América Latina y el Caribe enfrentan una crisis económica prolongada, marcada por la dependencia de recursos naturales y la falta de industrialización. A pesar de las inversiones extranjeras, la región sigue atrapada en un modelo de bajo valor agregado. Miquel Ribas, alumno del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico y el Curso de Experto en China de LISA Institute, explica cómo las tensiones geopolíticas y la desigualdad interna agravan aún más su situación.
Hasta la década de los años ochenta del siglo pasado, América Latina y el Caribe (ALC) experimentaron un auge económico significativo. Esto fue gracias al boom de los recursos naturales. Sin embargo, a partir de ese momento, la región de ALC se ha sumido en una profunda crisis económica. Parece que no puede salir de ella.
El fin del orden mundial bipolar, con la desaparición de la Unión Soviética y el comunismo ortodoxo, marcó un cambio significativo. A pesar de los cambios en la mayoría de los países de la región, que pasaron de regímenes dictatoriales a democráticos, no se han resuelto los principales problemas que enfrenta la región. Esto ha ocurrido independientemente de la ideología política y del enfoque económico. Además, la presencia de grandes potencias, más allá de ofrecer retórica de apoyo a los pueblos latinoamericanos, no se traduce en mejoras reales para sus poblaciones. En muchos casos, incluso se podría decir que hay un gran desinterés hacia la región por parte de estos actores.
Desde el fin del boom económico, la región ha estado sufriendo un proceso de empobrecimiento. Este proceso ha generado un gran número de problemas internos significativos. La mayoría de los países no logra solucionarlos. Esta tendencia se ha contrastado con el crecimiento y el desarrollo de las regiones de Asia Oriental y el Sudeste Asiático. Este proceso ha generado críticas de los países latinoamericanos hacia la actitud de Estados Unidos. La mayoría de la población percibe que, mientras ellos se empobrecen, Estados Unidos se enriquece. Esto se debe a las relaciones económicas basadas en el esquema económico de norte-sur.
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Recientemente, un nuevo actor ha incrementado su influencia de manera sustancial en la región, deviniendo el segundo socio comercial regional: China. Sin embargo, el surgimiento de China como nuevo socioeconómico plantea dudas. Nos hace pensar en cómo China quiere abordar las relaciones con los países de la región. ¿Quiere Pekín realmente ayudarlos a alcanzar altos niveles de desarrollo? O, por el contrario, ¿actúa siguiendo un patrón similar al de Washington?
Estados Unidos: un modelo colonial bajo las premisas de la Doctrina Monroe
Desde fines del siglo XVIII hasta mediados del siglo XIX, tuvo lugar en los países de la región ALC la llamada «Era de la revolución». A lo largo de este periodo, la mayoría de ellos se independizaron de sus antiguas potencias coloniales. Al mismo tiempo, cuando el poder de las potencias europeas estaba decayendo, Estados Unidos emergía como la nueva gran potencia continental.
Sin embargo, a diferencia de las potencias europeas, Estados Unidos era, inicialmente, una potencia aislacionista. Su objetivo era convertirse en el principal actor en el continente, siguiendo los principios de la Doctrina Monroe.
La razón que explica este fenómeno fue que Estados Unidos contaba con un territorio extremadamente extenso. Este territorio ofrecía una enorme variedad climática y una dotación de factores de producción. Esto permitía la producción de diferentes tipos de cultivos agrícolas. Además, Estados Unidos disponía de una gran cantidad de materias primas. Todo esto les permitió industrializarse por su cuenta, sin depender del exterior. Este hecho difería significativamente de los imperios europeos. Sus territorios, poco extensos, los obligaron a buscar recursos naturales en África y Asia.
Desde la independencia y tras su conversión en la principal potencia, Estados Unidos ha implementado un modelo de relaciones económicas. Este modelo sigue la teoría del centro-periferia. El interés de Washington se ha basado en importar materias primas o inputs. A la vez, exporta sus excedentes de capital (outputs), eliminando toda competencia extranjera.
La Guerra Fría impulsó este patrón económico, reforzando el poder de las élites nacionales. Estas élites, tanto políticas como económicas, garantizaban el suministro de materias primas a Estados Unidos. A cambio, Washington les proporcionaba protección contra la amenaza del comunismo.
