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El tablero de juego internacional de la UE en el siglo XXI

Análisis

Pedro Alonso
Pedro Alonso
Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública y Ciencias Jurídicas de las Administraciones Públicas por la UNED. Máster MBA RRHH & English Skills por ENEB BS y Universidad Isabel I. International MBA con las Diplomaturas de Coahing y Psicología de Inteligencia Emocional y Gestión de Equipos. Actualmente estudiante del Curso Superior de Director de Seguridad por CISDE UDIMA y aspirante por oposición a la Administración de Justicia. Alumni de LISA Institute en el Curso de Analista Internacional, Curso Experto de la Union Europea (UE), y de Director de Ciberseguridad.

La Unión Europea ha evolucionado en los últimos años en el marco de un nuevo escenario mundial. El alumno del Curso de Experto en la Unión Europea, Pedro Alonso, explica en este artículo cómo ha sido este proceso y qué factores lo han acompañado.

La Unión Europea entró en el siglo XXI dentro de un panorama mundial cambiante, con un nuevo marco de relaciones y fuerzas en el plano internacional, un nuevo tablero de juego. Lo hizo, además, a partir de un contexto interno donde han sido varios los acontecimientos, procesos y realidades institucionales, económicas y políticas de las que se ha ido dotando para situarse en un escenario globalizado en rápida evolución y de horizontes inciertos.

Desde el final del siglo XX, la UE fue dando distintos pasos y avanzando hacia un ámbito donde no solo fueron ganando terreno los temas de seguridad, sino también el reto de convertirse en un conjunto más fuerte, competitivo y cohesionado. También fue determinante la dotación de instrumentos y nuevas medidas ante escenarios también recientes, fundamentalmente económico y financieros.

Principales pasos de la UE y los acontecimientos más relevantes

En 1997 se aprobó la Agenda 2000 con la perspectiva de constituir una Unión Europea en el nuevo siglo más fuerte y más amplia. En el siglo XXI la UE ha conocido tres nuevas ampliaciones de países, además de la salida de uno de sus Estados miembros. Todas las ampliaciones han ido ensanchando las fronteras de la Unión hacia los márgenes orientales. 

En 1999 se introdujo el euro en once países, la nueva moneda común. Esta divisa se convirtió en la moneda de curso legal en el año 2002. La introducción del euro constituyó un nuevo avance en la perspectiva geoeconómica. Sin embargo, con el paso de los años, se convirtió en un instrumento geopolítico.

En 2001 la Comisión Europea aprobó el Libro Blanco de la Gobernanza Europea. La aprobación de este documento fue promovida fundamentalmente por la desconexión entre las instituciones y los políticos de la UE, por un lado, y los ciudadanos, por otro. Estos últimos manifestaban cada vez más menor confianza e interés en los primeros, lo que supone un condicionamiento importantísimo para el desarrollo y eficacia de la acción y políticas comunitarias. En la base de todo ello también ha de situarse la existencia de problemas de legitimidad democrática, que han sido argumentados repetidamente a lo largo de la evolución y desarrollo institucional de la UE.

En el año 2004, la Unión Europea elaboró un borrador de Constitución con el fin de consolidarse y, por otro lado, con el objetivo de dotar a la UE de un marco de definición político y jurídico completo.

Sin embargo, el documento no vio finalmente la luz, pues fue rechazado en referéndum en el año 2005 por los ciudadanos de Francia y de Países Bajos. Por el contrario, en 2007 se firmó el Tratado de Lisboa, que modificaba los tratados anteriores, aprobados hasta el momento. También reforzaba a la Unión para hacer frente a los retos del nuevo siglo. Entró en vigor en el año 2009 y, entre otras novedades, se procedió a la creación de un servicio diplomático propio de la UE, bajo el mando de una nueva figura, el Alto Representante para la Política Exterior comunitaria. Desde el año 2019, este cargo está encabezado por Josep Borrel Fontelles.

A raíz del estallido de la crisis financiera global de 2008, iniciada con la quiebra de Lehman Brothers Holdings, la UE abordó una nueva gobernanza económica. Sobresale, en este sentido, la creación, en el año 2011, del Pacto por el Euro Plus y la firma del tratado por el que se crea el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), que entró en vigor el año siguiente, en 2012.

Los casos más destacados en relación con el alcance de la crisis en las economías de los Estados miembros, fueron los rescates de Grecia (mayo de 2010 y julio de 2011), Irlanda (diciembre de 2010) y Portugal (mayo de 2011). A estos se sumaron, posteriormente, las actuaciones encaminadas a la recapitalización del sistema financiero de España, en junio de 2012.

