo de la década de Yeltsin, podría tener efectos catastróficos, como la posibilidad de que parte del arsenal nuclear quede en manos de organizaciones paramilitares o terroristas. Este contexto representaría una verdadera amenaza para el orden mundial.

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