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La política de Washington hacia América Latina se ha centrado en su oposición al desarrollo industrial independiente de los países latinoamericanos. Mientras tanto, Estados Unidos explotaba sus inmensas reservas de materias primas. Además, vetaba el paso al comunismo internacional. Esto generó un esquema funcional centrado en complementar la economía estadounidense. Sin embargo, los países latinoamericanos no podían competir con ella en sectores estratégicos de elevado valor agregado.
El alto nivel de demanda de recursos naturales por parte de Washington generó crecimiento económico en la región. No obstante, este contexto de enorme riqueza en materias primas que posee el continente, junto con la falta de desarrollo industrial, ha colocado a la región en una posición de debilidad.
La región se ha convertido en víctima de la llamada «trampa de los recursos naturales». Esta trampa se basa en «los efectos adversos de la riqueza en recursos naturales sobre su bienestar económico, social y político».
Los ingresos obtenidos durante el boom económico hicieron que los gobiernos latinoamericanos olvidaran la necesidad de reformular sus políticas económicas. No se les dio suficiente importancia a la especialización en otros sectores de mayor valor agregado, como el industrial (producción manufacturera) o el tecnológico.
Estos sectores prácticamente no existen debido a la falta de mano de obra cualificada y especializada. Esta escasez de trabajadores es el resultado de la falta de atención gubernamental en el desarrollo de la educación y el capital humano. Además, el endeudamiento no ha contribuido a fomentar el ahorro como mecanismo de control de la inflación. Consecuentemente, la región no tiene margen ahorro para destinarlo a generar un mayor esfuerzo inversor en nuevos sectores.
Al mismo tiempo, para Estados Unidos, la región siempre ha sido considerada su patio trasero. Uno de los objetivos de la política exterior estadounidense hacia la región ha sido evitar el surgimiento de una nueva gran potencia que pudiera cuestionar su primacía político-económico-militar. Esta política parece haber tenido éxito, ya que, en 1993, un informe del Banco Mundial clasificó a América Latina como la región con mayor desigualdad de renta del mundo.
El desembarco chino: un enfoque basado en el patrón estadounidense
Durante los últimos años, desde la llegada de Hu Jintao al cargo de Secretario General del Partido Comunista Chino (PCCh) en 2002, Pekín ha desplegado una política exterior más global. Esta política sigue su concepto de ascenso pacífico.
Una política exterior que el actual Secretario General del PCCh, Xi Jinping, ha reforzado. Esta orientación es más global y asertiva, materializada en el proyecto de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR). El interés chino hacia América Latina no obedece, sin embargo, a una política altruista ni a relaciones win-win, a pesar de la retórica gubernamental.
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La política de Pekín hacia ALC se estructura en torno a dos objetivos principales. En primer lugar, es una cuestión diplomática basada en el principio de «Una sola China». En este contexto, a principios del siglo XXI, una parte relevante de Estados de la ALC reconocían a Taipéi y no a Pekín. Sin embargo, con la nueva política china, Pekín ha conseguido que muchos países, como Panamá, El Salvador, República Dominicana, Nicaragua o Honduras, hayan cambiado el reconocimiento diplomático de Taipéi por Pekín. El otro objetivo relevante es la alta demanda de materias primas que Pekín necesita para mantener sus altos niveles de crecimiento.
Los intereses chinos en América Latina se centran principalmente en la agricultura, la ganadería y la minería. Estos sectores están vinculados a la extracción de minerales, productos de escaso valor añadido. Son muy dependientes del ciclo económico y de los mercados compradores.
Piénsese que China debe alimentar aproximadamente al 20% de la población mundial. Sin embargo, dispone solo del 11% de la tierra cultivable. Además, entre el 15 y el 20% de este territorio está contaminado. Así, a pesar de las inversiones que China ha realizado en la región, Pekín está desarrollando un proceso de reprimarización y desindustrialización de la estructura productiva regional.
Este proceso ha causado una mayor concentración exportadora de productos vinculados al sector primario y minero de bajo valor agregado, como alimentos y materias primas. También ha contribuido a acentuar la concentración monopólica de la producción exportadora.
Además, ha incentivado la desindustrialización productiva. Las inversiones estratégicas, que antes se dirigían al desarrollo de otros sectores productivos, ahora van al sector primario y minero.
