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¿Por qué triunfan los golpes de Estado en el Sahel?

Análisis

Macarena Stampa García
Macarena Stampa García
Carrera Diplomática. Alumna del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico de LISA Institute. Graduada en Relaciones Internacionales, la geopolítica, la seguridad y la inteligencia son las principales áreas en las que trabaja como analista, a sabiendas de que los retos que afrontamos ante la creciente competencia geoestratégica, requieren de análisis objetivos que permitan entender los cambios que se están gestando en la escena internacional.

Desde 2020, los golpes de Estado protagonizados por militares se extienden por el Sahel. El último, en Níger el pasado mes de julio, es uno más en una serie de asonadas en las que las juntas militares se hacen con el poder bajo el pretexto de poner fin a gobiernos incapaces de hacer frente a los retos que asolan esta región. En este artículo la alumna del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico de LISA Institute, Macarena Stampa, explica las causas internas y externas que explican el triunfo de los golpes de Estado en el Sahel.

Repaso y contexto de los golpes de Estado en el Sahel

Chad

Último golpe de Estado: abril de 2021

En abril de 2021, en Chad, se produjo un inusual cambio de poder. El presidente, el general retirado, Idriss Déby, fue asesinado en el campo de batalla luchando contra los rebeldes. Acto seguido, tomó el poder su hijo que anuló la Constitución y disolvió el Gobierno y el Parlamento. A principios del 2023 este nuevo Gobierno informó de un intento de golpe de Estado por parte de los militares destinado a «atentar contra el orden constitucional y las instituciones» del país.

Mali

Último golpe de Estado: mayo de 2021

Desde su independencia de Francia en 1960 los militares se han hecho con el poder en Mali hasta en cinco ocasiones: en 1968, 1991, 2012, 2020 y 2021. La última asonada militar, en mayo de 2021, tuvo los mismos protagonistas que el golpe que, en agosto de 2020, derrocó al presidente Boubacar Keita y fue el primero de la región. Así, se disolvió la Asamblea y se instauró un gobierno del «Comité Nacional para la Salvación del Pueblo». Este golpe de Estado contó con el apoyo de la población tras meses de protestas masivas en las que la ciudadanía exigía un cambio. El objetivo del pronunciamiento, según los golpistas, no era otro que el de iniciar un proceso de transición política que acabara con el clientelismo, la corrupción y la falta de desarrollo.

Guinea Conakry

Último golpe de Estado: septiembre de 2021

El siguiente caso a destacar es el de Guinea. Sumido en una grave crisis política y económica, en septiembre de 2021 las fuerzas especiales de élite del ejército, dieron un golpe de Estado y disolvieron el gobierno del presidente Alpha Condé, en ejercicio desde el 2010. También desmantelaron la Asamblea Nacional y derogaron la Constitución. El nuevo gobierno militar se autodenominó «Comité Nacional de Unidad y Desarrollo».

Sudán

Último golpe de Estado: octubre de 2021

En octubre de 2021, le llegó el turno a Sudán. En 2019 se había iniciado un proceso de transición democrática, aplaudido por la comunidad internacional y que llevó al fin del poder de Omar al Bashir. En cambio, en 2021, el Ejército sudanés se hizo con el poder y, tras arrestar al primer ministro Abdallah Hamdok, disolvió los principales órganos de la transición, incumpliendo el acuerdo de reparto del poder que debía conducir a las primeras elecciones libres en décadas. Como consecuencia de la inestabilidad, el pasado mes de abril de 2023 comenzó un nuevo conflicto civil entre las Fuerzas Armadas de Sudán (FAS) y las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), el tercero que tiene lugar en el país.

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Burkina Faso

Último golpe de Estado: febrero y septiembre de 2022

En 2022, la tendencia siguió esta vez en Burkina Faso, país en el que en 2022 se produjeron dos golpes de Estado. El primero, en febrero, llevó a la presidencia interina a Paul-Henri Damiba. Este será derrocado a raíz del segundo golpe, en septiembre, protagonizado por un grupo de soldados bajo la dirección de Ibrahim Traoré, actual presidente de la Junta Militar de Burkina Faso. Traoré, tomó el poder acusando al hasta entonces presidente, denunciando su incapacidad para hacer frente a la crisis multidimensional que sufre el «país de los hombres íntegros».

