La nueva administración estadounidense ha optado por dinamitar el modelo que había defendido su propio país desde el final de la Segunda Guerra Mundial. En este artículo, el alumno del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico de LISA Institute, Roberto Pozas Lázaro, analiza cómo el comercio, en lugar de ser un motor económico, se está utilizando como una herramienta de consolidación de poder, transformándose en una guerra comercial de primer orden.
Durante décadas, el libre comercio fue el principio fundamental del orden internacional dominante, considerado como el motor que modelaba los comportamiento estatales, promoviendo la interdependencia y el crecimiento económico global. Sin embargo, este paradigma ha experimentado un cambio radical. La globalización, en lugar de ser un fenómeno de cooperación, se ha convertido en una arena de confrontación política y estratégica, donde los aranceles, las sanciones y el control de las cadenas de suministro se han establecido como las nuevas herramientas de presión y dominación.
La administración estadounidense ha optado por dinamitar el modelo que había defendido su propio país desde el final de la Segunda Guerra Mundial. En un giro de carácter casi imperialista, se busca, mediante el proteccionismo, revitalizar la debilitada economía interna, mientras se da cumplimiento a un programa político que parece carecer de coherencia, prometiendo recortes impositivos al mismo tiempo que se imponen aranceles.
Lo que comenzó en la primera legislatura como una crónica anunciada, se ha cumplido en el inicio de lo que podría considerarse la Primera Guerra Mundial Comercial de la historia reciente. Estados Unidos, obsesionado con debilitar a China, parece dispuesto a destruir todo a su paso para lograrlo. No obstante, las decisiones tomadas tendrán un impacto global de proporciones sin precedentes, afectando todos los sectores y regiones del planeta.
Este artículo analiza cómo el comercio, en lugar de ser un motor económico, se está utilizando como una herramienta de consolidación de poder, transformándose en un instrumento geopolítico de primer orden. La Primera Guerra Mundial Comercial ya no es solo una metáfora; es una realidad palpable, tan tangible como las consecuencias económicas y sociales que inevitablemente generará.
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Estados Unidos: el epicentro de la guerra comercial
La Gran Guerra Comercial no puede comprenderse sin tener en cuenta el papel crucial que desempeña el principal actor económico mundial: Estados Unidos, y especialmente, el liderazgo de quien pretende tomar las riendas. Donald Trump. Durante su administración, la política comercial de Estados Unidos experimentó un cambio drástico, moviéndose hacia un enfoque proteccionista y unilateral. A pesar de que con la llegada de Joe Biden al poder se esperaban grandes transformaciones hacia el multilateralismo y la diplomacia, las tensiones impuestas por la administración anterior no solo se mantuvieron, sino que incluso se intensificaron.
La política comercial bajo las administraciones de Trump y Biden
La primera administración de Trump sentó las bases para que Estados Unidos desmantelara muchos de los principios que habían guiado su política comercial desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Trump justificó su giro hacia el proteccionismo al señalar que las políticas comerciales de China, la Unión Europea y otros actores internacionales representaban una amenaza para los intereses de los trabajadores e industrias estadounidenses, al tiempo que buscaba reducir el déficit comercial de EE.UU. con otras potencias.
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Durante la administración Biden, algunas de las políticas del expresidente Trump se mantuvieron, especialmente en lo relacionado con China. Aunque Biden adoptó un enfoque más multilateral y diplomático, las tensiones comerciales con Pekín continuaron, sobre todo en temas como la propiedad intelectual, las subvenciones estatales y la manipulación de la divisa. Biden también mantuvo la presión sobre China, pero con un tono y estilo más diplomático, apuntando a una estrategia de alianzas internacionales para frenar la expansión de Pekín.
Con la renovación de Donald Trump como presidente, ni siquiera han transcurrido seis meses de legislatura para que esta «nueva» administración diera inicio a lo que ya se perfila como la Primera Guerra Mundial Comercial. La imposición masiva de aranceles ha alcanzado a todos los países, incluidos territorios remotos como las Islas Heard y McDonald, desprovistas de población. Este giro radical en la política comercial de Estados Unidos ha provocado una sacudida global en los mercados, generando caídas masivas y alterando las dinámicas económicas internacionales.