La clase política de América Latina está centrando su atención más en adaptar las estructuras económicas y la infraestructura para impulsar la complementación económica con China. En lugar de eso, no está buscando apoyo para el desarrollo de capital físico, humano ni en impulsar la ciencia (I+D+I). Este patrón económico contribuye a situar a la región en una posición de debilidad dentro de la división internacional del trabajo.
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Los países de ALC demandan la importación de productos de alto valor agregado. La consolidación de una estructura exportadora basada en sectores de bajo valor y la falta de industrialización han derivado en que las industrias nacionales no tengan capacidad de producción.
Esto contribuye a agrandar el déficit comercial. En este contexto, China no fomenta la diversificación de las economías de América Latina. Al contrario, Pekín las incentiva para que importen estos productos de mayor valor agregado de China. Mientras tanto, las especializa en la producción de productos agrarios vinculados al sector primario y la extracción de materias primas.
En el caso de Argentina, por ejemplo, Buenos Aires dispone de recursos y capital para producir bienes de media y alta tecnología. Esto incluye reactores para la industria nuclear, tubos de acero para gasoductos, ferrocarriles, coches eléctricos y sistemas de riego, entre otros. Sin embargo, los sucesivos gobiernos argentinos, en lugar de reforzar estos sectores mediante incentivos a la producción nacional, están adquiriendo estos productos de China mediante importaciones. Esto ha incrementado el déficit en su balanza comercial.
China ha seguido un patrón similar al aprovechar el vacío dejado por Washington. Además, la estructura económica de los países de ALC se adapta a las necesidades económicas de Pekín. Sin embargo, China no ha impulsado el fortalecimiento de las capacidades productivas de ALC ni ha cambiado su marco de relaciones.
La asimetría en torno a las relaciones económicas le beneficia a China. No ha innovado en la formulación de sus relaciones con América Latina, sino que ha seguido y consolidado el patrón establecido por Estados Unidos.
Además, China no va a correr el riesgo de amenazar los intereses de Washington en su patio trasero. La doctrina de Xi se basa en un enfoque de desarrollo centrado en la sociedad y en la mejora general de las condiciones de vida de la sociedad china. Este concepto se conoce como «El Sueño Chino». Este objetivo exige estabilidad tanto interna como externa. En este contexto, los intercambios comerciales con Estados Unidos siguen siendo, aún, esenciales para el desarrollo de China.
Las estrategias de China hacia ALC se centran, en síntesis, en la seguridad del acceso a los recursos naturales de la región. Estos recursos constituyen uno de los principales objetivos del PCCh. Sin embargo, pese a este interés, la región no es prioritaria para China. Pekín es consciente de que, en caso de una contienda con Estados Unidos, esta no tendrá lugar en ALC, sino en Asia-Pacífico. En este caso, en ALC se intentará evitar que un conflicto tenga lugar. Para ello, se priorizará el mantenimiento de una estructura económica complementaria a las economías de ambas superpotencias.
China sigue, igualmente, con su principio de evitar inmiscuirse de manera directa en los asuntos internos de otros Estados. Este principio forma parte de un eje de su política exterior denominado «no interferencia en asuntos internos». En ALC, Pekín evita utilizar la región como un juego de suma cero que ponga en peligro sus relaciones con Estados Unidos. Esto es principalmente por el acceso a la tecnología de los Estados Unidos, que es necesaria para «El Gran Rejuvenecimiento de la Nación», el objetivo central de Xi Jinping.
A pesar del incremento de la presencia cultural china a través de los Institutos Confucio, es poco probable que tenga un efecto relevante. No hay que olvidar que los países de ALC y China nunca han tenido lazos culturales cercanos.
Además, sus relaciones históricas y culturales tienen pocas similitudes. Al fin y al cabo, la civilización latinoamericana es heredera de los valores europeos. Por su parte, los chinos no se han caracterizado por ser una civilización expansionista que busque exportar sus valores al resto del mundo. Ellos mismos se han considerado como el Imperio del centro (Zhongguo).
Problemas de América Latina : fragmentación, elitismo y falta de estructuras de bienestar
Los Estados de ALC no parecen capaces de superar sus problemas regionales, como el hecho de que los gobiernos de la región todavía son extremadamente reacios a ceder soberanía en favor de la constitución de organizaciones supranacionales, para evitar que su poder se vea limitado por acuerdos regionales.
