Irán atraviesa uno de los momentos más críticos desde la Revolución Islámica de 1979. Las presiones internas y los ataques externos han puesto en jaque al régimen de los Ayatolás. En este artículo, Roberto Pozas Lázaro, alumno del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico de LISA Institute analiza si estamos ante el principio del fin de su poder en Oriente Medio.
Irán ha sido una de las principales potencias regionales de Medio Oriente. Desde la Revolución Islámica de 1979, Teherán ha consolidado su influencia en zonas clave a través de una combinación de liderazgo ideológico, capacidad militar y redes de alianzas estratégicas. Sin embargo, los recientes acontecimientos, tanto internos como externos, han puesto en duda la continuidad del régimen.
Internamente, la República Islámica enfrenta una presión social incontestable. La prolongada crisis económica, exacerbada por las sanciones internacionales, ha debilitado las bases económicas del régimen. Además, el descontento social, catalizado por las desigualdades económicas y la represión política, han erosionado la legitimidad de los Ayatolás.
Externamente, los fracasos del llamado «Eje de la Resistencia», liderado por Irán, han incrementado las tensiones en la región. El reciente estallido del conflicto con Israel y Estados Unidos también ha puesto en jaque la continuidad del régimen. Estos ataques que ya no solo se limitan a sus praxis, sino que atentan directamente contra Teherán, reflejando la decadencia del régimen.
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La combinación de estos factores plantea serias preguntas sobre el futuro del establishment persa. Mientras el régimen lucha por mantener su narrativa de resistencia frente a potencias extranjeras, enfrenta desafíos cada vez mayores para su propia subsistencia.
El presente artículo analizará cómo estos elementos van a reconfigurar el futuro de los Ayatolás y la relevancia de la República Islámica en Oriente. También plantea la pregunta: ¿Estamos ante el fin de los Ayatolás?
Factores internos: una nación en crisis y el desgaste de los Ayatolás
Más de cuatro décadas después del triunfo de la Revolución Islámica de 1979 y la instauración de la República Islámica, Irán enfrenta una crisis interna. Esta situación amenaza con desestabilizar el núcleo del régimen. Las sucesivas olas de protestas y el creciente descontento social han evidenciado fracturas profundas en el sistema político. Dicho sistema fue establecido por los Ayatolás, y hoy recrea cierto paralelismo con el abrupto y repentino derrocamiento del Sha.
Un punto de inflexión, por su significado y características, fue la protesta generalizada en todo el país en 2019 por el alza de la gasolina. Este aumento fue consecuencia directa de las sanciones y el embargo estadounidense al Gobierno de Teherán.
Estas manifestaciones, estuvieron caracterizadas por una violencia sistemática y generalizada, que se extendieron por meses. Sus consecuencias dejaron al descubierto una profunda falta de justicia social y marcaron el inicio de un cuestionamiento al régimen del 79.
El segundo momento crucial se desarrolló en 2022, tras el asesinato de Masha Amini a manos de las autoridades. Este hecho catalizó una fractura social evidente, impulsando a los sectores marginados históricamente, jóvenes, mujeres y minorías, a movilizarse en busca de reformas políticas y sociales.
En lo que respecta a la economía iraní, esta atraviesa una situación de extrema presión, resultado de una compleja interacción de factores entre los que destacan las sanciones internacionales, la inflación, el desempleo y la corrupción sistémica.
El punto de partida de esta crisis económica se encuentra en las sanciones internacionales, especialmente el embargo petrolero impuesto por el bloque occidental. Este embargo, aplicado en 2018, tuvo un impacto devastador. El petróleo representaba el 70 % de las exportaciones iraníes y el 60 % de los ingresos directos del Estado. La drástica caída en los ingresos por exportaciones condujo al desplome de la economía. Esto obligó al gobierno a implementar severos recortes en áreas clave, como las subvenciones a la gasolina y las inversiones públicas.
