La nueva realidad del conflicto ucraniano se ve influenciada por el reforzamiento de posiciones geopolíticas y militares rusas, así como por las negociaciones de paz. En este análisis, el alumni del Máster Profesional de Analista de Inteligencia de LISA Institute, Roberto Mansilla Blanco expone que la disuasión nuclear, el «deshielo» con la administración de Donald Trump y la persistencia de tensiones con la OTAN definen las bases de la nueva estrategia de seguridad de Rusia, aprobada en noviembre de 2024.
La posibilidad de alcanzar una negociación de paz en Ucrania se confirma con el clima de «deshielo» entre Washington y Moscú. Este clima se ha observado en las recientes rondas de contacto realizadas desde mediados de febrero en Riad y Estambul. Esto coloca sobre el tapete la nueva doctrina de seguridad, aprobada en noviembre de 2024 por el presidente ruso Vladímir Putin.
Esta nueva estrategia supone una revisión de la doctrina vigente desde 2012, que ha sido progresivamente contextualizada por la anexión de Crimea en 2014. También por los efectos de la guerra en Ucrania y la confrontación geopolítica con la OTAN.
Utilizando la disuasión nuclear como principal herramienta de poder y negociación, Moscú interpreta este contexto con mayor asertividad. Esto tomando en cuenta el cambio de enfoque, más condescendiente con sus intereses, por parte de la administración de Donald Trump. También considera la certificación de avances militares rusos en el frente ucraniano, a pesar del estancamiento global de este conflicto.
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Bajo este contexto, Putin pretende que se atienda una de sus principales demandas históricas: la creación de una nueva arquitectura de seguridad en Europa que contemple los imperativos geopolíticos rusos. Desde la desintegración de la URSS y el fin de la «posguerra fría», el Kremlin interpreta que Occidente ha desestimado su perspectiva de configurar una nueva arquitectura de seguridad con él.
La nueva doctrina de defensa rusa contempla principalmente esta histórica aspiración.
De 2012 a 2024: cambios en el contexto de las doctrinas de seguridad rusas
En mayo de 2012, poco después de su regreso a la presidencia tras el breve interregno de Dmitri Medveded (2008-2012), Putin impulsó una nueva doctrina de seguridad que fue posteriormente reformada en 2014. Aquí se propuso ampliar el gasto militar en 767.000 millones de dólares estadounidenses para los próximos 10 años.
En noviembre de 2024, ocho meses después de obtener su quinta reelección presidencial desde 2000, el mandatario ruso aprueba una nueva estrategia de defensa. Por tanto, entre las doctrinas de seguridad de 2012 y 2024 hay un punto en común: ambas coinciden con nuevos períodos presidenciales de Putin.
La doctrina de 2012 establecía dos imperativos clave:
- La posibilidad de emplear las fuerzas armadas fuera del territorio de la Federación rusa, con la finalidad de «defender sus intereses y la seguridad internacional». En este sentido, prioriza el imperativo geopolítico en torno a sus «esferas de influencia», en particular las poblaciones étnicas y rusoparlantes en países que pertenecieron a la URSS como Ucrania, los países bálticos y Georgia. Estos países, desde la desintegración soviética, gravitaron en torno a los intereses occidentales.
- Rusia se reserva el derecho a emplear su arsenal nuclear para rechazar agresiones externas con armamento similar o contrarrestar las realizadas contra sus aliados. También se reserva el derecho a bloquear una acción bélica con otras armas de destrucción masiva.
Desde entonces, muchas cosas han cambiado. La rebelión del Maidán en Kiev (2013-2014) y la reorientación ucraniana hacia Occidente implicaron el proceso de reinserción de la provincia de Crimea a la Federación rusa en marzo de 2014. Esto también marcó el comienzo del conflicto en el Dombás, vigente hasta el momento.