La homogeneidad (lingüística, cultural y religiosa) se está erosionando como consecuencia de que cada país intenta formular su propia política exterior y redefinir de su papel en el continente. Este nuevo enfoque más nacionalista está transformando una región inicialmente homogénea en una heterogénea caracterizada por rivalidades interestatales y menores niveles de integración. Asimismo, la mayoría de los Estados que comparten los mismos problemas internos no parecen tener solución.
Entre los principales problemas de la región destacan los elevados niveles de endeudamiento, la corrupción y la presencia de un grupo heterogéneo de actores no estatales. Además, se observan elevados niveles de desigualdad económico-social, como el elevado nivel de desempleo, la informalidad laboral e índices de pobreza. Aproximadamente un 27% de la población, es decir, unos 172 millones de personas, vive en pobreza. Estos factores actúan como el principal vector de la violencia, el crimen organizado y el tráfico de drogas.
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El gran problema, sin embargo, es que ninguno de los actores, tanto estatales como no estatales, está interesado en realizar mejoras para resolver los problemas políticos internos. Tampoco buscan avanzar para superar el atraso económico que ha llevado a la región a especializarse en sectores intensivos en mano de obra y de bajo valor añadido. Esto ha propiciado la consolidación de lobbies (o élites) empresariales y políticos que no están interesados en ningún cambio en el modelo productivo. Esto lo hacen para evitar la pérdida de sus privilegios.
El sector público, por su parte, tampoco cuenta con los recursos para impulsar políticas públicas para una transición en sus sectores productivos basada en la mejora del capital humano y la productividad o el refuerzo o la implantación de Estados de bienestar capaces de mitigar la pobreza y la desigualdad económica o la mejora de sus sistemas sanitarios.
Desafíos y pronóstico futuro para los países de América Latina: un futuro poco halagüeño
Si ALC quiere evitar el fracaso, debe superar tres desafíos principales. Por un lado, debe superar el debate entre nacionalismo y supranacionalismo adoptando un enfoque de actuación como un bloque único compacto, abandonando las rivalidades interregionales.
En segundo lugar, se debe abordar el problema de los altos niveles de desigualdad, la seguridad y la superación de la crisis de modelos económicos y políticos. Estos están caracterizados por la elevada corrupción y la necesidad de mejorar los respectivos Estados de bienestar, los cuales han sufrido un deterioro. Este deterioro es consecuencia de la incapacidad de los diferentes gobiernos para reforzarlos, como lo ha puesto de manifiesto la pandemia del coronavirus.
Finalmente, se requiere la implementación de programas económicos encaminados a superar la estructura económica basada en la explotación y exportación de materias primas y recursos agrarios/ganaderos. El objetivo es reemplazar este modelo por el desarrollo de sectores de alto valor agregado y una mayor integración, tanto en el sistema regional e internacional como en las cadenas de valor.
Asimismo, la situación económica mundial, con una depreciación del dólar, la caída del consumo chino y los crecientes nacionalismos orientados a la producción, no son cambios alentadores para ALC. Las grandes potencias buscan garantizar el acceso a su población, como lo ha afirmado el Fondo Monetario Internacional.
Igualmente, el aumento del coste de los créditos o préstamos internacionales, la alta inflación, la tendencia a la desglobalización y la disminución de la demanda de recursos naturales sitúan a ALC como una región aún más periférica. Además, la región se ve como menos estratégica para las grandes potencias.
Por todo ello, la esperanza de la población de volver a una situación similar a la vivida hasta los años 1980 seguirá siendo una utopía. Como se ha visto, no hay alternativa para que la región se desarrolle desde un modelo económico alternativo.
Parece que la región sigue una tendencia de la sociedad internacional, que se caracteriza por ser cada vez más desequilibrada y desigual. Los objetivos esenciales de la región deben ser el análisis del gasto público y las opciones de política tributaria para promover la equidad y evitar efectos adversos. También deben corregir problemas en los sistemas de salud y educación, fortaleciendo sus respectivos Estados de bienestar.
Lamentablemente, esto no está en la agenda de ningún actor relevante, ya que les interesa y conviene mantener el statu quo regional.
Finalmente, la región no puede beneficiarse de la actual rivalidad y competencia entre las grandes potencias. Ninguna de ellas (China y Estados Unidos) está interesada en ayudar a que la región cambie su modelo económico. Este modelo se basa en un bajo nivel de especialización y debe transformarse hacia uno con mayor potencial basado en el desarrollo de sectores de mayor valor agregado.
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