América Latina atraviesa una etapa de tensiones democráticas que trascienden lo institucional. A pesar del respaldo formal al sistema, persisten el desencanto ciudadano y las amenazas autoritarias. Entender esta paradoja es clave para analizar los desafíos actuales y futuros de la democracia en la región.
América Latina es una región marcada por una historia compleja políticamente. Se han sobrevenido autoritarismos, dictaduras, transiciones democráticas y, todo ello, en un contexto de profundas desigualdades. Hoy en día alberga una diversidad de modelos de gobierno que terminan poniendo en evidencia los desafíos estructurales de la democracia en la región.
La heterogeneidad de los países y sus contextos políticos y sociales ha dado lugar a distintos tipos de regímenes. Algunos muestran tendencias crecientemente autoritarias. Otros corresponden a democracias formales, desgastadas por la corrupción, la polarización y el desencanto ciudadano. El panorama latinoamericano ofrece un escenario clave para analizar la fragilidad del orden democrático en el siglo XXI.
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En términos geopolíticos, América Latina no es periférica. Países como Brasil, México, Argentina o Colombia tienen roles clave en el comercio, la migración y la gobernanza ambiental. También son fundamentales para el abastecimiento de ciertos recursos estratégicos. Por eso, lo que ocurre en la región tiene repercusiones globales y revela que las democracias latinoamericanas parecen atravesar una crisis democrática sostenida.
Como se ha reconocido por diversos estudios e índices internacionales, el 2006 marca el inicio de una tendencia de declive democrático a nivel global.
Freedom House, organización no gubernamental fundada en 1941 para promover la democracia y los derechos humanos, destacó en su informe anual de 2006 un punto de inflexión. Hasta entonces se observaba un avance democrático global.
Sin embargo, el informe señaló el inicio de una tendencia de estancamiento de la libertad. Según su análisis, más países registraron retrocesos en derechos civiles y políticos que mejoras. Esto reflejaba un preocupante aumento de tendencias autoritarias en varias regiones. A partir de ese informe, comenzó lo que varios analistas denominaron una recesión democrática. Esta se caracterizaba por una erosión gradual de las instituciones dentro de regímenes formalmente electorales.
Por su parte, The Economist Intelligence Unit identificó 2016 como el inicio de un deterioro democrático global. Señaló un declive en la calidad de la democracia, incluso en países tradicionalmente estables. En su Democracy Index 2016, advirtió que casi la mitad de los países evaluados comenzaron a mostrar retrocesos en sus puntuaciones.
En particular, se resalta la degradación del sistema de Estados Unidos, pasando de las categorías que establece la unidad, de democracia plena a democracia imperfecta. Asimismo la EIU también identificó el avance de tendencias populistas, el desgaste de la participación política y el debilitamiento de contrapesos institucionales. Todo ello como factores que se volvieron comunes del declive democrático en distintas regiones del mundo, entre ellas, América Latina.
En este sentido, el fenómeno global del declive de la democracia no responde a un único patrón, y en cuanto a la región de América Latina, es necesario preguntarse, ¿qué es lo que proyecta este panorama para el futuro democrático de la región? ¿Es América Latina testigo de un retroceso democrático temporal o del agotamiento de un modelo que nunca logró consolidarse plenamente?
Estudio y medición de la democracia: ¿cómo se define y evalúa?
Desde la sociología política podemos definir comportamientos políticos y sociales, lo que permite establecer conceptos y criterios claros para su medición. Al contar con un ideal, es posible orientar la praxis. La teoría política contemporánea se ha enfocado en repensar qué significa vivir en democracia. Esto se acentuó desde que, tras el entusiasmo liberal de los años 90, surgió la percepción de que algo en las democracias actuales no funciona como debería.
En esa década, el debate giraba en torno a por qué era mejor vivir en democracia. Hoy, en cambio, el énfasis está en sí realmente seguimos viviendo en democracia.
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Por ello, para entender el declive de la misma, es necesario delimitar y definir qué es lo que uno entiende como democracia, o cómo es un país que es democrático. Es decir, ¿cuáles son los parámetros? ¿Hasta qué punto se toman en cuenta las especificidades de cada Estado? ¿Hay medias democracias?
Partiendo de que la democracia es un conjunto de procesos, no un concepto estático, atemporal o limitado, se entiende que no existe por sí misma. No se integra automáticamente como concepto en una sociedad, sino que se construye como un método que nace desde dentro.
