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Trump, Rusia y China: ¿está Washington buscando quebrar la alianza sino-rusa con el pacto en Ucrania?

Análisis

Roberto Mansilla Blanco
Roberto Mansilla Blanco
Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Con experiencia profesional en medios de comunicación en Venezuela y Galicia. Entre 2003 y 2020 fue analista e investigador del Instituto Galego de Análise e Documentación Internacional, IGADI (www.igadi.org). Actualmente colaborador en think tanks (esglobal) y medios digitales en España y América Latina. Redactor Jefe en medio Foro A Peneira-Novas do Eixo Atlántico (Editorial Novas do Eixo Atlántico, S.L) Actualmente cursa el Máster de Analista de Inteligencia en LISA Institute.

Mientras impulsa negociaciones con Putin para alcanzar la paz en Ucrania, Donald Trump adopta un esquema agresivo de aranceles contra China. En este análisis, el alumni del Máster Profesional de Analista de Inteligencia de LISA Institute, Roberto Mansilla Blanco explica esta estrategia, cuyo objetivo es restablecer una perspectiva geopolítica ya concebida durante su primer mandato en la Casa Blanca: dar curso al «deshielo» con Rusia para intentar quebrar la asociación estratégica sino-rusa.

La «línea directa» entre Donald Trump y Vladímir Putin, centrada en una posible negociación de paz en Ucrania, también dirige la atención hacia otro actor clave: China, el principal aliado geopolítico de Rusia.

Desde hace más de dos décadas, Beijing y Moscú han consolidado una asociación estratégica integral al más alto nivel. Con la guerra en Ucrania, esta relación ha evolucionado hasta convertirse en una alianza de intereses conjuntos en distintos escenarios globales. De este modo, el presidente chino Xi Jinping se ha convertido en el principal aliado de Putin a la hora de sortear las sanciones occidentales. 

El contexto actual de deshielo ruso-estadounidense implica observar con atención en qué medida este escenario puede ejercer influencia en esa asociación estratégica sino-rusa.

El pasado 1.º de marzo, Xi Jinping se reunió en Beijing con el secretario del Consejo de Seguridad de Rusia, Serguéi Shoigú. En un comunicado conjunto, reafirmaron su relación como «vecinos amistosos y verdaderos amigos» y fortalecieron la asociación estratégica como un «compromiso a largo plazo». Además, ampliaron la cooperación en ámbitos económicos, comerciales, de inversiones, culturales, educativos y deportivos.

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Beijing también mostró su apoyo al diálogo entre Putin y Trump por Ucrania. Asimismo, el presidente chino aceptó la invitación de Putin para asistir a Moscú el próximo 9 de mayo y conmemorar el 80.º aniversario de lo que en Rusia se denomina la «Gran Victoria Patriótica» contra el fascismo en la Segunda Guerra Mundial.

El análisis del momento actual en las relaciones entre EE. UU., Rusia y China, con el foco en una posible negociación sobre Ucrania, plantea dos cuestiones principales:

  • Definir en qué consiste la asociación estratégica entre Rusia y China y en qué medida supone un desafío a la hegemonía estadounidense
  • Contextualizar la reorientación de las prioridades geopolíticas de Trump, Putin y Xi ante un posible escenario de posguerra en Ucrania, en un contexto de crecientes tensiones geopolíticas y geoeconómicas entre EE. UU. y China.

Rusia y China: una asociación estratégica que desafía la hegemonía estadounidense

En su libro China and Russia: Four Centuries of Conflict and Concord (2023), Philip Snow argumentó que, a pesar de sus altibajos, la relación entre ambos países ha sido «largamente productiva» y con expectativas de «duración a largo plazo». Su condición de grandes potencias euroasiáticas les ha otorgado una relevancia global.

En octubre de 2024 se cumplió el 75.º aniversario del establecimiento de relaciones bilaterales entre China y Rusia, iniciadas en 1949 entre la República Popular China (RPCh) y la entonces URSS. Este vínculo surgió en un contexto marcado por la Guerra Fría, la confluencia de intereses ideológicos en la construcción del socialismo y el proceso de descolonización de posguerra.

Desde entonces, la relación bilateral ha transitado por diversas etapas, incluso con una breve confrontación militar en 1969 por disputas fronterizas. En 1990, poco antes de la disolución de la URSS, Moscú y Beijing resolvieron estas diferencias fronterizas.

