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La huella china en Siberia: impacto económico y estrategia geopolítica en el corazón de la relación sino-rusa

Análisis

Miguel Á. Melián
Miguel Á. Melián
Graduado en Relaciones Internacionales por la Universidad Rey Juan Carlos, ha tenido la oportunidad de realizar másteres en distintos ámbitos académicos: Seguridad e Inteligencia (FESEI); Relaciones Internacionales y Diplomacia (Escuela Diplomática de España); Negocios Internacionales (PROEXCA-Gobierno de Canarias) y, actualmente, cursando el máster en Ciencia Política y Gestión Pública (URJC). Considero que la curiosidad es el motor del crecimiento personal y profesional, pues siempre me ha guiado e impulsado a lo largo de mi camino. Interesado principalmente en el análisis geopolítico internacional en sus distintas vertientes y ámbitos, con especial atención por el equilibro de poder global y su impacto en un escenario internacional cada vez más inestable

Siberia, con sus vastos recursos y ubicación estratégica, se ha convertido en el eje de una compleja interacción entre Rusia y China. Los flujos migratorios, las tensiones económicas y las históricas disputas territoriales están redefiniendo esta región, evidenciando cómo la geopolítica del Lejano Oriente trasciende fronteras. En este artículo, Miguel Ángel Melián analiza el impacto de la presencia china en Siberia y su influencia en las relaciones sino-rusas, marcadas por una frágil convivencia entre cooperación y competencia.

La geopolítica, tradicionalmente enfocada en las dinámicas de poder entre territorios, adquiere una nueva profundidad al incorporar una dimensión humana y sociológica. Los teóricos clásicos como Mahan, Mackinder y Spykman sentaron las bases del análisis geopolítico en los siglos XIX y XX, centrando su atención en el control estratégico de territorios clave, ya fueran marítimos o continentales.

Sin embargo, al integrar el análisis de los movimientos humanos, las tensiones sociales y los factores culturales, se revela cómo estos elementos desempeñan un papel crucial en las relaciones de poder y en la percepción que los estados tienen de sus intereses y amenazas.

En la actualidad, es común encontrar enfoques que reconocen que el poder geopolítico no depende únicamente de la geografía física o de los recursos estratégicos, sino también de la interacción de las poblaciones con su entorno y entre sí. Las migraciones, los cambios demográficos y las tensiones sociales actúan como motores de transformación que impactan directamente en la estabilidad de regiones enteras. Así, estos enfoques destacan que las decisiones políticas no se toman en un vacío geográfico, sino en un contexto humano donde las percepciones, aspiraciones y conflictos sociales son fundamentales para comprender los intereses estratégicos de los estados.

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Un caso ilustrativo de esta dinámica se muestra en Siberia, concretamente en el marco de las relaciones sino-rusas. Esta región es clave por sus vastos recursos naturales y su posición geográfica estratégica, y actualmente está experimentando cómo los movimientos poblacionales están redefiniendo las relaciones entre Rusia y China, especialmente en el ámbito migratorio.

La migración china hacia Siberia ha aumentado en las últimas décadas, impulsada por un conjunto de factores que abarcan desde la estrategia geopolítica china hasta oportunidades económicas. En líneas generales, este flujo migratorio no solo modifica la composición demográfica de la región, sino que también influye en las políticas fronterizas, las dinámicas de cooperación y competencia entre ambas potencias, y, por ende, en el equilibrio de poder en Asia.

En este sentido, la presencia china en Siberia ha generado preocupaciones en Moscú sobre una posible zona gris de influencia china en el territorio ruso. La inmigración china podría conducir, a largo plazo, a una ocupación pacífica y a la anexión de facto de amplias zonas del este de Rusia, especialmente aquellas ricas en recursos naturales, planteando desafíos tanto para la soberanía rusa y para las relaciones bilaterales entre ambos países.

Así pues, analizar la geopolítica del caso siberiano permite comprender de una forma holística las implicaciones demográficas y las estrategias políticas y económicas de ambos actores, reflejando la complejidad de las dinámicas de poder que acontecen en el Lejano Oriente.

