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El futuro geopolítico de los micro-Estados del Pacífico

Análisis

Salvador Iborra
Salvador Iborra
Graduado en Derecho por la Universidad de Cádiz. Interesado en los tableros de juego geopolíticos, así como en la Historia para comprender el presente en marcha y el futuro que aproxima.

El Pacífico, un escenario de creciente tensión entre grandes potencias, también es un espacio de oportunidades para sus micro-Estados. Su capacidad para navegar entre los grandes actores y forjar acuerdos determinará si pueden labrarse un futuro propio. En este artículo, Salvador Iborra, alumno del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico de LISA Institute, analiza las dinámicas geopolíticas que definirán el futuro de estos pequeños Estados.

No es sencillo formular una definición única para los micro-Estados. Mientras algunos autores los identifican a través de criterios cuantitativos, como población o tamaño del territorio, otros utilizan criterios cualitativos, relacionados con su comportamiento en el ámbito internacional o su posicionamiento geográfico.

En este análisis se utiliza el criterio cuantitativo demográfico, tomando como referencia a aquellos Estados insulares con menos de un millón de habitantes. Por tanto, podríamos hablar de once micro-Estados: Fiyi, Islas Salomón, Vanuatu, Samoa, Kiribati, Micronesia, Tonga, Islas Marshall, Palaos, Nauru y Tuvalu.

Para poder identificarlos mejor en el continente de Oceanía y entender su contexto, veámoslos en sus respectivas subregiones: Micronesia, Polinesia y Melanesia.

Estas subregiones, aunque guardan un pasado colonial y unos intereses comunes, se caracterizan también por diferencias, por lo que no podemos entender a estos micro-Estados como un todo uniforme.

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Por ejemplo, las grandes islas de Melanesia determinaron geográficamente grandes diferencias culturales entre las poblaciones de costa y de interior, que estaban aislados. Eso ha llevado a que actualmente sea una zona con un patrimonio lingüístico muy rico (por ejemplo, en Vanuatu existen 108 lenguas indígenas con una población que apenas supera los 300.000 habitantes). 

No obstante, la Polinesia, caracterizada por altas islas volcánicas, no ofrecía tales barreras, permitiendo un mayor desarrollo de rituales sociales y políticos.

Otro caso es el de la religión. Existe una uniformidad religiosa en torno al cristianismo, con más de un 90% de creyentes, pero también con diversidad: la Micronesia aglutina a la mayoría de los católicos por la antigua influencia española, mientras que Melanesia y Polinesia son de corte protestante por la influencia inglesa y estadounidense. Un caso curioso es el de Fiyi que, aun siendo de mayoría cristiana, tiene alrededor de un 28% de hindúes por la emigración india al país a finales del siglo XIX.

Por último, no todos guardan las mismas formas de organización política. Islas Salomón y Tuvalu son monarquías parlamentarias reinadas por Carlos III del Reino Unido, Kiribati y Palaos son repúblicas presidenciales y Tonga es una monarquía hereditaria fundada por la familia Toupou, entre otros.

Al margen de tales diferencias, sí que existen una serie de factores comunes que son clave en su geopolítica: todos tienen índices de fertilidad por encima de los dos puntos (salvo Palaos), así como balanzas comerciales y tasas de migración negativas.

Desafíos y oportunidades de los micro-Estados

El think tank australiano Lowy Institute cifra en 40 billones de dólares estadounidenses la ayuda externa que han recibido los Estados insulares del Pacífico desde 2008 hasta 2021, siendo la región del mundo más dependiente

Alexandre Dayant, subdirector del Centro de Desarrollo del Indo-Pacífico, afirma: «los países insulares del Pacífico albergan algunas de las poblaciones más pequeñas, remotas y dispersas internamente del mundo, planteando desafíos importantes para la realización de vías de desarrollo más tradicionales». Esta dependencia viene marcada por su localización geográfica, que es un arma de doble filo. 

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Su ubicación determina que sean generalmente economías poco competitivas, cuyos únicos recursos son pesqueros, madereros y, en ocasiones, minerales. Con unos costes de transporte altos y mercados muy pequeños, la industrialización parece imposible

A pesar de ello, cuentan con un recurso económico clave: sus zonas económicas exclusivas (ZEE). Concepto originado en el Derecho del Mar hace apenas 40 años, es el área más allá del mar territorial, hasta las 200 millas marinas, sobre el que los Estados ribereños tienen derechos de soberanía para explorar y explotar sus recursos naturales, así como de jurisdicción.

Se produce la paradoja de que los Estados más pequeños del mundo cuentan con ZEE de gran extensión: en el top 20 están Kiribati, Micronesia y las Islas Marshall. Esto les otorga una ventaja competitiva en un mundo globalizado.

Sumado a ello, utilizan también una serie de figuras contemporáneas: pasaportes dorados, regulaciones, laxas en derecho tributario y societario y banderas de conveniencia (uso muy extendido en Islas Marshall). Esta política les permite acceder a jugosas inversiones extranjeras, pero entrañan también un riesgo: el crecimiento del crimen.

Con unas oportunidades económicas tan limitadas, se antoja imposible que estos micro-Estados renuncien a dichas prácticas, aunque entrañen actividades ilícitas. Dado su poder diplomático débil, resulta imprescindible que estos países se integren en mecanismos internacionales de control del crimen transnacional. No obstante, la máxima amenaza que enfrentan los 11 sigue siendo el cambio climático.