Níger

Último golpe de Estado: julio de 2023

Níger, era el único país de toda la franja que quedaba con un presidente electo democráticamente. Sin embargo, el pasado mes de julio de 2023, militares de la Guardia Presidencial retuvieron al presidente Mohamed Bazoum (que ya sufrió un golpe de Estado fallido anteriormente). Los militares argumentan que su objetivo es luchar contra la amenaza yihadista y los movimientos insurgentes. 

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Tras este repaso a los al dominó de los últimos golpes de Estado en el Sahel en este artículo analizaremos qué denominadores comunes explican el triunfo de estos golpes y qué podemos esperar de una de las regiones más pobres e inseguras del mundo. Antes de comenzar te recomendamos echar un ojo a este mapa de El Orden Mundial, medio que participa en la docencia del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico de LISA Institute, en el que se refleja de forma visual el cinturón golpista que ha abierto una nueva fase de inestabilidad en la región.

Fuente: El Orden Mundial.

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Causas internas que explican el triunfo de los golpes de Estado en el Sahel

La región del Sahel es una región enfrentada a numerosos y complejos retos. Si tenemos en cuenta una visión multidimensional del concepto de «seguridad», no es exagerado afirmar que esta región es una de las más inseguras del mundo; lo cual no quita que también tenga numerosos activos que la hagan atractiva desde un punto de vista geopolítico. Al analizar los argumentos que esgrimen los militares para hacerse con el poder en todos los casos anteriormente mencionados, podemos encontrar importantes similitudes.

Malí, Burkina Faso y Níger están en el centro de una crisis en materia de seguridad que se calcula que ha provocado millones de desplazados y más de 30.000 muertos en la última década. Así, la principal causa que justifica estas asonadas es la incapacidad de los gobiernos en el poder para lidiar con los grandes retos securitarios, siendo los dos principales el terrorismo y la falta de desarrollo. El terrorismo yihadista ha proliferado notoriamente en el Sahel en la última década, llegando a controlar partes del territorio de los países de la región donde ya no llega el Estado. 

En Mali se produjo, en parte, por la expansión de grupos vinculados con Al Qaeda y el ISIS, ante la incapacidad del Gobierno por ponerles freno. En Burkina Faso, un atentado en noviembre de 2021 dejó casi 50 policías militares muertos. Además, en este país, se expanden cada vez más los grupos terroristas que, llegados principalmente desde Mali, ya están presentes en diez de las trece regiones en las que se divide el país. Esta insurgencia islámica presente en el Sahel, se nutre de sus fuentes en Siria e Irak y de la inestabilidad de otros países cercanos como Libia, y ha encontrado en esta región el caldo de cultivo perfecto para su expansión

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Entre otras similitudes se pueden destacar los niveles de subdesarrollo. Los países del Sahel se encuentran entre los más pobres del mundo o con los IDH (Índice de Desarrollo Humano) más bajos. Chad y Níger tienen los IDH más bajos del mundo, de 0,39 y 0,40 respectivamente, y el IDH del resto de países del Sahel no supera el 0,45. Las tasas de alfabetización de los jóvenes (entre 15 y 24 años) también se encuentran entre las más bajas. Según datos de la UNESCO la región apenas supera el 55%, siendo Níger el país con la mayor tasa de analfabetismo del mundo, en torno al 80%. 

Además de esta situación los países del Sahel sufren de una inseguridad alimentaria rampante: el hambre afecta a 49 millones de personas en la región y el riesgo de vulnerabilidad extrema a 181 millones. La crisis de la covid-19 agravó una situación ya delicada, a la que se ha sumando la guerra en Ucrania, ya que los países del Sahel dependen de la importación de grano de Ucrania y Rusia. Todo ello en un contexto de creciente presión demográfica (Níger es el país con la mayor tasa de fecundidad del mundo, de 6,91 hijos por mujer) y de gran desigualdad de género, lo que sin duda lastra el crecimiento.