Con Crimea bajo su soberanía, Rusia recobraba una vieja aspiración geopolítica: el control de gran parte del Mar Negro y la posibilidad de navegación de la flota rusa hacia aguas cálidas, vía estrecho de Dardanelos y mar Mediterráneo. Ese mismo año 2014, el Kremlin amplió una reforma de esa doctrina de seguridad, en la que identificaba por primera vez a EE. UU. y la OTAN como amenazas a su seguridad.
La invasión militar rusa de Ucrania en febrero de 2022 permitió a Moscú controlar aproximadamente un 20% del antiguo territorio ucraniano. Este control abarca las provincias de Donetsk y Lugansk (el Dombás), Zaporiyie y Mariúpol, con una mayoritaria presencia de rusoparlantes.
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Una aspiración militar estratégica de Moscú es fortalecer la toma de Járkov.
Esto permitiría crear un cinturón de seguridad y de presión hacia el centro (Kiev) y el sur de Ucrania. Especialmente hacia el apetecido puerto de Odessa en el Mar Negro.
Esto completaría el control ruso del Mar Negro.
En un contexto de incremento del apoyo militar estadounidense a Ucrania con la utilización de misiles balísticos, la nueva doctrina militar rusa de 2024 se resume igualmente en dos puntos clave:
1. Ampliación del concepto de agresión:
Cualquier ataque de un país miembro de una coalición militar, como la OTAN, contra Rusia o sus aliados (específicamente Bielorrusia) será interpretado como una agresión de toda la coalición atlantista. Esto amplía las condiciones para justificar una respuesta militar a gran escala, incluida la posibilidad del uso nuclear.
Esta disposición supone una especie de reproducción a escala rusa del artículo 5 de la Carta Fundacional de la OTAN. Este artículo contempla el principio de defensa colectiva en caso de ataque exterior a un país miembro.
2. Nuevas amenazas identificadas:
Se incluye por primera vez la posibilidad de emplear armas nucleares en caso de un ataque masivo con drones, misiles hipersónicos (Oreshnik ya probado en el frente ucraniano) y otras tecnologías avanzadas. Esto refleja la creciente importancia de estos elementos en los conflictos modernos.
Por otro lado, Rusia ha comenzado a producir en serie refugios móviles KUB-M.
Estos están diseñados para proteger a la población de explosiones nucleares, ondas de choque, radiación y otros peligros.
Estas estructuras multifuncionales, que tienen la apariencia de contenedores reforzados, pueden alojar hasta 54 personas durante 48 horas y ser transportadas fácilmente en camiones.
El estado de las fuerzas armadas en Rusia
Es necesario destacar que Rusia es el país con mayor armamento nuclear. De acuerdo al Stockholm International Peace and Research Institute (SIPRI), Rusia cuenta con 4.030 cabezas nucleares, de las cuales 2.822 son de carácter estratégico y 1.710 está desplegado en misiles balísticos tierra-mar.
Moscú también posee 1.558 cabezas nucleares tácticas (no estratégicas). La Federación de Científicos Estadounidenses confirma esa supremacía nuclear rusa, indicando que posee 5.889 ojivas nucleares por 5.244 de EE. UU.
No obstante, también existen cuestionamientos sobre la fortaleza militar rusa. El experto en Fuerzas Armadas rusas, Pavel Luzin, considera que la retirada rusa del nuevo Tratado START de misiles balísticos intercontinentales supone un síntoma de debilidad militar para Moscú.
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Datos de diciembre de 2024 estiman que Rusia es la quinta fuerza militar global, con 1,15 millones de personal en servicio activo y 2 millones de personal de reserva. Aunque estas cifras no están completamente confirmadas, en términos de poder terrestre, Rusia posee 4.150 vehículos de combate de infantería, 1.800 tanques de batalla principales y 4.458 artillerías.
A pesar de las variaciones en sus estrategias militares, estos cuatro años de guerra han confirmado claramente las enormes disparidades en el equilibrio militar entre ambos contendientes.
