A lo largo de la historia, la guerra justa ha servido como argumento para justificar conflictos y expansiones territoriales. En la actualidad, esta retórica se ha adaptado a nuevos contextos geopolíticos y tecnológicos. En este análisis, Artiom Vnebraci Popa examina la justificación bélica, sus modalidades, herramientas y técnicas en el contexto antiguo y moderno, con ejemplos actuales y estrategias de defensa ante su uso.
Hoy en día, la guerra justa se utiliza para legitimar intervenciones militares, como en la Guerra Fría y la Guerra contra el Terrorismo. Sin embargo, esta retórica suele ocultar intereses económicos y políticos.
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Vladímir Putin ha adaptado este discurso para justificar intervenciones en Ucrania y, potencialmente, en Moldavia. Presenta a Rusia como defensora de minorías oprimidas y protectora frente a amenazas externas. Ante estas narrativas, los Estados y organizaciones deben fortalecer sus capacidades defensivas y crear alianzas estratégicas. También es clave promover la transparencia informativa y los valores de paz. Además, deben desarrollar servicios de inteligencia efectivos y aprovechar las tecnologías emergentes para construir una defensa robusta y resiliente.
La guerra justa en la antigüedad: orígenes y fundamentos
El concepto de guerra justa tiene sus raíces en los reinos del Próximo Oriente Antiguo. En esa época, la expansión territorial y la consolidación del poder se justificaban mediante una narrativa ideológica. Esta vinculaba la acción bélica con la ordenación del cosmos.
En este contexto, la guerra no era solo un acto de conquista material. Se consideraba una misión sagrada destinada a someter lo caótico (lo periférico y limítrofe) a lo ordenado (lo central y civilizado). Esta dialéctica entre el territorio interno, cósmicamente ordenado, y el territorio externo, caótico y pre-cósmico, fue el núcleo ideológico de la guerra justa en la antigüedad.
El mundo externo, al no haberse beneficiado de este proceso ordenatorio, era percibido como caótico y perverso. La ampliación del territorio interno no solo consolidaba el poder del monarca, sino que también lo consagraba como un héroe que contribuía al ordenamiento del caos. El rechazo de los motivos del monarca era interpretado como un rechazo a su imagen y, por ende, a su forma de ordenar el mundo.
Según el marco hitita, el advenimiento del caos provocaba demencia mental. Esto reforzaba la idea de que solo los territorios no ordenados (periféricos y externos) podían oponerse al monarca.
Estos núcleos, que emergían del caos, carecían de legitimidad, ya que actuaban por voluntad propia, no «como ejecutores de la voluntad divina.» El objetivo final era la realización del imperio universal, donde las fronteras de lo interno coincidieran con los últimos puntos geográficos de lo externo. La acción bélica asumía un nivel de santificación, cumpliendo la misión de someter lo caótico a lo ordenado. Esta narrativa se consolidó en la propaganda militar como la retórica de la guerra justa.
Lo justo se traducía en la necesidad de someter lo externo. La guerra, entonces, se santificaba como un acto necesario para restaurar el orden cósmico y proteger la civilización.
A partir de las investigaciones del historiador italiano Mario Liverani, experto en relaciones internacionales en el Antiguo Oriente, se pueden identificar cinco argumentos que justificaban la guerra justa en el Próximo Oriente Antiguo:
- Respuesta a un supuesto cerco de fuerzas caóticas que amenazaban el orden interno. Este argumento se basaba en la creación de un discurso victimista y conspiranoico. En él, el monarca se presentaba como víctima de una conspiración de enemigos externos.
- Respuesta a una ocupación real o imaginada por parte de un enemigo extranjero. Por ejemplo, las instituciones faraónicas obligaban a los países ocupados a presentar un juramento de lealtad. Esto generaba resistencias y rebeliones, que luego eran reprimidas en nombre del orden cósmico. Se trataba de una forma de profecía autocumplida. La élite egipcia sabía de antemano que sus ocupaciones provocarían rebeliones. Estas, a su vez, debían ser sofocadas en nombre del ordenamiento y la seguridad.
- La heroicidad del rey-defensor, que destacaba la figura del monarca como protector de las fronteras del país interno. La exageración de las hazañas del rey en las batallas servía para legitimar su derecho a gobernar.
