spot_img

¿De quién será el siglo XXI? El desafío global de la Unión Europea

Análisis

Miquel Ribas Lladó
Miquel Ribas Lladó
Grado en Relaciones Internacionales (Collegium Civitas, Varsovia) y Máster en Estudios Globales de Asia Oriental (UAB, Barcelona). Tiene experiencia como investigador en la Fundación Instituto Confucio (Barcelona) y en el Instituto de Investigación Sociopolítica de la Academia de Ciencias de Rusia (Moscú). Alumno certificado del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico y del Curso de Experto en China de LISA Institute.

El futuro de la Unión Europea plantea importantes desafíos en un mundo cada vez más multipolar. Miquel Ribas, alumno del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico y del Curso de Experto en China de LISA Institute, publica el quinto artículo del Especial «¿De quién será el siglo XXI?» donde examina las fortalezas, limitaciones y retos de la Unión Europea para consolidarse como un actor global en el siglo XXI.

La unificación monetaria bajo el Tratado de Maastricht y la creación del Banco Central Europeo (BCE) no ha servido para unificar políticas fiscales que siguen siendo soberanas, es decir, dependen de cada Estado, acrecentadas tras la crisis de 2009 que, como advirtió Varoufakis, se vio agravada por la falta de amortiguadores y de una arquitectura institucional no diseñada para mitigar los efectos de una crisis económica.

Durante su construcción se ha formado un grupo de Estados del norte muy desarrollados y generadores de superávits, frente a un grupo de Estados del sur más atrasados, deficitarios, ​​y dependientes de sectores productivos de menor valor añadido, como el turismo, la construcción o la agricultura. La unificación monetaria mediante el Tratado de Maastricht y la creación del BCE no han servido para unificar las políticas fiscales, que siguen siendo soberanas. No obstante, si bien los gobiernos disponen de soberanía fiscal, carecen de los instrumentos monetarios que dependen del BCE.

Esto genera suspicacias y una falta de unificación entre los países del sur, conocidos como PIIGS (siglas en inglés de Portugal, Italia, Grecia y España), fuertemente endeudados, y los llamados Estados Frugales, como Países Bajos, Dinamarca, Austria y Suecia. Estos últimos priorizan la austeridad en el gasto público y la estabilidad económica, oponiéndose a la mutualización de la deuda y a cualquier intento de armonización o federación.

➡️ Te puede interesar: Retos y oportunidades para la Unión Europea en la nueva legislatura: el futuro está en juego

Asimismo, la integración económica europea parece estar en un dilema. Formaciones que han sido pilares fundamentales de la integración europea, como la democracia cristiana y la socialdemocracia, están perdiendo terreno frente a organizaciones vinculadas a posiciones de extrema derecha e izquierda. Estas últimas priorizan la soberanía nacional sobre la integración supranacional.

Las formaciones de extrema izquierda o izquierda radical criticaron la falta de democracia de la Unión Europea y la priorización de los intereses del capital sobre los ciudadanos con la imposición de políticas de austeridad a través de la troika. Un ejemplo se reflejó con la imposición de las condiciones del primer rescate financiero de Merkel y Sarkozy al primer ministro griego, socialista, Yorgos Papandreu, sin permitir si estas condiciones eran apoyadas por el pueblo griego a través de una consulta como quería Papandreu.

Al mismo tiempo, otros problemas a los que se enfrenta la UE se reflejan a nivel social, con un elevado envejecimiento de la población y disminución, pues, en 1990, el 25% de la población vivía en Europa, mientras que hoy en el continente solo está habitado por el 6%.

Este hecho está amenazando los sistemas de pensiones de muchos Estados, que han defendido un enfoque solidario, al tiempo que se profundizan los discursos racistas y xenófobos contra la llegada de migrantes procedentes del norte de África o de Oriente Medio junto con la crítica del intervencionismo de la UE en asuntos nacionales. Como dijo Marine Le Pen: «soy profundamente euroescéptica: el funcionamiento de la UE es profundamente antidemocrático y antinacional»

El ascenso de formaciones de extrema derecha está relacionado con las acciones de la troika y los rescates financieros impuestos por el Eurogrupo a gobiernos democráticos. En Grecia, la política de austeridad fue un factor clave que impulsó el ascenso del partido neonazi Amanecer Dorado, convirtiéndolo en la tercera fuerza del Parlamento griego.