Un año después, la RPCh reconoció oficialmente a la Federación de Rusia, otorgándole legitimidad como principal heredera e interlocutora de la extinta URSS. En un sistema de «posguerra fría» marcado por la caída del Muro de Berlín (1989) y la posterior desintegración soviética, China y Rusia avanzaron en la configuración de una asociación estratégica integral, basada principalmente en la denominada «Coexistencia Pacífica», resumida en estos principios:

  • La regularización de los encuentros y cumbres de Alto Nivel.
  • Cooperación y coordinación de carácter bilateral.
  • Un esquema mutuo de consultas sobre los asuntos internacionales.
  • Fomento de los intercambios no gubernamentales.

Desideologizada la relación bilateral desde 1991, bajo los mandatos en Beijing y Moscú de Deng Xiaoping, Borís Yeltsin, Jiang Zemin, Vladímir Putin, Hu Jintao, Dmitri Medvédev, de nuevo Putin y Xi Jinping, esta fue consolidándose progresivamente en un eje geopolítico euroasiático sino-ruso. Su capacidad efectiva en términos políticos, institucionales, militares, económicos, tecnológicos, comunicativos y culturales le ha permitido desafiar la hegemonía occidental y fomentar las bases de un sistema multipolar.

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Desde 2012, cuando Xi Jinping llegó al poder, él y Putin se han reunido en más de 40 ocasiones en diversas cumbres bilaterales y multilaterales. Esto los convierte en los líderes chino y ruso que más veces se han encontrado. Este aspecto revela tanto la sintonía personal entre ambos líderes como la geopolítica entre ambos países. 

Fue precisamente en las semanas previas a la invasión militar rusa de Ucrania cuando esta asociación elevó sus niveles de alianza geopolítica. El 5 de febrero de 2022, en Beijing, se celebró la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno. Con motivo de este evento, Putin fue uno de los pocos jefes de Estado que asistió personalmente.

Allí, Putin y Xi sellaron un nuevo acuerdo de asociación «sin límites» que incluía una cláusula de defensa mutua en caso de agresión por parte de Occidente y la OTAN. Además, el pacto contemplaba nuevos instrumentos geopolíticos y militares, como el AUKUS, dentro de sus respectivas esferas de influencia, mencionando a Ucrania y Taiwán. Desde entonces, China y Rusia han aumentado sus ejercicios militares conjuntos desde el Mar Báltico hasta el Mar de Japón

Este nivel de asociación ha demostrado su complementariedad económica, aunque con ciertos desequilibrios. La economía rusa depende en mayor medida de China, ya que el 26% de su comercio total es con su vecino asiático. En contraste, Rusia solo representa el 3% del comercio exterior chino.

Forzado por la invasión de Ucrania y la virulenta reacción occidental, Putin tuvo que emprender un proceso de «asianización» geopolítica y geoeconómica con China. Al mismo tiempo, este giro incluyó un proceso preventivo de «desoccidentalización», motivado por las crecientes tensiones con EE. UU. y la Unión Europea.

No obstante, aunque ha mostrado mayor condescendencia con los intereses de su aliado ruso, China ha mantenido su neutralidad en la guerra ruso-ucraniana. No ha menoscabado la importancia del diálogo y la negociación como herramientas de resolución del conflicto. Beijing ha sido muy cauto al evitar un respaldo explícito a la invasión militar rusa, así como a la anexión, vía referéndums populares, de las repúblicas de Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia a la Federación Rusa.

Durante una visita a Moscú en marzo de 2023, Xi Jinping reafirmó su compromiso de impulsar la «asociación estratégica integral de coordinación China-Rusia en la nueva era». Este compromiso tenía en cuenta los cambios en el equilibrio de poder internacional. También resaltaba la responsabilidad mutua de ambos países en «promover la gobernanza global en una dirección que se corresponda con las expectativas de la comunidad internacional».

En la capital rusa, Xi se despidió de Putin con una declaración que, por su significado histórico, confirmó la convergencia de intereses entre ambos líderes. «Se están acelerando cambios tremendos en todo el mundo, como no se habían visto en un siglo», afirmó. En Occidente, esta declaración fue interpretada como un desafío.