Paralelamente, la moneda nacional se depreció significativamente frente al dólar, lo que encareció las importaciones y afectó gravemente al tejido industrial y empresarial del país. Muchas empresas redujeron o incluso detuvieron por completo sus operaciones, exacerbando la crisis económica.
El segundo factor crítico es la combinación de inflación y desempleo. Para financiarse en medio de la crisis, el gobierno incrementó la emisión de papel moneda, lo que disparó la inflación. A su vez, el cierre de numerosas empresas llevó a un aumento del desempleo, profundizando el malestar social y económico.
A esta situación se sumó el impacto de la pandemia de COVID-19, que asestó un golpe aún más severo. Además de las graves pérdidas humanas, estimadas en alrededor de 145,000 vidas, la crisis sanitaria redujo drásticamente los precios del petróleo y paralizó gran parte de la actividad económica del país. El sector servicios, que emplea a más del 51% de la población activa, sufrió un impacto particularmente negativo en el PIB.
Las clases bajas, dependientes en gran medida de este sector, fueron las más afectadas y enfrentaron un aumento significativo del desempleo. La gestión económica del gobierno empeoró aún más la situación. En 2022, la eliminación de subsidios para productos esenciales impulsó un nuevo repunte de la inflación.
A pesar de este panorama desolador, algunos factores externos podrían ofrecer un leve respiro, como el aumento en los precios del petróleo y las exportaciones de crudo. Sin embargo, la precaria infraestructura iraní limita las posibilidades de recuperación a corto y medio plazo.
Además, la postura hostil de la nueva administración estadounidense, que ha incrementado los aranceles, ha sumido a Irán en una guerra comercial para la que carece de herramientas eficaces, lo que complica aún más cualquier intento de estabilización económica.
La combinación de la crisis social y económica ha sumido a Irán en una profunda crisis política. El trágico fallecimiento del presidente Ebrahim Raisi, junto con la incertidumbre sobre la sucesión del Ayatolá Alí Jamenei, ha intensificado las tensiones entre las facciones reformistas y conservadoras del régimen. Este choque interno se ve agravado por las continuas protestas sociales, que socavan la estabilidad necesaria para alcanzar un consenso entre las fuerzas políticas.
Factores externos: la presión internacional
La capacidad de Irán para proyectar su influencia ha experimentado un notable declive en las últimas décadas. Esto se debe a una combinación de factores que incluyen el colapso del acuerdo nuclear y las sanciones internacionales. También ha influido el debilitamiento del llamado «Eje de la Resistencia» en su enfrentamiento con Estados Unidos e Israel.
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El Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA), firmado por Irán junto a Rusia, China, Reino Unido, Francia, Estados Unidos, Alemania y la Unión Europea, representó una oportunidad histórica para reintegrar al país en la sociedad internacional.
A cambio de que Irán limitara su programa nuclear a fines exclusivamente civiles, el acuerdo contemplaba el levantamiento de sanciones y la supervisión de la OIEA. Entre los compromisos asumidos por Teherán estaba la prohibición de construir instalaciones con capacidad para enriquecer uranio. También debía reducir el nivel de enriquecimiento por debajo del 3,67 %.
Sin embargo, en 2018, Estados Unidos abandonó el acuerdo bajo la administración de Donald Trump. Alegó presuntos incumplimientos por parte de Irán, a pesar de que la OIEA había confirmado el cumplimiento iraní en ese momento.
Paralelamente, el contexto geopolítico árabe también ha complicado la posición de Irán. El reconocimiento progresivo de Israel por parte de países del mundo árabe alcanzó un punto culminante en 2020 con la ratificación de los Acuerdos de Abraham por Marruecos, Bahrein, Sudán y Emiratos Árabes Unidos, bajo la supervisión de la Administración Trump. Este avance diplomático socavó el aislamiento de Israel, debilitando la narrativa iraní frente al enemigo sionista.
