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¿Debe la Unión Europea crear su propio Ejército? El debate en torno a la Estrategia Industrial de Defensa en Europa

Análisis

Roberto Mansilla Blanco
Roberto Mansilla Blanco
Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Con experiencia profesional en medios de comunicación en Venezuela y Galicia. Entre 2003 y 2020 fue analista e investigador del Instituto Galego de Análise e Documentación Internacional, IGADI (www.igadi.org). Actualmente colaborador en think tanks (esglobal) y medios digitales en España y América Latina. Redactor Jefe en medio Foro A Peneira-Novas do Eixo Atlántico (Editorial Novas do Eixo Atlántico, S.L) Actualmente cursa el Máster de Analista de Inteligencia en LISA Institute.

Bruselas aspira a alcanzar la autonomía estratégica a nivel militar, utilizando la «amenaza rusa» como principal argumento en un contexto de volatilidad e incertidumbre global. Durante 2024, han sido frecuentes las declaraciones de líderes europeos argumentando la necesidad de que la Unión Europea (UE) logre dotarse de un sistema defensivo propio que le permita obtener autonomía militar estratégica para acometer los desafíos globales de un mundo cada vez más volátil e inseguro. En este artículo, Roberto Mansilla Blanco, alumno del Máster Profesional de Analista de Inteligencia de LISA Institute, explora los desafíos y oportunidades para la Estrategia Industrial europea de la Defensa.

Estas expectativas defensivas europeas buscan, al mismo tiempo, reducir su dependencia de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), organismo que cumplió 75 años de existencia este mes de abril. Un aniversario que coincide con una histórica ampliación en la que Suecia y Finlandia abandonaron su tradicional neutralidad para convertirse en nuevos socios de una alianza que alcanza ahora los 32 miembros.

Esta ampliación de la OTAN, que pone fin a décadas de contención estratégica, y las expectativas defensivas europeas recrean la posibilidad de un retorno a la política de bloques tan presente durante la Guerra Fría. (1947-1991); ya no determinada por factores ideológicos sino más bien geopolíticos. 

Las voces del «militarismo europeísta»

Los líderes más prolíficos en invocar una nueva Estrategia Europea de Defensa han sido el presidente francés, Emmanuel Macron, con declaraciones tan persuasivas como «la guerra nos toca» o «Putin nos amenaza con el arma nuclear». También está la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula Von der Leyen, quien declaró que «la guerra no es inminente pero tampoco improbable» y «Europa debe estar lista ante la amenaza rusa». Por su parte, Josep Borrell, comisario europeo para Política Exterior y de Seguridad, reforzó estos planteamientos al considerar que «es inevitable una guerra en Europa en los próximos años».

A ellos les siguieron el primer ministro polaco, Donald Tusk, al explicar que estamos ante el «fin de la era de calma» en Europa, advirtiendo sobre una nueva etapa de «preguerra». Un tono similar utilizó la primera ministra de Estonia, Kaja Kallas (en la lista de búsqueda y captura para el Kremlin) quien no dudó en utilizar las referencias históricas al argumentar que «estamos como en 1937», etapa previa a la II Guerra Mundial y aseguró que «la duda es cuándo comenzará la próxima guerra»

Estas declaraciones por parte de altos cargos de Polonia y Estonia no deben pasarse por alto. Ambos son países miembros de la OTAN y de la UE con un pasado de dominación soviética y sentimientos antirrusos. En el caso estonio existe una importante comunidad de etnia rusa que ocupa aproximadamente el 25% de la población de ese país báltico y que, según algunas fuentes, ha sufrido discriminación lingüística desde la disolución de la URSS en 1991. Según fuentes de inteligencia estonias, el Kremlin intenta ejercer influencia política en ese país.

Pero también se han pronunciado voces internas en la UE en sentido contrario, enfocando en los riesgos de esta deriva militarista. Es el caso del primer ministro húngaro, Viktor Orbán, de conocidas críticas hacia Bruselas y simpatías por Rusia. En declaraciones reproducidas en la agencia estatal rusa TASS, Orban consideró que Europa «está jugando con fuego» asegurando que el lobby militarista «domina hoy la política» en Bruselas. 

