Europa está perdiendo la batalla por su soberanía tecnológica en un mundo gobernado por datos, algoritmos y estándares impuestos desde fuera. La falta de industria propia, la dependencia digital y una regulación sin músculo están debilitando su posición estratégica. Mientras las plataformas mandan y los chips escasean, la innovación se escapa. El CEO de Quantum Babylon y alumno certificado del Máster Profesional de Analista de Inteligencia de LISA Institute, Juan Pablo Castillo Cubillo, analiza si Europa sabrá dejar de reaccionar y empezar, por fin, a construir.
En 2022, la Comisión Europea prohibió a sus funcionarios usar TikTok en dispositivos oficiales. No fue solo una medida de ciberseguridad, sino el primer síntoma de una realidad incómoda.
Podemos hablar todo lo que queramos sobre si la aplicación realmente nos espía, al igual que el resto de redes sociales. O si en realidad el problema de fondo es más serio y profundo: un algoritmo en sus entrañas, infinitamente más adictivo que el de otras redes. Porque aquí está el problema que no queremos ver.
➡️ Te puede interesar: Los 10 proyectos de inteligencia artificial que están redefiniendo la ciberseguridad
No olvidemos el último escándalo de la empresa con la «f» azul, que seguía el rastro de todos los usuarios de Android. Incluso si estos ocultaban su actividad mediante VPN o las tres apps preinstaladas de Meta, que se mantienen en ejecución permanentemente. Es obvio que nadie se ha tirado las manos a la cabeza.
Así que el problema va por otro lado. En el mundo real, Europa (cuna de la Revolución Industrial) tiene que hablar del elefante en la habitación que lo está destrozando todo. Ha dejado de ser el faro que iluminaba el desarrollo y la innovación, para sumirse en un colapso acelerado.
Actualmente, el viejo continente depende tecnológicamente de potencias que compiten por dominar el siglo XXI. Estas se sitúan fuera del territorio que, en su día, fue sinónimo de grandes imperios. Ya hace un lustro se dio a conocer, mediante un informe de la consultoría Oliver Wyman sobre la soberanía digital europea, que el 92% de sus datos se almacenaban en servidores estadounidenses.
Esta dependencia es una situación que puede complicarse aún más en un mundo donde los algoritmos moldean elecciones, los satélites guían misiles y los datos son el nuevo petróleo. Todo esto convierte a la tecnología en un auténtico campo de batalla geopolítico.
Este concepto va más allá de la autosuficiencia. Se trata de dominar las capas críticas que sostienen el poder tecnológico del presente siglo. Por eso, es necesario cambiar la perspectiva para poder evolucionar en este escenario. No basta con fabricar dispositivos (que ni eso hacemos realmente, pues dependemos de TSMC, a las órdenes de Estados Unidos, y de la eficiente industria china que materializa los diseños que luego montamos aquí).
También hay que pensar en controlar las infraestructuras físicas, desde centros de datos hasta imprimación de chips. Además, es clave dominar las capas lógicas que gobiernan lo intangible, como sistemas operativos o protocolos de comunicación. Lo mismo ocurre con los estándares globales que definen el futuro: desde el 5G (y el 6G) hasta los protocolos de smart contracts o los marcos éticos de la IA. Y es que, renunciando a estas tres patas del banco —la física, la digital y la normativa—, cualquier avance será efímero y la soberanía tecnológica, un espejismo.
➡️ Te puede interesar: ¿Cómo la inteligencia artificial está transformando la Defensa y la seguridad global
Antes de continuar, es importante hacer un pequeño apunte, antes de que las malas lenguas hagan su habitual ruido desbocado. Controlar infraestructuras, protocolos y marcos éticos no consiste en redactar infinitas normativas, reglamentos o en crear comités eternos pagados con el dinero de todos. Estos solo empeoran la situación dictando directrices que hacen cada vez más difícil competir con otras potencias. La situación de la IA en Europa ya clama al cielo. Parece que nos hubiéramos decidido, a toda costa, a ser los últimos de la fila pase lo que pase.
Viéndolo con retrospectiva, se puede decir que Europa subestimó su capacidad hegemónica en lo que al desarrollo tecnológico se refiere. La nueva geopolítica no se juega en fronteras físicas, sino en líneas de código.
A nivel europeo, nuestros dirigentes, durante décadas, pareciese que tuviesen miedo de tomar medidas reales para competir en el campo tecnológico sin molestar a nuestros aliados. El sangrante caso de la industria del automóvil subvencionando las pérdidas del motor de explosión frente al desarrollo del coche eléctrico en otras naciones avanzadas es sonrojante.