Esta situación ha sido aprovechada por grupos de extrema derecha que, bajo el discurso de la seguridad nacional, critican la integración europea, percibida como un proceso impuesto desde arriba y agravado por una recesión terriblemente asimétrica.

Al mismo tiempo, la incorporación de antiguos Estados del extinto bloque oriental está planteando ciertos problemas. La Unión Europea priorizó que estos países cumplieran con los llamados criterios de Copenhague para su adhesión, centrados en el establecimiento de un sistema político basado en la democracia liberal y una economía de mercado.

➡️ Te puede interesar: Proceso de integración en la Unión Europea: trayectoria y desafíos actuales

Sin embargo, se ignoró que la mayoría de estos Estados (con la excepción de la extinta Checoslovaquia) nunca habían operado bajo dichos sistemas. En su lugar, habían estado bajo la influencia de imperios aristocráticos, como el austrohúngaro, otomano y ruso, y posteriormente bajo regímenes marxistas.

En este punto, cabe preguntarse si la aceptación de estos países en la Unión Europea fue prematura, considerando los problemas significativos que han surgido. Entre ellos, destaca la tendencia autoritaria de la Hungría de Viktor Orbán y el boicot de algunos países del extinto Pacto de Varsovia a iniciativas comunitarias. Un ejemplo es Polonia, donde el Tribunal Constitucional declaró la primacía del derecho nacional sobre el europeo, desafiando abiertamente a la UE.

Desafíos de cohesión y seguridad en la Unión Europea

Persiste la presencia de partidos políticos y militares vinculados a la memoria de los colaboracionistas nazis, así como la celebración de actos en honor a nazis locales que colaboraron con las SS durante la Segunda Guerra Mundial, especialmente en los países bálticos.

Por otro lado, los países de Europa Central, como Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia, han formado el grupo de Visegrado. Este grupo muestra una postura crítica hacia el modelo de integración europeo y el eje franco-alemán, siendo más proclive a fortalecer sus relaciones con Washington.

A todo esto se suma la salida del Reino Unido, el primer Estado en decidir abandonar el club comunitario. Los promotores del Brexit argumentaron que el país debía recuperar su soberanía e independencia de las instituciones comunitarias, a las que culpaban de los problemas económicos nacionales. Este discurso ganó fuerza en un contexto de desindustrialización de las regiones del norte, marcada desigualdad entre un centro económico muy potente, como el Gran Londres, y una periferia empobrecida. Además, los políticos británicos criticaron con fuerza el intervencionismo europeo.

➡️ Te puede interesar: ¿Qué es la cartera digital de la Unión Europea?

Tampoco hay consenso sobre las iniciativas europeas en materia de seguridad. La propuesta de crear un ejército europeo nunca se ha materializado. Europa tampoco tiene capacidad para defenderse, ya que la mayoría de los Estados han optado históricamente por subordinar su seguridad a Washington, mientras invierten grandes cantidades de dinero en el desarrollo de estados de bienestar y desarrollo industrial.

Esta receta explica, por ejemplo, porque Alemania y Japón (ambos desmilitarizados por Washington tras la SGM) pudieron devenir rápidamente economías altamente desarrolladas y competitivas a pesar de los daños sufridos durante la SGM.

Un incremento del gasto militar tendría que financiarse mediante recortes en otras partidas presupuestarias vinculadas al bienestar o a través de un aumento de impuestos para generar mayores ingresos públicos. Esto reduciría el poder adquisitivo de los europeos en un contexto en el que, tras la pandemia del coronavirus, se ha evidenciado la importancia de contar con un sistema de bienestar sólido como amortiguador ante crisis de diversa índole (económicas, sanitarias, sociales, etc.).

Además, este escenario se agrava por el elevado endeudamiento de la mayoría de los Estados miembros, mientras el FMI advierte sobre los riesgos de fomentar el crecimiento a través de la generación de deuda, recomendando en su lugar ajustes fiscales.

Cada Estado cuenta con sus propias industrias militares, lo que las hace bastante incompatibles entre sí. Por ejemplo, no existe una cadena de montaje conjunta para el equipamiento bélico, y muchos componentes esenciales para su producción son incompatibles debido a las especificidades de las industrias nacionales. Algunos países, además, carecen de recursos básicos como transporte aéreo, satélites o sistemas sofisticados de control.