Los efectos de la crisis tuvieron repercusión tanto en la sociedad, como en la política europea. Estos efectos, sumados a las políticas de austeridad impuestas por la UE, se tradujeron en hechos decisivos: se incrementó el desapego -o desafección- de los ciudadanos hacia la propia UE, sus gobernantes y sus instituciones, renacieron los populismos, etc.

En 2012, coincidiendo con la concesión del Premio Nobel de la Paz a la Unión Europea, todos sus Estados miembros (a excepción del Reino Unido y de la República Checa), acordaron un nuevo Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza en la Unión Económica y Monetaria, más conocido como “Pacto Presupuestario”.

Igualmente, y con el telón de fondo de las influencias de la crisis, en el año 2014 entró en vigor el denominado Mecanismo Único de Supervisión (MUS) de los bancos europeos. Este procedimiento persigue proporcionar solidez al sistema bancario europeo, mejorar la supervisión de este bajo la autoridad supranacional del Banco Central Europeo (BCE), y por último, contribuir a la estabilidad e integración financieras de la zona del euro y del mercado interior en su conjunto. 

El año 2016 supuso un verdadero cambio para la Unión, pues fue cuando se celebró el referéndum británico y cobró realidad el Brexit. La resolución del mismo parece que terminó por despejarse a finales de 2019.

Pese a todo, el año pasado, 2021, también conoció importantes acontecimientos que contribuyeron a reforzar el papel global de la UE. Esta ratificó el Acuerdo de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (Acuerdo de París) doce años después de haber entrado en vigor el Protocolo de Kioto. En octubre de 2021 comenzó a funcionar la ampliada y modernizada Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas (nueva denominación de la antigua Frontex), dotada de más capacidad de la que inicialmente tenía cuando se creó en el año 2004.

Asimismo se procedió a la firma del CETA (por sus siglas en inglés: Comprehensive Economic and Trade Agreement), el Acuerdo Económico y Comercial Global (AECG) entre Canadá y la UE. Este es un tratado de libre comercio entre ambos, aprobado por el Parlamento Europeo en febrero de 2017.

Sin embargo, cabe destacar que la Unión Europea había comenzado con anterioridad su búsqueda por solidificar y fortalecerse en un mercado mundial globalizado y altamente competitivo. En 2013 ya se habían iniciado las negociaciones, para acordar la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (ATCI) (o Transatlantic Trade and Investment Partnership, TTIP), finalizadas en 2016. Este acuerdo establece un área de libre comercio transatlántico entre la UE y EE. UU. Sin embargo, en abril de 2019 una decisión del Consejo Europeo estableció la obsolescencia de las directrices manejadas en estas negociaciones, no siendo, pues, pertinente su uso.

En 2017, la UE logró un acuerdo de libre comercio con Japón, que fue firmado el año siguiente. Además, en los años 2018 y 2019 la Unión ha continuado reforzando sus acuerdos y estrategias comerciales internacionales (con México, Singapur, Mercosur, nueva Estrategia de la UE para Asia Central). La Comisión Europea ha adoptado una estrategia para la adhesión de seis países socios de los Balcanes Occidentales a la Unión Europea: Albania, Macedonia del Norte, Montenegro y Serbia, Bosnia y Herzegovina y Kosovo.

Siguiendo los procesos y las tendencias clave que han dominado en Europa –siempre en interdependencia con la evolución geopolítica y económica mundial– desde el último decenio del siglo pasado hasta el momento actual, pueden sintetizarse en los siguientes. Por un lado, el impacto del proceso de globalización. También, la crisis final del modelo europeo de posguerra, el agotamiento del relato europeo, la uniformización de la sociedad europea y la revisión de las dimensiones del Estado nación. Por último, el aumento de los déficits democráticos, el regreso de los nacionalismos y el particularismo entre países.

¿Cómo es el marco geopolítico mundial en el que se ha insertado la UE en el siglo XXI?

Desde la última década del siglo XX, el orden mundial y el juego de fuerzas comenzaron a cambiar progresivamente. Hubo una etapa intermedia en este proceso, que algunos denominaron como “momento unipolar”. Esta fue consecuencia de la primacía estadounidense, que se hizo explícita tras el “otoño de las naciones”, movimiento que recorrió la antigua Europa del Este y que condujo a la desaparición de la que fue la URSS.

