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Hegemonía y recursos hídricos: el Mekong como arma geopolítica

Análisis

Alejandro Vigo
Alejandro Vigo
Alumno del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico de LISA Institute. Graduado en Relaciones Internacionales con gran interés en la geopolítica y en el comercio internacional, particularmente en Sudeste Asiático.

El Mekong es un recurso vital, pero también un campo de batalla geopolítico. En este artículo, el alumno del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico de LISA Institute, Alejandro Vigo, explica cómo su gestión afecta la economía y estabilidad del Sudeste Asiático, generando tensiones entre los países ribereños.

El río Mekong (Lancang en chino) es el más largo del Sudeste Asiático, con una longitud de aproximadamente 4.900 km. El curso de este río se origina en la meseta tibetana, en China. Fluye hacia el sur a través de la provincia de Yunnan. Luego, continúa su recorrido por Myanmar, Laos, Tailandia y Camboya. En Camboya, comienza su delta y se divide en dos mitades: el Mekong y el Bassac.

A su vez, estos se dividen en seis y tres grandes canales, respectivamente. Todos ellos forman, en conjunto, los llamados «Nueve dragones» en Vietnam. Finalmente, desembocan en el mar de China Meridional. La cuenca del Mekong se divide en dos regiones: el Alto Mekong, que comprende su tramo en China, y el Bajo Mekong, que abarca a los demás países de su recorrido.

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El agua es un recurso clave para la estabilidad y el desarrollo de cualquier sociedad. En el caso del Mekong, es un recurso estratégico fundamental para el desarrollo económico y la estabilidad geopolítica del Sudeste Asiático. Este río es una fuente vital de agua dulce, que abastece a comunidades enteras para el consumo humano, la agricultura, la producción hidroeléctrica y el mantenimiento de ecosistemas naturales. Esto es especialmente relevante en la Cuenca Baja del Mekong (LBM, por sus siglas en inglés), una región mayormente rural que depende del río y de las tierras adyacentes para su sustento.

Imagen 1. Cuenca del Mekong. Fuente: Conservation.org 2021.

La importancia de los recursos hídricos del Mekong

El Mekong es la segunda vía fluvial con más biodiversidad del mundo, después del Amazonas. Los recursos del río han sido fundamentales para establecer la prosperidad económica en la región, proporcionan agua, alimentos y energía a una población de unos 70 millones de personas. La mayoría de estas comunidades basa su dieta en el arroz, el pescado y otros animales acuáticos.

En cuanto a la pesca, el río alberga la tercera población de peces más diversa del mundo, solo superada por las cuencas de los ríos Amazonas y Congo. Además, es el escenario de la pesca continental más grande del planeta. Con una captura total estimada en 2,3 millones de toneladas y un valor de 11.000 millones de dólares estadounidenses al año, representa el 20% de las capturas mundiales de pescado de agua dulce.

El caudal del río varía según el régimen de monzones. Disminuye durante la estación seca (diciembre-abril) y aumenta en la estación húmeda (mayo-noviembre). Este cambio genera fenómenos extraordinarios, como el flujo inverso del río Sap en Camboya, similar al del Nilo en Egipto, lo que favorece la pesca.

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Además, esta contracción prolonga las inundaciones estacionales en el delta del Mekong, lo que beneficia el cultivo de arroz. Esto garantiza empleo y seguridad alimentaria en la subregión. Gracias a ello, países como Tailandia y Vietnam se han convertido en dos de los tres principales exportadores de arroz del mundo. Tailandia y Vietnam representan el 15,1% y el 11,1% del total mundial, respectivamente, solo por detrás de India (30,8%).

La importancia de este cultivo es tal que la producción alimenta directamente a otros 300 millones de personas, cinco veces más que la población que habita su cuenca. Estas fluctuaciones naturales se combinan con un gran desnivel, especialmente en la zona alta del Mekong. Allí, el río desciende 4.500 metros a lo largo de su curso en China hasta alcanzar la frontera con Myanmar. En la segunda mitad de su recorrido, el desnivel se reduce a 500 metros, pero siguen siendo frecuentes los saltos y cascadas. Entre ellas, destacan las de Khone en Laos.