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Las reacciones tampoco tardaron desde Moscú. El presidente, Vladímir Putin respondió inmediatamente sobre las «trágicas consecuencias» de una eventual implicación directa de Europa y de la OTAN en Ucrania. El jefe del servicio de inteligencia exterior, Serguéi Naryshkin, indicó que Francia estaba preparando enviar un contingente militar a Ucrania. Esta permanente tensión entre Rusia y Occidente retrotrae los tiempos de la «guerra de espías». Alemania anunció la detención de una «nueva generación de espías rusos». En Estados Unidos., el FBI también advirtió de la masiva concentración de agentes rusos en ese país.

La Estrategia Industrial Europea de Defensa 

Este contexto de riesgos y amenazas para Europa ha llevado a la adopción, en marzo de 2023, de la Estrategia Industrial Europea de Defensa como nuevo documento marco que garantice las prioridades defensivas europeas. 

El presente análisis se concentrará en dos aspectos principales:

1. Definir las bases de la Estrategia Industrial Europea de Defensa. Se prestará atención la nueva ecuación militar dentro de la UE, su capacidad para dotarse de una autonomía estratégica defensiva, la posibilidad de desarrollar un complejo militar-industrial independiente y determinar cómo serán a partir de ahora sus relaciones con la OTAN.

2. Los desafíos geopolíticos de la Estrategia Industrial Europea de Defensa, observando no solo las amenazas anteriormente citadas (Rusia) sino también el nuevo escenario que se abre con la reciente apertura de un nuevo proceso de ampliación de la UE hacia países como Ucrania, Moldavia y Georgia, entre otros.

¿Qué es la Estrategia Industrial Europea de Defensa?

En 2003, el Consejo de la Unión Europea adoptó el primer marco conceptual para elaborar la Estrategia de Defensa Europea. Mientras afirmaba que la UE era un «espacio de estabilidad», el documento identificaba como amenazas la proliferación de armas de destrucción masiva; el terrorismo y la delincuencia organizada; la ciberseguridad; la seguridad energética; y el cambio climático.

Dos décadas después, el panorama geopolítico y de seguridad en Europa ha cambiado radicalmente. La invasión de Ucrania reforzó el papel de la OTAN, cuya Cumbre de Madrid (29-30 de junio de 2022) identificó por primera vez a Rusia y China como las principales amenazas para la seguridad occidental. 

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Esta realidad ha motivado a que Bruselas acelere los mecanismos de adopción de una nueva estrategia defensiva. En marzo de 2024, la Comisión Europea aprobó la Estrategia Industrial Europea de Defensa (European Defence Industrial Strategy, EDIS) cuyas prioridades son:

  • Una mayor inversión para reforzar la base industrial y tecnológica de la defensa europea.
  • Mejorar la capacidad de respuesta ante cualquier circunstancia y horizonte temporal.
  • Integrar la cultura de preparación para la defensa en todas las políticas europeas.
  • Fomentar la cooperación con los socios estratégicos y afines de la UE.

Vistas estas prioridades, resulta evidente que la UE trabaja conscientemente en construir un complejo militar-industrial propio capacitado para actuar con eficiencia, así como procrear una cultura de la defensa con influencia en la clase política, las instituciones y la opinión pública europeas. Esta autonomía estratégica en defensa implicaría al mismo tiempo intentar reducir la dependencia tecnológica exterior. En la actualidad, el 78% de las adquisiciones europeas en materia de defensa proceden de fuera de la Unión Europea,  un 60% proveniente de Estados Unidos.

La estrategia pretende alcanzar hasta 2030 la adquisición de, al menos, el 40% de los equipos de defensa de forma colaborativa y la garantía de que el valor del comercio de defensa represente al menos el 35% del valor del mercado de defensa de la UE. Otras prioridades son destinar al menos el 50% del presupuesto comunitario en contratación pública en materia de defensa hasta 2030 y el 60% de aquí a 2035. El Programa Europeo para la Industria de la Defensa movilizará un presupuesto de 1.500 millones de euros entre 2025 y 2027. 