Relaciones sino-rusas: vaivenes históricos desde mitad del siglo XX

Las relaciones entre China y Rusia han experimentado una evolución significativa desde mediados del siglo XX, marcada por períodos de cooperación y tensión estratégica. En el siglo XIX, tras la derrota de China en la Primera Guerra Sino-Japonesa (1894-1895), Rusia aprovechó la debilidad china para expandirse en Manchuria, generando un gran resentimiento en China y reafirmando el sentimiento chino del denominado «Siglo de la Humillación».

Figura 1. Frontera entre Manchuria y la Unión Soviética en la década de los 60. Fuente: Archivos del Departamento de Defensa de Estados Unidos.

Este ideario revanchista ha influido indudablemente en la postura de los líderes chinos contemporáneos, quienes buscan rectificar las humillaciones históricas y recuperar territorios perdidos. Por su parte, Rusia, bajo el liderazgo de Vladímir Putin, ha mostrado una actitud similar, intentando restaurar la influencia rusa en regiones estratégicas y reafirmar su poder en el escenario internacional.

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Ya en la década de 1960, las tensiones fronterizas entre China y la Unión Soviética se intensificaron, culminando en enfrentamientos armados en 1969, como el conflicto en la isla de Zhenbao (Damanski) en el río Ussuri. Estos incidentes reflejaron la profunda desconfianza entre ambos países al no llegar a acuerdos en las primeras etapas del conflicto.

Figura 2.  Frontera Sino-Rusa. Fuente: Naciones Unidas, Gazprom

A pesar de ello, en 2004, se alcanzó un acuerdo sobre la isla Bolshoy Ussuriysk, dividiendo la soberanía de ambas partes y entrando en vigor en 2008. Este acuerdo logró aportar cierta estabilidad y fomentó la cooperación bilateral en un período en el que Rusia enfrentaba desafíos económicos y China experimentaba un rápido crecimiento económico, por lo que sendas partes estaban interesadas en mantener este marco de cordialidad y entendimiento. 

A pesar de una década de alineamiento de intereses, en 2023 surgieron nuevas tensiones. El Ministerio de Recursos Naturales de China reclamó hasta 135 puntos fronterizos, reavivando disputas territoriales. Además, la celebración del aniversario de Vladivostok en China generó polémica, ya que algunos en China consideran la ciudad como territorio históricamente chino.

La publicación de un nuevo mapa chino en 2023, que incluía áreas disputadas, exacerbó las tensiones, llevando consigo a que China se declarase como un estado «casi-Ártico», haciendo referencia a otra de las regiones clave para la política exterior rusa. Asimismo, otro de los puntos calientes se encuentra en la ciudad rusa de Khabarovsk, situada a 30km de la frontera china, la cual se ha convertido en un punto sensible debido a su proximidad y a la creciente influencia china en la región.

De esta forma, estas dinámicas reflejan la complejidad de las relaciones sino-rusas, donde las aspiraciones nacionales y las percepciones históricas juegan un papel crucial. Como apuntaba Lord Palmerston, «las naciones no tienen aliados permanentes, solo intereses permanentes». Esta máxima se manifiesta en la relación entre China y Rusia, donde la cooperación y la competencia coexisten en función de los intereses estratégicos de cada nación.

La presencia china en Siberia 

La presencia china en Siberia tiene raíces profundas que se remontan a la era de la dinastía Qing, cuando territorios clave como Vladivostok, entonces conocido como Haisheng Wai, formaban parte de China. Durante el siglo XVII, las batallas de Albazino (1686-1687) y el Tratado de Nerchinsk (1689) buscaron establecer límites claros entre los imperios chino y ruso.

Sin embargo, la ambigüedad de las traducciones en latín de dicho tratado dio pie a disputas posteriores. Con el debilitamiento de la dinastía Qing en el siglo XIX, Rusia aprovechó la oportunidad para consolidar su dominio en la región. Los tratados de Aigun en 1858 y la Convención de Pekín de 1860 otorgaron a Rusia territorios estratégicos, incluido Vladivostok, sellando una redistribución territorial que todavía alimenta un agravio histórico en la narrativa china.

