Pepe Mujica dejó una huella profunda en la política latinoamericana. Su estilo de vida austero, su discurso directo y su compromiso con los valores éticos lo convirtieron en un referente internacional. En este artículo, la alumna del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico de LISA Institute, Rosalía Fernández, analiza el impacto de Mujica desde perspectivas geopolíticas, ética y cultural, destacando su papel como símbolo de autenticidad.
José ‘Pepe’ Mujica, expresidente de Uruguay (2010–2015), falleció el 28 de abril de 2025 a los 89 años. Exguerrillero, símbolo de austeridad y coherencia, su vida inspiró a millones, desde ciudadanos hasta líderes globales. En una América Latina marcada por la polarización, la desigualdad y la desconfianza institucional, su figura plantea una pregunta atemporal: ¿puede un liderazgo ético transformar la cultura política de una región?
De guerrillero a estadista: la vida de Pepe Mujica
La trayectoria de Mujica comenzó en los convulsos años 60 como miembro de los Tupamaros, un grupo guerrillero marxista que desafió el régimen oligárquico de Uruguay. Sus 14 años en prisión, incluyendo más de una década en aislamiento brutal, forjaron su cosmovisión, transformando su fervor revolucionario en un compromiso profundo con el diálogo y la humanidad. Esta evolución —de militante armado a estadista pragmático— dotó de credibilidad a su presidencia, reflejando un entendimiento visceral del sacrificio y la resiliencia.
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Su pasado guerrillero, aunque controversial, lo humanizó para muchos. Demostró que sus ideales no eran mera retórica, sino el fruto de una vida de riesgo y convicción. Sin embargo, también generó críticas de sectores conservadores que cuestionaban sus raíces radicales, una tensión que limitó su influencia entre las élites tradicionales. Este trasfondo, lejos de ser un mero detalle biográfico, explica su enfoque empático y su rechazo al poder por el poder mismo.
Liderazgo ético en una región fracturada
En una América Latina donde la política suele girar en torno al personalismo y el oportunismo, Mujica destacó por su autenticidad. Vivía en su modesta chacra (casa de campo), donaba cerca del 90 % de su salario presidencial a causas sociales y rechazaba los privilegios del poder. Su diplomacia, basada en el respeto mutuo y la justicia social, le permitió tender puentes entre ideologías opuestas, ganándose el respeto de progresistas y conservadores. Como él mismo dijo: «El poder no cambia a las personas, solo revela quiénes son realmente».
Desde una perspectiva geopolítica, Mujica encarnó el soft power ético: una influencia basada en valores, no en coerción. Su presidencia ofreció un contraste frente al volátil panorama político latinoamericano, marcado por escándalos de corrupción y populismos. Un ejemplo emblemático fue la legalización de la marihuana en 2013, una política pionera que redujo la violencia asociada al mercado negro y abrió debates globales sobre la reforma de políticas de drogas. Esta medida reflejó su compromiso con un progresismo pragmático, priorizando soluciones prácticas sobre dogmas.
Su autenticidad trascendió fronteras. En 2014, el exsecretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, lo elogió como ‘un modelo de liderazgo humilde‘, consolidando su estatura global. Mujica demostró que gobernar con simplicidad y empatía es posible, incluso en una región fracturada por desigualdades profundas y desconfianza institucional.
Los límites del legado de Pepe Mujica
A pesar de su estatura ética, la presidencia de Mujica no logró transformar estructuralmente a Uruguay ni a la región. Las instituciones frágiles, la dependencia económica y las presiones geopolíticas limitaron su impacto. Por ejemplo, no avanzó en una reforma profunda del MERCOSUR, obstaculizada por la fragmentación política y los intereses divergentes de los países miembros. Además, las élites económicas uruguayas, reacias a cambios estructurales, restringieron su capacidad para implementar reformas redistributivas ambiciosas.
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¿Por qué no transformó la región desde el poder? Su enfoque, eminentemente simbólico, priorizó la inspiración ética sobre la reestructuración institucional. Esta elección, aunque deliberada, refleja tanto su realismo frente a las limitaciones sistémicas como una posible carencia de estrategias para superarlas. Las presiones externas, como las demandas del FMI y los mercados globales, también jugaron un papel, limitando el margen de maniobra de Uruguay como economía pequeña.