A Tesla, incluso con las recientes salidas del tiesto de Musk, ningún fabricante europeo puede hacerle sombra. Mientras tanto, China comienza a plantearse baterías de estado sólido con autonomía de 1.500 km. Aquí, todavía no sabemos cómo conseguir 500 km de forma fiable. Todo eso es información. Y esa información, en Europa, ni está ni se la espera.
Cuando ASML sea superada por una empresa china o estadounidense, seremos un cero a la izquierda en la innovación tecnológica. Nadie parece consciente. Todos lo saben, pero nadie analiza las consecuencias de lo cerca que estamos de la irrelevancia. Y eso que no han faltado red flags que nos advertían.
Mientras EE.UU. consolidaba su soft power (término acuñado por Joseph Nye) con Google y Facebook, China levantaba una Gran Muralla Digital con Huawei y WeChat. Entretanto, la Unión Europea confió en regulaciones como el GDPR (LOPD en España), pero no invirtió en alternativas propias. El resultado, aunque esperado, no fue menos desolador: un continente hiperconectado pero tecnológicamente colonizado.
En la práctica, regalamos nuestros datos al resto del planeta. Y nosotros no podemos hacer nada con ellos. Solo lo hacen cuatro grandes corporaciones, destruyendo la libre competencia y minando leyes clave del capitalismo saludable.
Sin embargo, los nuevos acontecimientos ocurridos en 2025 traen una oportunidad de oro para Europa. La nueva «guerra arancelaria» propugnada desde la Casa Blanca o la escalada entre Washington y Pekín han convertido a Europa en un «tercer polo» deseado por ambos. Su mercado único, su veteranía en industrias clave (verde, salud, manufactura) y su tradición de cooperación multilateral son ventajas únicas.
➡️ Te puede interesar: La resiliencia digital en defensa y su impulso por la Unión Europea
Y es que proyectos como GAIA-X, Galileo, la constelación IRIS² o el mismo Bizum europeo muestran que, por primera vez, hay voluntad estratégica. Ahora solo falta saber qué desea Europa «ser de mayor».
Por lo tanto, la pregunta ya no es «¿Por qué hacerlo?», sino «¿Cómo escalar de la soberanía declarativa a la operativa?». Porque en la era de la inteligencia artificial y la computación cuántica, quien no controle su tecnología será controlado por la de otros.
Consecuencias de la falta de una industria fuerte de I+D+i en la soberanía tecnológica de Europa
Desgraciadamente, no todos los países son capaces, incluso teniendo los medios, de consolidar una industria sólida en I+D+i. Esto trae como resultado un ínfimo desarrollo tecnológico. Y, en consecuencia, una menor soberanía y un posicionamiento geopolítico más débil. Esta carencia repercute directamente en la capacidad de un Estado para responder a desafíos globales.
En términos prácticos, suele traducirse en dependencia de tecnología extranjera, limitaciones en la negociación política y brechas digitales que frenan el desarrollo interno. Por ello, urge implementar políticas que promuevan acciones reales en investigación, desarrollo e innovación. No sólo para fortalecer la competitividad del país, sino también para preservar la soberanía tecnológica en un entorno internacional altamente interconectado.
Dependencia de tecnología extranjera
La falta de capacidad para producir tecnología propia o autóctona, desde redes de comunicación hasta software crítico o patentes, deja al Estado a merced de intereses ajenos. Ejemplo de esto fue lo ocurrido en 2021, cuando la escasez de microchips procedentes de Taiwán puso en jaque a la industria del automóvil. Esto demuestra que, al depender de proveedores externos, las naciones pueden vivir situaciones gravosas y adaptarse a los deseos de terceros.
➡️ Te puede interesar: ¿Qué es la guerra de los chips y cómo está evolucionando?
Esta dinámica afecta no sólo la competitividad industrial, sino también la capacidad de un país para salvaguardar su soberanía. Un entorno tecnológico condicionado por presiones extranjeras complica definir políticas autónomas de desarrollo, defensa e innovación. Podría decirse que Europa no sólo compra tecnología, sino que hipoteca su autonomía.
El desenlace más lógico es la limitación de la capacidad para negociar políticamente en favor de los intereses nacionales. La ausencia de una industria local que desarrolle tecnologías clave condiciona la autonomía de territorios como el viejo continente. Esto genera una precariedad tecnológica que debilita tanto la posición de fuerza de un Estado como su capacidad para preservar la soberanía.