Por su parte, Putin respaldó las propuestas chinas enmarcadas en la Iniciativa de Seguridad Global, la Iniciativa de Desarrollo Global y la Iniciativa de Civilización Global. Ambos mandatarios firmaron dos declaraciones conjuntas. La primera sobre la Profundización de la Asociación de Coordinación Estratégica Integral en la Nueva Era. La segunda sobre el Plan de Desarrollo Pre-2030 en Prioridades de Cooperación Económica China-Rusia.

En mayo de 2024, Xi y Putin reforzaron aún más esta asociación estratégica durante una cumbre en Moscú. En esa ocasión, manifestaron su preocupación por los intentos de Washington de «desestabilizar el equilibrio estratégico».

Visto en perspectiva, y en medio de la guerra en Ucrania, Beijing y Moscú mantuvieron su compromiso de ampliar la cooperación diplomática e institucional. Esta asociación también se refleja en otros ámbitos, como las votaciones conjuntas en el Consejo de Seguridad de la ONU. Además, se manifiesta en la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) y los BRICS.

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En la reciente cumbre de Kazán (Rusia), celebrada en octubre pasado, se aprobó una nueva ampliación de los BRICS. Otros esquemas de intereses mutuos, más centrados en Asia Central, giran en torno a la Iniciativa china de la Franja y la Ruta y la rusa de la Unión Económica Euroasiática.

Xi Jinping busca mantener firme la relación estratégica con Rusia, un proveedor clave de materias primas para China. La seguridad energética es un aspecto fundamental de esta relación. Sin embargo, las sanciones estadounidenses contra cargueros petroleros rusos y la política arancelaria de Trump han generado distorsiones en el comercio energético entre ambos países.

En 2022, China se convirtió en el principal consumidor de petróleo ruso. Para 2023, los suministros rusos hacia China aumentaron un 40 % respecto al año anterior. Sin embargo, el panorama en 2025 es distinto. China e India han comenzado a diversificar sus fuentes de energía, buscando nuevos socios en Oriente Medio, África y América Latina.

Beijing intenta manejar con destreza las presiones occidentales contra Rusia derivadas de la guerra en Ucrania. Su principal objetivo es evitar que estas sanciones provoquen una eventual desestabilización interna en Rusia.

Alejar a Occidente de las áreas de influencia sino-rusas en el espacio euroasiático constituye un elemento de conjunción de intereses para Xi y Putin. Pero la realpolitik puede dictar otros derroteros que impliquen eventualmente alterar los compromisos estratégicos establecidos entre Moscú y Beijing. 

Reorientaciones geopolíticas desde el Atlántico hasta Asia-Pacífico

El «deshielo» de Trump con Putin, aunque impredecible por las dinámicas del conflicto ucraniano y la geopolítica global, refleja un reacomodo de intereses. Este ajuste involucra a EE. UU., Rusia y China, considerando también la actitud controvertida del mandatario estadounidense.

Rusia y Trump: ¿un nuevo intento de acercamiento a Occidente?

Consolidada la asociación estratégica integral con Beijing, Moscú buscará vía Trump una ventana de apertura con Occidente cerrada desde la invasión a Ucrania. No obstante, la declaración europea de rearmarse y mantener el apoyo militar a Ucrania, recientemente suspendida por Trump, abre varias incógnitas. Estas pondrán a prueba los resortes de este incipiente «deshielo» entre la Casa Blanca y el Kremlin.

Estas interrogantes se ciernen principalmente sobre los intereses rusos en esta nueva etapa de relaciones con EE. UU. y cómo manejará esos equilibrios con China. No existen expectativas certeras que reflejen la posibilidad de un quiebre abrupto o un leve distanciamiento dentro del eje sino-ruso. En perspectiva, Rusia agradece a China el apoyo brindado en estos tres años de guerra en Ucrania. 

No obstante, Putin y las élites rusas aspiran a iniciar una etapa de pragmatismo con Occidente. Su objetivo es restaurar con normalidad las relaciones diplomáticas y económicas.

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Si bien la «desoccidentalización» y «asianización» de Putin fortalecieron la cooperación económica con China, India, Turquía, Irán, Corea del Norte, Arabia Saudita, Qatar y Emiratos Árabes Unidos, esta estrategia también permitió a Moscú sortear con fluidez las sanciones occidentales. A pesar de ello, las élites y la sociedad rusa siguen viendo a Occidente como un destino más atractivo en términos económicos, turísticos y de ocio. Asimismo, Moscú ansía el retorno de las inversiones y la relación comercial con Occidente, aunque bajo nuevas condiciones. Estas buscan beneficiar a los productores rusos, según lo ha anunciado el Kremlin.