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Tras ser presentada por la Comisión, esta Estrategia deberá ser aprobada por el Parlamento Europeo y después por el Consejo Europeo. Aquí aparece un hecho importante: las elecciones al Parlamento Europeo previstas para el 6 y 9 de junio y las nuevas autoridades dentro de las instituciones europeas que saldrán de estos comicios. En estos comicios parlamentarios se estima el posible avance de partidos euroescépticos críticos con el actual modelo europeísta, algunos de ellos incluso calificados de “prorrusos”. La preocupación en Bruselas se acrecienta ante la consolidación en el seno de la UE de líderes díscolos como el ya mencionado Orbán y el eslovaco Robert Fico, ambos con fluidas relaciones con Rusia y China.

Una nueva UE con bases en la defensa

Este contexto pareciera anunciar la posibilidad de concreción de una «nueva Unión Europea» que priorice ahora la seguridad con expectativas proteccionistas y una fuerza de acción rápida para repeler las amenazas. Este escenario modificaría significativamente los cimientos estructurales que dieron origen a la UE como un espacio pacifista, de estabilidad y apertura de fronteras. 

En el foco está la amenaza que supone una potencia nuclear como Rusia, más aún tras la reciente nueva reelección presidencial de Putin hasta 2030 y las posibilidades de que Moscú adopte una nueva estrategia de defensa. También se identifica como amenaza el ascenso emergente de China como potencia económica, geopolítica y militar. No se descartan tampoco el terrorismo, principalmente de carácter yihadista; la ciberseguridad y la proliferación de mecanismos de desinformación y proxy wars y «guerras híbridas», en estos últimos casos apuntando igualmente a Rusia y China como principales instigadores.

Estas realidades han determinado la repentina adopción en Bruselas de un discurso cada vez más militarista y de expectativas de guerra ante «amenazas inminentes» a su seguridad, como es el caso ruso. Esto ha permitido atender también algunos aspectos clave como:

  • El planteamiento de retornar al servicio militar obligatorio, actualmente vigente en nueve países de la UE: Austria, Estonia, Dinamarca, Finlandia, Grecia, Chipre, Suecia, Letonia y Lituania, además de otros no miembros como Noruega, Suiza, Moldavia y Ucrania. Esto podría implicar la posibilidad de reclutamientos forzosos en caso de agravamiento de las crisis de seguridad.  

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  • El aumento de la ayuda militar a Ucrania, incluso acelerando sus expectativas de ingreso a la UE y a la OTAN a mediano plazo. 
  • El reforzamiento de las fronteras nacionales y el proteccionismo.
  • La posibilidad de que Donald Trump gane las elecciones presidenciales estadounidenses de noviembre próximo, particularmente por su visión crítica hacia los compromisos defensivos atlantistas vía OTAN, así como la ayuda militar a Ucrania. Tras ganar las primarias del Partido Republicano, Trump atizó el clima de preocupación transatlántica al denunciar a los miembros de la OTAN que no gasten lo suficiente en defensa, animando a Moscú a «invadirlos». 

El nuevo mapa militar europeo

Existen otros aspectos relevantes para el funcionamiento de la EDIS. Destaca el fomento del gasto militar en una UE cuya cultura política ha sido tradicionalmente reacia a aumentar los presupuestos en defensa, defendiendo más bien el carácter de «soft power» de una Europa observada desde el exterior como una referencia pacifista, de estabilidad, integración y resolución de conflictos. 

Visto en perspectiva, la EDIS podría suponer un catalizador de motor económico que implique una nueva concepción de la integridad continental con énfasis en la seguridad. Este escenario abarcaría una reconversión de las prioridades de empleo a favor del  complejo militar-industrial, enfocando en el acceso al nuevo mercado laboral de una población profesionalmente capacitada e intentando con ello atajar la precariedad laboral y el desempleo. De acuerdo a la Eurostat, la Oficina de Estadística de la UE, las cifras de desempleo en Europa para el primer trimestre de 2024 registraron un mínimo histórico del 6,4%.  

No obstante, aumentar el gasto militar y propiciar una reconversión industrial en torno a la seguridad implica esfuerzos financieros considerables en una Europa estancada en cuanto al crecimiento económico. A mediados de abril, el Fondo Monetario Internacional (FMI) reflejó sus inquietudes sobre el crecimiento económico europeo. Mientras el FMI confirmaba que Rusia crecerá un 2,6% este 2024, la Eurozona apenas lo hará en un 0,8 %. Varios expertos de la Comisión Europea advierten sobre la necesidad de recuperación del modelo económico y social europeo vigente desde la posguerra a favor de una nueva política industrial estratégica más competitiva, donde la seguridad y las nuevas tecnologías tendrían la baza predominante.