También afecta la posibilidad de definir políticas públicas ajustadas a sus intereses en cualquier momento. Prueba de ello fue la reunión entre Donald Trump y Volodímir Zelenski en la Basílica de San Pedro, antes del funeral del Papa Francisco I. Al parecer, se trató la cesión a Estados Unidos de tierras ucranianas ricas en minerales raros.
La falta de un tejido sólido de innovación afecta directamente al desarrollo interno de un país. Sin industrias propias que generen y apliquen soluciones tecnológicas, se amplía la brecha digital. Esto impacta especialmente en la educación y la formación del capital humano, así como en la competitividad de empresas grandes, medianas o pequeñas. Al no contar con herramientas de vanguardia, muchas ven limitada su entrada a mercados digitales, perpetuando desigualdades socioeconómicas. Además, la falta de empleos en sectores de alta innovación incrementa la asimetría y ralentiza el crecimiento del PIB.
En este contexto, consolidar un ecosistema de I+D+i se vuelve esencial. Solo así se puede dinamizar el tejido productivo, mejorar la calidad de vida y garantizar un desarrollo equilibrado. Es la única vía para reducir las disparidades tecnológicas dentro del país.
Sectores estratégicos, vulnerabilidad y su impacto en la soberanía tecnológica de Europa
La soberanía tecnológica de Europa se juega en sectores críticos como los semiconductores y las energías limpias. En ellos, la capacidad de innovación define no solo competitividad, sino también independencia geopolítica. Los chips, verdaderos cerebros de la industria 4.0, son la columna vertebral de sistemas de defensa, redes de telecomunicaciones y cadenas automotrices.
El consumo masivo, unido a su escasez o al control por parte de pocos actores, incide directamente en la estabilidad y la política global. Su producción, concentrada en un oligopolio tecnológico (la mayoría en Asia) convierte esta industria en un punto de fractura. Cada interrupción de suministro revela la vulnerabilidad de economías enteras ante crisis externas.
La tensión comercial entre potencias como Estados Unidos y China, junto a los esfuerzos de Europa por consolidar una capacidad autónoma, evidencian una necesidad urgente. Europa debe garantizar una fabricación doméstica de chips. Este enfoque busca contrarrestar medidas coercitivas, como embargos tecnológicos, que comprometerían la seguridad económica y estratégica de los países. La independencia digital no es una opción. Es el cerrojo contra nuevas formas de colonialismo tecnológico.
En el mismo plano estratégico, la Inteligencia Artificial (IA) y el Big Data tienen un papel cada vez más determinante en la geopolítica. En este terreno, la innovación tecnológica opera como un catalizador de poder. Las grandes empresas que lideran la investigación en IA y procesamiento masivo de datos ejercen un control transversal sobre múltiples industrias. Lo hacen gracias a su capacidad para extraer, analizar y monetizar información a escala global.
➡️ Te puede interesar: Europa ante la guerra de Ucrania: retos y oportunidades para la defensa europea
Esta dependencia implica un riesgo existencial cuando un Estado delega en actores externos el control de infraestructuras críticas de datos. Desde centros de almacenamiento hasta redes de transmisión, se compromete la soberanía digital en ámbitos sensibles como la seguridad nacional, los sistemas sanitarios o los mercados financieros. La externalización de estas capacidades abre la puerta a interferencias estratégicas y presiones coercitivas. También subordina a entidades públicas y privadas a marcos regulatorios extraterritoriales, erosionando su autonomía en la toma de decisiones.
Cada cloud region externa es, en esencia, un caballo de Troya listo para ser activado. No se trata solo de una subcontratación. Es una abdicación progresiva de soberanía, donde las decisiones críticas quedan sujetas a códigos opacos controlados por potencias rivales.
Geopolíticas de las plataformas tecnológicas
Continuando con lo expresado en el apartado anterior, puede ejemplificarse con la irrupción de las grandes corporaciones tecnológicas, también conocidas como Big Tech. Estas han generado un escenario en el que unas pocas plataformas ejercen un poder sin precedentes sobre la infraestructura digital. Y, por ende, sobre la información que recibimos y las opiniones que nos formamos.
A través del dominio de servicios esenciales (como la computación en la nube, las redes sociales y los sistemas de comunicación instantánea) estos conglomerados ejercen una influencia estructural. Afectan tanto la circulación de información como la arquitectura de la gobernanza global.
Esta concentración de recursos y capacidades genera tensiones crecientes con los Estados. Muchos gobiernos, ante esta situación, se ven obligados a negociar marcos regulatorios. O incluso a ceder ciertos principios a cambio de mantener acceso a servicios digitales básicos. Las tensiones se materializan en disputas emblemáticas, desde la protección de datos hasta la fiscalidad de operaciones transfronterizas.
