La pugna por el liderazgo global en el siglo XXI enfrenta a las grandes potencias en un escenario de rivalidades estructurales y desafíos compartidos. Miquel Ribas, alumno del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico y del Curso de Experto en China de LISA Institute, publica el segundo artículo del Especial «¿De quién será el siglo XXI?», centrado en analizar el papel de Estados Unidos en esta lucha por definir las reglas del orden mundial.
Los EE.UU. fueron la potencia dominante, casi hegemónica, a nivel mundial desde el fin de la Segunda Guerra Mundial (SGM) con el debilitamiento de sus principales competidores europeos, el Imperio británico principalmente y, en menor medida, la Alemania Nazi. Bien es verdad que, tras el fin de la SGM, le surgió un poderoso competidor, la Unión Soviética.
Sin embargo, en retrospectiva, la URSS nunca tuvo posibilidad real de superar a EE.UU. económicamente. Nótense que, a pesar de registrar tasas de crecimiento de en torno al 3,35%, el PIB per cápita soviético siempre fue sustancialmente inferior al de sus competidores del bloque occidental. En 1987, ya en plena perestroika, el PIB per cápita soviético equivalía a apenas el 32% del estadounidense.
Al mismo tiempo, la economía estadounidense tras el final de la Segunda Guerra Mundial representó el 50% a nivel mundial, desempeñando un papel protagonista en la reconstrucción de Europa a través del Plan Marshall llevado a cabo por empresas estadounidenses. Asimismo, el ejército estadounidense no tuvo rival tras la destrucción de los ejércitos europeos, tuvo el monopolio nuclear (hasta 1949) y el control de los mares y océanos junto con la moneda de referencia mundial, el dólar heredando las fuentes de poder del decadente Imperio británico.
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A lo largo de la Guerra Fría, la sociedad estadounidense se cohesionó en torno a la lucha contra un enemigo común: el comunismo, en general, y la URSS, en particular. Asimismo, la economía creció y dio lugar a un aumento significativo del bienestar social a través de la consolidación de la sociedad de consumo, que alcanzó su época dorada.
Washington, en el terreno militar, estableció una red de alianzas, como la OTAN o ANZUS, y Tratados de Seguridad bilaterales (como con Japón o Corea del Sur) que le permitieron llevar a cabo el cerco estratégico contra la URSS. El ejército de EE.UU. también se benefició de la existencia de su némesis comunista y de la carrera armamentista para invertir en I+D+I y el desarrollo de su complejo militar-industrial, convirtiéndose en la gran superpotencia militar.
¿Estaba preparado Estados Unidos para el momento unipolar?
Sin embargo, el fin de la Guerra Fría y la creciente interconexión global han afectado significativamente a la sociedad estadounidense. El país está muy polarizado entre demócratas y republicanos, como lo han reflejado estas recientes elecciones, un síntoma de corrosión interna dentro de la sociedad estadounidense. Incluso hay quienes, como el economista, Jeffrey Sachs, afirman que EE.UU. no quería el fin de la Guerra Fría ni la paz con Rusia, sino que Washington estaba interesado la prolongación de la lucha entre capitalismo y comunismo.
En este contexto de rivalidad entre las dos superpotencias, las tensiones internas como la segregación racial y la identificación del ser estadounidense como WASP, acrónimo en inglés de «blanco, anglo-sajón, protestantes»; el cual discriminaba a otras minorías no se manifestaban en su apogeo, a pesar del surgimiento de movimientos de protesta pacífica como el activismo de Rosa Parks, o el «I have a dream» de Martin Luther King o el activista afroamericano, Malcom X entre otros.
Unas contradicciones internas dentro de la sociedad americana que están latentes debido a la amenaza comunista, pero que, tras el fin de la Guerra Fría, se han vuelto a poner de manifiesto en el seno de la sociedad y que han adquirido un fuerte protagonismo en los últimos años.