Figura 3. Fuente: BBC, Rosstat, Rosreestr.

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Este sentimiento de pérdida territorial se ha mantenido latente en el imaginario colectivo chino, convirtiéndose en un argumento histórico recurrente que recuerda al utilizado por Pekín en sus reivindicaciones sobre Taiwán. En Siberia, los vínculos contemporáneos de China con la región son palpables.

Aunque la población china en el Lejano Oriente ruso ha disminuido desde los años 90, pasando de 200.000 a aproximadamente 70.000 personas en 2019, la influencia económica china sigue siendo significativa. Empresas chinas han asegurado contratos a largo plazo para explotar más de 100.000 hectáreas de tierra en la región, generando tensiones entre los residentes rusos, que perciben esta actividad como una erosión de la soberanía nacional.

El contexto demográfico amplifica enormemente estas tensiones. Actualmente, el Lejano Oriente ruso cuenta con unos 8 millones de habitantes, mientras que, al otro lado del río Amur, en China, viven más de 110 millones de personas. Ambas naciones enfrentan declives demográficos, pero la situación rusa es más crítica. Proyecciones para 2050 estiman que la población rusa disminuirá de 145 millones en 2024 a 136 millones, con una caída particularmente aguda en el este, que podría pasar de 8 millones a 5 millones de personas. Esta disparidad demográfica alimenta preocupaciones en Moscú sobre una posible expansión de la influencia china en Siberia, ya sea a través de una inmigración gradual o de una dominación económica silenciosa.

Como resultado, la combinación de una historia de reivindicaciones territoriales, la creciente dependencia económica de Rusia respecto a China y las desigualdades demográficas plantea preguntas cruciales sobre el futuro de Siberia.

Mientras Pekín amplía su presencia en la región mediante contratos agrícolas y proyectos de infraestructura, Moscú parece luchar por mantener el control en una zona estratégica que simboliza tanto su vulnerabilidad como su potencial. Y, en este marco, Siberia está en el centro de una delicada situación que define las interacciones entre dos gigantes geopolíticos.

Impacto económico y la aquiescencia rusa ante la migración china

Que China enfrenta serios desafíos en términos de recursos esenciales para sostener a su inmensa población es un hecho. La limitada disponibilidad de tierra cultivable, apenas el 7% del total mundial, contrasta con la necesidad de alimentar a más de 1.400 millones de personas.

Además, la contaminación, las sequías y otros problemas medioambientales afectan críticamente su suministro de agua y energía. Siberia, en cambio, ofrece una solución potencial con más de 220.000 hectáreas de tierras cultivables y ricos recursos naturales, incluidos metales preciosos, madera y pesca. Un ejemplo clave es el Lago Baikal, que concentra el 20% del agua dulce no congelada del planeta. En 2019, protestas masivas en Rusia surgieron contra proyectos chinos que buscaban embotellar agua de este lago, evidenciando la tensión que generan las actividades económicas chinas en la región.

Figura 4. Fuente: BBC, SPARK-Interfax.

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Por su parte, como se apuntaba con anterioridad, Rusia enfrenta una aguda crisis demográfica, especialmente en el Lejano Oriente, donde la población disminuye de manera preocupante. Con un continuo éxodo de habitantes hacia las regiones occidentales en busca de mejores oportunidades, el este ruso depende cada vez más de mano de obra extranjera, principalmente china, para mantener sus proyectos económicos.

Sin esta fuerza laboral, muchas empresas rusas en Siberia no podrían operar, lo que daría lugar a una entrega indirecta del control regional a China. Además, la dependencia de capital chino, respaldado por Pekín, deja a Rusia en una posición vulnerable, obligando al gobierno a aceptar inversiones que no siempre benefician a la población local ni aseguran el control estatal sobre la economía de la región.

Este inequlibrio plantea una preocupante disparidad entre ambos lados de la frontera. De un lado se sitúa una China con una posición fuerte a través de sus inversiones en infraestructura, conectividad y atracción de talento en sus regiones fronterizas.