Por otro lado, la popularidad de las Fuerzas Armadas rusas ha aumentado exponencialmente con la guerra en Ucrania. De acuerdo al Centro Levada, el nivel de apoyo a las acciones de las Fuerzas Armadas rusas en Ucrania es del 76% para noviembre de 2024. Este es precisamente el mes en que el Kremlin aprobó la nueva doctrina de seguridad.
Trazando las ‘líneas rojas’ con Occidente
Entre estos nuevos imperativos geopolíticos rusos destacan sus aspiraciones por alejar a la OTAN de las consideradas por Moscú como «esferas de influencia». Estas abarcan el espacio geográfico euroasiático y postsoviético, desde los países bálticos hasta el Cáucaso y Asia Central, con Ucrania como epicentro.
De este modo, bajo el contexto de la nueva estrategia de seguridad rusa, Bielorrusia se convierte en el aliado más firme de Rusia. Esto, para evitar cualquier tipo de ampliación o ataque preventivo por parte de la OTAN.
A finales de 2023, el presidente bielorruso, Aleksandr Lukashenko, incluso aceptó el despliegue del arsenal táctico nuclear ruso en bases militares de territorio bielorruso. En diciembre pasado, Putin y Lukashenko firmaron un acuerdo de despliegue de armamento militar ruso y de misiles hipersónicos en territorio bielorruso. La sintonía entre Moscú y Minsk es un factor estratégico a tomar en cuenta en esta nueva doctrina militar rusa.
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Por otro lado, el control militar, político e institucional ruso tras las anexiones territoriales en Crimea (2014), Donetsk, Lugansk, Zaporiyie y Mariúpol, su nuevo encaje legal dentro de la Federación rusa (2023), abre el compás para que el Kremlin diseñe una nueva estrategia de seguridad. Junto con Bielorrusia y el enclave de Kaliningrado, estas regiones, anteriormente bajo soberanía ucraniana, tendrán un peso específico en la nueva arquitectura de seguridad rusa.
De este modo, y a la espera de cómo se darán esas negociaciones en Ucrania, Rusia pretende conseguir un acuerdo formal por parte de Occidente. Trazará definitivamente sus «líneas rojas» para asegurar compromisos tangibles para su seguridad, en particular abortar cualquier expansión occidental y de la OTAN hacia sus esferas de influencia (Ucrania). Esto podría implicar el despliegue de armamento nuclear. Con ello, Moscú aspira a poner fin a décadas de desencuentros con Occidente en esta etapa de «posguerra fría postsoviética».
Con su nueva doctrina de seguridad, el mensaje de Putin parece orientarse a una premisa: evitar reproducir lo que el Kremlin considera las promesas vacías occidentales de 1991 tras la desintegración de la URSS en lo relativo a la expansión de la OTAN hacia el Este europeo y el espacio ex soviético. Aquí entran tres piezas claves: Ucrania, Georgia y ahora Armenia, que han manifestado sus intenciones de ingreso en la UE y la OTAN.
Ucrania, Georgia, Armenia y Rusia
En noviembre pasado, Moscú logró neutralizar la posibilidad de una orientación pro occidental georgiana. Bruselas abrió en 2023 las negociaciones de admisión del país caucásico, pero Moscú intervino a través de unas elecciones legislativas muy controvertidas y polarizadas. Por otro lado, tras salir de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), Armenia confirmó su aspiración de iniciar negociaciones de admisión a la UE y la OTAN.
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Por el contrario, los recientes acuerdos de Rusia con Corea del Norte e Irán refuerzan esa perspectiva del Kremlin de asegurar sus posiciones defensivas vía nuevos aliados militares y económicos, ampliando así sus socios exteriores.