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En cuanto al gasto público militar en defensa, Europa apuesta al alza. Si en 2014 (año de la anexión rusa de Crimea) los miembros europeos de la OTAN gastaron en defensa 235.000 millones de dólares estaodunidenses, correspondiendo a un 1,4% del PIB europeo, esta cifra para 2023 ascendió a 347.000 millones de dólares estadounidenses, equivalente a un 1,85% del PIB. Se espera que en 2025 los países europeos alcancen el tope de 2% del PIB para gasto en defensa establecido en la Cumbre de la OTAN de Madrid. No se debe pasar por alto que este contexto podría reforzar el modelo de «privatización de la guerra» vía empresas contratistas beneficiadas del gasto público. 

Este nuevo escenario refleja igualmente una posible reconfiguración del poder militar europeo. Destacan aquí nuevas realidades como el denominado «Triángulo de Weimar», conformado por Alemania, Francia y Polonia. Esta especie de troika parece erigirse ahora como el nuevo poder militar y político dispuesto a relanzar la UE.

Destaca aquí el caso francés, una de las principales potencias nucleares. La súbita retórica militarista del presidente Macron podría intuir la necesidad de reconstruir el complejo militar-industrial francés con la finalidad de recuperar su peso como potencia militar y alcanzar un mayor grado de autonomía frente a la OTAN.

La reciente pérdida de influencia de París en su espacio geopolítico del Sahel y el África francófona (Malí, República Centroafricana, Burkina Faso) ante la penetración de actores exógenos (Rusia, China) es un factor que bien podría persuadir a Macron a erigirse como el principal impulsor de la EDIS, ampliando sus expectativas de ayuda militar a Ucrania incluso manejando la posibilidad de envío de efectivos militares. Según el último informe del SIPRI, Francia acaba de suplantar a Rusia como el segundo mayor exportador de armas a nivel mundial, quedando solo por detrás de EE. UU. 

Otro actor importante dentro de la UE en esta nueva ecuación militar es Polonia, también miembro de la OTAN. Rusia ha acusado a Varsovia de hacer lobby en Washington para desplegar armas nucleares en territorio polaco. Por su parte, la OTAN comienza a observar a Polonia como su nuevo socio estratégico ante la «inminente amenaza rusa» y como garantía para ejercer un esquema de contención y de seguridad entre el Mar Báltico y el Negro. 

La base militar de la Alianza Atlántica en la población polaca de Rzeszow, muy próxima a la frontera con Ucrania, es un ejemplo de esta potencialidad estratégica polaca. Varsovia planea incrementar su gasto militar al 4% de su PIB, doblando el tope pautado por la OTAN, toda vez su territorio se ha convertido en un importante centro de adiestramiento para combatientes ucranianos. Polonia va a poner en marcha cursos de adiestramiento militar y de supervivencia para civiles y construirá una nueva red de refugios.

La EDIS y la OTAN: ¿hacia un nuevo trato?

Queda por definir cómo será el encaje de cooperación entre una EDIS que cuenta en su seno como países europeos miembros de la OTAN y las prioridades de la Alianza Atlántica, definidas tras la Cumbre de Madrid de 2022.

La fuentes desde Bruselas aseguran que los esfuerzos de defensa de la EDIS son complementarios y no sustitutivos de las capacidades de la OTAN. No obstante, es conocida la fractura interna entre los denominados «europeístas» que aspiran a fortalecer una política más proteccionista y netamente europea; y los «atlantistas» que miran a Washington como su protector. Estos últimos son los que ven con mayor preocupación la posibilidad de retorno de Trump a la Casa Blanca y sus políticas aislacionistas con respecto a los compromisos con la OTAN.