Piénsese, por ejemplo en el caso de George Floyd, asesinado en 2020 por un policía blanco, además del surgimiento de movimientos sociales como Black Lives Matter, de matriz antirracista, opuesto al auge del supremacismo blanco, el racismo o la xenofobia encarnados en sectores de extrema derecha como el Ku Klux Klan.
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A las tendencias de movimientos de matriz ultraderechista se les opone la cultura woke. Este concepto inicialmente aludía a la toma de conciencia de temas sociales candentes, en un principio centrado en la discriminación racial, pero con el tiempo ha ido incorporando nuevas cuestiones que han surgido en el devenir de la sociedad del siglo XXI, como las identidades de género y sexuales, de desigualdad y otros problemas sociales.
En este contexto de división ideológica hay otros factores sociales que incrementan la polarización social. Entre estos se pueden mencionar el contraste del estilo de vida de las grandes ciudades o urbes metropolitanas frente a las comunidades rurales o la protección constitucional a la posesión de armas de fuego con más de 350 millones de armas en manos privadas, que se concentran en el 8% de la población, hecho que ha llevado a un aumento de la tasa de homicidios y de la población carcelaria.
Igualmente, a estas tendencias se agrega un cierto rechazo de la población al conocido como el establishment político. Esto se ha visto reflejado con la popularidad que ha adquirido un outsider en política como Donald Trump entre la población y la militancia republicana, junto al ascenso de figuras políticas poco ortodoxas con las políticas del Partido Democrática. Un ejemplo fue el caso de Bernie Sanders, vinculado con el ala más izquierdista del partido, casi como «socialista (democrático)» quien llegó, en 2016, a disputar la nominación a la candidata del establishment, Hillary Clinton.
Ante esta polarización se presentan similitudes a aquellas que emergieron en la época final de la URSS, con la aparición de nacionalismo periféricos opuestos al monopolio del poder del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) los cuales devinieron una fuerza centrífuga que contribuyó al colapso de la superpotencia sin que la OTAN tuviese que disparar un solo tiro.
Una situación refleja algunos paralelismos con EE.UU. ante la creciente polarización y división social, como demuestra el asalto al capitolio el 6 de enero de 2021. Además, la polarización no es un factor baladí si se tiene en consideración que uno de los factores que condujo a la guerra de Secesión estadounidense fue la disparidad entre un norte industrializado y manufacturero, frente a un sur agrario dependiente de mano de obra esclava. Así pues, las amenazas principales para EE.UU. no son externas, sino internas, como ocurrió con antiguos imperios como el romano o el soviético.
¿Es el poder militar estadounidense eficiente o un lastre en el orden actual?
Aunque EE.UU. sigue siendo la potencia militar por antonomasia, su poder militar ha sido puesto en duda al ser visto como ineficiente para afrontar las nuevas formas de guerra y conflictos que han surgido tras el fin de la Guerra Fría, principalmente la guerra asimétrica o el terrorismo. Obsérvese que la Guerra Global Contra el Terrorismo (GGCT) ha demostrado los fracasos estadounidenses en Irak y Afganistán, al tiempo que ha reforzado a sus adversarios como Irán o China, lo que refleja la muerte de la uni polaridad.
Además, los EE.UU. se han mostrado incapaz de estabilizar las regiones, mostrándose incapaz de construir Estados fuertes, ya que en la mayoría de los casos ha priorizado la asignación de gobiernos débiles, pero afines a los intereses de Washington, como el Afganistán de Hamid Karzai, cuyos méritos para ser presidente eran haber dirigido una empresa de petróleo estadounidense y haber sido exmiembro de la CIA o de Ahsraf Ghani, un ex funcionario del Banco Mundial, en lugar de promover la construcción de gobiernos que puedan construir instituciones estatales fuertes para enfrentar sus desafíos internos.