En el marco de esa “bipolaridad” que paulatinamente empezó a ser transformada, se fue haciendo fuerte la denominada “tríada mundial”. Este término hace referencia a un triángulo de poder geoeconómico establecido entre  EE.UU., Japón y Europa (aunque fundamentalmente, la Unión Europea). Sin embargo, en la órbita de la “tríada mundial” también se situaban países como Canadá, Australia y Nueva Zelanda.

La hegemonía occidental ha dado paso a un marco con nuevos núcleos de poder e influencia. También cambió el peso económico, que se ha desplazado desde Europa hacia el área Asia-Pacífico, región en detrimento.

Por otro lado, este cuestionamiento del orden y de sistema económico capitalista contribuyó a que sucedieran los cambios geopolíticos que se han ido produciendo a lo largo del siglo. Además, el funcionamiento y el papel de las instituciones internacionales, como la ONU o el Fondo Monetario Internacional (FMI), también fue adaptándose al nuevo contexto.

De esta forma, el espacio mundial cada vez es más multipolar y policéntrico. Es decir, son varias las naciones e instituciones que conforman los bloques de poder y existen diversos centros para la toma de decisiones.

Esto se puede comprobar con la aparición de las potencias emergentes, algunas de ellos con una concentración de población muy elevada, como China e India. En estos países se ha ido generando, cada vez más, una importante parte del volumen de la producción mundial.

En suma, podemos decir que se ha ido componiendo un tablero mundial cada vez más diverso y complejo. Brasil, Argentina, Sudáfrica, Rusia, China, India, Nigeria, Tailandia son países que han ido emergiendo, reforzando lazos de cooperación interregional y contribuyendo al policentrismo mundial, que  cada vez es más evidente. 

Por otro lado, nos encontramos con potencias regionales, como Turquía, que posee una situación estratégica, o Irán, que también han ganado poder y presencia. China e India han ido creciendo y han irrumpido en el juego geopolítico mundial, concentrando poder, población y recursos y reforzando el dominio asiático.

Además, estos dos países, junto a Japón se han convertido en tres focos de importancia a nivel mundial. A finales del 2010, China sobrepasaba a Japón y a Alemania en porcentaje de concentración de producción bruta total del mundo. Mientras tanto, la India -país emergente del “Sur”, al igual que Brasil, hacía lo propio con el Reino Unido y con Francia. A su lado, se revelan otros “países emergentes más secundarios” o “potencias regionales en vías de convertirse en autónomas” como Argentina, Turquía, Irán, Arabia Saudí, Tailandia, Singapur o Indonesia.

También ha aumentado la inestabilidad, la conflictividad y se han definido zonas y márgenes donde las tensiones y los conflictos se reproducen. Una de estas zonas es la Cuenca del Mediterráneo, que constituye el lugar del mundo donde se entrecruzan las dos fallas geopolíticas principales: Occidente y Oriente.

Parte de todo ello responde a los rebrotes del terrorismo. También se entremezclan muchas de esas tensiones con la respuesta que algunas sociedades dieron al derrocamiento de algunos regímenes, como en las “primaveras árabes” en distintos Estados, o en las “revoluciones de colores”, diseminadas por los márgenes orientales del continente europeo y en otras áreas.

Otras demostraciones de fuerza y de relaciones de poder más recientes son la de Rusia sobre Ucrania o los ataques unilaterales emprendidos por EE.UU. Estos contribuyen, igualmente, a aumentar el grado de tensión en distintas zonas del planeta.

En esta dinámica y en el nuevo juego geopolítico mundial del siglo XXI, conviven viejas y nuevas formas de poder. La Unión Europea es un ejemplo significativo de “poder blando”, donde la diplomacia y la influencia de ideas, modelos, temas y valores a escala mundial ha tomado más importancia. Mientras tanto, durante bastante tiempo, EE.UU. ha encarnado el ejercicio del “poder duro”, más coercitivo y cuya principal arma ha sido la fuerza. 

Se ha producido también una modificación importante de las más destacadas estructuras militares de defensa y seguridad. Con el desmoronamiento de todo el bloque del Este, la OTAN avanzó hasta los confines más orientales de Europa, en el límite con Rusia, adelantándose -o acompañando, según cada caso-, a los procesos de ampliación de la propia Unión Europea. Esta situación, desde luego, no ha dejado indiferente a Rusia, que ha considerado este proceso como una verdadera amenaza. De hecho, esta última impulsó la creación de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) en el año 2003.

