Las agencias de inteligencia se han convertido en actores clave en el conflicto entre China y Estados Unidos, que ya no se libra sólo con armas. En este artículo, al alumno del Máster Profesional de Analista de Inteligencia de LISA Institute, Sebastián Ruda explica cómo estas agencias operan en terrenos estratégicos como la economía, la tecnología y la diplomacia.
«China está lista para cualquier tipo de guerra con Estados Unidos», declaró Xi Jinping. Esta afirmación del mandatario chino estremeció al mundo y reabrió el debate sobre el verdadero alcance de la escalada del conflicto (o desafío) entre las dos potencias mundiales.
El mundo actual se encuentra completamente interconectado, lo que lo hace profundamente interdependiente. El proceso de la globalización generó condiciones en las que cualquier decisión tomada por un mandatario, conflicto, desastre natural o situación extraordinaria puede generar un efecto dominó. Este, a su vez, podría impactar indirectamente a diferentes países.
Este nivel de interdependencia ha transformado la forma en la que se ejecutan los conflictos a nivel mundial. Hoy en día, una escalada bélica entre potencias con capacidad nuclear podría significar el fin de, por lo menos, una gran parte de la humanidad. Por esta razón, el conflicto muta y se desarrolla de otras maneras, en otros entornos o aspectos de la vida de los Estados. Aunque no implique directamente el uso de la fuerza, sí amenaza su integridad, su poder e incluso su supervivencia.
Las guerras económicas
El poder económico es uno de los elementos fundamentales que debe tener cualquier país que quiera destacar en el ámbito geopolítico. El poder económico condiciona al poder político, y el poder político, a su vez, procura el crecimiento del poder económico. Por eso, un país que se encuentre expuesto a cualquier tipo de conflicto debe tener la capacidad de asumir el costo.
La guerra económica no es un concepto nuevo. No surgió tras las recientes sanciones de Estados Unidos a diferentes países, sino que tiene sus orígenes incluso en la época del mercantilismo. Ya entonces se aplicaban medidas proteccionistas, llegando incluso a imponer el consumo de ciertos productos.
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«La guerra económica es, en su esencia: el uso de la violencia, de restricciones o de medios desleales o ilegales, dirigidos a proteger o conquistar un mercado, o conseguir una posición dominante para controlar (a veces de forma abusiva) un determinado mercado o una tecnología dominante», según recoge la Office of the United States Trade Representative (USTR) en su 2017 Trade Policy Agenda and 2016 Annual Report of the President of the United States on the Trade Agreements Program (marzo de 2017).
El mariscal Montgomery consideraba que la razón principal de las guerras reside en satisfacer las aspiraciones económicas de las personas en su sentido más amplio. Es decir, alcanzar mayor poder, bienestar, riqueza y dominio sobre otros seres humanos en un espacio geográfico mayor.
Ese espacio geográfico engloba un mercado, o varios mercados estratégicos. Y, llevándolo a nuestros días, se amplía al dominio económico desde Internet, lo que podríamos definir como ciberguerra económica.
Este tipo de guerras funciona bajo una lógica en la que no hay declaraciones, suelen iniciarse de manera sutil y condicionar a múltiples actores. Todas las características de las guerras económicas evidencian el papel fundamental que cumplen en ellas los servicios o agencias de inteligencia.
La importancia de las agencias de inteligencia
El rol que cumplen las agencias de inteligencia en las guerras económicas es crucial, llegando incluso a ser determinante. Estas agencias se convierten en elementos estratégicos de recopilación, estructuración y análisis de la información. Todo este trabajo está orientado a proteger los intereses nacionales y aportar valor para la toma de decisiones por parte de los mandatarios.
Funciones principales de las agencias de inteligencia en guerras económicas
Las agencias realizan la recopilación de inteligencia, recolectando datos que permiten conocer las capacidades económicas de otros países. Gracias a ello, es posible entender cómo desarrollan sus estrategias comerciales, cuál es el estado de su capacidad de innovación y avances tecnológicos, cuántos recursos naturales poseen, el nivel de dependencia de otros países y sus planes de inversión.
Adicionalmente, estas agencias realizan el seguimiento y monitoreo de empresas extranjeras y su mercado financiero. Con ello logran entender el funcionamiento y comportamiento de sus cadenas de suministro, lo que les permite anticipar movimientos o tomar decisiones que puedan afectar la economía nacional o global.
Posteriormente, las agencias de inteligencia establecen mecanismos de protección contra el espionaje económico. Esto se desarrolla especialmente en sectores estratégicos, protegiendo la propiedad intelectual, los secretos comerciales y, principalmente, previniendo el sabotaje económico que podrían sufrir tanto el sector privado como el público.
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En la actualidad, esta protección se refleja sobre todo en los ciberataques que se dirigen a industrias clave como la energía, la tecnología, la defensa, la logística y la infraestructura crítica.
