La crisis de gobernanza en el Sahel ha permitido la expansión de grupos extremistas como JNIM, que llenan los vacíos estatales, aprovechan desigualdades locales y desafían la soberanía, transformando la seguridad regional y global. En este artículo se analiza cómo estos actores transnacionales operan, los desafíos que presentan para los Estados de la región y las posibles estrategias para abordar esta problemática.
La situación en el Sahel se caracteriza por una falta generalizada de gobernanza efectiva, lo que ha llevado a condiciones similares a la anarquía en muchas áreas, un fenómeno que puede analizarse a través de la erosión teorizada del sistema estatal westfaliano. La carencia o el mal funcionamiento de las instituciones y la administración estatal, ya sea en el ámbito gubernamental, judicial o de seguridad, han sido desafiados repetidamente por la proliferación de actores transnacionales y la globalización.
Pero, ¿por qué perduran? ¿Por qué su presencia es cada vez más influyente en la región? La débil gobernanza y la alienación existente entre el Estado y la población han transformado nuestra comprensión de la seguridad global y nacional, con impactos directos en las dinámicas políticas y sociales más allá de las fronteras.
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Los países con altos niveles de pobreza extrema y una distribución desigual de recursos suelen presentar una gobernanza deficiente, lo que crea condiciones propicias para que los grupos yihadistas aprovechen los vacíos de poder en su beneficio. Un claro ejemplo de esta dinámica es el golpe de Estado ocurrido en Mali en 2021, que fue justificado bajo el argumento de que el gobierno anterior no había logrado abordar de manera efectiva las insurgencias ni combatir la corrupción.
La presencia de JNIM en el Sahel
En estos contextos, el dilema de seguridad radica en cómo los grupos marginados perciben las amenazas en función de su supervivencia, recurriendo a proveedores alternativos de seguridad cuando el Estado falla en cumplir sus expectativas. Es en este punto donde las redes criminales desempeñan un papel crucial.
La falta de autoridad estatal e institucional en el Sahel para mantener el orden es un factor clave que crea las condiciones ideales para que las actividades ilícitas y las redes extremistas prosperen. Los desequilibrios en la representación política y la distribución de recursos generan vacíos gubernamentales que los grupos como JNIM (Jama’at Nusrat al Islam wal Muslimeen) buscan llenar mediante fuentes alternativas de protección, permitiendo que actores no estatales asuman roles cuasi-gubernamentales.
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La forma en que los grupos yihadistas se estructuran asimétricamente demuestra cómo se adaptan para explotar las vulnerabilidades de la autoridad estatal, en este caso, adquiriendo presencia principalmente en Burkina Faso, Mali y Níger. Considerados «jugadores» en este escenario, emplean tácticas que operan más allá de las fronteras y evaden los marcos legales. Su objetivo no es necesariamente lograr una victoria, sino garantizar su supervivencia e impregnar sus ideales, que perciben como una forma de éxito.
Para ilustrar este punto, Saleyahn (2009) describió a estos grupos armados como «rebeldes sin fronteras», debido a su naturaleza criminal que opera a través de las fronteras nacionales, desafiando la legitimidad y credibilidad del Estado, como las operaciones terroristas de JNIM en la región del Sahel.
Estos actores pueden ser desde redes de organizaciones criminales en Latinoamérica con el narcotráfico, hasta grupos terroristas. A menudo, ellos proporcionan servicios y seguridad en áreas donde el Estado no ha podido hacerlo, como en regiones con infraestructuras precarias en el Sahel. De esta forma, debilitan la autoridad estatal al llenar el vacío dejado por su ineficiencia, mientras se integran simultáneamente en el panorama sociopolítico local.
Aunque JNIM aparenta ser un grupo unificado, su composición consiste en un conjunto de grupos con intereses diversos, como el Frente de Liberación de Macina (FLM), aprovechando vacíos y explotando tensiones étnicas para expandir su influencia y asumir un rol dominante en áreas donde el Estado es débil o ausente, insertándose en la realidad social. Su capacidad para prosperar en estos escenarios incluye la legitimidad que obtienen entre las poblaciones locales, no solo mediante la guerra, como se estila creer, sino también al responder a sus necesidades de bienestar.
Rebeldes sin fronteras
Las vulnerabilidades estructurales del paisaje y la inestabilidad política permiten que estas operaciones financieras y logísticas se establezcan sin mayores obstáculos, mientras adaptan su discurso ideológico a las quejas locales relacionadas con el sentimiento antioccidental y las desigualdades sociales para construir y mantener apoyo.
Los traductores que trabajan para las fuerzas de paz alemanas en Mali temen por su vida y piden protección al gobierno alemán, «Los terroristas han estado diciendo abiertamente que cualquier persona que trabaje para las fuerzas internacionales es considerada un enemigo», dijo a la BBC un traductor del contingente militar de la ONU.
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Este fenómeno es común en Estados fallidos o en países con regiones altamente marginadas, lo que abre el camino para que estas condiciones sean un caldo de cultivo para la insurgencia y disminuye las oportunidades de cooperación internacional para erradicarlos. La debilidad o ausencia del Estado crea espacios sin gobierno que terminan representando una amenaza significativa tanto para la seguridad global como local, y la porosidad de las fronteras estatales permite que los actores no estatales aprovechen estas condiciones para establecer sus centros operativos.
Acercamiento teórico sobre el Sahel
Mary Kaldor argumenta la necesidad de un enfoque multidimensional, que incluya la cooperación internacional y el desarrollo socioeconómico, para abordar estos espacios sin gobernanza. Los límites tradicionales de los Estados y la soberanía se ven desbordados por este fenómeno, mientras los actores poderosos, como los grupos criminales o yihadistas, operan a través de redes transnacionales y formas híbridas de guerra, incluyendo actividades ilícitas como el narcotráfico o la financiación extremista.
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La globalización exacerba la fluidez y el desdibujamiento de las fronteras entre la gobernanza interna e internacional, creando una realidad «interméstica» que combina operaciones internas y externas. La inestabilidad de estos contextos permite que las redes yihadistas exploten la región debido a la naturaleza maleable de sus rutas comerciales informales y sistemas financieros globales, como las redes hawala y sus equivalentes locales, lo que socava aún más la soberanía estatal.
Estas «nuevas guerras» mezclan motivaciones políticas, económicas y basadas en la identidad, y son sostenidas por redes globales que involucran tanto a actores estatales como no estatales. Estas organizaciones criminales transnacionales y grupos extremistas aprovechan las quejas locales para alcanzar objetivos más amplios, extendiendo su estadía e intensificando su presencia e impacto.
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