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Además, muchos estadounidenses critiquen el papel de policía global que EE.UU. ha jugado tras el fin de la SGM, creyendo que les supone muchos costes y pocos beneficios, como ha manifestado Trump. Nótese que, según la Universidad Brown, estudió que el montante de gasto estadounidense en la guerra de Afganistán alcanzó la cifra de 2,26 billones de dólares.
En este contexto de intervencionismo militar, principalmente en Irak y Afganistán, las acciones militares estadounidenses han creado el clima idóneo para la aparición de movimientos fundamentalistas islámicos vinculados a la yihad global contra los valores occidentales. Amenazas que no se pueden destruir por la potencia militar y que aún persisten, no solo en Oriente Medio, sino también en otras regiones como el Sahel. Del mismo modo, las últimas intervenciones militares, en Libia y Sira, no han dado resultados tangibles, sino que han incrementado la situación de inestabilidad regional.
Economía pujante para generar riqueza, pero con incapacidad para una distribución equitativa
Aunque, EE.UU. sigue siendo la mayor economía del mundo en términos de PIB, desde 2016, China le ha superado en términos de paridad de poder adquisitivo (PPA). Del mismo modo, su deuda pública alcanzó, en 2020, casi 120% de su PIB y actualmente se sitúa en torno al 110%. Los pronósticos del FMI parecen agregar que, si se mantiene esta senda de déficit, la deuda pública podría alcanzar, en 2032, el 140%.
Con la administración Biden, la economía ha mostrado una evolución positiva. A lo largo de su mandato, el PIB ha crecido de media un 2%, los precios se han estabilizado en un 3%, la tasa de paro está en mínimos un 4% y la renta per cápita no ha dejado de crecer en estos cuatro años. Sin embargo, a todo ello se suman factores que ensombrecen la situación y la percepción ciudadana sobre la situación económica, como la inflación, el aumento del precio de los productos básicos, las dificultades para acceder a un hogar como consecuencia del incremento del precio de la vivienda.
En este contexto, la economía suele ser el componente más relevante, ya que el pueblo estadounidense tiende a valorar más la economía interna que la política internacional.
Un factor esencial a tener en cuenta para explicar los problemas de la sociedad estadounidense actual viene marcada por la elevada desigualdad social. En este contexto, el índice de Giny es de 0,41, uno de los más elevados. Esto refleja que, a pesar de la capacidad innovadora y altamente la elevada productividad para generar riqueza y crecimiento, la economía estadounidense no es capaz de generar una correcta redistribución. Una tendencia que se ha venido acrecentando desde 1980, cuando la globalización empezó a devenir la piedra angular de la economía mundial.
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Esto puede explicar las razones por las cuales el mensaje de Trump ha seducido a los trabajadores y las clases medias de los estados del cinturón industrial, o del óxido, quienes han optado por el mensaje aislacionista, proteccionista, nacionalista y unilateralista del America First de Trump, frente al mensaje más favorable globalización y el multilateralismo que han defendido tanto Biden como Harris.
Estos estratos sociales, quienes han representado a, a menudo, uno de los graneros de votos del Partido Demócrata, se sienten perdedores de la globalización y culpan al multilateralismo y al libre comercio. Asumen que unos pocos se han beneficiado a costa de la mayoría de la población estadounidense.
Esto explica que vean positivamente el aislacionismo para volver a ser poderosos, como ocurrió desde su independencia hasta la SGM. A fin de cuentas, los EE.UU. ascendieron a rango de gran potencia desde una posición de aislacionismo, como connota las reticencias de la sociedad estadounidense a entrar en las guerras mundiales o a la Sociedad de Naciones
Unas contradicciones existentes que EE.UU. debe intentar enmendar tan pronto como sea posible. El prestigioso historiador británico Paul Kennedy afirmaba que, a lo largo de los últimos años de su existencia, la URSS se enfrentó a contradicciones internas significativas que fueron las que causaron su colapso y que parece que se están dando en la economía estadounidense actual.