Sin embargo, quienes más temen posibles reacciones, máxime con el precedente de Ucrania en 2014, son los Estados vecinos, como los países bálticos o la propia Polonia. Y en todo este nuevo panorama, también debemos tener en cuenta la dimensión geoeconómica. Esta ha ido cambiando las relaciones de fuerzas y trastocando el tablero geopolítico del mundo, donde la UE ha tenido que desenvolverse.

El marco geoeconómico en el que se ha asentado la Unión Europea

Desde finales de la Segunda Guerra Mundial hasta los años ochenta, cuando el Estado ocupaba un lugar central en los procesos de regulación, se fue imponiendo progresivamente una mayor globalización. Se ha ido pasando a un nuevo modelo económico posfordista a una economía mucho más financiarizada. En ella, el neoliberalismo tiene fuerte presencia, en EE.UU. sobre todo, pero también en Europa, y especialmente a partir de los efectos de la crisis de los años setenta y ochenta del pasado siglo.

Parejos a este cambio, irrumpieron en el panorama económico mundial y en el de muchos Estados de la Unión Europea, realidades y procesos preocupantes. Estos fueron el sobreendeudamiento de los países, la aparición de diversas “burbujas” ( la financiera, inmobiliaria, etc) y las mismas crisis propiamente financieras que afectaron a países y a instituciones bancarias.

En la actualidad, los flujos de capital a escala mundial no están en manos estatales sino, sobre todo, en fondos de inversión y accionistas privados. La economía actual está muy financiarizada. Tal tendencia se desató con el desmesurado crecimiento de los valores bursátiles, que no evolucionó en consonancia con los beneficios reales de las empresas. Esto provocó la especulación, e impulsó un libre movimiento de capitales a escala mundial, que no estaba conectado con los intercambios de bienes. El neoliberalismo se ha traducido en una mayor desregulación económica, un aumento del librecambio comercial y mayor libertad para el movimiento de capitales. También en un incremento de las desigualdades.

El capitalismo neoliberal, que comenzó a configurarse en los años ochenta, se ha ido desarrollando a lo largo de todo el siglo XXI. En este marco, en 2008, estalló la crisis que se extendió a toda la economía mundial y se ha prolongado hasta hace muy poco tiempo.

Todo ello, junto con otros procesos subyacentes (transformaciones tecnológicas, cambio organizativo de la producción y nuevos actores económicos), ha impulsado la globalización y las transformaciones más recientes. Esta globalización que ha avanzado desde la última década del siglo XX hasta hoy. Además se ha traducido, en las relaciones comerciales: se han incrementado enormemente los flujos internacionales e interregionales y ha aumentado también la transnacionalización de las empresas.

Al mismo tiempo, se ha generado un proceso de deslocalización de industrias, que desarrollado en distintas fases. Las fases de producción y fabricación se ha trasladado desde las áreas más centrales e históricas -Europa occidental, EE.UU., Japón, Canadá- a nuevas periferias emergentes, como las ya señaladas en páginas anteriores. Incluso, desde algunas de estas nuevas “potencias” más recientes –China e India- hacia sus entornos geográficos más próximos.

A pesar de ello, Europa, y especialmente algunos países de la UE, está totalmente integrada en la globalización. Esto lo demuestra el hecho de que en Francia, Alemania y Reino Unido se localiza un importante número de sedes centrales de las mayores empresas mundiales (más de diez en cada uno de estos tres países); también en Países Bajos y Suiza.

El incremento experimentado por el comercio de bienes y servicios ha superado al crecimiento de la producción bruta mundial. Según los datos de la Organización Mundial del Comercio, OMC, Europa sigue ostentando la primacía en los intercambios comerciales en el mundo (con algo más del 40 % de los mismos, de los que el 75 % se realizan entre los países de la propia región).

Sin embargo, Asia ha experimentado un crecimiento notable, pasando de concentrar el 14-15 % tras la Segunda Guerra Mundial, a desbancar a principios de los años ochenta a EE.UU. de la segunda posición mundial. También ha alcanzado hoy cerca del 30 % de los intercambios comerciales mundiales, mientras que el gigante americano ha descendido al tercer lugar con un porcentaje casi idéntico al que tenía Asia.

Este artículo es la continuación y segunda parte del análisis “¿Qué procesos históricos han definido la Unión Europea?” que puedes leer aquí.

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