Esta topografía otorga al Mekong un enorme potencial hidroeléctrico, estimado en 60.000 megavatios (MW). Este potencial es comparable a la capacidad nuclear de Francia, el segundo mayor productor de energía nuclear del mundo después de EE. UU., con 61.370 MW. En los últimos años, el Mekong se ha convertido en un motor clave para el desarrollo industrial y la seguridad energética de los países ribereños. La demanda ha aumentado debido a su bajo coste operativo, su capacidad para generar electricidad de forma continua y su potencial para reducir la dependencia de combustibles fósiles. Como consecuencia directa de esto, se han completado o están en construcción 745 represas en toda la cuenca del río Mekong.

Imagen 2. Mapa de todas las presas del Mekong. Fuente: Stimson

Represas en el Mekong: principal riesgo para la seguridad hídrica

Los estudios realizados por expertos, tanto dentro como fuera de la región, incluido el último análisis de Stimson a través del Mekong Dam Monitor, han demostrado de manera consistente los devastadores efectos económicos y ambientales de estas represas. Estos efectos afectan los procesos agrícolas y pesqueros del Mekong en sus llanuras aluviales, especialmente en el delta, donde millones de personas obtienen su sustento. Entre los impactos se incluyen la pérdida de biodiversidad, el desplazamiento de comunidades locales y la alteración de los flujos de agua esenciales para la agricultura.

La construcción masiva de represas ha bloqueado las rutas migratorias de los peces. Esto podría provocar un descenso de sus poblaciones de más del 40% en la próxima década, según algunos estudios. Además, el Mekong transporta grandes cantidades de limo rico en nutrientes. Estos sedimentos son esenciales tanto para la alimentación de los organismos acuáticos como para la fertilización del suelo agrícola. Sin embargo, los sedimentos quedan atrapados detrás de los embalses, lo que reduce la fertilidad del suelo y altera el equilibrio ecológico del delta. Este fenómeno no es exclusivo del Mekong, ya que también ocurre en otros países, como China con las Tres Gargantas o Egipto con la presa de Assuan.

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Por otro lado, la construcción de presas contribuye al desplazamiento de población. Este desplazamiento ocurre tanto de forma directa (personas reasentadas debido a la construcción de una presa, su embalse o infraestructura asociada) como indirecta (comunidades cuya seguridad alimentaria y medios de vida se ven comprometidos por la reducción de los recursos agrícolas y pesqueros). Además, se generan impactos económicos generales.

Aunque las cifras de desplazados son dispersas, según datos disponibles, ya se habrían reasentado aproximadamente 300.000 personas. Laos es uno de los países más afectados. En 2011, se estimó que el desarrollo de la energía hidroeléctrica en este país provocaría el reasentamiento de entre 100.000 y 280.000 personas, lo que representaría entre el 1% y el 4% de la población total.

China es la principal potencia geopolítica en la región, operando a día de hoy 12 grandes presas en el curso principal del Alto Mekong. Entre ellas se destacan la presa de Xiaowan y la de Nuozhadu, que son algunas de las más grandes del mundo. Estas presas tienen la capacidad de almacenar alrededor del 50% del agua utilizable de toda la cuenca del Mekong.

Al controlar las presas en la cabecera del río, que contribuyen con un 20% a un 70% del caudal (dependiendo de la estación seca o húmeda), China tiene la capacidad de regular los flujos de agua de manera unilateral. Esto le otorga una ventaja significativa en la gestión del agua. Además, a lo largo de la cuenca del Mekong, las empresas chinas están involucradas en la financiación y construcción de muchas de las presas.

Imagen 3. Principales presas del curso del Mekong. Fuente: Stimson

China es, a su vez, el principal inversor en Laos, un país sin salida al mar y con escasos recursos. Laos ha definido la energía hidroeléctrica como su única oportunidad para un rápido crecimiento económico. Con la ambición de convertirse en «la batería del sudeste asiático», China está utilizando el Mekong para ampliar su producción energética y satisfacer la demanda regional de energía. De hecho, el 71% de la energía que produce proviene de plantas hidroeléctricas, y se espera que para 2025 la electricidad represente un cuarto de sus exportaciones.

