El Papa Juan Pablo II, una de las figuras más influyentes del siglo XX, dejó un legado que sigue siendo objeto de debate. En este artículo, Miquel Ribas, alumno del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico y el Curso de Experto en China de LISA Institute, explora el pensamiento de Juan Pablo II en relación con el marxismo y el liberalismo. Además, se analizará la influencia de su papado en la geopolítica de la Guerra Fría, con un enfoque particular en su relación con Washington y Reagan.
El Papa Juan Pablo II (Karol Wojtyla) es recordado como una de las figuras más importantes en la caída del marxismo en Europa. Su pontificado, el segundo más largo de la historia, solo superado por el de Pío IX, se distingue por su lucha contra el comunismo. Junto con Ronald Reagan y Margaret Thatcher, formó la cumbre de la Santísima Trinidad antimarxista del liderazgo occidental.
Sin embargo, el consenso no es unánime. Algunos reconocen el papel de la Iglesia católica polaca y de Juan Pablo II en su oposición al comunismo, pero argumentan que el bloque del Este se derrumbó debido a sus defectos inherentes, principalmente económicos.
La figura de Juan Pablo II sigue despertando gran admiración, incluso veinte años después de su muerte. Es especialmente reverenciado por sectores conservadores, miembros de la derecha sociológica y una gran mayoría de fieles cristianos. Para ellos, su pontificado fue esencial en la derrota del comunismo.
Su importancia dentro de la Iglesia católica se refleja en la decisión del actual Papa, Francisco I, de santificarlo en 2014. Junto con Juan XXIII, fueron reconocidos como los dos pontífices que más han influido en el futuro de la Iglesia católica contemporánea desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y el Concilio Vaticano II. Ambos se han convertido en los principales representantes de las dos grandes almas de la Iglesia católica: la conservadora de Juan Pablo II y la progresista de Juan XXIII.
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A pesar de esto, a Juan Pablo II se le suele describir como antimarxista. Sin embargo, no se exploran sus opiniones sobre otras ideologías, como el capitalismo, el pensamiento neoliberal o los derechos humanos. También se desconocen las razones por las que el papa polaco criticó la ideología marxista.
Contexto de elección: un pontificado en clave geopolítica
La elección de Juan Pablo II, el 16 de julio de 1978, ocurrió en el nuevo contexto de la Guerra Fría. En ese momento, la distensión entre ambas superpotencias había virado hacia la confrontación. Esto sucedió después del fin de la presidencia de Carter y la llegada de Reagan. Su elección se consideró un hito por dos razones. Inicialmente, rompió el monopolio papal de los cardenales italianos (durante el siglo XX, hasta la elección de Wojtyla, todos los papas eran italianos).
En segundo lugar, Juan Pablo II fue un Papa cuyo país natal estaba gobernado, al menos de iure, por el ateísmo de Estado y la ideología marxista. A pesar de esto, la mayoría de la población polaca seguía identificándose fervientemente con la religión católica. Para ellos, la fe católica era la base del patriotismo y el nacionalismo polaco.
Durante la era socialista, a pesar de la oposición de la Iglesia polaca al comunismo, algunos de sus miembros colaboraron con el aparato estatal del Partido Obrero Unificado Polaco (POUP). Este partido gobernaba en la Polonia socialista, de origen marxista-leninista y satélite de Moscú, y participaba en la represión contra el clero católico polaco.
En este contexto, el cardenal Wyszynski es considerado la verdadera figura eclesiástica que luchó contra el marxismo en Polonia. Por su parte, Wojtyla no es recordado por su militancia activa frente a los sucesivos gobiernos del POUP. Sin embargo, su llegada al papado reforzó la fuerza de una nueva generación de polacos, guiados por el catolicismo como eje de su identidad nacional y la incompatibilidad de la ideología marxista con el sentimiento nacional polaco.
Su elección no fue casual. Estuvo motivada por razones geopolíticas, no solo en Europa, sino también en América Latina y el Caribe (ALC). En esa región, la teología de la liberación comenzaba a ganar influencia entre la población.
Este movimiento teológico rompió con la doctrina oficial del Vaticano, alineándose con las tesis marxistas. Los obispos católicos latinoamericanos defendieron una «opción preferencial por los pobres» como parte de este enfoque.
También defendieron el pacifismo frente a la militarización y la violencia. Igualmente, participaron y colaboraron en revoluciones políticas contra las dictaduras militares impuestas por Washington en la ALC bendecidas por Santa Sede y Juan Pablo II como las de Pinochet y Videla en Chile y Argentina respectivamente.
Juan Pablo II y la Santa Alianza
La teología de la liberación representó una amenaza para los intereses de Washington en el marco de la doctrina de contención del comunismo. Sus clérigos desarrollaban sus actividades en la región que Washington consideraba su patio trasero. Para evitar su propagación, la Santa Sede persiguió el movimiento a través de la Congregación para la Doctrina de la Fe, dirigida por el cardenal Joseph Ratzinger (futuro papa Benedicto XVI).
Bajo el pontificado de Juan Pablo II, la Congregación para la Doctrina de la Fe llevó a cabo persecuciones, fuertes represiones y condenas (excomuniones). Incluso se llegó a eliminar, físicamente si era necesario, a sacerdotes que simpatizaban con este movimiento cristiano contrario a las directivas de la Santa Sede.
En este contexto de persecución de sacerdotes y clérigos disidentes, destaca el caso de Ernesto Cardenal en Nicaragua. Cardenal mantuvo una estrecha relación con los sandinistas y fue castigado por Juan Pablo II. Este hecho se reflejó cuando el pontífice polaco se negó a bendecirlo al llegar al aeropuerto de Managua. Además, le dijo que debía reconciliarse primero con la Iglesia.
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Todo esto fue resultado de un pacto entre Reagan y Juan Pablo II, firmado el 7 de junio de 1982. Este acuerdo formalizó la Santa Alianza entre Washington y el Vaticano (o entre Reagan y Juan Pablo II, si se prefiere). La alianza se extendió más allá de Europa, adquiriendo un carácter global contra la expansión del comunismo.
Bajo el papado de Juan Pablo II, el Vaticano desempeñó un papel importante colaborando con la CIA estadounidense. Juntos financiaron la oposición al POUP en Polonia, principalmente a través del sindicato Solidaridad. La Santa Alianza, con la aprobación de Juan Pablo II, invirtió unos 500 millones de dólares (estimado, pues no hay cifras oficiales) en ayuda a Lech Wałęsa y Solidaridad.
El Vaticano se convirtió en intermediario entre la CIA y Solidaridad, brindando ayuda económica y material para debilitar al POUP y desestabilizar el Pacto de Varsovia. Esto se dio en el contexto de los problemas internos, principalmente económicos, que sufría el bloque oriental.
Liberalismo vs. Marxismo
A pesar de reconocer el papel de Juan Pablo II en la lucha contra el marxismo, surge la pregunta: ¿por qué fue importante en la caída del comunismo? Para ello, debemos explorar las líneas de su pensamiento político. Históricamente, el marxismo y el capitalismo se han presentado como sistemas antagónicos.
Sin embargo, este antagonismo debe mitigarse. A pesar de sus enormes diferencias estructurales, ambas son corrientes materialistas. Ambas comparten la creencia de que las fuerzas materiales impulsan el cambio o el progreso histórico. En el caso del marxismo, esto se logra mediante la lucha de clases, y en el caso del capitalismo, mediante el mercado.
Principales diferencias | |
Idealismo | Materialismo |
Idea prevalece sobre todas las cosas. Principio del ser y el conocimiento | Materia es el principio de todo |
La idea es la base del conocimiento que lleva a comprender la realidad y general pensamiento a partir del espíritu. | Individuo piensa porque tiene una materia (cerebro) que genera idea o pensamiento. |
Ideas/Espíritu crean la realidad, el origen de todo radica en ellas. | Rechazo mundo metafísico y lo intangible. Se apoya en pensamiento científico |
Defiende intangibilidad de las cosas | Defiende tangibilidad de las cosas |
Reagan y Thatcher extendieron la expansión del neoliberalismo característico de la Escuela de Chicago del economista Milton Friedman. Esta escuela se caracteriza por la convicción de que la intervención estatal en la economía debe ser mínima. De este modo, se permite que el libre mercado sea el instrumento regulador de la economía.
Además, en el contexto de la Guerra Fría, ni Estados Unidos ni el Reino Unido tenían buena reputación en el Tercer Mundo. Esto se debía a su condición de imperios y sus vínculos con el colonialismo. De acuerdo con Winston Churchill, la gobernanza global debía ser llevada a cabo por naciones ricas o, en su defecto, imperiales.
En este contexto, el cardenal alemán Reinhard Marx señaló que el retorno al neoliberalismo o liberalismo extremo reavivó la pregunta de Karl Marx. La cuestión era: «¿De qué sirve el derecho burgués a la libertad si la gente no recibe un salario digno por su trabajo y no puede comprar pan?».
La declaración explica la importancia geopolítica de Juan Pablo II como tercer vértice de esta Santísima Trinidad antimarxista. Para Reagan y Thatcher, la desigualdad social no era un problema. Sin embargo, el Papa polaco entendía que la desigualdad y la pobreza reforzaban o incluso generaban mayor simpatía hacia el marxismo. Esto ocurría especialmente en los países del Tercer Mundo o el actual Sur Global.
Ejes del pensamiento de Juan Pablo II
Los pilares del magisterio de Juan Pablo II se basaban en un idealismo humanista. Esto contrastaba con el neoliberalismo del tándem Reagan-Thatcher, característico de la Escuela de Economía de Chicago. Su concepto central, sobre el cual desarrolló su mensaje político, se resume en la importancia de la persona individual como representante de Dios. Este concepto metafísico se convierte en la piedra angular de la filosofía cristiana y de las religiones monoteístas.
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Para Juan Pablo II, el individuo constituye el núcleo de la doctrina social de la misión que Jesucristo confió a la Iglesia: la promoción y defensa de la dignidad de la persona humana. Como afirmó en su audiencia con el cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede en 1982, «La Iglesia se mueve únicamente por su amor hacia la persona humana y por el respeto a su dignidad, que tiene su fuente en Dios». Añadió que «el hombre es el camino primero y fundamental de la Iglesia». Así, el hombre queda definido como el principio conductor de la acción de la Santa Sede en la vida internacional.
Este discurso refleja los principios fundamentales del magisterio de Juan Pablo II: el trabajo y la familia. En su posición sobre el trabajo, la doctrina de Juan Pablo II rompe con la idea del capitalismo desenfrenado. La Iglesia, según él, asume el valor humano y espiritual del Evangelio en la comunión con el hombre. En este sentido, los trabajadores tienen derecho a que «el producto de su trabajo contribuya equitativamente a su propio bienestar y al bienestar común de la sociedad».
El pontífice polaco llegó a afirmar incluso la primacía del trabajo sobre el capital, como expresó en su encíclica Laborem exercens. Para el sacerdote jesuita Norberto Alcover, dicha encíclica representa una crítica a aquellos que han situado el capitalismo en el centro, siguiendo una visión del «capitalismo negrero» o explotador propio del siglo XIX.
Es quizás notable asociar el pensamiento económico de Juan Pablo II con el de John Stuart Mill. Mill sostenía: «La forma de asociación que debe esperarse que predomine si la humanidad continúa mejorando es la asociación de los propios trabajadores en términos de igualdad, propietarios colectivos del capital con el que realizan sus operaciones y con directores elegibles y revocables por ellos mismos».
Esta afirmación rompe con el discurso de los neoconservadores del Partido Republicano, cuyo programa, como ocurrió en la época de Reagan, aboga por favorecer los intereses del capital financiero y corporativo. Esto se logra garantizando la no imposición de marcos regulatorios dirigidos a la protección de los trabajadores o de los agentes sociales que los representan, como los sindicatos.
Siguiendo con la crítica del modelo de capitalismo salvaje, en su discurso dirigido a los trabajadores de Viena, el Papa mostró su apoyo a los trabajadores emigrantes. Alabó su defensa del derecho a tener lo suficiente para comer como un derecho humano inalienable. Criticó la consideración de la alimentación desde una óptica de simple asistencia ocasional o mero aumento de la producción.
Además, defendió el respeto a la soberanía y a un trato justo e igualitario de todas las naciones. Hizo una analogía con el segundo mandamiento: «Ama a tu prójimo como a ti mismo». También invitó a los estados ricos a invertir en el desarrollo de las naciones pobres. Esto refleja una crítica al enfoque tradicional desde la colonización, que condujo a una desigualdad extrema entre países que lo tienen todo y países que no tienen nada, un esquema económico que ha caracterizado las relaciones norte-sur.
Juan Pablo II contra el marxismo: negación de los derechos del individuo
Muchos de los principios mencionados aquí por el papa polaco se alinean más con el pensamiento marxista, principalmente en su defensa de los trabajadores y los oprimidos. Esto es más cercano a su postura que a los intereses y postulados del capitalismo desenfrenado, el colonialismo o el imperialismo. Juan Pablo II adoptó un enfoque fundamentalista guiado por el ultraconservadurismo católico.
Este enfoque conservador se manifestó en su oposición a la apertura de la Iglesia hacia cuestiones más sociales, como la ordenación de mujeres, la autorización de las uniones sacerdotales con las uniones civiles y el matrimonio igualitario, entre otras. Este contexto plantea la pregunta de cuál era la crítica del papa polaco al marxismo.
La crítica de Juan Pablo II al marxismo giró en torno a la eliminación de la verdad y la negación de la cultura que esta ideología conlleva. Sostuvo que el marxismo, al igual que el totalitarismo, se basa en la negación de la dignidad humana. Además, subyuga esta dignidad y sus valores al Estado. Esto implica que la ideología marxista, siguiendo un enfoque estatista, elimina valores, imponiendo su verdad absoluta mediante la coerción del poder sobre las convicciones.
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En esencia, significa considerar que un Estado todopoderoso sustituye a otras instituciones sociales que asumen la misión que les corresponde y, en consecuencia, las despoja de su autonomía y soberanía. Para Juan Pablo II, el principio rector del Estado es la defensa de los derechos humanos. Un hecho que, según su ideario, es incompatible con la concepción marxista quien asume que el Estado está por sobre del individuo.
En este contexto, el pensamiento de Wojtyla ha trascendido la confrontación bipolar entre capitalismo y comunismo, debido a su papel como defensor de los derechos humanos, los cuales concibió como «un elemento fundamental de un orden social justo, pacífico y digno para el hombre».
Esta concepción inspiró al presidente George H.W. Bush, quien adoptó estos principios como guía para el nuevo orden mundial que surgió tras el colapso de la superpotencia comunista. El 41º presidente de Estados Unidos afirmó que «la libertad y el respeto a los derechos humanos encontrarán un hogar en cada nación».
Todo esto conduce a una conclusión en la que Juan Pablo II critica los postulados de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Esta crítica se enmarca en su visión extrema del libre mercado, la reducción del gasto social y la privatización de empresas públicas. Propugna un Estado reducido al mínimo y un individualismo salvaje que abandona los principios de solidaridad y subsidiariedad. El pontífice polaco entendió estos principios como un antídoto contra el relativismo moral.
Además, Juan Pablo II criticó el desprecio por la dignidad humana y estatal, ya que consideraba que el individualismo extremo, bajo la bandera de la libertad individual, conducía al relativismo moral y al nihilismo. Ambos conceptos eran vistos por el sumo pontífice polaco como tan peligrosos como el marxismo. Esto llevó a extrapolar su crítica también a las democracias liberales.
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