Esta fragmentación se refleja en el desafío europeo, que no radica tanto en la cantidad de gasto en defensa, sino en la manera en que este se distribuye, debido a la falta de unificación en las cadenas de valor y suministro para la producción de equipamiento militar.

Cabe destacar que el presupuesto en defensa de todos los Estados de la UE equivale a unos 380 millones de euros, una cifra superior al gasto ruso (antes de la guerra de Ucrania, el PIB conjunto de los Estados miembros en defensa era tres veces mayor al de Rusia) y también superior al chino. Sin embargo, a pesar de este nivel de gasto, Europa por sí sola carece del potencial para defenderse sin la asistencia de la OTAN y de Estados Unidos.

La seguridad, economía y cohesión europea frente a un mundo multipolar

Se ha observado que, desde el inicio de la guerra en Ucrania, algunos Estados, como Polonia, han incrementado significativamente su inversión en defensa como porcentaje del PIB. En el caso polaco, Varsovia proyecta destinar un 4,7% de su PIB a defensa para 2027. Sin embargo, gran parte de esta inversión no se dirige a la adquisición de equipamiento bélico europeo, sino a empresas extranjeras, como los cazas F-35 de Lockheed Martin, de Estados Unidos, o los FA-50 de KAI (Korea Aerospace Industries), de Corea del Sur, para reemplazar sus MIG-29 de fabricación soviética. Este hecho plantea un interrogante: ¿el rearme de Europa beneficiará principalmente a las industrias militares extranjeras más que a las europeas? 

De la misma manera, las amenazas a la seguridad no son compartidas por todos los europeos, es decir, no son homogéneas. Pensemos que un español, un portugués o un italiano no ven a Rusia del mismo modo que un báltico o un polaco. Del mismo modo, un báltico o un polaco no verán los flujos migratorios procedentes del norte de África, del mismo modo que un español, un griego o un italiano. 

➡️ Te puede interesar: 7 películas para convertirte en experto en la Unión Europea

La seguridad energética tampoco es homogénea, pues España y Portugal dependen sustancialmente del gas argelino (a través de los gasoductos del Magreb y Medgaz), al contrario que Alemania o Polonia, que dependen más de los gasoductos y oleoductos rusos (como los Nord Stream o el Duzhba). 

En este contexto, la apuesta de Bruselas por el impulso de las energías renovables o verdes no ha dado los resultados esperados aún. Prueba de ello está que el gobierno alemán, integrado por una formación ecologista comprometida con la emergencia climática, ha vuelto a apostar por el carbón como fuente de energía para su industria ante la caída del suministro de gas y petróleo ruso. 

Pero ante todo, lo más preocupante es la incapacidad de la Unión Europea, que ha mostrado que no puede seguir el ritmo de la economía china y estadounidense. Si hace 15 años, el tamaño de la economía europea superaba en un 10% al de EE.UU., sin embargo, en 2022 era un 23% inferior.

El PIB de la Unión Europea (incluyendo Reino Unido antes del Brexit) ha crecido, durante los últimos 15 años, un 21% (medido en dólares), frente al 72% de EE. UU. y el 290% de China. Todo ello denota que, las decisiones de Europa en los últimos años han resaltado sus debilidades en la pugna por el liderazgo mundial como ha denunciado el ex primer ministro italiano socialdemócrata Enrico Letta y el ex gobernador del BCE, Mario Draghi, por la incapacidad de las instituciones europeas de dotarse de las herramientas necesarias para abordar los retos.

Además, Estados Unidos siempre ha percibido las crisis en Europa como una oportunidad para fortalecerse. Un ejemplo de ello fue la crisis de 2008, cuando Estados Unidos emergió más cohesionado frente a la división europea. En el contexto de la guerra en Ucrania, esto se refleja en la aprobación de la Ley de Reducción de la Inflación, cuyo objetivo era atraer la deslocalización de la producción de conglomerados industriales europeos, especialmente en los sectores energético y tecnológico, hacia Estados Unidos. A esto se suma la reciente amenaza de Trump de imponer aranceles a las exportaciones europeas si no se incrementan las importaciones de gas natural licuado y petróleo estadounidense.