- Acto necesario para erradicar las divinidades enemigas, que eran percibidas como abandonadas por los dioses debido a su carácter injusto y perverso. Este argumento se apoyaba en rituales y consultas a oráculos que confirmaban el favor divino hacia el monarca.
- Respuesta a transgresiones jurídicas, como la violación de fronteras o la protección a fugitivos. En casos de simetría entre los contendientes, la guerra se convertía en una ordalía. En este contexto, los dioses decidían el resultado en función de la justicia de cada bando.
Esta narrativa no solo justificaba la expansión territorial, sino que también servía para consolidar el poder del monarca y legitimar su autoridad. Este proceso de «criminalización de la otredad», donde los territorios externos eran presentados como amenazas al orden cósmico, sentó las bases de la retórica de la guerra justa contemporánea.
La guerra justa en la contemporaneidad: aplicaciones y modalidades
En el mundo moderno, la guerra justa se ha convertido en una herramienta discursiva para legitimar intervenciones militares y políticas expansionistas.
Este mecanismo moviliza a la opinión pública y consolida el poder estatal. Además, genera un pretexto para las incursiones en territorios ajenos, aunque los objetivos reales sean económicos, políticos o estratégicos, más que morales.
Durante la Guerra Fría, Estados Unidos se presentó como defensor del Free World contra el comunismo soviético. Utilizando la retórica de la guerra justa, justificó su intervención en conflictos como la guerra de Corea (1950-1953) y la guerra de Vietnam (1955-1975). Esta lucha no era solo una cuestión de seguridad nacional, «sino una batalla por la supervivencia de la civilización occidental». Sin embargo, detrás de tal pretexto se ocultaban intereses económicos, como el acceso a recursos estratégicos en el sudeste asiático. Otro ejemplo contemporáneo es la Guerra contra el Terrorismo, iniciada tras los ataques del 11 de septiembre de 2001.
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La retórica de la guerra justa se utilizó para justificar las invasiones de Afganistán en 2001 e Irak en 2003, presentándolas como respuestas necesarias frente al terrorismo yihadista. El presidente George W. Bush declaró: «La guerra contra el terrorismo no terminaría hasta que cada grupo terrorista global fuese derrotado».
No obstante, esta narrativa ocultaba intereses políticos y económicos relacionados con rutas estratégicas y la implantación de esferas de poder estadounidenses en Oriente Próximo. La invasión de Irak, en particular, se basó en la falsa afirmación de que el régimen de Sadam Huseín poseía armas de destrucción masiva.
En la actualidad, la guerra justa se ha adaptado a nuevas realidades geopolíticas y tecnológicas. Se han desarrollado técnicas que justifican intervenciones militares de manera mucho más efectiva. Entre estas técnicas se incluyen la propaganda, la manipulación mediática y el uso de tecnologías de la información. Estas herramientas permiten llegar a un público global y generar apoyo popular para las acciones bélicas.
El lingüista Noam Chomsky destaca que la manipulación mediática es una herramienta poderosa para justificar cualquier tipo de intervención (económica, cultural y/o militar). Según él, esto se logra «simplificando la realidad y presentando al enemigo como una amenaza existencial». Además, el uso de la inteligencia artificial y las redes sociales para difundir mensajes que justifican intervenciones militares plantea serias problemáticas éticas.
Durante la invasión de Ucrania por Rusia en 2022, el Kremlin utilizó redes sociales y bots desinformativos para justificar la intervención. Presentó la guerra como una acción necesaria para proteger a la población rusófona.
Los algoritmos de inteligencia artificial amplificaron estas narrativas, lo que ayudó a generar apoyo popular para la invasión. Además, se manipularon imágenes, se difundieron fake news y se exageraron tanto crímenes reales como inventados del gobierno ucraniano. Esto se hizo a través de testimonios manipulados, en una estrategia que recuerda a los rituales y consultas a oráculos en la antigüedad, donde la legitimidad de la guerra se basaba en una aparente aprobación divina.
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En este caso, la combinación de múltiples estrategias desinformativas promovidas por el Kremlin, junto con su impacto en la comunidad internacional, permitió al gobierno ruso justificar parcialmente su invasión en el este de Ucrania.
