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Rumanía en la encrucijada de Europa del Este: estrategias geopolíticas frente a Rusia y la OTAN

Análisis

Roberto Mansilla Blanco
Roberto Mansilla Blanco
Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Con experiencia profesional en medios de comunicación en Venezuela y Galicia. Entre 2003 y 2020 fue analista e investigador del Instituto Galego de Análise e Documentación Internacional, IGADI (www.igadi.org). Actualmente colaborador en think tanks (esglobal) y medios digitales en España y América Latina. Redactor Jefe en medio Foro A Peneira-Novas do Eixo Atlántico (Editorial Novas do Eixo Atlántico, S.L) Actualmente cursa el Máster de Analista de Inteligencia en LISA Institute.

En medio de las tensiones ruso-occidentales, las elecciones presidenciales rumanas del próximo 24 de noviembre colocan súbitamente en el centro de atención la situación geopolítica de este país clave para la estabilidad de Europa Oriental.  Roberto Mansilla Blanco, alumni del Máster Profesional de Analista de Inteligencia de LISA Institute explica cómo las dinámicas internas y externas influyen en las estrategias geopolíticas de Rumanía, en un contexto marcado por su adhesión a la OTAN, su relación con Rusia y su papel estratégico en el flanco oriental de Europa.

Miembro de la OTAN desde 2004 y de la Unión Europea desde 2007, Rumanía ha transitado geopolíticamente hacia una posición cada vez más prooccidental sin menoscabar que precisamente su posición geográfica también le obliga a afrontar los imperativos geopolíticos rusos. 

Este contexto es relevante a la hora de analizar la posición de Bucarest en torno a conflictos de actualidad como la guerra en Ucrania y latentes, en especial el que desde 1991 se vive entre la vecina Moldavia y la República Pridnestroviana de Transnistria. En esta ecuación entran igualmente los equilibrios de poder en el Mar Negro y la situación de las minorías étnicas y lingüísticas rumanas en países vecinos, principalmente Moldavia y Ucrania.

La geopolítica romana: un actor estratégico en Europa Oriental

La geografía le otorga a Rumanía un carácter estratégico para los principales actores de la política europea. Con un relieve simétrico fuertemente marcado por los Cárpatos, el Danubio y el Mar Negro, el país está situado en un cruce de grandes caminos que vinculan a los países occidentales atlánticos con los meridionales. 

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De acuerdo a la investigadora Silvia Marcu, «Rumanía es el único país de Europa situado entre dos regiones de inestabilidad e inseguridad – la antigua Yugoslavia y la antigua URSS. El más grande país de los Balcanes, con un pie en la Europa Central y con el otro en el mar Negro, tiene esa situación geográfica vinculada con aspectos que representan la clave de las relaciones internacionales como la división económica y social, cada vez más acentuada entre el Occidente católico y protestante, por una parte, y el Este ortodoxo por otra; la nueva agresividad de Rusia, expresada por el crimen organizado y los monopolios de la energía, la necesidad de los estadounidenses de tener bases seguras en la proximidad del Oriente Medio y de las regiones petrolíferas cercanas al Mar Negro y al Mar Caspio».

El interés geopolítico sobre Rumanía ya era patente a finales del siglo XIX, en plena confrontación entre las potencias europeas, el Imperio otomano y Rusia. Inspirado en su autoproclamada condición paternalista hacia los países eslavos y cristianos ortodoxos, el imperio zarista apoyó la independencia de los antiguos principados rumanos (Valaquia, Moldavia y Transilvania) de la soberanía otomana.

Esta independencia se certificó posteriormente con los Tratados de San Stéfano y la Conferencia de Berlín (1877) En 1881 se proclamó el Reino de Rumanía, cuya dinastía reinante, los Hohenzollern-Sigmaringen, era de origen alemán.

La posición estratégica de Rumanía

Tras la II Guerra Mundial, Rumanía entró en la esfera de influencia soviética. Ingresó en organizaciones del bloque socialista como el Consejo de Ayuda Mutua Económica, COMECON (1949-1991) y el Pacto de Varsovia (1955-1990), este de carácter militar. A pesar de ello, Rumanía ha mantenido relaciones intermitentes, por momentos incluso tensas, con respecto a Rusia.