La democracia es, en palabras de Przeworski, un mecanismo para procesar conflictos. En el pensamiento Sartoriano es un conjunto de prácticas y de instituciones que permiten la participación ciudadana. En perspectiva de Dahl, un ideal inalcanzable, una aspiración hacia la que hay que apuntar el ejercicio político.
La democracia, por tanto, es mecánica, es dinámica, está sujeta a su tiempo y a su contexto. La democracia es en esencia, el poder del pueblo, para el pueblo. Por tanto, nos encontramos ante un apuro si los mecanismos que hacen esto posible, se ven afectados, corrompidos, desestructurados y son flagelantes y/o ineficaces.
Evolución de la democracia en América Latina
La historia de la democracia en América Latina ha estado profundamente marcada, como mencionado anteriormente, por la inestabilidad política, los autoritarismos recurrentes y las fluctuaciones ideológicas. Muchos países de la región adoptaron sus respectivas constituciones republicanas y sistemas electorales desde el siglo XIX. Sin embargo, la democracia liberal en la región, durante el siglo XX, se presentaba más como un ideal que como una práctica consolidada.
Cómo denominada por Huntington, con la tercera ola de democratización países que se encontraban bajo dictaduras militares (como Brasil, Chile, Uruguay y Argentina), empezaban a establecer sus gobiernos democráticos, manejando un nuevo ciclo. Esta etapa se caracterizaba por la recuperación de libertades civiles, elecciones relativamente libres y competitivas, y una reestructuración de los marcos institucionales. Sin embargo, desde esta misma apertura democrática, se fueron percibiendo limitaciones estructurales profundas que hoy se demuestran subyacentes al desgaste democrático en la región.
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Para empezar, América Latina continúa siendo la región más desigual del mundo. Según el Banco Mundial, el 10% más rico de la población en la región tiene ingresos hasta 12 veces mayores que el 10% más pobre. En cuanto a la concentración de la riqueza, el 10% más rico acumula el 77% de la riqueza mientras que el 50% más pobre sólo posee el 1%.
Factores que contribuyen a estas desigualdades son la desigualdad de oportunidades, un crecimiento económico desigual, políticas públicas que contribuyen a la misma desigualdad.
Asimismo, la baja confianza en las instituciones también es un factor que contribuye a la fragilidad del sistema democrático. Según la OECD, en 16 países de la región, alrededor del 36 % de la población confía en el gobierno nacional (2022), una caída desde el 43% tras la crisis de 2008. En 2018 sólo el 22% aprobaba a su gobierno y el 21% al congreso. Esta muestra tenía una confianza muy baja en partidos o en el sistema judicial.
Lo anterior nos lleva a otro factor. En 18 de 23 países de América Latina y el Caribe, la mayoría cree que los altos funcionarios intentan influir en el poder judicial. Además, en 15 de esos países, la ciudadanía considera que dichos funcionarios atacan o desacreditan el sistema electoral. Estos datos provienen de la organización World Justice Project.
Además, en casos como en Venezuela, Bolivia o Paraguay, se documenta una profunda corrupción judicial y poca independencia de este. Como se puede observar actualmente con la reforma del poder judicial en México.
La dependencia económica externa es otro factor y la fragilidad institucional dificulta la canalización efectiva de recursos hacia políticas públicas estructurales. Asimismo, encuestas como el Latinobarómetro (2018) muestran que solo el 48% de la población latinoamericana respalda la democracia, cifra significativamente menor que el 61% de 2010.
Estos datos respaldan la idea de que, aunque la democracia en América Latina se ha mantenido formalmente (por ejemplo, mediante elecciones periódicas), su contenido está debilitado. Factores como desigualdades extremas, instituciones frágiles y una ciudadanía desencantada afectan su sustancia. Este desencanto lleva a las poblaciones a aceptar regímenes más autoritarios, con discursos populistas que surgen ante vacíos de representación y una sensación de abandono político. En este contexto, los populismos autoritarios se presentan como una alternativa funcional. Aparecen donde la democracia representativa parece haber perdido legitimidad y capacidad para responder a las demandas del pueblo.
Por otra parte, Seymour Martin Lipset plantea una hipótesis que vincula la democracia con el desarrollo económico. Según él, las sociedades prósperas tienen mayores probabilidades de consolidar democracias estables. El desarrollo económico no solo genera riqueza material, sino que también fomenta condiciones sociales y culturales favorables, como la educación, la urbanización y una clase media sólida.
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Esta teoría aporta una nueva perspectiva sobre la fragilidad democrática en América Latina. Si consideramos la distribución desigual de la riqueza, queda claro que esta limita la consolidación de una clase media más amplia.