Desde la invasión a Ucrania, una nueva élite de poder se ha instaurado en Rusia. Se trata de una oligarquía política y económica que espera ser respetada y aceptada por sus contrapartes en el exterior. Esto también implica un proceso de «nuevo contrato social» entre el Kremlin y la sociedad rusa, basado principalmente en imperativos de seguridad nacional.

El trato de Trump con Putin para avanzar hacia la paz en Ucrania refuerza aún más la legitimidad del mandatario ruso ante sus ciudadanos. Además, neutraliza cualquier tentativa de disidencia sobre las operaciones militares en Ucrania.

Por otro lado, en su objetivo de restituir el estatus de Rusia como potencia mundial, Putin calcula estratégicamente este «deshielo» con Trump. Su intención es posicionarse como un interlocutor capaz de moderar la creciente tensión geopolítica y geoeconómica entre EE. UU. y China.

China

Por otro lado, China tiene otras preocupaciones y expectativas. Beijing observa con inquietud la posibilidad de que el actual «deshielo» ruso-estadounidense le permita a Trump dirigir con mayor fuerza sus intereses contra China. Esta situación podría darse si Putin obtiene garantías para alcanzar una nueva arquitectura de seguridad con Occidente. Beijing calcula que, si Rusia y EE. UU. logran solucionar sus diferencias más allá de la guerra en Ucrania, la administración Trump podría concentrarse en su principal rival estratégico: China.

Hasta ahora, Xi aspiraba a convertirse en el interlocutor capaz de abrir un canal de diálogo entre Putin y Occidente. Su objetivo era sentar al presidente ruso en una mesa de negociaciones por Ucrania. Sin embargo, el actual contexto de fricciones entre Trump y el presidente ucraniano Volodímir Zelenski, sumado al «deshielo» con Putin, ha colocado a China en una posición incierta. No hay garantías reales de que Washington acepte a Beijing como un actor clave en las futuras negociaciones de paz para Ucrania.

Es por ello que China ha acelerado una vía de cooperación con Europa. Su objetivo es ejercer un equilibrio de mayor consenso global que modere la apuesta unilateral de Trump y Putin para decidir el futuro de Ucrania. Beijing siempre ha defendido el diálogo como mecanismo de solución de controversias y la participación de todos los actores en la negociación. 

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Washington siempre vio con recelo la posibilidad de que China se convirtiera en un actor clave para la pacificación en Ucrania. Su capacidad de interlocución tanto con Putin como con Zelenski le daría un papel protagónico, restando influencia a EE. UU.

Por su parte, Beijing ansía la finalización del conflicto como un bálsamo que le permita neutralizar el esfuerzo bélico de su aliado ruso. Al mismo tiempo, busca reforzar su cooperación con Moscú y convertirlo en un interlocutor válido para equilibrar la actual confrontación geopolítica y geoeconómica impulsada por EE. UU.

Si este escenario se concreta, Beijing necesitará al menos el apoyo irrestricto de Rusia, que hasta ahora se ha beneficiado de la neutralidad china en el conflicto ucraniano. En ese contexto, China podría exigir un quid pro quo, un factor de reciprocidad de alto nivel geopolítico que pondrá a prueba la alianza sino-rusa.

Atento a lo que suceda con el pacto Trump-Putin para Ucrania, las tensiones con Taiwán y los nuevos equilibrios de seguridad en Asia-Pacífico, China anunció un aumento del 7,2 % en su presupuesto militar para 2025. Esta medida está claramente enfocada en la disuasión contra EE. UU. y confirma el avance del proceso de modernización de sus Fuerzas Armadas.

El interés geoeconómico también es clave para China. Si Rusia normaliza su relación con EE. UU. y las sanciones son suspendidas, su economía podría reorientarse hacia los mercados occidentales. Esto reduciría su dependencia de China, especialmente en exportaciones energéticas y de materias primas.