Todo ello demuestra cómo estas entidades han acumulado un poder de negociación que rivaliza con el de naciones medianas. Especialmente en ámbitos como la fijación de estándares técnicos o la imposición de condiciones comerciales.
Hasta ahora, este enfrentamiento se ha saldado en favor de las grandes corporaciones. Estas conservan libertad práctica para seguir accediendo a nuestra información. Mientras tanto, el sector tecnológico europeo se ve aún más limitado por normativas, códigos y regulaciones que obstaculizan su capacidad competitiva.
➡️ Te puede interesar: Masterclass | Innovación y tecnología al servicio de la Defensa
La estandarización es el campo de batalla invisible donde se decide quién gobernará la infraestructura digital del mañana. Quien redacta los protocolos técnicos (como el 5G, los IoT o el cifrado postcuántico) no solo vende productos. También impone las reglas del juego.
Mientras la Unión Europea intenta restablecer el equilibrio con iniciativas como el Digital Standards Alliance o los mandatos de interoperabilidad del Digital Markets Act, aún no da el paso clave: crear una industria tecnológica capaz de imponer arquitecturas propias. Esa falta de acción la condena a seguir siendo rehén de estándares ajenos.
Estrategias para el fortalecimiento de I + D+ i
La dinámica tecnológica global ha puesto de relieve la necesidad de contar con sistemas sólidos de investigación y desarrollo (I+D). Solo así se puede sostener la competitividad económica y la soberanía tecnológica de los países. En un entorno donde la innovación es decisiva para enfrentar retos en industria, energía o defensa, fomentar la I+D+i con enfoque estratégico es crucial. Esto permite reducir la dependencia de suministros y patentes extranjeras.
Al mismo tiempo, la colaboración entre el sector público y privado resulta clave. También lo es el fortalecimiento de ecosistemas de innovación. Ambos factores son determinantes para dinamizar la creación de valor y posicionar al país como un actor relevante en la economía global.
Iniciativas para el fomento de la I+D+i y la soberanía tecnológica en Europa
La apuesta por la inversión público-privada en investigación emerge como un pilar esencial para impulsar la competitividad tecnológica y la creación de valor añadido en cualquier nación. Por un lado, el Estado desempeña un papel motor en el fomento de la innovación a través de subvenciones, créditos blandos o incentivos fiscales, al tiempo que promueve la cooperación entre instituciones públicas y universidades.
Por otro lado, la articulación de alianzas con el sector empresarial resulta determinante para traducir el conocimiento científico en productos y servicios de alto impacto. De esta manera, se potencia el crecimiento de un ecosistema de investigación y desarrollo capaz de generar soluciones innovadoras, al mismo tiempo que se estimula la formación de talento especializado y se refuerza la competitividad a nivel global.
➡️ Te puede interesar: El mapa de la Unión Europea
La creación de ecosistemas de innovación es vital para la consecución de una independencia tecnológica. La vertebración de clústeres tecnológicos, parques científicos y alianzas entre centros de investigación, empresas y gobiernos regionales resulta clave para afianzar y dinamizar la I+D+i a escala local y nacional. A través de estos ecosistemas, las organizaciones pueden compartir infraestructura, recursos y conocimientos, lo que facilita la transferencia de tecnología y estimula la especialización en áreas estratégicas.
Asimismo, el enfoque colaborativo contribuye a la retención de talento científico y tecnológico, pues ofrece entornos de trabajo estimulantes y oportunidades de crecimiento profesional. En última instancia, dichos ecosistemas apuntalan la competitividad de los sectores productivos y promueven un desarrollo económico sostenible, reforzando de paso la capacidad de las regiones para insertarse con éxito en la economía global.
En paralelo a la creación de ecosistemas de innovación, resulta esencial impulsar la educación en Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas (STEM) desde edades tempranas. Este enfoque promueve la formación de futuras generaciones capaces de liderar proyectos de innovación y de adaptarse a un entorno productivo global cada vez más tecnificado.
Para ello, se requieren programas que incluyan no solo la actualización de currículos escolares y la capacitación continua de docentes, sino también esquemas de becas y convenios de intercambio internacional. De igual modo, resulta prioritario el desarrollo de planes de retención de talento que ofrezcan a los jóvenes científicos e ingenieros oportunidades de crecimiento profesional en el ámbito local, reduciendo así la fuga de cerebros y reforzando el tejido innovador del país.
