En el complejo escenario de Siria, las minorías han sido blanco de persecuciones y violencia. Sectas religiosas, grupos étnicos y comunidades históricas enfrentan desplazamientos forzados, ataques y discriminación. En este artículo, el alumni del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítica de LISA Institute, David García Pesquera, explica cómo, en medio del conflicto, su supervivencia está en riesgo.
Tras la caída del dictador Al-Assad y el fin de su control férreo sobre el país, Siria enfrenta un proceso de reestructuración. Este proceso está liderado por el bando rebelde victorioso tras la guerra e incluye grupos heterogéneos. Entre ellos se encuentran desde islamistas radicales hasta rebeldes favorables a una transición democrática.
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El caos impuesto por el terrorismo agrava la falta de claridad sobre el futuro en paz y democracia. Las minorías son las más afectadas, especialmente tras las recientes persecuciones.
Inestabilidad permanente en Siria
La caída del régimen de Al-Assad puso fin a su cruenta dictadura, vigente desde el año 2000. También marcó el fin de la dinastía iniciada por su padre, Hafez Al-Assad, en 1971, y de casi catorce años de guerra civil en Siria. Sin embargo, la situación sigue sin ser estable y muchos sectores poblacionales se encuentran en riesgo de persecución. Dentro de la población siria existen grupos muy variados. Para entender la compleja situación del país, es fundamental atender a sus raíces religiosas.
En las últimas semanas se han registrado enfrentamientos entre las fuerzas leales al expresidente Al-Assad y las que respaldan al actual gobierno. Este último está en manos de Ahmed Huseín al-Charaa, conocido como Abu Mohamed al-Golani en el ámbito de la guerra.
Es sabido que, dentro de los grupos rebeldes que buscaban derrocar la dictadura, había facciones terroristas. Su objetivo era imponer la sharia en todo el país y expulsar a las minorías étnicas y religiosas que no compartieran su visión.
El grupo islamista Hayat Tahrir al Sham nombró a su líder, Al-Charaa, como nuevo presidente. Sin embargo, tanto la organización como su figura son muy controvertidas debido a su pasado en el Frente Al Nusra.
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Al Nusra fue un grupo terrorista islamista radical de origen sunita. En ocasiones, se le denominaba «Al Qaeda en Siria y el Levante» debido a su condición de filial. Formaba parte de una trama de amenazas y agresiones contra las minorías étnicas y religiosas.
El actual Hayat Tahrir al Sham, heredero de Al Nusra, niega tener vínculos con Al Qaeda. Sin embargo, la delgada línea que separa a los grupos rebeldes ha quedado en entredicho tras los últimos ataques.
Dentro de las minorías perseguidas y amenazadas distinguimos tres grupos principales: los cristianos, los alauitas y los drusos. Pasaremos a explicar a estos tres grupos y su relación a través del tiempo, tanto durante la dictadura, la guerra y en el intento de transición que vive el país en el que están sufriendo en sus carnes episodios de crueldad y violencia.
Comunidad alauí y su relación con Al-Assad en Siria
Los alauitas son una minoría religiosa musulmana perteneciente a la rama chiita. Su origen tiene lugar en Siria durante los siglos IX y X y comparte con el resto del islam chiita su creencia en que el imán Alí era el legítimo heredero del profeta Mahoma. Dentro de las prácticas alauitas, que incluirían celebrar la Navidad y el año nuevo zoroastriano, encontramos gran desconocimiento incluso dentro del mundo musulmán.
Representan alrededor del 10% de la población de Siria y componen el segundo grupo religioso más grande del país después de los musulmanes sunitas. Aunque tienen presencia en todo el país, se ubican principalmente en las provincias costeras sirias de Latakia y Tartus, a orillas del Mediterráneo. También se encuentran en Turquía, Irak y Líbano.
La guerra civil en Siria ofreció una visión clara del sistema de lealtades que sostuvo al régimen de Al-Assad. Dicho orden gubernamental se basó principalmente en una asociación dentro del sistema de seguridad entre los alauíes y algunos. Dentro de ellos, los oficiales alauíes son el núcleo de este régimen que se basó en la lealtad a la familia Al-Assad.
Aunque no toda la comunidad alauí está en el poder, algunos de sus miembros sí lo ocupan. El gran número de dirigentes del régimen que provienen de esta comunidad crea vínculos con el gobierno, los cuales pueden ser explotados.
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Cuando la dinastía Al-Assad llegó al poder con Hafez, adoptó una estrategia clara: convertir a la comunidad alauí en su base de apoyo mientras buscaba dividir a los suníes.
Al-Assad animaba a los alauíes a no ser «la comunidad del porcentaje», según su propia expresión. Es decir, a no vivir de forma parasitaria a costa del Estado. Sin embargo, él mismo favoreció su integración masiva en el sector público, tanto civil como militar. Necesitaba fieles en todos los niveles administrativos y estatales para afianzar su poder.
A partir de los años 70, el peso del Estado en la economía disminuyó y los alauíes comenzaron a depender cada vez más de los ingresos estatales. Con Bashar Al-Assad, la contratación masiva de alauíes en la administración pública dejó de ser una estrategia deliberada del presidente. En cambio, se convirtió en el resultado de un proceso de endogamia comunitaria. Según unos estudios recientes, el 80% de los alauíes trabajaban antes de la caída del dictador para el Estado.
Esta evolución los ha alejado de su pasado como población rural y analfabeta. Ahora, conforman una masa de pequeños funcionarios, obreros del sector público e industrial, así como agentes del servicio secreto y militares. Las élites ya no están formadas por jeques y jefes tribales, sino por oficiales. Estos se ajustan perfectamente al lema «anta ma Assad anta ma nafsak» (estás con Al-Assad, estás contigo mismo).
La mayoría de los alauíes siempre han temido el fin de la dictadura. Un cambio de régimen en Siria podría perjudicarlos, como ocurrió con los dirigentes del régimen de Sadam Huseín tras la invasión estadounidense.
Sin embargo, la defensa de sus intereses económicos ha pasado a un segundo plano. Ahora, la comunidad libra una guerra existencial contra una rebelión que perciben únicamente desde un enfoque islamista y anti-alauí. Las persecuciones han marcado su historia. Por ello, el miedo de los alauíes no era infundado y se ha convertido en una realidad.
Los drusos en la guerra civil
El pueblo druso forma parte de un grupo etnoreligioso cuyo origen se remonta a Egipto en el siglo XI como secta dentro del islam. Aunque comenzaron como musulmanes chiíes, pronto quisieron ser considerados como religión independiente, monoteísta y endogámica. Por lo tanto, se trata de una comunidad árabe ubicada principalmente en Siria, Líbano, Israel y Jordania.
Los drusos (3% de la población siria) mantuvieron una estricta neutralidad en la guerra hasta el verano de 2012. Mientras la revuelta se extendía por la provincia de Deraa, los drusos de la vecina Sueida y los pueblos del Hermón adoptaron una actitud pasiva. A pesar de ser testigos directos de la revuelta y la represión, no tomaron partido.
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Una parte de los religiosos islamistas incitaba a la población a enfrentarse a los drusos, hasta que unos aldeanos drusos fueron secuestrados y liberados tras pagar un rescate. Sin embargo, otros fueron asesinados, como uno de los mayores dignatarios drusos, Jamal Ezzedine junto con 16 de sus compañeros. Fueron secuestrados por el Frente Al Nusra el 19 de diciembre de 2012 y degollados unos meses más tarde.
En un principio, la guerra dividió a los drusos entre defensores y opositores del régimen de Bashar Al-Asad. Tras la guerra de los Seis Días en 1967 y la anexión israelí de los Altos del Golán, donde la mayoría de la población es drusa, muchos decidieron quedarse. Aunque rechazaron el nuevo poder y el pasaporte israelí, continuaron viviendo en la zona.
Sin embargo, con la guerra de 2011, el contacto entre los drusos a ambos lados de la frontera se redujo. Ya no pudieron exportar sus cosechas a Siria ni estudiar en sus universidades, como hacían hasta entonces.
Los cristianos sirios
La comunidad cristiana siria representa menos del 5% de la población y está diseminada por todo el territorio, con una importante concentración en Alepo, Homs, Damasco, Latakia y Hassakeh. Son más bien comunidades urbanas, ya que es la única manera que existe de mantener la comunidad en un entorno rural dominado por el islam. Esto también se debe a que, con anterioridad, las misiones cristianas les permitieron acceder a una enseñanza moderna y a empleos mejor remunerados en las grandes ciudades.
La comunidad cristiana ha sido durante décadas protegida por la dinastía Al-Assad. A pesar de ser una minoría, nunca habían estado tan debilitados. Desde la independencia en 1945, han perdido dos terceras partes de su influencia. Esto se debe a que su tasa de natalidad es dos veces más baja que la de los musulmanes, mientras que su tasa de emigración es el doble de alta.
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Con la guerra en 2011, por tanto, la comunidad ya estaba muy debilitada, envejecida y dividida en múltiples ramas. Distinguimos a los griegos ortodoxos como los más numerosos (36%), seguidos de los armenios ortodoxos (22%), de los griegos católicos (12%) y de los armenios católicos (11%). El resto de las comunidades cristianas son los siriacos ortodoxos y católicos, los maronitas, los protestantes y los asirio-caldeos, que constituyen el 20% restante.
Los asesinatos indiscriminados y el futuro cercano
El 29 de noviembre, militantes sirios de Hayat Tahrir al-Sham (HTS), el principal grupo opositor de corte islamista, llegaron al centro de Alepo, la segunda ciudad más grande de Siria. Días después tomaron las ciudades de Hama, Homs y Damasco y el sábado 7 de diciembre Al-Assad huyó del país dirección Rusia y los grupos rebeldes declararon la victoria, izando la nueva bandera siria sobre Damasco.
Sin embargo, la paz no se ha consolidado. Los últimos enfrentamientos entre leales a Al-Assad y fuerzas del actual gobierno, sumado a la campaña de represión iniciada contra los grupos anteriormente explicados, nos deja un saldo de asesinatos indiscriminados, torturas, ejecuciones y éxodo masivo de cristianos, drusos y alauítas.
El Observatorio Sirio para los Derechos Humanos (OSDH), un grupo con sede en Reino Unido que lleva documentando el conflicto sirio desde su inicio, cifra en más de 1.000 muertos durante las últimas semanas. En concreto, 1.130 muertos, incluidos 830 civiles (cristianos y alauítas principalmente).
Por lo tanto, entre los fallecidos hay decenas de tropas gubernamentales, así como milicianos armados leales a Al-Assad, que se han enzarzado en enfrentamientos en Latakia y Tartús. Unos 125 miembros de las fuerzas de seguridad gubernamentales dirigidas por islamistas y 148 combatientes pro-Assad han muerto en la violencia, según el informe del OSDH.
En cuanto a las minorías, su persecución responde tanto a represalias tras el conflicto como al islamismo radical. Este no acepta otras ramas del islam ni credos como el cristianismo, practicado en minoría en muchos países de Oriente Medio.
El futuro más cercano no parece esperanzador. Sectores radicalizados de la población siria solo ven el califato como solución, lo que supondría una nueva dictadura, aún más letal para las minorías perseguidas.
Una transición al régimen de carácter democrático no puede articularse basándonos en el odio a minorías o el rencor a apoyos del pasado, porque la reconciliación no llega a buen punto. Si bien el nuevo gobierno ha llamado a la calma y la paz, el apoyo de occidente a esta transición no puede opacar su silencio ante la masacre cometida contra las minorías sirias.
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