Además, la derrota de Bashar al-Asad en la guerra civil siria resultó en un duro golpe para los intereses iraníes. Esto consolidó a Turquía como la principal ganadora del conflicto. Como consecuencia, Irán perdió una base clave para apoyar a sus aliados Hezbolá y Hamás. Estos últimos, debilitados tras la reciente invasión de Israel a Palestina, han visto reducida significativamente la capacidad de apoyo por parte de Teherán.
La situación internación ha allanado el camino a Israel para lanzar la operación «León Ascendente». En esta ofensiva, las fuerzas hebreas atacaron instalaciones nucleares clave en Khondab, Khorramabad y Natanz, así como urbes como Tabriz, Hamedán y Bandar Abbas entre otras, con el objetivo de neutralizar las capacidades iraníes y decapitar su cúpula militar.
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En respuesta, los Ayatolás lanzaron una serie de ataques que lograron violar la «Cúpula de Hierro» israelí, uno de sus tres sistemas de defensa, impactando enciudades como Tel Aviv y Jerusalén. No obstante, el alcance y efectividad de los ataques fueron muy limitado en comparación con la capacidad bélica del Estado Sionista.
Estados Unidos, que en un primer momento se desmarcó del ataque injustificado de Tel Aviv, se uniría a estos en base a su doctrina «la paz mediante la fuerza». El pasado 22 de junio, bombarderos B-2 han atacado las bases y búnkeres nucleares con bombas GBU-57 MOP, añadiendo más presión si cabe al régimen Iraní.
En este escenario, las tensiones internacionales, la paupérrima economía y las ofensivas militares han puesto a Irán en una posición extremadamente vulnerable, cuestionando la sostenibilidad y capacidad del régimen de seguir subsistiendo.
El futuro de los ayatolás
Irán se enfrenta a un panorama complejo, donde los retos parecen superar las capacidades del régimen para afrontarlos. Internamente, la combinación de una crisis económica prolongada, una sociedad cada vez más revuelta y fracturas políticas profundas pone en entredicho la estabilidad del sistema.
Externamente, la presión internacional y los cambios en el equilibrio de poder regional han reducido significativamente el margen de maniobra de Teherán. La reciente intervención militar combinada de Israel y Estados Unidos no solo ha golpeado severamente las capacidades estratégicas de Irán, sino que también ha puesto en tela de juicio su capacidad para desempeñar un papel relevante en Oriente Medio y garantizar la continuidad del régimen islámico del 79.
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A pesar de que los Ayatolás han superado numerosas crisis y conflictos en el pasado, este nuevo escenario de confrontación directa y multidimensional representa un desafío sin precedentes. La narrativa de resistencia, históricamente central en la legitimación del régimen,ahora se enfrenta a una realidad donde Irán está siendo consecutivamente golpeando por la realidad bélica, política y económica.
Las consecuencias de este conflicto están aún por verse. Entre las posibles medidas extremas que Irán podría adoptar para mantener de alguna manera su posición destaca el cierre del Estrecho de Ormuz, un cuello de botella estratégico y crucial por el que transita una parte considerable del comercio internacional de petróleo. Tal corte tendría unas repercusiones económicas internacionales que afectarían a la estabilidad internacional.
En busca de apoyo, Irán ha girado hacia sus aliados como Rusia y China. Ambas potencias han condenado enérgicamente los ataques israelís y la escalada estadounidense. Si bien no parece probable que intervengan directamente, se espera que ofrezcan apoyo logístico, diplomático y económico para contrarrestar el empuje occidental. China, en particular, podría desempeñar un papel mucho más activo al no tener ningún conflicto abierto como si lo tiene Rusia.
En este contexto, Irán se encuentra en una encrucijada histórica, donde las decisiones tomadas en los próximos meses podría definir no solo el futuro del régimen, sino también el equilibrio de poder en Oriente Medio y la estabilidad económica global.
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