Para culminar el proceso de fortalecimiento de la I+D+i, resulta imprescindible asegurar que las cadenas de suministro y fabricación cuenten con componentes críticos producidos dentro del propio país. Esto implica no solo la existencia de patentes locales y el ensamblaje de equipos de alta tecnología, sino también la consolidación de redes de proveedores que permitan una mayor autonomía industrial.
En este sentido, una política de compras públicas que priorice la adquisición de bienes y servicios tecnológicos de origen nacional puede actuar como palanca para estimular la demanda interna y el crecimiento de los sectores productivos. A medio y largo plazo, la articulación de estos esfuerzos refuerza la soberanía tecnológica y potencia el desarrollo de un tejido empresarial capaz de competir a escala internacional.
Desafíos pendientes
Las iniciativas europeas mencionadas al principio del artículo trazan un mapa de ruta audaz, pero su ejecución tropieza con obstáculos estructurales que revelan las contradicciones intrínsecas del proyecto comunitario. La brecha financiera es el primer frente ya que Europa intenta suplir esta desventaja con alianzas público-privadas, pero el modelo choca con la realidad de un mercado de capitales fragmentado, donde los fondos soberanos alemanes o franceses compiten entre sí en vez de converger.
La dividisión interna, otro lastre histórico, resurge en forma de guerras subsidiarias entre Estados miembros. Esta dinámica no solo diluye el poder negociador europeo, sino que amenaza con replicar en lo digital los errores de la deslocalización industrial: polos tecnológicos ricos (Alemania, Países Bajos) frente a periferias proveedoras de mano de obra barata como puedan ser algunos Estados del este del continente.
Pero quizás el desafío más insidioso sea la dependencia formativa. Ya que la inmensa mayoría de los ingenieros europeos de IA se forman en universidades estadounidenses, donde son absorbidos por el ecosistema de Silicon Valley antes de pisar el mercado laboral comunitario. Proyectos como el European Innovation Council intentan frenar esta fuga, pero sin una reforma educativa que priorice disciplinas en Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas apoyado en un enfoque estratégico, y sin salarios competitivos, Europa seguirá alimentando la cantera de sus competidores.
➡️ Te puede interesar: ¿Qué es PESCO y por qué es importante para la soberanía europea?
Estos retos no invalidan los avances, pero exigen una honestidad brutal. La soberanía digital no se compra con legislación, sino con una combinación de músculo industrial, cohesión política y visión a largo plazo. Las herramientas existen; ahora falta la voluntad de usarlas como bloque, no como veintisiete piezas sueltas.
El próximo capítulo dirá si superan sus fantasmas o repite, en clave tecnológica, los errores de un pasado que la condenó a ser potencia regulatoria en un mundo gobernado por estándares ajenos.
Conclusión
Europa se encuentra ante un desafío trasciende lo tecnológico. Se trata de una lucha por la autonomía existencial en un mundo donde los flujos de datos son más estratégicos que los oleoductos, y los algoritmos de recomendación moldean ideologías con más eficacia que cualquier tratado de posguerra.
Cuando un hospital alemán depende de IA estadounidense para diagnósticos médicos, la soberanía digital se convierte en un espejismo. Cada delegación tecnológica es una cesión de potestad decisoria, una rendición fragmentaria que acumula riesgos sistémicos.
➡️ Te puede interesar: ¿Debe la Unión Europea crear su propio Ejército? El debate en torno a la Estrategia Industrial de Defensa en Europa
Aquí yace el dilema fundacional: ¿Puede Europa trascender su naturaleza reactiva para convertirse en arquitecta de su futuro digital? La respuesta exige superar tres tentaciones:
- El complejo de Mesías regulatorio: Creer que bastan leyes ejemplares para compensar la ausencia de gigantes tecnológicos.
- La ilusión del atajo: Confiar que alianzas con un bloque garantizarán autonomía a largo plazo.
- La miopía fragmentaria: Permitir que los intereses nacionales (Alemania priorizando automoción, Francia enfocada en nuclear o digital) diluyan una estrategia común.
El camino hacia la independencia tecnológica europea se parece menos a una autopista alemana que a la construcción de una catedral gótica: un proyecto generacional que requiere paciencia estratégica, recursos sostenidos y, sobre todo, una visión compartida. Al final, la pregunta no es si se logrará, sino qué tipo de soberanía construirá.
Una versión autárquica y temerosa, o una que, como en los tiempos de Erasmo y Voltaire, convierta la diversidad en vector de innovación. O Europa escribe las reglas de la revolución digital, o será su letra pequeña.
➡️ Si quieres adquirir conocimientos sobre Geopolítica o Ciberseguridad y análisis internacional, te recomendamos los siguientes cursos formativos: