La mafia marroquí ha evolucionado hacia modelos descentralizados, sofisticados y transnacionales. Lejos de los estereotipos, opera en redes híbridas que conectan África, Europa y América Latina. Artiom Vnebraci Popa explica cómo este fenómeno desafía las capacidades de control estatal y transforma el equilibrio entre seguridad, economía y migración.
Cuando en los medios de comunicación se refiere a la «mafia marroquí», se emplea una terminología simplificadora de la realidad criminal geográficamente diferenciada. En contraposición a las clásicas estructuras piramidales, como la Cosa Nostra siciliana o los cárteles mexicanos, el crimen organizado marroquí funciona de forma descentralizada. Opera como un ecosistema con actores diferenciados en cuanto a orígenes, objetivos y modelos operativos.
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Así, el elemento fundamental para comprender este ecosistema es reconocer sus fronteras étnicas. Sin embargo, dentro de la mafia marroquí no se incluye a las familias del crimen judeo-marroquíes como la Organización Abergil, ni tampoco los clanes Abutbul y Domrani, que se consideran parte de la mafia israelí.
Con todo ello, tal colaboración transnacional evidencia cómo las identidades criminales trascienden las fronteras nacionales mientras mantienen especializaciones culturales específicas.
Diferenciación territorial y distribución geográfica de la mafia marroquí
En las montañas del Rif (en la región de Ketama y Al Hoceïma), opera una estructura que presenta características arraigadas territorialmente con metodologías modernas. Esta ha desarrollado durante décadas una profesionalización en el cultivo y procesamiento del cannabis.
La jerarquía rifeña funciona bajo un modelo de «federalismo criminal», donde cada valle mantiene parcial autonomía mientras participa en redes de distribución más amplias. Los líderes locales actúan como intermediarios entre la producción regional y los distribuidores internacionales.
Por otro lado, las organizaciones criminales originarias del Atlas Medio y Alto han desarrollado una especialización en logística transfronteriza. Esta se basa en el conocimiento ancestral de las rutas comerciales subsaharianas.
Su estructura es más flexible y se basa en células familiares que pueden activarse o desactivarse según las necesidades de mercado. Tal adaptabilidad les ha permitido diversificar su inversión hacia el tráfico de personas, armas y precursores químicos para la fabricación de drogas sintéticas. Esto los ha convertido en arquitectos logísticos del crimen transnacional marroquí.
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Por último, la metrópoli económica de Casablanca ha generado un tercer modelo diferente. Se trata de organizaciones criminales urbanizadas que se especializan en blanqueo de capitales, fraude fiscal y creación de estructuras empresariales complejas. Estas facilitan las operaciones de otros actores criminales.
Estos grupos, menos visibles mediáticamente pero sutilmente sofisticados, han desarrollado organizaciones-espejo. Estas imitan a las corporaciones modernas legítimas, desde la ingeniería financiera hasta la inteligencia competitiva.
Representan la evolución más avanzada del crimen organizado marroquí, operando en las intersecciones grises entre legitimidad e ilegalidad.
¿Cómo opera actualmente la mafia marroquí?
Un caso paradigmático de estas redes lo constituye el Puerto de Róterdam, principal punto de entrada de estupefacientes hacia el continente europeo.
El puerto no solo funciona como punto de entrada de cocaína y otras drogas. También actúa como centro de convergencia logística, donde se realizan transferencias entre contenedores, almacenamiento temporal y redistribución hacia ciudades europeas como Ámsterdam, Berlín o Londres.
Así, en octubre de 2022, una operación coordinada entre las aduanas neerlandesas y la policía belga logró desarticular una organización. Esta intentaba introducir 1.200 kg de clorhidrato de cocaína ocultos en un contenedor procedente de Panamá.
La carga inicial fue sustituida por material falso y seguida hasta una nave industrial en Wilrijk (Bélgica). Este modus operandi se basa en la infiltración laboral y la corrupción de empleados portuarios. Se ha normalizado hasta permitir al crimen transnacional mover cargamentos con altos niveles de impunidad.
La estructura delictiva conocida como Mocro Maffia está integrada en gran parte por personas de origen marroquí asentadas en Países Bajos, Bélgica y el sur de España. Este grupo ejemplifica el funcionamiento de una parte del nodo diaspórico que actúa como intermediario entre productores latinoamericanos de cocaína y mercados de consumo europeos. Al mismo tiempo, mantiene vínculos estrechos con bandas marroquíes dedicadas al tráfico de hachís.
En Marruecos, la producción y exportación de hachís mantiene una economía informal de gran calado. Su transporte hacia Europa se realiza mediante un ecosistema logístico que incluye embarcaciones rápidas, drones, narcolanchas, veleros recreativos y contenedores marítimos.
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Este sistema se sustenta en redes de vigías, tecnología GPS y puntos de acopio. También utiliza barrios enteros como plataformas logísticas, especialmente en localidades como La Línea de la Concepción, Algeciras y Tarifa.
Pero cabe destacar, que tales nodos criminales trascienden el ámbito del narcotráfico. Las denominadas economías sombra abarcan también delitos ambientales, como la extracción ilegal de arena. Es un delito a menudo subestimado, pero con graves impactos ecológicos en los ecosistemas marinos y litorales, que representa al mismo tiempo un negocio millonario.
En varias regiones del norte de África, donde el sector de la construcción crece al margen de la legalidad, grupos criminales extraen volúmenes masivos de arena de playas, dunas y fondos marinos para abastecer mercados clandestinos de materiales de construcción. Se estima que en Marruecos más de la mitad de la arena utilizada en construcción proviene de origen ilegal; y parte de este tráfico comparte rutas, medios de transporte y actores con las redes narcotraficantes.
Esta diversificación delictiva configura escenarios criminales convergentes en redes híbridas de alta complejidad. Estas están articuladas en estructuras horizontales que dificultan su persecución por parte de las autoridades.
Esto evidencia que la operatividad de la «mafia marroquí» no responde a actividades delictivas aisladas. Por el contrario, forma parte de un ecosistema criminal vinculado a economías informales, conflictos sociales, flujos migratorios y redes de corrupción institucional.
Alianzas y rivalidades del crimen organizado marroquí
En primer lugar, se ha de destacar su colaboración con los cárteles latinoamericanos. Entre ellos están el Cártel de Sinaloa, el Clan del Golfo y la Oficina de Envigado.
A los cárteles, se les facilita la entrada de grandes cargamentos de cocaína en Europa a través de puertos como Róterdam o Amberes. Asimismo, los clanes criminales marroquíes han consolidado vínculos importantes con estructuras mafiosas tradicionales como la Camorra napolitana (a través de Raffaele Imperiale), y con clanes gallegos en España (con los que comparten operaciones de narcotráfico marítimo). También se han documentado relaciones regulares con redes criminales irlandesas (como el Kinahan Cartel) y con la Penose neerlandesa.
Sin embargo, esta complejidad estructural también ha dado lugar a profundas rivalidades internas y conflictos externos. Dentro del crimen marroquí en Europa, han emergido facciones enfrentadas como los clanes vinculados a figuras como Gwenette Martha. Estos han protagonizado guerras «fratricidas» con múltiples asesinatos.
En paralelo, han mantenido tensiones con grupos turcos como la familia Baybaşin. Son rivales en el control de rutas de heroína y de enclaves logísticos clave en los Países Bajos.
Relación con el Estado marroquí y cierre de círculo
La relación entre el Estado marroquí y las redes criminales, constituye un modelo sofisticado de coexistencia funcional que va más allá de la corrupción tradicional. Así, estas redes llegan a actuar como «subcontratistas informales» que gestionan flujos migratorios según demandas diplomáticas y geopolíticas.
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A cambio, Rabat obtiene beneficios indirectos. Entre ellos se encuentran divisas ilegales recicladas en la economía formal, inteligencia no oficial sobre movimientos de actores externos y una reducción de presión interna al «solucionar» ciertos problemas.
Estas redes operan rutas mixtas que combinan el tráfico de personas y drogas. Esto ha quedado evidenciado en recientes operaciones que desarticularon grupos en Ceuta y Algeciras. Estas organizaciones obtenían millones de euros mediante el uso de menores (mulas) para pilotar embarcaciones.
Además, se detectaron redes que introducían migrantes magrebíes desde Marruecos hasta el Reino Unido, y luego hacia Europa por rutas clandestinas.
De esta forma, Marruecos ha demostrado saber emplear la migración como herramienta estratégica de presión, flexibilizando sus fronteras en momentos críticos.
Así, el Estado marroquí mantiene una estructura criminal paralela que le permite manejar la presión migratoria como moneda de cambio. Al mismo tiempo, las redes delictivas gozan de una impunidad parcial y control territorial.
Esto configura un sistema de gobernanza criminal donde Estado, mercado y territorio se entrelazan. Juntos sostienen la economía política de la migración y el crimen organizado en el exterior.
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