Un dato refleja esta posibilidad. En 2024, el comercio entre Rusia y China alcanzó los 245.000 millones de dólares, un récord. Sin embargo, esta cifra sigue por debajo de los 270.000 millones de dólares que Rusia tenía con la Unión Europea en 2021, antes de la invasión a Ucrania.

Estados Unidos

Finalmente, EE. UU. está más enfocado en calcular hasta dónde llegará la apuesta de «deshielo» de Trump con Putin. Al mismo tiempo, acelera medidas punitivas en materia arancelaria contra China.

Durante su primer discurso sobre el Estado de la Nación tras retornar a la Casa Blanca, realizado ante el Congreso el pasado 4 de marzo, Trump dedicó una parte importante de su atención en defender su política proteccionista y su apuesta por los aranceles como herramienta de presión económica. Ese mismo día, el mandatario estadounidense había aplicado tarifas de importación del 25% a Canadá y México y un 10% adicional para China. Por el contrario, Washington también presiona nuevos acuerdos comerciales en el Canal de Panamá con la finalidad de alejar a China de esta esfera de influencia.

El enfrentamiento directo entre Trump y Zelenski en el Despacho Oval el pasado 28 de febrero y la abrupta decisión de Washington de suspender la ayuda militar y de inteligencia a Ucrania (vital en su esfuerzo bélico contra Rusia) no fue exactamente bien recibida por la sociedad estadounidense. De acuerdo con un sondeo de The Wall Street Journal, un 69% de los encuestados aseguró que Rusia es el culpable de la guerra y solo un 9% acusó a Ucrania de ser la responsable. Un 83% de los encuestados tiene una mala imagen de Putin. Por otro lado, la discusión entre Trump y Zelenski generó una caída del 13% en la popularidad del mandatario estadounidense.

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Tras suspender la ayuda militar y de inteligencia a Ucrania, Trump, probablemente persuadido ante el anuncio europeo de rearme como mecanismo de autonomía estratégica en materia defensiva y su firmeza a la hora de mantener el apoyo militar a Ucrania, incluso con el envío de ayuda militar (Francia), también ha buscado presionar a Putin anunciando la posibilidad de aumentar la escala de sanciones contra Rusia si esta no atiende su propuesta de paz en Ucrania. 

Pero no es solo Ucrania. Entra aquí un inesperado actor: Irán. Los mensajes enviados por Washington hacia Teherán para negociar su programa nuclear suponen un brete por parte de Trump con la finalidad de interferir en el reciente acuerdo suscrito entre Rusia e Irán vigente para los próximos 20 años.

Washington está considerando a Moscú como mediador en las negociaciones sobre la renovación del «acuerdo nuclear con Irán». El secretario de prensa de Putin, Dmitri Peskov, confirmó que durante las conversaciones en Riad se abordó el tema de Irán, especialmente en cuanto a forzarle a renunciar a su programa nuclear militar a cambio del levantamiento de las sanciones. 

Por otro lado, la «entente» Trump-Putin tiene otro escenario geopolítico de interés para EE. UU., Rusia y China: el Ártico. De manera confidencial, Washington y Moscú estarían discutiendo la extracción conjunta de recursos naturales en el Ártico, incluyendo el desarrollo de rutas comerciales. Una fuente de la Casa Blanca indicó que Washington ve la cooperación en el Ártico como una forma de debilitar los lazos entre Rusia y China, que desde hace tiempo vienen impulsando acuerdos de cooperación conjunta, incluso militar, en esa zona. 

Asimismo, Trump está cortejando a India y Japón como nuevos ejes geopolíticos de influencia para contrarrestar el poder chino. No obstante, India y Rusia tienen a China como un socio estratégico (más importante en el caso ruso, sin menoscabar las diferencias geopolíticas y limítrofes sino-indias) vía BRICS y otros foros multipolares orientados a disminuir la hegemonía occidental y “atlantista”.

Es perceptible el clima de escepticismo ante la posibilidad de que Washington pueda romper la relación entre Rusia y China, dado el avanzado nivel de asociación estratégica integral entre ambos países y su voluntad de construir un sistema multipolar contrario a los intereses hegemónicos de EE. UU. En este terreno de expectativas imprevisibles manifestadas por el «deshielo» con Putin, Trump juega sus cartas con la intención de propiciar un eventual clima de desconfianza mutua entre Moscú y Beijing, aunque con escaso nivel de asertividad.

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