En el caso norcoreano, existe una cláusula de apoyo militar mutuo que ha involucrado a Pyongyang como uno de los principales suministradores de artillería para las tropas rusas en Ucrania. También se ha confirmado el envío de unos 12.000 efectivos militares, según fuentes occidentales. En el caso iraní no existe cláusula alguna de cooperación militar; no obstante, Teherán provee de drones a las tropas rusas en el frente ucraniano.
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Vistos estos cambios en la doctrina militar rusa, es pertinente abordar algunas interrogantes:
- ¿Está Rusia capacitada para una ampliación de operaciones militares más allá de Ucrania, y específicamente contra la OTAN?
- ¿Se apaciguará Putin si logra sus objetivos en una negociación sobre Ucrania, asegurando sus conquistas territoriales y bloqueando el ingreso de Kiev en la OTAN?
- El «deshielo de Trump» con Putin, ¿busca socavar la potencialidad del eje sino-ruso, intentando alejar a Moscú de Beijing, su principal aliado estratégico en este marco de tensiones y hostilidad occidental?
La transformación hacia una ‘economía de guerra’ en Rusia
Asimismo, la guerra en Ucrania y la tensión permanente con la OTAN han provocado una transformación significativa dentro de las Fuerzas Armadas rusas. Se ha prestado especial atención al proceso de «militarización» de sectores estratégicos de la economía rusa, con fines tanto bélicos como preventivos.
En palabras de Kirill Dmitriev, director del Fondo de Inversiones Directas y considerado el «cerebro gris» de la economía de guerra de Rusia, «hay una nueva lógica» en cuanto a la estrategia de seguridad rusa y la utilización de recursos económicos.
Esta perspectiva ya fue adelantada en mayo de 2024. El Kremlin designó al economista y tecnócrata Andréi Beloúsov como nuevo ministro de Defensa. Esto ocurrió en el marco de la reordenación gubernamental llevada a cabo con Putin, tras obtener en marzo de 2024 un nuevo período presidencial hasta 2030. El asesor presidencial para Asuntos Internacionales, Yuri Ushakov, ha confirmado este nuevo giro.
Más allá de lo que suceda con las negociaciones en Ucrania, Moscú ya gasta más en defensa que la UE y Reino Unido juntos, de acuerdo al último informe de balance militar publicado por el International Institute for Strategic Studies (IISS). Según sus cálculos, el gasto en Defensa de Rusia se disparó un 42% en precios reales en 2024, hasta alcanzar los 13,1 billones de rublos, el equivalente a USD 462.000 millones calculados en paridad de poder adquisitivo.
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Por su parte, el presupuesto agregado de todos los países de la Unión Europea y el Reino Unido da un resultado USD 4.000 millones superior. En concreto, los países europeos gastaron 457.000 millones de euros el pasado año, un incremento del 12%.
Un gasto europeo combinado inferior al de Rusia, junto con el estancamiento económico, dificulta el aumento del gasto militar. En algunos casos, hay países con onerosas deudas públicas. Esto confirma las contrariedades de la UE para continuar respaldando a Ucrania. Esto se complicaría si se reduce o desaparece el apoyo militar de EE. UU.
El IISS calcula que Rusia elevará su gasto total en Defensa un 13,7% adicional, hasta alcanzar los 15,6 billones de rublos. Esto dejaría el presupuesto militar del país en el 7,5% de su PIB y casi en el 40% del gasto federal ruso. Unas cifras que son difícilmente sostenibles a largo plazo. Pero que en ningún caso han provocado el colapso de su economía en el corto plazo, echando por tierra las previsiones occidentales.
En este sentido, Moscú ha seguido exportando petróleo sorteando las sanciones. Esto le ha permitido sostener su maquinaria bélica al menos el tiempo necesario para culminar la guerra.
Su potencialidad nuclear también le ha permitido ampliar y diversificar sus socios exteriores, especialmente en el considerado sur global. Según el IISS, «Rusia todavía puede soportar el gasto de la guerra». No obstante, el gasto militar ruso representa poco más que el 8% del gasto de la OTAN.