Sin embargo, su impacto trasciende lo institucional. En Uruguay, sus ideas sobre justicia social, equidad y sostenibilidad influyeron en políticas públicas y programas educativos. Por ejemplo, la inclusión de la educación ambiental en los currículos escolares uruguayos, impulsada durante su mandato, refleja su énfasis en la sostenibilidad. Esta huella educativa ha moldeado generaciones con valores democráticos y éticos, demostrando que el cambio puede gestarse desde lo intangible.
Un faro en tiempos de desconfianza
Entre 2010 y 2025, la desconfianza en las instituciones democráticas de América Latina creció, alimentada por la corrupción, la inequidad y la violencia estructural. En este contexto, Mujica ofreció un modelo alternativo. Su discurso sobre la austeridad, el consumo responsable y el poder como servicio contrastaba con las élites políticas tradicionales. Aunque no reformó el sistema en profundidad, fortaleció el imaginario colectivo, inspirando a quienes buscaban autenticidad en sus liderazgos.
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Mujica influyó en movimientos sociales, desde colectivos ambientalistas hasta protestas estudiantiles. Por ejemplo, en Chile, durante las manifestaciones de 2019, jóvenes activistas citaron su visión de equidad y sostenibilidad como inspiración para exigir una nueva constitución. Esta conexión con la sociedad civil, junto con su impacto en la educación y la cultura política, posiciona su legado como un motor de cambio cultural más allá de las estructuras formales de poder.
Tres pilares de la influencia transformadora de Pepe Mujica
- Liderazgo inspirador: su austeridad y lenguaje directo establecieron un estándar de liderazgo ético, motivando a líderes emergentes y movimientos sociales a priorizar la ética sobre el poder.
- Conexión intergeneracional: su mensaje unió a jóvenes activistas, intelectuales y académicos, ofreciendo una guía práctica en una región donde los liderazgos suelen estar polarizados.
- Voz global: en foros como la ONU, sus reflexiones sobre el consumismo y la felicidad humana proyectaron un soft power ético, invitando a repensar valores en un mundo en crisis.
Pepe Mujica como embajador ético de América Latina
Mujica proyectó una imagen renovada de América Latina en el escenario global. Su discurso de 2013 en la ONU, donde criticó el consumismo y abogó por un desarrollo centrado en la felicidad humana, posicionó a la región como una voz de humanismo. Académicos en países como España y Japón citaron su austeridad como inspiración para debates sobre gobernanza ética, ampliando su influencia.
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Esta proyección desafió estereotipos que asocian a América Latina con inestabilidad, mostrando su capacidad para liderar discusiones sobre sostenibilidad y equidad. Su legado responde a una pregunta clave: ¿qué deja Mujica al mundo? En un contexto de crisis climáticas, desigualdad y polarización, su figura representa una narrativa donde América Latinapuede ser un referente de pensamiento crítico y ético.
Aunque la región enfrenta contradicciones —desigualdad estructural, fragmentación política, dependencia externa—, también alberga un potencial transformador. Movimientos sociales, propuestas de cooperación Sur-Sur y liderazgos como el de Mujica privilegian la coherencia sobre la retórica. Su legado no es una arquitectura institucional exportable, sino un mensaje ético: otra forma de ejercer el poder, más humana, sobria y consciente del otro.
El poder de lo intangible de Pepe Mujica
El legado de Pepe Mujica no se mide en tratados firmados ni en reformas estructurales, sino en su capacidad para transformar la cultura política de América Latina y el mundo. Como un espejo, reflejó las contradicciones de una región atrapada entre promesas y realidades, mostrando que el liderazgo ético puede ser un agente de cambio poderoso.
Su soft power, anclado en la autenticidad y la coherencia, sigue marcando el camino hacia una política más justa y sostenible. En tiempos de incertidumbre, su propuesta —por modesta que parezca— es profundamente disruptiva.
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