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Competir con China, cooperar con China: la paradoja de la industria europea

Análisis

Sandra Arévalo Domingo
Sandra Arévalo Domingo
Asesora política en el Parlamento Europeo y graduada en Relaciones Internacionales y Periodismo por la Universidad Rey Juan Carlos. En 2019, cofundó la asociación europeísta Equipo Europa. Habla español, inglés y francés con fluidez, y tiene conocimientos de chino mandarín.

La relación entre la Unión Europea y China se mueve entre la cooperación y la rivalidad en un delicado equilibrio estratégico. Mientras Bruselas busca fortalecer su autonomía industrial, también depende de Pekín para avanzar en la transición energética. ¿Puede la UE encontrar un punto medio que le permita competir sin comprometer su desarrollo?

Europa enfrenta hoy una paradoja cada vez más evidente y profunda en su relación con China: cooperar en ámbitos clave con quien, al mismo tiempo, constituye su competidor industrial más feroz. ¿Cómo puede la Unión Europea gestionar una relación donde el aliado circunstancial es también su mayor rival estratégico? ¿Es posible mantener el equilibrio entre competencia y cooperación sin sacrificar intereses esenciales?

Una herramienta útil para analizar esta situación es la teoría de juegos, particularmente el conocido «dilema del prisionero». Su aplicación a la realidad de las relaciones internacionales arroja luz sobre las posibilidades y desafíos de cooperación entre estos dos socios antagónicos.

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La teoría de juegos, desarrollada inicialmente por John von Neumann en 1944 y ampliada después por John Nash, estudia la interacción estratégica entre dos o más actores racionales. Su aplicación económica le valió a Nash el Premio Nobel en 1994. Si bien hay múltiples aplicaciones para esta teoría, una de las más célebres es el denominado «dilema del prisionero». En este escenario, dos sospechosos arrestados deben decidir si cooperar entre ellos (esto es, permanecer en silencio) o traicionarse (confesar).

Si ambos cooperan, reciben una pena leve. En cambio, si uno traiciona mientras el otro coopera, el traidor sale libre y el otro sufre una condena severa. Sin embargo, si ambos se traicionan mutuamente, cada uno recibirá una pena moderada. Al no conocer qué decisión tomará el contrario, la lógica dominante lleva a ambos prisioneros, paradójicamente, a la peor opción conjunta: la traición mutua.

En su tesis, el matemático americano matiza que hay ocasiones en las que uno de los dos actores siempre tiene una posición de ventaja o posición dominante. Decida o no cooperar en el juego, este actor obtendrá un resultado mejor que su adversario.

Además, señala que no todos los escenarios conducen a que los participantes logren sus mejores resultados. De igual modo, Nash indica que, en algunas situaciones, se alcanza un punto en común que concede beneficios a ambas partes, aunque no sean los máximos posibles. Este fenómeno es conocido como equilibrio subóptimo o «equilibrio de Nash».

Este sencillo juego es, en realidad, un planteamiento filosófico que hoy puede describir con precisión las tensiones inherentes a la cooperación internacional. Dos actores, como Estados, ONG, empresas multinacionales, lobbies o alianzas militares, pueden quedar atrapados en una dinámica competitiva. En este escenario, deben decidir cómo interactuar y qué punto en común alcanzar.

Europa frente a China: un dilema del prisionero con opciones de cooperación

La relación actual entre la Unión Europea y China presenta muchos de los rasgos del dilema del prisionero. Ambas partes tienen fuertes incentivos individuales para competir en sectores estratégicos clave como la inteligencia artificial, las energías renovables, o la producción de semiconductores. No obstante, también existen áreas donde la cooperación no solo es deseable, sino imprescindible. Ejemplos de ello son la lucha contra el cambio climático, el establecimiento de estándares internacionales en telecomunicaciones y la estabilidad económica global.

Tómese como ejemplo la transición energética. Para la Unión Europea (y para el mundo en general) China es el mayor competidor en la producción y comercialización de paneles solares y baterías eléctricas. Aunque la potencia asiática parte de una posición claramente superior a la europea, ninguna de las dos puede resolver por sí sola la emergencia climática.

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Parece evidente que ambas se beneficiarían enormemente de un acuerdo global que impulsase de manera conjunta una transición energética rápida y eficiente. Un clásico escenario ‘win-win’ que haría a ambos escoger, de entre todas las opciones que presenta el dilema, aquella que implica colaboración de las dos partes. 

No obstante, este es uno de los casos en que, como anticipaba Nash, uno de los dos actores tiene una posición dominante. Es decir, tanto si Bruselas coopera como si no, Pekín siempre obtendrá mayor beneficio (véase Figura 1).

Retomando el ejemplo climático anterior, China domina la producción mundial de paneles solares y concentra el 80% de la capacidad de placas fotovoltaicas. Esto le permite ofrecer precios hasta un 45 % más bajos en comparación con la UE.

Como también, lidera el campo de las baterías eléctricas, donde su participación en el mercado global oscila entre el 70% y el 90%. La industria europea se enfrenta aquí a una decisión estratégica recurrente del dilema del prisionero: confiar en la actuación de la contraparte dominante y operar con base en ello. 