Por otro lado, existen otras perspectivas que contradicen el desempeño real de la economía rusa y su capacidad para mantener el esfuerzo bélico en Ucrania. Esto podría persuadir al Kremlin a permitir las negociaciones como un paréntesis, con la intención de recuperar fortaleza económica y militar.
En este sentido, a Rusia le interesaría poner fin a la guerra debido a los síntomas de deterioro de su cuadro macroeconómico. Además, el Ejército ruso podría estar atravesando problemas de aprovisionamiento para mantener la misma intensidad de combate.
Asimismo, el coste de los salarios de los militares en el frente (unos USD 3.000 mensuales) es ocho veces superior al salario medio en el interior ruso. Rusia despliega unos 570.000 soldados en territorio ucraniano. Si bien no existen datos completamente fiables, en 2024, el promedio mensual de personal militar fuera de combate se situaba entre 30.000 y 35.000 hombres por cada bando.
La legitimación social: la Rusia ‘patriótica’ que quiere Putin
La nueva doctrina de seguridad implica otro proceso orientado a su legitimación dentro de la sociedad rusa: fortalecer la perspectiva de una Rusia «patriótica» que vuelve a pisar fuerte en el escenario global.
Mientras las negociaciones de paz para Ucrania dominan la atención internacional, el Kremlin avanza en una decidida agenda de revisionismo histórico y una nueva narrativa nacionalista. Esto con elevados visos de popularidad interna. El Kremlin también se esfuerza por «suavizar» la imagen exterior de Putin, pasando del presidente «belicista» al «pacifista», como se ha comprobado en varias frases de sus discursos desde comienzos de 2025.
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El Kremlin potencia este revisionismo historiográfico como herramienta efectiva de poder dentro de la sociedad rusa. Lo hace al configurar una nueva narrativa nacionalista, fortalecida por los avances militares y la adquisición de nuevos territorios en Ucrania. Este proceso incluye el regreso a la «Madre Rusia» de las poblaciones rusoparlantes del Este ucraniano, recreando la idea geopolítica zarista de Novarrusia, y su integración como «nuevos rusos». Además, se mantiene la permanente confrontación con Occidente, especialmente EE. UU. y la OTAN, y la capacidad rusa de resistir este pulso.
Con ello, el Kremlin se esfuerza por preparar ideológicamente a la sociedad hacia una nueva narrativa que justifique e incluso glorifique el esfuerzo militar en Ucrania.
Esto se presenta como un atenuante ante la permanente hostilidad occidental. Así, los avances militares y el hecho de sostener la posición de evitar el ingreso ucraniano en la OTAN son interpretados (con obvia certeza) como un triunfo geopolítico ruso logrado en el campo de batalla.
Las reminiscencias de la «Gran Guerra Patriótica», la victoria contra el nazismo y el fascismo en la II Guerra Mundial, completan este cuadro de revisionismo histórico «patriótico». Este revisionismo busca recuperar el orgullo y la identidad rusa.
Con todo, y en caso de alcanzarse un acuerdo pacificador en Ucrania, esta campaña propagandista del Kremlin también habrá surtido sus efectos. Esto a la hora de proyectar una imagen conciliadora, diplomática y moderada de Putin, un aspecto que personalmente le interesa al presidente ruso.
La conversión «patriótica» también está reordenando las piezas políticas en Moscú, amparando a nuevas élites «patrióticas» emergentes. Estas desplazan del centro de poder y de la popularidad ciudadana a aquellos oligarcas rusos. Ellos, desde el exterior, se han alejado del Kremlin y denunciado la guerra en Ucrania.
Este proceso abre una nueva geometría de poder en Rusia, que podría arrojar claves prospectivas sobre la consistencia y perdurabilidad del sistema de poder instaurado por Putin, más allá de la finalización de su actual mandato en 2030.
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