Democracia en América Latina en 2025
En la actualidad, la democracia en América Latina atraviesa un momento de tensiones que son contradictorias. Como lo describe Manuel Alcántara Sáez, partiendo de la ambivalencia democrática, la cual es la idea de que aunque las instituciones formales de la democracia como lo son las elecciones el sistema de partidos y la división de poderes, siguen presentes como mecanismos de la misma, su funcionamiento real se ve afectado por dinámicas y prácticas que socavan su calidad.
El último informe del Latinobarómetro 2024, titulado La democracia resiliente y publicado en enero de 2025, revela el estado actual de la democracia en América Latina. Existe apoyo al sistema democrático y cierta satisfacción con su funcionamiento. Sin embargo, persiste una fuerte desconfianza hacia actores clave. Un 42 % rechaza a los partidos políticos, 39 % al Congreso y 37 % a la oposición. Esto evidencia una tolerancia creciente hacia prácticas y tendencias autoritarias.
Aunque el respaldo a la democracia aumentó cuatro puntos porcentuales entre 2023 y 2024, la insatisfacción con su funcionamiento sigue siendo alta: alcanza el 65 %. Esto refleja un desajuste entre su valor normativo (como el mejor sistema de gobierno) y su evaluación empírica, es decir, el juicio ciudadano sobre cómo funciona realmente en su país.
Resulta paradójico que se mantenga el apoyo al sistema democrático mientras se rechazan procesos inherentes a su existencia, debido a su ineficacia y corrupción. Cuando la democracia no logra responder a estas problemáticas ni consolidarse institucionalmente (como ocurre en América Latina), se abre paso, de forma gradual y disimulada, a regímenes más autoritarios o populistas.
Juan Linz explicaría este fenómeno señalando que el quiebre de las democracias actuales ocurre desde dentro, producto de factores políticos, sociales y económicos que erosionan la confianza en el sistema y conducen a su colapso.
Índices democráticos: cómo se mide la salud de una democracia
En este sentido, los dos informes sobre la democracia y la libertad anteriormente usados, nos proveen una visión sobre el estado actual de las mismas. Freedom House hace énfasis en el crimen organizado y cómo esta violencia criminal socava derechos políticos y libertades civiles en la región de América Latina. A esto, los líderes de la región fallan en salvaguardarse de la corrupción gubernamental.
Por su parte, The Economist Intelligence Unit en su Informe sobre el Índice de la Democracia en 2024, titulado What´s wrong with representative democracy? señala que la puntuación de América Latina y el Caribe cayó 0,07, lo que representa el noveno año consecutivo de retroceso democrático en la región. Y, aunque el descenso en la puntuación promedio del índice para América Latina y el Caribe en 2024 fue menos pronunciado que en años recientes, la vialidad en general de la región se encuentra en un estado lamentable. Afirma que sólo 5 de los 24 países incluidos en el índice mejoraron sus puntuaciones, 17 sufrieron retrocesos y dos se estancaron.
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Uno de los acontecimientos más preocupantes es el aumento del apoyo popular a los gobiernos autoritarios a pesar de que demuestran un desprecio por las normas e instituciones democráticas. El apoyo a políticos como Bukele, en El Salvador, quien ganó la reelección con una gran mayoría en 2024, demuestra que los votantes están dispuestos a sacrificar los estándares democráticos por la seguridad.
El futuro de la democracia en América Latina
Finalmente, pensar en el futuro de la democracia en América Latina exige reconocer que la crisis actual no es solo coyuntural o institucional. También es una crisis cultural, social y profundamente política. La democracia no se reduce a la celebración de elecciones periódicas. Como se ha mencionado, al ser una forma de gobierno del pueblo y para el pueblo, su sustancia está en la calidad del vínculo entre ciudadanos e instituciones. También en la garantía de los derechos, en la capacidad de los gobiernos para responder a las demandas sociales, y en la existencia de una cultura cívica. Esta cultura debe valorar la participación, la pluralidad y el disenso democrático.
En este sentido, que haya movilización social no implica que sea un síntoma de la debilidad democrática, sino de su misma vitalidad. La democracia no debería de entenderse como una materia que es exclusiva para los políticos o las élites, sino como el proyecto colectivo que es. Como afirma Norberto Bobbio, la democracia perfecta no existe ni puede existir nunca, pero eso no implica resignación ni desconexión, sino la perseverancia y el compromiso hacia el ideal.
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