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¿Qué procesos históricos han definido la Unión Europea?

Análisis

Pedro Alonso
Pedro Alonso
Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública y Ciencias Jurídicas de las Administraciones Públicas por la UNED. Máster MBA RRHH & English Skills por ENEB BS y Universidad Isabel I. International MBA con las Diplomaturas de Coahing y Psicología de Inteligencia Emocional y Gestión de Equipos. Actualmente estudiante del Curso Superior de Director de Seguridad por CISDE UDIMA y aspirante por oposición a la Administración de Justicia. Alumni de LISA Institute en el Curso de Analista Internacional, Curso Experto de la Union Europea (UE), y de Director de Ciberseguridad.

Los procesos históricos han desempeñado un papel fundamental en la evolución política y territorial de Europa y de la Unión Europea, que continúa transformándose. Para entender su desarrollo, Pedro Alonso, Alumni de LISA Institute, hace un recorrido por el contexto político y socioeconómico europeo desde finales del siglo XVIII hasta la desintegración de la URSS.

Si la geopolítica otorga una función y poder relevante a los Estados, las fronteras y las relaciones de poder, no cabe duda de que todo ello es producto de una evolución cambiante, cuyo resultado es el de la definición del mapa actual de Europa y de los flujos de relaciones que lo entrecruzan. 

Para entender la evolución y el desarrollo de la Unión Europea, conviene recordar el contexto político que define a Europa en los años finales del siglo XVIII y durante los inicios del XIX.

Por un lado, nos encontramos con una Europa occidental donde se habían ido formando y consolidando grandes Estados modernos (Francia, España, Inglaterra, Portugal), parte de los cuales, protagonizaron la hegemonía de las relaciones de poder y los vínculos mercantiles. Todos ellos, fueron consecuencia de las exploraciones realizadas en el Nuevo Mundo y la expansión de los países en este último. Frente a Europa occidental, Europa Central -o centro oriental- era, en palabras del académico Thomas Seiller, un “espacio cerrado” y “aprisionado” por la geografía. Sobre este espacio confluían los distintos imperios por todos los lados -los “centrales” –alemán-prusiano y austrohúngaro–, el ruso y el otomano. Este territorio se convertirá posteriormente convertirá en un espacio de disputa y confrontación. A su vez se definirá también cómo un escenario de inestabilidad geopolítica donde, como es bien sabido, tendrá origen la Primera Guerra Mundial. 

En la parte más septentrional, el dominio de ocupación correspondía al Imperio alemán, que abarcaba, a su vez, una gran parte de Polonia. Por el este, el Imperio ruso se extendía hasta dominar el resto del territorio polaco, que no estaba controlado por el alemán. También dominaba los países bálticos, y las actuales Finlandia -ya más alejada de Europa centro-oriental-, Bielorrusia y Ucrania.

En el centro de todo este territorio, era el Imperio austrohúngaro -“bicéfalo”, pues Viena y Budapest eran sus dos capitales- el que ejercía el control. En él, convivían numerosos pueblos, entre ellos, los que en la actualidad conforman los Estados de la República Checa. También Eslovaquia, Austria, Hungría, Eslovenia, Croacia, Bosnia, así como una parte de Rumanía.

Finalmente, el Imperio otomano, que anteriormente se había extendido por gran parte de la península helénico-balcánica, el este y sur de Rumanía y Turquía. Sin embargo, posteriormente había reducido enormemente su área de expansión.

A todo ello, se unía la fragmentación religiosa e inestable derivada de cada uno de los cuatro imperios mencionados: el protestantismo prusiano, el catolicismo austriaco, la ortodoxia rusa y el islamismo otomano.

Los cambios introducidos por la Revolución Industrial

En este marco, comienzan a sucederse una serie de fenómenos que tuvieron gran trascendencia geopolítica a largo plazo. Entre ellos, los procesos revolucionarios alcanzaron un protagonismo especial. La Revolución Industrial estableció la transformación de la sociedad, la cultura, la política, así como la introducción de nuevos valores. Sus efectos se tradujeron en distintos planos, como en profundas transformaciones técnicas, económicas y espaciales. También en la implantación del capitalismo industrial y el liberalismo político.

Todo esto último se tradujo en un proceso que industrializó a Europa y la hizo crecer económicamente, lo que le dio más poder y la convirtió en un núcleo de innovación, exportador de nuevos modelos de desarrollo. En este contexto, distintos Estados europeos fundamentaron su poderío y dominio más allá de sus fronteras en diferentes ámbitos, como el político, económico, militar y cultural. Esta es la época conocida como la del “imperialismo” y del “colonialismo”. En ella Europa ocupó, dominó y explotó otros territorios continentales. En particular África y Asia, aunque también Oceanía y parte del continente americano. Sin embargo, la Revolución Industrial no se desarrolló del mismo modo ni en el mismo momento en todo el continente. De esta forma una nueva división entre los Estados y las regiones, ocasionada por las desigualdades.

Por un lado, nos encontrábamos con la Europa del noroeste, donde el desarrollo fabril impuso la factoría frente a los talleres artesanales. De esta forma surgieron las nuevas ciudades industriales. Este espacio era conocido como la “Europa de las regiones negras y de los suburbios.” Por otro lado, la Europa mediterránea y balcánica. Este territorio quedó inicialmente marginado del proceso y conoció una industrialización más tardía y distinta, con fuerte participación exterior, en materia económica y técnica.

Pese a ello, y en clave geopolítica mundial, el poder que esta Revolución Industrial otorgó al continente europeo aumentó las diferencias a lo largo de todo el siglo xix y hasta los inicios del xx entre algunos de sus países y el resto del mundo. Este proceso es conocido por parte de los académicos como la primera “mundialización” europea. 

Las revoluciones liberales y la reconfiguración del mapa europeo

Desde un punto de vista social y político, cabe destacar también se desarrollaron otros procesos revolucionarios en Europa en el siglo xix que marcaron el paso desde la Europa de los Imperios a la Europa de las naciones, constituida por los Estados-nación. Entre 1820 y 1848 se produjeron las distintas revoluciones liberales -o burguesas- protagonizadas por la burguesía. Este movimiento fue conocido como el “despertar de los pueblos” o la “primavera de las naciones”. En la base de todas ellas confluían diferentes movimientos políticos como el liberalismo y el nacionalismo, así como un nuevo movimiento cultural, el romanticismo.

En esta etapa nos encontramos también con circunstancias socioeconómicas como el empobrecimiento, el paro y el hambre, derivadas de la situación de crisis. Además, en el continente se reorganizó el mapa de los Estados que lo conformaban y de sus fronteras. Esta reconfiguración estuvo, en parte, motivada por distintos procesos de independencia -como los casos de Grecia, Bélgica, Serbia, que se liberaron del control otomano- y de unificación, como Italia y Alemania.

Posteriormente, continuó el avance del liberalismo y la democracia por el norte y el noroeste de Europa, con el Reino Unido y Francia como principales representantes, acompañados de los Estados escandinavos, de Bélgica y de los Países Bajos. Por su parte, los problemas de atraso económico y de inestabilidad caracterizaban a los países del sur del continente, en cuyo extremo también fue retrocediendo la influencia del Imperio otomano.

Las consecuencias geopolíticas de las guerras mundiales

El desarrollo de dos guerras mundiales sobre el suelo europeo en la primera mitad del siglo XX marcó de forma muy contundente la evolución geopolítica del viejo continente. Ambos acontecimientos fracturaron a Europa. Sin embargo, golpearon con más fuerza en unos Estados que en otros. La Europa central-oriental fue la parte del continente donde más transformaciones se produjeron, generándose así una reordenación de Estados y fronteras.

Por otro lado, las consecuencias de los dos conflictos bélicos supusieron el final de la “europeización” del mundo, que había sido dominante en el siglo anterior. El poderío mundial pasó a ejercerlo desde entonces Estados Unidos, aunque Europa siguiera conservando parte de influencia. La formación de bloques que dividieron a Europa se materializó durante el desarrollo de la Primera Guerra Mundial por varios procesos. Entre ellos, la formación de Triple Entente enfrentada a la Triple Alianza. También, los recelos de algunos Estados europeos por el crecimiento de la influencia política y el poder económico de Alemania. Por otro lado, los tratados internacionales que se firmaron tras la guerra – como el de Versalles y Saint-Germain en 1919 o el de Trianon y Sèvres en 1920-. Finalmente, se produjo la desaparición de los cuatro grandes imperios plurinacionales que pugnaban sobre el centro e interior de Europa. Como consecuencia, aparecieron nuevos Estados en su lugar, pero al tiempo permaneció sin resolver el problema de algunas minorías nacionales.

En 1917 estalló la Revolución rusa y cinco años después, en diciembre de 1922, nació la Unión Soviética (URSS). Esta última se convirtió en un nuevo núcleo de poder e influencia que más tarde pugnará por el dominio geopolítico de una parte del mundo.

El periodo de entreguerras (1918-1939) estuvo marcado, sobre todo, por la gran crisis de 1929, originada en EE.UU. tras la caída bursátil y conocida como el “crac del 29”. Con ella comenzó un amplio periodo de crisis mundial. Todo ello influyó notablemente en los ascensos al poder de movimientos totalitarios en los que la población confió ante tal situación. En Italia ascendió el fascismo mussoliniano y en Alemania el nazismo hitleriano. 

La política expansionista y agresiva de la Alemania de Hitler, apoyada por Italia y Japón, condujo al estallido de la Segunda Guerra Mundial. El conflicto provocó efectos devastadores en la población, las ciudades y la economía europea. Además, se produjo una reordenación de fronteras y Estados. Esto desemboco en la reestructuración del mapa político continental tras las Conferencias de Yalta y Potsdam en el año 1945.

La posguerra dio paso a un nuevo orden y sistema de relaciones en el mundo, del que Europa se convirtió en actor y escenario principal. Este nuevo orden mundial estuvo marcado por dos notas características. En un primer lugar, por el inicio de la llamada Guerra Fría, un periodo de enfrentamiento y tensión ideológica y política entre EE.UU. y la URSS. En segundo lugar, por la “bipolaridad” como consecuencia del enfrentamiento entre estos dos Estados y sus respectivas áreas de influencia: la occidental o capitalista, que dependía de los Estados Unidos, y el comunista, en manos de la URSS. El comunismo defendía una fuerte planificación e intervención estatal en la política y en la economía. Por lo tanto, Europa quedó dividida en dos conjuntos durante casi medio siglo que se materializó con la construcción del muro que dividió la ciudad de Berlín.

Al mismo tiempo, el final de la guerra condujo a una nueva etapa de descolonización. Asia y África conocieron procesos múltiples de independencia de las respectivas metrópolis europeas.

La creación de nuevas instituciones en el espacio global

También se creó un nuevo contexto geopolítico, más propicio a la cooperación. En la segunda mitad del siglo xx se desarrollaron procesos de integración en diferentes escalas. Además, surgieron instituciones que son decisivas en la evolución geopolítica de Europa y de la Unión Europea. Se constituyó un acuerdo de cooperación intergubernamental entre Bélgica, los Países Bajos y Luxemburgo, conocido como Benelux en los años 1943 y 1944. Además, se asentaron los cimientos de OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) y en 1949 se creó el Consejo de Europa. Por último, los Estados del norte del continente acordaron establecer una unión regional en el año 1952, conocida como el “Consejo Nórdico.”

En el ámbito de la seguridad surgió la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Por su parte, Europa comunista creó el Pacto de Varsovia. En este medio siglo comenzó un proceso de integración, que fundamentalmente fue económico, pero también social y político. Gracias a este proceso se firmó el Tratado de Roma en 1957 y se creó la CEE (Comunidad Económica Europea). Finalmente, esta última se consolidó con la firma del Tratado de la Unión Europea (TUE), también conocido como el Tratado de Maastricht. El acuerdo promovió la creación de la Unión Europea (antigua CEE), y se acentuaba, de esta forma, el carácter global e integrador del proceso, que iba más allá del económico.

Igualmente, se introdujo una nueva estructura política a partir de la creación de la propia UE y de la identificación de los pilares básicos sobre los que esta se asentaba. Sobre todo, se perfeccionó un esquema institucional más capacitado y completo para sustentar el funcionamiento de la comunidad. Este esquema terminó tras la modificación en el año 2007 del Tratado Constitutivo de la Comunidad de 1957 y el de Maastricht, que dio lugar al Tratado de Funcionamiento de la UE (TFUE). Por otro lado, en Europa del Este surgió una institución muy parecida, el Consejo de Asistencia Mutua Económica (CAME o por sus siglas en ruso, COMECON).

La desaparición de la Unión Soviética y el nuevo orden mundial

No obstante, Europa se enfrentó también en esta segunda mitad de siglo a una nueva crisis de alcance económico y de origen energético, conocida como “la crisis del petróleo”. En los años setenta, también comenzó un proceso de distensión entre las potencias que fue debilitando la Guerra Fría. Cabe destacar la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE) de 1975, celebrada en Helsinki, germen de la que actualmente es la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE), el ciclo revolucionario llamado “otoño de las naciones”, que condujo al desmantelamiento de la Europa soviética y por último, los síntomas de resquebrajamiento de la antigua Europa del Este. Estos últimos ya se habían reflejado antes en las denominadas “democracias populares.”

A todo ello, se unieron sucesos como la caída del muro de Berlín en 1989, las guerras en los Balcanes y en el Cáucaso -acompañadas de múltiples consecuencias negativas y de la reordenación geopolítica de Europa una vez más- y finalmente, la desaparición de la URSS.

Al mismo tiempo que sucedía todo esto, la Unión Europea fue ensanchando sus límites en sucesivos procesos de ampliación, que transcurrieron desde el año 1995 hasta 2013. Estos facilitaron la integración de nuevos Estados, entre ellos parte de las antiguas repúblicas que habían vivido bajo la influencia soviética. También desapareció el Pacto de Varsovia y el COMECON en la esfera económica. Además, los límites de la OTAN se detienen actualmente en las puertas de la Federación Rusa.

En definitiva, podemos decir que durante la última década del siglo XX se asistió a una constante sucesión de modificaciones de la estructura y de la evolución política de Europa que dibujaron una nueva geografía política continental.

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