Medidas contra China, Europa y otros actores clave
El principal objetivo de la política comercial de Estados Unidos sigue siendo China. En un contexto en el que el gigante asiático está consolidando su posición como una superpotencia mundial que amenaza con reemplazar a EE.UU., se puede observar el cumplimiento de la «Trampa de Tucídides», teoría que describe cómo el ascenso de una potencia desafiante genera tensiones con la potencia establecida. A través de sanciones y restricciones, Estados Unidos busca frenar la expansión de China, especialmente en su sector tecnológico, el cual ha sido percibido como una amenaza directa a la seguridad nacional estadounidense.
La guerra comercial también ha afectado a Europa, tradicionalmente uno de los aliados más cercanos de Estados Unidos. A pesar de su relación histórica, Europa ha sido blanco de aranceles, siendo los sectores más perjudicados los de acero, automóviles, agricultura y aeroespacial. Incluso países como México y Canadá, que forman parte del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, han sufrido las consecuencias de estas políticas, poniendo en entredicho la continuidad de este acuerdo trilateral.
Redefinición de las cadenas de suministro y el concepto de «friend-shoring»
Un concepto clave en esta nueva política comercial es el «friend-shoring», que significa la deslocalización de las cadenas de suministro hacia países aliados. Esta estrategia busca reconfigurar la producción a nivel global, alejándose de la dependencia de países competidores como China. El «friend-shoring» tiene como objetivo trasladar las fábricas y las cadenas de producción a países aliados o a los llamados satélites de Estados Unidos, construyendo una red de confianza mutua para reducir los riesgos asociados con la dependencia de China. Sin embargo, esta política se enfrenta a un obstáculo importante: la actual falta de fiabilidad de Washington, lo que podría hacer que muchos países duden de las promesas de alianzas estratégicas duraderas.
China: del taller del mundo al competidor estratégico
China ha evolucionado de ser la «fabrica del mundo», es decir que su principal factor económico y comercial fuesen los productos de poco o escaso valor añadido, a ser una potencia económica y comercial mundial de renombre. Esta evolución ha sido gracias a una serie de políticas y estrategias del gigante asiático que no solo buscan mantener su posición como el mayor exportador mundial, sino también convertirse en competidor directo de las grandes potencias económicas como EE.UU, Japón o la UE.
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La estrategia económica de China en las últimas décadas ha estado centrada en consolidar su mercado interno, fortaleciendo su industria y reduciendo al mínimo su dependencia de economías externas. Entre las políticas más destacadas se encuentran los subsidios a sectores considerados estratégicos por el gobierno de Pekín, como las tecnologías de semiconductores, las energías renovables y la automoción.
Otra de las políticas fundamentales de China ha sido la búsqueda de máxima independencia económica o nacionalismo económico. A través del impulso y la creación de grandes corporaciones tecnológicas como Huawei, Tencent y Xiaomi, entre otras, China ha logrado desafiar a gigantes tecnológicos extranjeros, especialmente a los estadounidenses.
Por último, es esencial mencionar el concepto de «circulación dual», que constituye otro pilar clave de la política económica china frente a los ataques estadounidenses. Este concepto busca equilibrar el desarrollo económico internacional con el impulso de la economía interna. Se enfoca en la innovación y la autosuficiencia en sectores estratégicos como la energía, los semiconductores y la inteligencia artificial, con el objetivo de reducir la dependencia de las cadenas de suministro extranjeras. Esta estrategia resulta crucial en la confrontación económica con Estados Unidos.
Además de las medidas que China ha implementado de manera gradual en los últimos años, la reciente imposición de aranceles por parte de Estados Unidos ha provocado una respuesta directa de Pekín, que ha optado por replicar la política de Washington y aplicar aranceles similares a los productos estadounidenses. Esta estrategia contrasta notablemente con la postura adoptada por su vecino Vietnam, que ha optado izar la bandera blanca y ha evitado entrar en la confrontación comercial.