CHINA

UNIÓN EUROPEA
NO COOPERARCOOPERAR
NO COOPERAR15 – 305 – 35
COOPERAR2,5 – 1010 – 20Equilibrio de Nash
Figura 1. Dilema del prisionero en escenario de estrategia dominante china.

Por un lado, reforzar la cooperación con China a través de acuerdos amplios sobre estándares sostenibles permitiría a la UE acelerar la transición energética y reducir costes tecnológicos. También ayudaría a establecer un marco común de reglas para el desarrollo de energías renovables.

En este escenario, la Unión Europea se beneficiaría de una mayor estabilidad en sus cadenas de valor. Además, garantizaría el acceso a materias primas críticas importadas de China y fomentaría una competencia más equilibrada. Esto ayudaría a prevenir nuevas crisis de suministro en la industria europea. También evitaría el consecuente aumento de precios derivado de la escasez de materiales fundamentales.

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Además, la cooperación internacional en innovación energética es clave para el desarrollo de tecnologías disruptivas en las que Bruselas quiere apostar, como el hidrógeno. Este avance requiere inversión y un intercambio de conocimientos con aquellos que llevan la delantera.

Sin embargo, ¿está dispuesta Bruselas a cooperar hasta ese punto? El propio reglamento de materias primas críticas sugiere que, aunque la Comisión Europea busca mejorar las relaciones con Pekín, también pretende impulsar la extracción de estos materiales en suelo europeo. Este enfoque busca avanzar hacia la tan ansiada autonomía estratégica.

Existe el riesgo de que China aproveche cualquier concesión europea para reforzar su dominio industrial global. A lo largo de la última década, el gobierno chino ha utilizado subsidios masivos para generar sobrecapacidad industrial, produciendo muy por encima de su demanda interna.

El excedente ha sido introducido en otros mercados, incluido el europeo, a precios muy bajos. Esto ha consolidado su posición en sectores estratégicos como el vehículo eléctrico y ha desplazado casi por completo a los competidores europeos. Como resultado, la UE ha pasado de aspirar a liderar la transición energética a depender en gran medida de China para acceder a los elementos esenciales que la hacen posible.

En esta partida, un enfoque ingenuo por parte de la UE podría reforzar el monopolio chino en renovables y consolidar su posición dominante en el juego. Esto debilitaría la capacidad europea para desarrollar una industria propia competitiva a largo plazo.

Este tipo de comportamiento tensiona aún más el dilema del prisionero, aumentando la desconfianza entre ambos actores. Además, les daría motivos para sospechar el uno del otro. Esta situación podría empujar definitivamente a Europa hacia una estrategia no cooperativa (cuadrante superior izquierdo). Dicha estrategia se basaría en aranceles compensatorios o restricciones comerciales defensivas, como las que ya ha venido aplicando en los últimos años.

La teoría sugiere que mecanismos efectivos de control mutuo, mayor transparencia y compromisos creíbles podrían hacer que la cooperación euro-china sea una opción racionalmente ventajosa para ambas partes. Esto sería posible incluso si no resultara la más favorable para Pekín, como refleja el cuadrante inferior derecho.

En términos prácticos, Europa podría optar por una estrategia industrial de cooperación condicionada. Es decir, iniciaría la colaboración con China, pero establecería medidas de protección y represalias claras ante posibles incumplimientos.

Más allá de cómo la Unión Europea decida gestionar su relación con China, el escenario internacional está marcado por múltiples dinámicas que ocurren de forma simultánea. Existen colaboraciones paralelas que no son excluyentes y que pueden resultar igualmente beneficiosas para Europa.

La clave no es solo cómo se posiciona en su interacción con Pekín, sino también cómo diversifica sus asociaciones en el resto del mundo para fortalecer su autonomía. En este contexto, la UE debe tejer una red de acuerdos que le otorgue mayor estabilidad y margen de maniobra. Esto es especialmente relevante ante el debilitamiento del vínculo transatlántico con Estados Unidos, que ya se está traduciendo en la imposición de nuevos aranceles desde la Casa Blanca.

En otras palabras, no se trata solo de jugar bien en el dilema del prisionero, sino de construir un tablero alternativo. En este escenario, los 27 Estados miembros de la UE podrían proyectar su industria a nivel global.

Ejemplos de esta estrategia ya se observan en acuerdos como el tratado comercial UE-Canadá, el programa Global Gateway y el pacto con Mercosur. También destaca la reciente modernización del Acuerdo Global UE-México.

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En cualquier caso, la industria europea está en una encrucijada estratégica. Hoy, en el juego marcado por la rivalidad entre Estados Unidos y China donde, como es evidente, cada uno mueve sus fichas a su favor para consolidar su influencia global, Europa no puede limitarse a observar la partida desde la barrera. Decía Confucio que «saber lo que es justo y no hacerlo es la peor de las cobardías». Europa sabe que no puede quedar atrapada en el fuego cruzado de esta competencia geopolítica y debe tener la valentía de redefinir su propio espacio en el tablero internacional. 

Así, el dilema no es solo económico, sino también geopolítico. ¿Puede la Unión Europea diseñar un marco de cooperación que refuerce su industria o, por el contrario, debe optar por una rivalidad no colaborativa a riesgo de ralentizar la transición energética global? Encontrar el equilibrio subóptimo de Nash entre cooperación y autonomía estratégica será la clave.

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