Motivos de esperanza para mantener la preponderancia en el orden internacional
Un poder blando sin igual
A pesar de estos problemas y debilidades internas, EE.UU. aún mantiene todo un conjunto de fortalezas significativas conservando las ventajas estructurales que hicieron posible su acceso a la supremacía mundial basadas en la incontestable superioridad militar, su influyente cultura popular y desarrollo científico y tecnológico que aún le garantían primacía y preponderancia en el sistema internacional.
EE.UU. disfruta de un importante mercado de consumo, fomenta la innovación y el espíritu empresarial, tiene una infraestructura resiliente y experimenta condiciones comerciales ventajosas para las empresas. Es el líder indiscutible del poder blando global, ya que todavía cuenta con las mejores universidades del mundo, según el ranking de Shanghái.
Además, su productividad y la competitividad tecnológica, llevada a cabo por los unicornios del Silicon Valley, no está en tela de juicio y no se pueden anular de la noche a la mañana. También cuenta con la industria cinematográfica de Hollywood y su dominio de la producción cinematográfica y audiovisual a nivel mundial así como los principales grupos y géneros musicales.
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Las empresas tecnológicas de GAFA (Google, Amazon, Facebook, Apple) son, todas ellas, estadounidenses. Además, destacan compañías vinculadas con servicios de streaming como Netflix, automovilísticas como Tesla o General Motors, servicios turísticos como Booking o en el sector bancario y pagos electrónicos como Visa, MasterCard o PayPal.
Incluso, 7 de las 10 marcas más valiosas a nivel mundial, como Coca-Cola, McDonald’s o Disney, siguen siendo estadounidenses. Asimismo, conceptos como el American Way of life o el American Dream, aún cuentan con gran popularidad y atractivo, como demuestra el hecho que desde la década de los 70, EE.UU. es el primer país mundial receptor de migrantes.
Crecimiento poblacional frente al envejecimiento
Además, EE.UU. es y ha sido, históricamente, un país receptor de inmigrantes. Una situación que más allá de sus contradicciones actuales ayuda a EE.UU. a incrementar su población que ayude a mantener sus niveles de crecimiento, frente a la situación de envejecimiento poblacional de otros países occidentales.
Según las estimaciones emitidas por la oficina de presupuesto del congreso, la población de EE.UU. se va a incrementar de 342 millones de personas en 2024 a 383 millones de personas en 2054 cuyo motor de crecimiento demográfico se va a sustentar en la inmigración neta.
No obstante, esto sigue generando ciertos debates y polarización en torno a los inmigrantes que se pueden aceptar, acentuando la división entre Demócratas y Republicanos junto con el ya mencionado racismo y xenofobia de algunas organizaciones de la sociedad civil vinculadas con la ultraderecha, como el ya mencionado Ku Klux Klan o el QAnon o el propio MAGA frente al Black Lives Matter, el Metoo de matriz feminista y otros vinculados a la cultura woke o al progresismo (izquierda, en términos políticos e ideológicos) reflejando la elevada polarización social en el país.
La supremacía del complejo militar-industrial estadounidense: una garantía de poder global
Su complejo militar industrial también está reforzado con la existencia de un ecosistema industrial vinculado a la defensa que cuenta con competidores como Lockheed Martin, Northrop Grumman, Raytheon o Boeing y Airbus que son seguros de vida por su larga experiencia en la producción de equipamiento bélico y de un gasto militar que aproximadamente el 40% del gasto total (916.000 millones sobre un total de 2,44 billones mundial según el Stockholm International Peace Research Institute).
En este contexto, China, aún está lejos de poder igualar y competir en igualdad de condiciones contra la industria militar estadounidense. Además, el complejo militar industrial estadounidense aplicado a la industria civil cuenta con músculo financiero suficiente en I+D+I (alrededor del 3% el PIB) y una inversión privada muy elevada que le permite mantener su superioridad durante varias décadas. Igualmente, la economía cuenta con una diversidad notable, impulsada por sectores importantes, incluidos los servicios, la manufactura, las finanzas y la tecnología.