La reacción de China no se hizo esperar, y en respuesta, el presidente Donald Trump ha amenazado con duplicar los aranceles a China si el país no retrocede en sus contramedidas. Esta dinámica, marcada por una escalada de medidas proteccionistas, refleja un escenario de creciente tensión comercial entre ambas potencias, donde las negociaciones y las amenazas se convierten en herramientas clave en la búsqueda de influencia económica y política.
Europa y el Sur Global en la guerra comercial
La guerra comercial también repercute de manera significativa en otros actores clave, como Europa, India, Japón, y especialmente en los países del Sur Global. Estas naciones, que habían logrado insertarse en el mercado internacional gracias a la globalización, ahora enfrentan grandes desafíos debido a las alteraciones del comercio global impulsadas por esta nueva confrontación económica.
En lo que respecta a Europa, el bloque ya venía mostrando señales de desconfianza hacia Estados Unidos, especialmente a raíz de los acontecimientos relacionados con Ucrania, lo que ha forzado a la Unión Europea a avanzar con su plan de autonomía estratégica. Este plan, de naturaleza principalmente industrial y militar, ha adquirido aún más relevancia con la imposición de aranceles por parte de Washington, lo que ha sumido a Europa en una crisis comercial, similar a la que vivió durante la primera legislatura de Trump.
En respuesta, la Unión Europea han impuesto aranceles recíprocos a Estados Unidos, aunque también han mostrado disposición para negociar. Además, la Unión Europea está trabajando activamente en diversificar sus socios comerciales. En este sentido, se están dando pasos importantes hacia acuerdos con Iberoamérica y, recientemente, se ha cerrado pactos con varios países de Asia Central, como parte de una respuesta estratégica a las iniciativas chinas en la región. Esta diversificación también refleja una voluntad europea de reducir su dependencia de Estados Unidos y de fortalecer su independencia económica en un contexto global cada vez más incierto.
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Por otro lado, el Sur Global, que engloba a una diversidad de países en África, América Latina y Asia, enfrenta los efectos más dramáticos de la guerra comercial. Estos países, que históricamente se beneficiaron de la globalización, ahora se ven atrapados en las tensiones entre las grandes potencias. La guerra comercial está exacerbando problemas como el encarecimiento del acceso a la tecnología, la inflación descontrolada y el aumento de la deuda pública, lo que está llevando a una desindustrialización progresiva en muchas de estas economías. Además, muchas naciones del Sur Global dependen de la exportación de recursos naturales y manufacturas baratas, y se encuentran en una situación difícil para competir en un sistema global cada vez más polarizado.
Estos países enfrentan una capacidad limitada para adaptarse a los rápidos cambios del sistema económico mundial, lo que les coloca en una posición vulnerable frente a las decisiones de las grandes potencias. Las tensiones comerciales, lejos de ser un fenómeno aislado, están impactando profundamente las economías más frágiles, creando un círculo vicioso de desigualdad que podría profundizar aún más la brecha entre el Norte y el Sur.
¿Un nuevo orden comercial?
La transformación del comercio internacional en un campo de batalla geopolítico marca el inicio de una nueva era, donde la economía ya no es solo una cuestión de eficiencia o competencia, sino una herramienta de poder.
La llamada «Primera Guerra Comercial Global» no solo enfrenta a Estados Unidos y China, sino que reconfigura la arquitectura del sistema mundial, arrastrando a aliados, rivales y a las economías más vulnerables a un conflicto de consecuencias impredecibles. Mientras las grandes potencias maniobran en busca de supremacía, el resto del mundo lidia con las turbulencias de un orden internacional cada vez más fragmentado. En este contexto, comprender esta guerra comercial no es una cuestión de análisis económico, sino de lectura estratégica del futuro que se está construyendo, un futuro donde el comercio, lejos de unir, puede dividir más que nunca.
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