Esta demanda está creciendo, especialmente por parte de Tailandia, el mayor consumidor de energía del Bajo Mekong. Tailandia importa más del 60% de su energía, especialmente hidrocarburos, y busca diversificar su dependencia energética. Esto contribuye a la financiación de los planes hidroeléctricos de Laos.

Camboya, por su parte, es el país más pobre y el más vulnerable a los efectos adversos de las perturbaciones en el caudal de los ríos. Esto se debe a que casi la totalidad del país forma parte de la cuenca del Mekong. Al mismo tiempo, enfrenta uno de los precios de energía más altos de la región.

Por ello, el gobierno ha desarrollado nuevas vías para reducir los precios y estimular el desarrollo económico mediante la generación hidroeléctrica. Empresas chinas, como la estatal Sinhydro (el mayor desarrollador de energía hidroeléctrica del mundo), han financiado la mayoría de los proyectos hidroeléctricos de Camboya. Esto ha reafirmado al país, junto a Laos, como un socio incondicional de Pekín en la región.

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Entre estos proyectos destacan las megapresas de Sambor y Stung Treng. Sin embargo, un informe encargado por el gobierno camboyano aplicó una moratoria de construcción  hasta el año 2030 debido a sus amenazas a la biodiversidad.

Aunque menos vulnerable que Nom Phem, Vietnam depende en gran medida de su delta, que genera el 18 % de su PIB (más de 40 mil millones de dólares). Además, mantiene tensiones con Pekín por la soberanía de las islas Paracelso y Spratly en el mar de China Meridional. Vietnam teme que el control chino sobre el Mekong se convierta en una herramienta de presión geopolítica mediante la «diplomacia de la llave de paso».

Además de las dinámicas de dependencia y poder, la gobernanza del Mekong representa uno de los desafíos más complejos de la región. Este desafío se ve agravado por la competencia entre dos organizaciones multilaterales que buscan ejercer influencia sobre la gestión del río.

Por un lado, la Comisión del Río Mekong (MRC), creada en 1995, reúne a Laos, Camboya, Tailandia y Vietnam con el objetivo de promover el desarrollo económico sostenible de la cuenca y gestionar sus recursos de manera coordinada. La MRC cuenta con el respaldo de socios internacionales como la Unión Europea, Estados Unidos, Japón, el Banco Asiático de Desarrollo y la FAO, lo que le otorga una dimensión más global.

Sin embargo, su capacidad de acción está limitada. Esto se debe a la ausencia de China y Myanmar como miembros de pleno derecho. También a la falta de mecanismos vinculantes para regular el uso del agua entre los países miembros. Por otro lado, en 2016, China impulsó la Cooperación Lancang-Mekong (LMC). Esta plataforma alternativa, a diferencia de la MRC, sí incluye a China y Myanmar.

Bajo el pretexto de la cooperación para el desarrollo económico, la LMC ha servido a Pekín para consolidar su influencia sobre los países ribereños. Esto se ha logrado mediante el financiamiento de grandes proyectos hidroeléctricos e infraestructuras clave. Aunque la LMC ofrece incentivos económicos, su estructura está claramente orientada a los intereses estratégicos chinos. Esto ha generado preocupaciones entre los países río abajo sobre la falta de transparencia y la manipulación de los flujos hídricos.

El Mekong no es solo un recurso natural vital, sino también un campo de batalla geopolítico. En él, las relaciones de poder y dependencia determinan el equilibrio de la región. China ha consolidado su posición como la «ficha de dominó» más poderosa, estableciendo una relación asimétrica con los países del Bajo Mekong.

Además, sin un acuerdo multilateral vinculante que regule el uso del Mekong de manera equitativa, la región seguirá expuesta a la instrumentalización del agua como arma geopolítica. Esto afectará no solo la seguridad hídrica y alimentaria, sino también la estabilidad del sudeste asiático en su conjunto.


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