Solo la ayuda a Ucrania ha reducido momentáneamente esas tensiones internas. En una reciente reunión de ministros de Exteriores en Bruselas se comenzó a perfilar públicamente la creación de un fondo común dotado de unos US$ 100.000 millones de apoyos a Kiev para los próximos cinco años. Los compromisos siguen, por tanto, intactos: la OTAN realizó en marzo unos ejercicios militares estratégicos en Noruega, Suecia y Finlandia, muy cerca del círculo polar ártico, provocando la irritación de Moscú.

Pero la incertidumbre sobre la capacidad operativa de la EDIS, la dependencia europea de la OTAN y la escasa experiencia combativa de los ejércitos europeos siguen generando interrogantes e incrementando las tensiones entre los lobbies militaristas. Más allá de Trump, tampoco está claro si Washington aceptará, incluso a regañadientes, la posibilidad de una Europa con autonomía estratégica en defensa.

Los desafíos geopolíticos de la EDIS

La EDIS deberá también atender una serie de retos geopolíticos que podrán a prueba su capacidad y consistencia. Destacan así:

  • Una Rusia militar y políticamente más fortalecida y expansiva, reproduciendo el «modelo Crimea y Dombás» aplicado en Ucrania poniendo el foco ahora en «proteger» otros territorios con población étnica ruso parlante (Transnistria; repúblicas bálticas) y miembros de la UE y de la OTAN (Polonia) que amenacen los intereses rusos. Este escenario podría recrear la posibilidad de un enfrentamiento directo, convencional e incluso nuclear, entre Rusia y la OTAN. Por el contrario, al lado, este enfrentamiento entre Rusia y Occidente podría derivar en intenciones políticas para procrear una Rusia post-Putin, tal y como pretenden Washington y Bruselas. El apoyo a exiliados políticos rusos en Europa como plataforma opositora a Putin podría definir una nueva fase de este enfrentamiento.
  • Una China emergente, cuya alianza con Rusia a través del eje euroasiático insertaría al eje atlantista entre Estados Unidos, Europa y la OTAN hacia una confrontación de bloques y de ampliación de esferas de influencia (pacto AUKUS) en escenarios de elevada tensión global (Taiwán, Indo-Pacífico, sureste asiático). Ese eje euroasiático se ve geopolíticamente complementado con otros aliados como Turquía, Irán, Corea del Norte e incluso India, y una implicación cada vez mayor en otros contextos geográficos (África, América Latina y sureste asiático), pero también está el plano diplomático. China y Turquía también se erigen como interlocutores relevantes para abrir canales de diálogo en Ucrania y Gaza, una posición que contrarresta con el perfil belicista mostrado por EE. UU. y Europa.

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  • La apertura (diciembre de 2023) de un nuevo marco de ampliación de la UE hacia Ucrania, Moldavia, Georgia y los Balcanes (Serbia, Montenegro, Bosnia-Herzegovina, Albania, Macedonia del Norte) Esto implicaría para Bruselas inmiscuirse aún más en zonas conflictivas en Europa Oriental (Ucrania, Moldavia) y otras geográficamente más alejadas como el Cáucaso (Georgia, Armenia). Ello profundizaría la tensión con Rusia y posiblemente con miembros de la OTAN y eternos aspirantes al ingreso a la UE como es el caso de Turquía, que cuentan con intereses geopolíticos y esferas de influencia en esas zonas. Esto podría arrastrar a Europa a escenarios incómodos que afecten sus intereses de defensa y atender proxy wars y otras formas de guerras híbridas.
  • El Magreb y el Sahel. Destacan aquí los riesgos de seguridad ante conflictos (Libia, Malí, República Centroafricana), pulsos energéticos (Argelia), actores emergentes (Marruecos) con intereses a veces contrapuestos a los europeos; y la proliferación de rutas de inmigración ilegal.
  • Oriente Próximo, actualmente sacudido por la guerra en Gaza, la materialización de una escalada conflictiva entre Israel e Irán y el problema de los refugiados.
  • El terrorismo yihadista, que siempre observó a Europa como un espacio geopolítico de islamización radical y de centro de operaciones para el reclutamiento de «lobos grises» orientados a cometer atentados. Las alarmas en Bruselas se reactivaron tras el reciente atentado terrorista yihadista en Moscú.
  • La ciberseguridad y la desinformación, ámbitos que refuerzan la percepción europea  de la amenaza rusa y china, incluso vía intromisión política y electoral.

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