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En el ámbito financiero y geoeconómico, EE.UU. aún mantiene el dólar como divisa de referencia y de momento no tiene competidor al mantenerse como primera moneda de reserva mundial y la que más tiene que ver con la confianza y connivencia. Actualmente, la mayoría de transacciones entre países con diferente moneda utilizan el dólar en sus transacciones comerciales para evitar manipulaciones de los bancos centrales. Un hecho que da a la Reserva Federal capacidad para imprimir dólares a sabiendas de que se van a aceptar en los mercados.
Tampoco hay que ignorar el hecho que EE.UU. es aún una potencia autosuficiente en materia de alimentación, siendo un exportador neto a otros mercados. Además, a nivel energético y de recursos naturales es un país autosuficiente en tanto en cuanto tiene grandes reservas y yacimientos de gas y petróleo, al tiempo que, en los últimos años ha implantado nuevas tecnologías de extracción para eliminar su dependencia externa del suministro externo, como la fracturación hidráulica, también conocido como fracking.
Conclusión: un siglo menos americano, pero con EE. UU. como potencia principal o superpotencia
Todo esto viene a reflejar una realidad basada en que, hoy por hoy, los EE.UU. siguen siendo la primera potencia mundial, pero con una influencia en declive como denota su peso del PIB en la economía mundial, puesto que si tras la SGM representaban aproximadamente el 50% del PIB mundial actualmente representan aproximadamente un 30% del PIB mundial.
En este contexto, hay muchos sectores de la sociedad que se sienten perdedores de la globalización (o hiperglobalización) y del neoliberalismo como ideologías dominantes tras el fin de la Guerra Fría. Entre estos se encuentran, principalmente, las clases medias y bajas de los estados industriales del ya mencionado cinturón de óxido, la progresiva disminución de la clase media y la creciente polarización social en la mayoría de aspectos de la política estadounidense.
Hay que agregar, igualmente, otras contradicciones inherentes a la situación económica, como la capacidad de generar riqueza y crecimiento, pero la inefectividad en el momento de distribuirla.
Estas circunstancias invalidan el discurso de los neoconservadores del Partido Republicano, quienes tras la implosión de la URRS y de la desaparición del bloque socialista impulsaron el think tank proyecto del nuevo siglo estadounidense articulado a través de la Doctrina Wolfowitz, cuyo objetivo principal se centraba en mantener a EE. UU. como la única superpotencia planetaria ha fallado, pues la globalización y el neoliberalismo han permitido el ascenso de nuevas grandes potencias.
En este contexto, Trump parece recuperar la tradición aislacionista, que hasta la SGM fue casi una religión en EE.UU. ante la falta de enemigos y la priorización del comercio, basándonos en el interés nacional, frente al belicismo el cual creó las condiciones objetivas y materiales que posibilitaron el ascenso del país a la cúspide mundial.
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No obstante, a pesar de que haya signos de declive que reflejan que EE.UU. ya no es la potencia hegemónica que era, el poder estadounidense no va a desaparecer de la noche a la mañana. Aún dispone de la hegemonía del dólar, un poder blando sin igual, las mejores universidades y la existencia de un complejo militar industrial que, de momento, no tiene rival en el planeta.
Un conjunto de factores que, a pesar de no garantizarle la supremacía, o la posición de hegemonía que adquirió durante la década unipolar (1991 a 2001), a lo largo del siglo XXI, EE.UU. juegue un papel relevante, no como potencia hegemónica pero sí como superpotencia.
Sin embargo, Washington debe ser consciente de un crecimiento de contradicciones internas en su economía y su sociedad que agregan un cierto paralelismo con la extinta URSS que llevaron a su implosión. Un hecho que demanda que las nuevas administraciones (ya sean demócratas o republicanas) deban atender, pues, esta es su mayor amenaza. EE.UU. no va a caer como resultado del ascenso de otra superpotencia o potencias, sino que sí cae será debido a factores internos.
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