El reciente apagón que afectó a España y Portugal fue un recordatorio incómodo: damos por sentada una infraestructura que está, en realidad, expuesta a riesgos crecientes, complejos y multidimensionales. En este artículo, Elena Bueso explica por qué es importante la seguridad energética y cómo debemos priorizarla en las agendas públicas y privadas.
Aunque encendamos la luz sin pensarlo dos veces, la electricidad es mucho más frágil de lo que parece. No basta con que fluya ahora; la verdadera pregunta es si seguirá haciéndolo mañana, el mes que viene o el próximo invierno.
El reciente apagón que afectó a España y Portugal, aunque breve, fue un recordatorio incómodo: damos por sentada una infraestructura que está, en realidad, expuesta a riesgos crecientes, complejos y multidimensionales.
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¿Qué es la seguridad energética? Más que evitar apagones
La seguridad energética no se trata simplemente de evitar cortes de luz. Es la capacidad de un país para garantizar un suministro energético constante, suficiente, accesible y sostenible en el tiempo. Esto incluye desde la estabilidad del sistema eléctrico hasta la protección frente a amenazas como ciberataques, tensiones geopolíticas o fenómenos climáticos extremos.
En pleno siglo XXI —marcado por la transición energética, la digitalización masiva y el cambio climático— esta seguridad se vuelve esencial. No es solo un tema técnico: es un pilar de la estabilidad económica, social y política.
Por qué deberíamos preocuparnos, incluso cuando todo funciona
Cuando todo va bien, la energía se vuelve invisible. Pero basta una interrupción de unas horas para que quede clara su importancia crítica: transportes paralizados, hospitales comprometidos, bancos inoperativos, comunicaciones interrumpidas. Sin energía, la sociedad moderna se detiene.
El avance hacia una economía digital e hiperconectada —con hogares inteligentes, vehículos eléctricos y trabajo remoto— multiplica nuestra dependencia de un suministro eléctrico continuo. En este contexto, la seguridad energética deja de ser un lujo técnico y pasa a ser una necesidad estratégica.
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Las nuevas amenazas para la energía: clima, geopolítica y ciberseguridad
Durante años, la seguridad energética se entendía en clave geopolítica: evitar depender de países inestables para importar gas o petróleo. Hoy, ese factor sigue vigente, pero los riesgos se han multiplicado:
1. Energías renovables, tan limpias como intermitentes
Las fuentes renovables como el sol o el viento no garantizan un flujo constante de energía. Requieren sistemas de respaldo, almacenamiento eficiente y redes flexibles capaces de adaptarse a picos y bajadas de producción.
2. Cambio climático: enemigo silencioso del sistema eléctrico
Sequías, olas de calor, tormentas o incendios afectan directamente a infraestructuras energéticas. Y cada evento extremo es, a la vez, una prueba de resistencia para redes eléctricas que deben funcionar 24/7.
3. Ciberataques: cuando el enemigo no necesita armas
Con una infraestructura energética digitalizada, los riesgos cibernéticos aumentan. Un ataque bien orquestado podría dejar sin luz a millones o paralizar industrias completas. Proteger los sistemas digitales de generación y distribución se ha vuelto tan importante como proteger las centrales físicas.
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Más energía, más vulnerabilidad: la paradoja de la electrificación
Una paradoja inquietante: cuanto más electrificada es una sociedad, más frágil puede volverse ante un fallo eléctrico. Las economías modernas, al automatizar procesos y digitalizar la vida cotidiana, dependen más que nunca de un suministro eléctrico constante.
Además, los nuevos modelos energéticos también presentan riesgos. Grandes parques solares o eólicos concentran la producción, lo que puede traducirse en puntos únicos de fallo. Por otro lado, las cadenas de suministro de tecnologías clave —como baterías o paneles solares— están dominadas por unos pocos países, lo que introduce riesgos geoestratégicos.
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¿Cómo se fortalece la seguridad energética sin entrar en pánico?
Reconocer los riesgos no implica alarmismo. Implica actuar con visión estratégica, cooperación internacional y políticas públicas sólidas. Algunas claves para avanzar:
Diversificación energética y autonomía estratégica
No depender de una única fuente de energía —ni de un solo país proveedor— es esencial. La combinación de renovables, almacenamiento, interconexiones regionales y eficiencia energética forma la columna vertebral de un sistema resiliente.
Redes inteligentes y modernización del sistema
Las smart grids pueden detectar fallos, redistribuir energía y priorizar servicios esenciales durante emergencias. Para eso, se necesitan inversiones, regulación, y sobre todo, integrar la ciberseguridad como parte central de la estrategia energética.
Ciudadanía informada: clave para la resiliencia
La seguridad energética también pasa por preparar a la población. Informar, educar y fomentar el uso responsable de la energía crea una sociedad más resiliente, que entiende su rol activo en el sistema. Como en la salud pública, no basta con que las instituciones funcionen: la confianza social también importa.
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El papel del Estado: la energía como bien estratégico
En demasiados países, la política energética se ha enfocado más en el corto plazo económico que en la planificación estratégica. Pero la energía no puede tratarse como un simple producto: es una infraestructura crítica.
Los gobiernos deben considerarla como un bien estratégico, al nivel de la defensa o la seguridad nacional. Eso implica coordinación entre ministerios, regulación estable, incentivos para la inversión privada y cooperación internacional, especialmente en bloques como la Unión Europea.
Lecciones del apagón en España y Portugal: no hay sistemas infalibles
El reciente apagón que afectó a la Península Ibérica duró poco, pero dejó una gran lección: no hay red eléctrica inmune al error, al fallo humano ni a eventos externos. No fue una catástrofe, pero sí una señal de alerta. Si no aprendemos de estos episodios menores, podríamos lamentar los mayores.
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Mirando al futuro: resiliencia, flexibilidad y cooperación
La seguridad energética no significa que nunca habrá cortes. Significa estar preparados para evitarlos en lo posible, minimizar sus efectos cuando ocurran y recuperarse con rapidez. En otras palabras: resiliencia, flexibilidad y planificación.
Es un objetivo compartido entre gobiernos, empresas y ciudadanos. Exige inversión tecnológica, visión política y madurez social. Pero sobre todo, exige entender que estar iluminados no es lo mismo que estar seguros.
Conclusión: tener luz no significa estar a salvo
La energía es la base invisible de la vida moderna. Protegerla es proteger todo lo demás. El camino hacia un sistema más limpio y digital es irreversible, pero también implica riesgos nuevos. La única manera de enfrentarlos es con una estrategia clara, abierta y colaborativa.
Cuando apagas la luz antes de dormir, y todo parece en orden, es fácil olvidar lo que sostiene ese simple gesto. Pero en un mundo tan interconectado y frágil como el actual, cuidar nuestra seguridad energética debería importarnos. Incluso —y especialmente— cuando hay luz.
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