La guerra justa de Putin
La retórica de la guerra justa ha sido adaptada por Vladímir Putin para justificar intervenciones militares en Ucrania y, potencialmente, en Moldavia. Utilizando los cinco argumentos propuestos por Mario Liverani, Putin ha construido narrativas que buscan legitimar sus acciones ante la comunidad internacional. Al mismo tiempo, estas estrategias le permiten movilizar el apoyo interno.
En primer lugar, Putin afirmó que la invasión a Ucrania en 2022 era necesaria para proteger a la población rusófona en las regiones del Dombás. Los describió como víctimas de un supuesto genocidio por parte del gobierno ucraniano. Esta narrativa se alinea con el primer argumento de la guerra justa: la ordenación del cosmos desde un discurso victimista, presentando a Rusia como defensora de una minoría oprimida.
En segundo lugar, Putin criminalizó a Ucrania, asegurando que estaba controlada por fuerzas neonazis que amenazaban la seguridad de Rusia. Con esto, deshumanizó al enemigo y lo presentó como una amenaza existencial.
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En tercer lugar, argumentó que la expansión de la OTAN hacia el este representaba una amenaza directa para la seguridad de Rusia. De este modo, justificó la intervención como una medida preventiva ante un peligro inminente. Además, el presidente ruso se ha presentado como un héroe defensor de la patria. Ha reforzado su figura como líder panruso, garantizando la estabilidad y la justicia frente al caos externo.
Putin también ha recurrido a argumentos históricos sesgados. Ha afirmado que Ucrania y, potencialmente, ciertos territorios de Moldavia, forman parte del mundo ruso. Según su discurso, su separación es una injusticia que debe ser corregida. Así, se basa en la idea de restaurar un orden histórico y cultural que, según él, ha sido alterado. Por último, Putin promueve la ideología del Russkiy Mir como una herramienta para justificar la guerra y unificar a los rusos bajo una identidad común.
En un futuro, Putin podría utilizar la retórica de la guerra justa para justificar una intervención en Moldavia, particularmente en la región de jurisdicción especial de Transnistria. Los pretextos y modalidades podrían incluir la protección de la minoría rusófona, con el argumento de que el gobierno moldavo oprime a esa población.
Si Moldavia avanza en su acercamiento a la OTAN o la Unión Europea, el presidente ruso podría presentar esto como una amenaza a la seguridad nacional de Rusia, justificando la intervención como una medida preventiva para evitar la expansión de una alianza hostil. Además, Rusia podría fomentar tensiones internas en Moldavia, apoyando a grupos separatistas o generando conflictos étnicos, para luego presentar la intervención como una respuesta necesaria para restaurar la estabilidad y proteger a la población civil.
Conclusión: ¿qué se puede hacer?
En el contexto actual, donde las amenazas son cada vez más complejas y multifacéticas, es crucial que los Estados, las organizaciones y las empresas adopten una serie de estrategias integrales para fortalecer su defensa y reputación. En el ámbito militar, el fortalecimiento de las capacidades defensivas y la creación de alianzas estratégicas son esenciales para contrarrestar cualquier agresión. Esto incluye la inversión en tecnología avanzada, el entrenamiento riguroso de las fuerzas armadas y la participación en ejercicios conjuntos con aliados.
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Paralelamente, la transparencia informativa y la promoción de valores como la paz y el diálogo son fundamentales para mantener una reputación sólida y contrarrestar la retórica belicista. La creación de una contra narrativa efectiva, respaldada por tribunales internacionales como la Corte Penal Internacional, puede deslegitimar las acciones del agresor y generar presión internacional.
Además, es imperativo desarrollar servicios de inteligencia efectivos y flexibles, capaces de anticiparse y responder a las amenazas emergentes. Estos servicios deben trabajar en estrecha colaboración con equipos especializados en amenazas híbridas, que combinan tácticas convencionales y no convencionales, para garantizar una respuesta rápida y coordinada.
La participación activa de la sociedad civil y el uso de tecnologías emergentes, como la ciberseguridad y la inteligencia artificial, también son componentes clave para construir una defensa robusta y resiliente. En conjunto, estas estrategias no solo fortalecen la capacidad de defensa, sino que también promueven una cultura de paz, justicia y verificación, esenciales para la estabilidad y el progreso global.
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