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Según datos de diversos Organismo Especializados de Naciones Unidas, en 2023 se alcanzará un récord histórico con más de 48 millones de personas afectadas por la inseguridad alimentaria en África Occidental y Central, y se destaca la situación especialmente sensible en la zona de la triple frontera Liptako-Gourma entre Burkina-Faso, Mali y Níger, marcada por la violencia y el desgobierno. En todo caso, asistimos a una falta de perspectivas de desarrollo económico, y por ende laborales, que limitan a unos Estados incapaces de proveer determinados servicios básicos a su población, lo que perpetúa la inestabilidad social y política, y nutre las perspectivas de radicalización

A estos dos grandes desafíos, hay que sumar otros de carácter más estructural, desde la existencia de sistemas institucionales débiles, hasta la corrupción o el clientelismo, sin olvidar el reto climático (se estima que el riesgo hídrico es la amenaza más grave en la región, con un aumento de las temperaturas 1,5 veces superior a la media mundial y un 80 % de sus tierras cultivables afectadas por el cambio climático). Los problemas que afrontan los países del Sahel son numerosos y están estrechamente ligados entre sí, retroalimentándose sin fin.

En el Sahel también nos encontramos con un importante tráfico ilícito que ha llevado a que en los países de la región se genere una economía basada en el tráfico de armas, drogas, migrantes, medicamentos o combustible, y que llega a superar a la economía formal. Sin olvidar que es una región rica en recursos, como el uranio en Níger, o la bauxita (utilizada para la extracción de aluminio), el oro y el cobre en Guinea. Tal y como afirmó el coordinador especial para el desarrollo en el Sahel de Naciones Unidas, Abdoulaye Mar Dieye, en una entrevista este mismo año, no hay que olvidar los factores históricos.

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Los países del Sahel cuentan con gran extensión territorial y con una viabilidad limitada, donde las inversiones o el desarrollo se concentraron en las capitales en detrimento de las zonas más alejadas y las fronterizas, convertidas en «espacios de desgobierno». Para el mismo Abdoulaye Mar Dieye, la solución pasa por repensar el modelo de Estado en la región, a sabiendas de que los modelos coloniales heredados no funcionan aplicados sobre espacios tan grandes donde las élites se han apropiado de la gobernanza en detrimento de las diferentes comunidades.

Es importante destacar que, en términos generales, el hecho de que los militares hayan tomado el poder no significa que sean ejércitos fuertes, con capacidad real para afrontar los retos securitarios que afronta la región. Los ejércitos de Mali y de Burkina Faso tienen poco control sobre grandes áreas de sus territorios y dependen de fuerzas paramilitares de autodefensa poco preparadas y que en general contribuyen a la violación sistemática de los derechos humanos. El ejército de Chad es uno de los más fuertes de África, pero tampoco consiguió detener el asesinato del presidente por los rebeldes, o la insurgencia de Boko Haram y su grupo escindido, la Provincia de Estado Islámico de África Occidental, una insurgencia que lleva una década operando en la región.

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Aparte, cabe mencionar el papel clave que ha jugado en todos los casos mencionados la CEDEAO (ECOWAS en sus siglas en inglés). Por ejemplo, en 2022 se le impusieron sanciones a Mali tras incumplir el plazo de dos años que la misma organización le había dado a los militares para celebrar elecciones democráticas. Guinea, por su parte, fue suspendida de la organización a raíz del golpe de Estado. En Níger se ha llegado a hablar de la posibilidad de intervenir militarmente para restaurar el orden.

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Causas externas para entender el triunfo de los golpes de Estado en el Sahel

En esta coyuntura, más allá de la situación dentro de la región del Sahel y las causas internas que han alimentado los golpes de Estado y su apoyo por la población, hay que destacar una última tendencia que está jugando un papel clave en los acontecimientos: el auge del sentimiento antifrancés en favor de un giro prorruso. El sentimiento antifrancés ha sido uno de los factores ideológicos o culturales que han nutrido a los militares y les han ganado el apoyo de la población.