El impacto de este es uno de los temas que más influye en su política exterior y su estrategia. No es para menos, pues se estima que el cambio climático podría costar hasta un 3,5% de su PIB anual en 2050 y un 12,7% en 2100, siendo el sector agrícola el más afectado (esto agravaría aún más su dependencia alimentaria del exterior).

Ciclones tropicales cada vez más destructivos, cambios en la estacionalidad de las lluvias, erosiones costeras más dañinas y la subida del nivel del mar amenazan a estos micro-Estados. De hecho, ya existen pronósticos de que, en el peor de los escenarios, podrían provocar la desaparición de Kiribati.

Esto agrava (y agravará) aún más la marcha de ciudadanos de dichos micro-Estados al extranjero. No lo tendrán fácil, pues los denominados «refugiados climáticos» no están amparados por la Convención de Ginebra de 1951 y se enfrentan a políticas de migración restrictivas de los países de su entorno.

El juego internacional: la influencia externa de las grandes potencias

En 2011, Hillary Clinton, como secretaria de Estado, declaró que el siglo XXI es el siglo Estadounidense del Pacífico. A partir de entonces, se abrió una nueva etapa geoestratégica para Estados Unidos. Este giro de su política exterior hacia Asia-Pacífico marcó el fin de una larga década de conflictos militares en Irak y Afganistán.

Con el futuro (y el presente) protagonismo de Asia-Pacífico en la economía mundial y una República Popular China en ascenso, el viraje de los recursos estadounidenses hacia la región era inevitable y necesario.

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Australia, por otro lado, se caracterizó por una postura en el Pacífico Sur, equilibrada entre su asociación defensiva con Estados Unidos y sus lazos económicos con China (es su mayor socio comercial). Con el viraje de Washington para contener el ascenso chino, abandona dicha posición y se muestra preocupada por su creciente influencia. En este escenario de competencia, los 11, con su política de «Amigos de todos, enemigos de ninguno», tratan de jugar sus cartas. 

La forma tradicional de influir en los micro-Estados pacíficos es a través de cuantiosas donaciones económicas, necesarias por la enorme dependencia exterior de estas naciones. Apostar económicamente en estos países es atractivo para China con un doble objetivo: deslegitimar aún más a Taiwán y obtener influencia en el patio trasero de Australia

El primero de ellos lo está consiguiendo. Nauru, este año, se convirtió en el octavo micro-Estado en reconocer a Pekín. Taipéi compite con el gigante asiático a través de la «diplomacia de cheques», por la que el reconocimiento se disputa entre uno y otro a través de donaciones o créditos con bajo interés. Actualmente, solo Islas Marshall, Palaos y Tuvalu mantienen el reconocimiento a Taiwán.

El segundo está en marcha: la inversión china en la región alcanzó su máximo en 2016, según Lowy Institute. Sus inversiones están enfocadas en las infraestructuras y recursos públicos, con resultados mucho más visibles que las realizadas por los donantes tradicionales

Sumado a ello, su ayuda financiera carece de condicionalidad («no strings attached»), sin esperar ningún cambio de política del beneficiario. Esto la vuelve aún más atractiva.

Estados Unidos no se ha quedado de brazos cruzados. En los últimos dos años ha establecido compromisos financieros por más de 800 millones de dólares, con un enfoque en el multilateralismo, la resiliencia climática y la seguridad marítima.

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Australia, con su patio trasero en disputa, ha dado algunos pasos adelante. Es el mayor donante de las islas, incluso en instituciones regionales, y ofrece actualmente una alternativa a los préstamos chinos para infraestructura a través del Mecanismo Australiano de Financiación de Infraestructura para el Pacífico. Adicionalmente, esta competición puede alterar la estructura de seguridad del Pacífico.  

China tiene como uno de sus objetivos principales la proyección de su poder naval más allá de sus mares cercanos. Estableció en el Libro Blanco de Defensa de 2019 la prioridad de «desarrollar instalaciones logísticas en el extranjero» con el objetivo de «proteger los intereses de China (…) y abordar las deficiencias en las operaciones en el extranjero».

En este contexto llega en 2022 el pacto de seguridad de Islas Salomón y China. Fruto de una serie de protestas que generaron un gran clima de inseguridad en el país, curiosamente debido al reconocimiento de Pekín. Ambos países establecen un acuerdo que permite el despliegue de fuerzas de seguridad chinas en las islas y su utilización para paradas logísticas de buques militares.

Australia y Estados Unidos han interpretado este tratado como el primer paso hacia la militarización china del Pacífico. La respuesta diplomática de Australia llegó en 2024 con la firma del tratado de la Unión Falepili con Tuvalu. En él se establece una cláusula por la que Australia ostenta un derecho de veto sobre cualquier acuerdo de seguridad o defensa que Tuvalu pueda negociar con un tercero.

Conclusiones

Con un futuro desalentador a nivel climático, los líderes de estos pequeñísimos Estados deben optar por una alta flexibilidad estratégica

El mejor camino que tienen es el del multilateralismo, debiendo utilizar su presencia en la Asamblea de las Naciones Unidas y el Foro de las Islas del Pacífico para exponer sus problemáticas. No lo tendrán fácil, pues caminamos hacia un mundo multipolar unilateral.

La competición en Asia-Pacífico ha hecho crecer muchísimo la ayuda bilateral, pero esta no está bien coordinada a nivel regional. Las plataformas multilaterales deberían servir como vía para el diálogo entre donantes y receptores. Frente a un panorama adverso, estos Estados tienen la oportunidad de demostrar que el tamaño no es un impedimento para ejercer un liderazgo resiliente. 

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