En muchos casos, las agencias de inteligencia participan en acciones encubiertas para afectar aspectos de la economía de un país. Estas acciones pueden generar consecuencias como la desestabilización de su moneda, sus flujos comerciales o influir para que organismos internacionales tomen decisiones con impacto económico. Un ejemplo es la desestabilización de la economía chilena bajo el gobierno de Allende en los años setenta, una operación que fue apoyada por la CIA y cuya información fue desclasificada en 1998.
Las agencias también realizan acciones de colaboración y articulación con el sector privado, con el objetivo de fortalecer su competitividad frente a empresas rivales en otros países. En ocasiones, incluso comparten inteligencia que permite obtener ventajas en negociaciones y contratos a nivel internacional.
Un ejemplo de esto fue la revelación de Edward Snowden en 2013 sobre el programa PRISM. Snowden expuso cómo la NSA colaboró con empresas como Google y Microsoft para recopilar datos, lo que benefició a estas firmas en términos de competitividad. Otro caso es el de VERIZON, en el que la NSA solicitó a la compañía entregar las comunicaciones de todos sus clientes, tanto dentro como fuera del país.
Además, estas agencias proveen información crítica que se convierte en apoyo directo a políticas y sanciones. Esta inteligencia permite diseñar medidas coercitivas contra uno o varios países determinados.
Un claro ejemplo de ello es el caso de las sanciones impuestas a Huawei por parte de Estados Unidos. Las agencias de inteligencia señalaron los vínculos entre la empresa y el gobierno chino, y alertaron sobre riesgos como el espionaje, el robo de propiedad intelectual o la captación ilegal masiva de grandes volúmenes de datos. A raíz de esto, Estados Unidos decidió incluir a Huawei en la «entity list», limitando así su acceso a software y componentes estadounidenses.
El Departamento de Justicia de Estados Unidos lo tituló así: «El conglomerado chino de telecomunicaciones Huawei y sus filiales están acusados de conspiración para extorsionar y robar secretos comerciales. Los cargos también revelan negocios de Huawei en Corea del Norte y su asistencia al gobierno de Irán en la realización de vigilancia interna».
Las agencias de inteligencia también son herramientas clave en la guerra de información. Incluso llegan a utilizar estrategias de desinformación como armas para desestabilizar mercados financieros y divisas extranjeras. Esto incluye la divulgación de rumores, datos falsos o imprecisos y narrativas manipuladas, orientadas a generar incertidumbre. El objetivo es provocar especulaciones sobre quiebras inminentes o crisis en sectores, instituciones y empresas.
Existen casos que van desde las estrategias empleadas en la Guerra Fría, cuando la CIA utilizó estas tácticas para perjudicar el sistema financiero soviético, hasta la actualidad. Hoy en día, se coordinan campañas desde las redes sociales para alterar la percepción pública, afectando negativamente la confianza y la estabilidad económica de un rival. En estos últimos casos, las agencias de inteligencia tienen un amplio poder de influencia económica e incluso psicológica.
Implicaciones éticas y desafíos
Son bastante amplias las implicaciones y desafíos éticos que conlleva el papel de las agencias de inteligencia en las guerras económicas. El espionaje, el uso de la desinformación y la difusión sistemática de información para impactar psicológicamente el contexto de una institución o empresa violan principios como la transparencia y la soberanía. Además, afectan a la población civil e inducen artificialmente a crisis, todo ello en función de intereses geopolíticos.
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Esto impacta directamente a las personas y familias que sufren la pérdida de empleos o de fuentes de generación de ingresos. Generar ventajas competitivas implica favorecer a unos a costa de perjudicar a otros. Esto fomenta la corrupción y, en consecuencia, daña de forma importante la confianza pública.
Uno de los desafíos más relevantes es controlar las consecuencias no deseadas de las acciones de las agencias de inteligencia. Sin embargo, esto resulta bastante difícil, ya que recuperarse de una desestabilización económica es un proceso que conlleva tiempo y requiere dirección.
En conclusión, las agencias de inteligencia juegan un papel esencial en la recopilación de información estratégica, su análisis y la generación de inteligencia para apoyar a los decisores. Con ello, protegen los intereses nacionales y orientan el poder económico global a través de las decisiones tomadas.
También tienen la capacidad de realizar operaciones encubiertas. Estas pueden incluir campañas de desinformación masiva, sabotaje o amplificación de influencia. La mayoría de estas acciones implican una fuerte tensión ética y diplomática.
La colaboración y articulación entre las agencias de inteligencia y el sector privado es cada vez más estrecha. Su apoyo en decisiones como las sanciones demuestra una integración creciente entre inteligencia y política económica. Esta tendencia está redefiniendo las guerras modernas como batallas de recursos e influencia, que van mucho más allá del campo militar.
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