➡️ Te puede interesar: Las leyes que están transformando a la Unión Europea

Finalmente, pese al Tratado de Lisboa, que dota a la Unión Europea de personalidad jurídica propia como sujeto político para firmar acuerdos internacionales a nivel comunitario, no se han resuelto plenamente las tensiones internas. Aunque el Tratado introdujo las figuras de Presidente del Consejo Europeo y Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, con el objetivo de brindar mayor coherencia y continuidad a las políticas de la UE, no ha logrado superar la dualidad entre las autoridades europeas y nacionales en áreas clave como la unidad fiscal, la política exterior o la unidad de mercado. Esto se debe, en gran medida, a que la idea de una federación de Estados nunca ha estado en la agenda ni en el ADN europeo.

Un ejemplo claro está en el caso de la Guerra de Gaza, donde Estados como Alemania, Francia o Italia han decidido apoyar sin reservas a Israel, mientras que Estados como España o Irlanda han decidido reconocer al Estado palestino. También, a nivel comunitario, se puede agregar la negación de la UE de apoyar la propuesta de su alto representante, Josep Borrell, de suspender el diálogo con Israel. Unos ejemplos que muestran los problemas de integración y convergencia de un proyecto de ideas comunes que pueda ilusionar y que, consecuentemente, lastran su competitividad con Estados Unidos y China. 

Conclusiones: un proyecto que languidece con un futuro lleno de interrogantes

Todo lo analizado hasta ahora muestra que el proceso de construcción de la Unión Europea ha presentado importantes deficiencias, tanto en la configuración de su arquitectura institucional como en los ámbitos político y económico. Estas carencias han sido, en cierta medida, ignoradas debido a la dinámica de la economía global, que consolidó a la UE como la región más rica del mundo y con las mayores cuotas de bienestar, beneficiándose de la protección del paraguas nuclear estadounidense.

Aunque se ha presentado como un proyecto exitoso, es importante señalar que no existe una visión única de lo que Europa debería ser. Probablemente, en el diseño económico actual, una estructura federal sería más conveniente. Sin embargo, desde los años 50, la idea de una Europa Federal, en la que todos los Estados pudieran influir de manera real en decisiones frecuentemente controladas por las élites o la burocracia, ha sido considerada anatema. Asimismo, el progreso económico de la Unión Europea se ha basado en favorecer los intereses del capital, sin desarrollar mecanismos efectivos para estabilizar las recesiones derivadas de la inestabilidad cíclica inherente al mercado.

➡️ Te puede interesar: ¿Debe la Unión Europea crear su propio Ejército? El debate en torno a la Estrategia Industrial de Defensa en Europa

A esto se suma la ausencia de una visión común sobre el futuro de Europa, en un momento en que resurgen ideologías derrotadas tras la Segunda Guerra Mundial. Estas ideologías ya no abogan por la integración, sino que promueven un retorno al modelo westfaliano, que prioriza la soberanía del Estado-nación sobre la integración supranacional.

Por último, también se ha visto que EE. UU. nunca ha estado interesado en una Europa fuerte que pudiera desafiar su dominio, ya que cada vez que ha habido una crisis, EE. UU. ha salido fortalecido, debilitando a la UE, como hizo Nixon en 1971 o, más recientemente, la administración Biden.

La inacción de Europa y sus problemas para afrontar la crisis financiera de 2008 la han convertido en una organización económicamente dependiente de China, de Rusia en materia energética y de Estados Unidos en materia de seguridad. A ello se suma el hecho de que la UE tiene muchos problemas internos que debe resolver para definir posteriormente su papel en el orden mundial, ya que actualmente está lejos de poder competir con Pekín o Washington. 

Ahora bien, Lev Gumilev, filósofo euroasiático ruso, comentó que un factor determinante para el futuro de Rusia en el orden internacional era la importancia de elegir correctamente a sus aliados. Tal vez, la Unión Europea debería reflexionar sobre ello, porque su sistema de alianzas la ha situado hasta ahora lejos de sus competidores. La llegada de Trump permitió una nueva reflexión sobre una transformación de la UE que se vislumbra muy complicada por las divisiones internas.


➡️ Si quieres adentrarte en la Unión Europea y las relaciones internacionales y adquirir habilidades profesionales, te recomendamos los siguientes programas formativos:

Artículos relacionados

Masterclass y eventos relacionados

Formación relacionada

spot_img

Actualidad

Dejar respuesta:

Por favor, introduce tu comentario!
Introduce tu nombre aquí

spot_img