Y, en el otro lado de la balanza, Rusia parece haber abandonado su esfuerzo por desarrollar el Lejano Oriente. Todo ello mientras las sanciones internacionales han reducido drásticamente las opciones financieras para Rusia, situando a China con una ventaja competitiva evidente. Por ejemplo, mientras las empresas chinas disfrutan de tasas de interés del 5% para sus inversiones y opciones financieras en la región, las rusas alcanzan el 25%, lo que limita severamente la capacidad de Rusia para competir.

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Casos específicos como Khabarovsk y Vladivostok reflejan el creciente control chino en la región. Khabarovsk, con menos de 650.000 habitantes, depende cada vez más de préstamos y proyectos liderados por China. Del mismo modo, en 2023, China logró un acuerdo histórico para utilizar el puerto de Vladivostok como punto de tránsito comercial sin pagar aduanas, marcando el regreso de Pekín a esta ciudad después de 163 años.

Este acuerdo subraya la pérdida de influencia de Rusia sobre sus territorios estratégicos, especialmente en un contexto donde Japón y Corea del Sur han retirado sus inversiones en la región debido a su rechazo a la invasión rusa de Ucrania. Y, a partir de este punto, es posible comprender cómo este panorama ilustra la dependencia económica y demográfica de Rusia respecto a China, redefiniendo las relaciones de poder en el Lejano Oriente.

Desafíos geopolíticos y el futuro de la presencia china en Siberia

La presencia china en Siberia plantea desafíos geopolíticos que reflejan las tensiones inherentes a la relación sino-rusa. Del lado ruso, el país enfrenta una compleja situación estratégica, marcada por su implicación en el conflicto ucraniano, la inseguridad en su frontera este y el debilitamiento de su influencia en el Mediterráneo tras la reciente inestabilidad en Siria.

Por el contrario, China se posiciona como un actor cada vez más influyente en Siberia, impulsado por la necesidad de recursos naturales y la histórica reivindicación de territorios. Subrayando así la necesidad de encontrar un equilibrio entre ambos países, que no solo preserve sus intereses mutuos, sino que evite un deterioro en la cooperación bilateral que podría beneficiar a terceros actores.

Una posibilidad preocupante para Rusia es que China adopte una estrategia similar a la que Moscú empleó en Georgia, Crimea o Donetsk, utilizando justificaciones basadas en la historia para con su interés en el territorio siberiano. La narrativa milenaria de China, que resalta su presencia previa a la llegada de los rusos, podría servir como base para argumentar futuras demandas territoriales.

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Aunque esta perspectiva no se ha materializado aún, es un recordatorio de las vulnerabilidades inherentes a la histórica asimetría demográfica y económica entre ambos países, que podrían desembocar en fricciones más profundas si los intereses de Pekín cambian en el futuro.

Por su parte, un escenario de conflicto militar directo parece poco probable, debido a las implicaciones catastróficas que tendría para ambos países y para el equilibrio global. Sin embargo, un ataque rápido o una escalada fronteriza no puede descartarse totalmente si las relaciones bilaterales se deteriorarán drásticamente.

Más plausible, sin embargo, es la idea de un takeover cultural por parte de la población china en Siberia. Este fenómeno, basado en la influencia demográfica, económica y cultural, podría erosionar gradualmente el control ruso sobre la región, transformando Siberia en una zona de creciente dependencia de China. Y, paradójicamente, Rusia podría beneficiarse de esta dinámica, ya que la gestión económica china podría revitalizar un territorio que Moscú ha descuidado desde años atrás.

Concluyendo, en el contexto actual, Siberia no es una prioridad de primer orden para la política exterior de China, especialmente en comparación con cuestiones más inmediatas como Taiwán. No obstante, las tendencias actuales muestran que la influencia china en la región seguirá creciendo, planteando desafíos a largo plazo para Rusia.

De esta forma, el futuro de la relación sino-rusa dependerá de la capacidad de ambos países para gestionar sus intereses divergentes en la región siberiana sin que ello derive en un conflicto abierto, optando por una cooperación pragmática que pueda estabilizar esta región estratégica para ambas partes en las siguientes décadas.


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