En Mali, el coronel Abdoulaye Maiga, nombrado primer ministro por la junta militar en 2022, acusó a Francia de impulsar «políticas neocolonialistas, condescendientes, paternalistas y vengativas». De hecho, a raíz del último golpe militar, Francia puso fin a la operación Barkhane (para la lucha antiterrorista). En Burkina Faso, la junta militar terminó un acuerdo que permitía que tropas francesas operaran en el país. En Níger, hemos podido ver banderas y eslóganes antifranceses en las manifestaciones en apoyo al reciente golpe de Estado.

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De hecho, dada la situación en el Sahel, Francia, que ahora mismo cuenta con alrededor 3.000 efectivos desplegados entre Mauritania, Níger, Burkina Faso y Chad, está buscando redefinir su presencia militar. Más allá de esta pata relacionada con la seguridad, la huella del colonialismo francés se puede ver en otros ámbitos. Por ejemplo, la mayoría de los Estados francófonos de la región tienen como divisa el franco CFA, vinculado al euro y respaldado por Francia (aunque el gobierno francés ha decidido recientemente apartarse de la toma de decisiones en el marco de esta divisa). También predomina entre la población de estos países la visión de que Francia no ha hecho más que explotar sus recursos, como es el caso del uranio en Níger.

Y ante este sentimiento antifrancés y anticolonialista, Rusia ha aprovechado para expandir sus tentáculos (y también para alimentar ese discurso que no deja de ser antioccidental). Por un lado, desde la perspectiva política, como se vio a raíz de la cumbre Rusia-África, celebrada en San Petersburgo, en la que Burkina Faso y Mali declararon su apoyo a Moscú en el marco de la guerra en Ucrania. Y por el otro, en el ámbito militar, principalmente a través de la presencia cada vez más extendida del Grupo Wagner. A sabiendas de que el atractivo de Rusia, más allá de no contar con ese pasado colonial que tanto rechazo genera, reside en que propone una alternativa al modelo liberal y democrático. 

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¿Qué esperar de los golpes de Estado en el Sahel?

En realidad, esta reconfiguración de las alianzas en el Sahel responde a los propios cambios que se están gestando en la escena internacional y al auge de la competición estratégica entre las potencias. El desembarco de China y Rusia en África, ofrece a los gobiernos del continente nuevas alianzas entre las que elegir. En el Sahel, emergen también otras potencias como Turquía o Arabia Saudí, e incluso juegan un papel creciente países con mayor peso regional como Argelia o Nigeria (países que estañan incrementando las inversiones o la ayuda técnica tanto bilateral como mediante contribuciones a proyectos colectivos, como al G5-Sahel). 

En todo caso, ante el estado actual de las circunstancias, cabe preguntarse qué futuro le aguarda al Sahel. Sin duda, es necesario empezar a abordar todos los desafíos que afronta la región, pero esta tarea no es ni sencilla ni pequeña. Por ello, las organizaciones regionales como la CEDEAO o la Unión Africana, juegan un papel clave, más aún teniendo en cuenta que son retos compartidos por todos los países (y muchos de ellos por la totalidad del continente). Sin embargo, la estabilización interna es una precondición ineludible para poder hacer frente a la crisis multidimensional que asola a las poblaciones del Sahel.

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A corto plazo, es difícil imaginar que las juntas militares que ahora gobiernan desde Mali hasta Sudán impulsen procesos de transición democrática. Tampoco parece que las tengan todas consigo a la hora de abordar estos retos, aún teniendo el apoyo masivo de una población que, en realidad, ha visto en los militares una alternativa a los gobiernos anteriores. Todo ello sin olvidar que la inseguridad e inestabilidad trasciende lo que sería estrictamente el Sahel y también afecta a otros Estados del continente, como Senegal. En este país, a principios de agosto el gobierno disolvió por decreto el principal partido de la oposición y encarceló a su líder Ousmane Sonko, muy popular en el país, acusado de incitar la insurrección y organizar un complot contra el Estado. Todo en un contexto de creciente represión de las protestas contra el gobierno de Macky Sall. ¿Será Senegal el siguiente país en protagonizar un golpe de Estado?

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