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Un ejemplo fue la invasión militar a Checoslovaquia de mayo de 1968, dirigida por la URSS vía Pacto de Varsovia. Bucarest, junto con Albania, se negó a participar en esta operación que acabó con el experimento socialista democrático denominado la Primavera de Praga. Durante los primeros años del régimen comunista de Nicolae Ceaușescu (1965-1989), Rumanía incluso mantuvo una política más autónoma en materia de relaciones exteriores con respecto a las directrices soviéticas que, interpretado dentro del pulso geopolítico de la Guerra Fría y la confrontación bipolar, llegó a granjearle al régimen de Ceaușescu cierto reconocimiento favorable en Occidente.

A diferencia de lo que ha sucedido con países vecinos como Serbia y Bulgaria, el acervo eslavo y cristiano ortodoxo común no ha significado necesariamente un aval de acercamiento entre Bucarest y Moscú, más allá del hecho de pertenecer al campo socialista entre 1947 y 1989. La caída del régimen de Ceauṩescu definió un viraje claramente prooccidental para la Rumanía postcomunista, en este caso claramente enfocado en el ingreso en UE y la OTAN. 

Este giro prooccidental se ha consolidado con la posición rumana de apoyar a Ucrania en su conflicto con Rusia desde 2022, haciendo causa común con los imperativos geopolíticos «atlantistas». Para la OTAN y la UE resulta imprescindible mantener inalterables sus intereses en el flanco sur de Europa Oriental y el mar Mediterráneo. De allí la importancia geopolítica estratégica a la hora de mantener a Rumanía dentro de esta área de influencia «atlantista», evitando cualquier tipo de intromisión y de influencia por parte de Moscú.

El Mar Negro y el factor energético 

Esta perspectiva le permite a Rumanía jugar un papel clave como actor de estabilidad para los intereses occidentales en la región del Mar Negro e incluso dentro del pulso energético ruso-occidental. Siguiendo con la investigadora Marcu, «Rumanía representa una cabeza de puente para la comunidad transatlántica en el área del Mar Negro», un país provisto de una «unidad étnica, lingüística, religiosa y cultural» entre las culturas latinas, eslavas y ortodoxas. 

La importancia rumana en el plano energético se incrementa ante el hecho de que su capital, Bucarest, es la sede de la Black Sea Oil&Gas (BSOG), una compañía independiente de petróleo y gas formada por la Carlyle International Energy Patters y el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo. 

Por su parte, el proyecto Netpun Deep en el Mar Negro, impulsado por las empresas rumanas OMV Petrom y Romgaz, le permitirá a Rumanía posicionarse como un actor energético importante para la UE en un momento de extremada tensión por la guerra ruso-ucraniana y la necesidad de Bruselas de asegurar fuentes energéticas fiables. Se estima que los yacimientos encontrados en el Neptun Deep albergan 30 millones de barriles de petróleo.

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No obstante, y si bien posee un notable nivel de autosuficiencia energética (reservas petrolíferas de Besarabia), Rumanía tampoco ha escapado de los embates de la presión energética que el Kremlin ha venido utilizando constantemente hacia sus vecinos desde la llegada al poder de Vladimir Putin, especialmente en torno a Ucrania, Georgia, Moldavia, Bulgaria y los países bálticos. 

Siendo uno de los países ribereños del Mar Negro junto a Rusia, Georgia, Ucrania, Bulgaria y Turquía así como miembro pleno de la Organización para la Cooperación Económica del Mar Negro (OCEMN/BSEC), Rumanía acoge desde 1999 la base Mihail Kogălniceanu (MKAB) de la OTAN cerca del puerto de Constanza en el Mar Negro, aspecto que le otorga una posición estratégica predominante dentro del actual contexto de tensiones ruso-occidentales por la guerra en Ucrania. Moscú ha llegado a advertir a Bucarest sobre los riesgos que para su seguridad supone la ampliación logística y de interés estratégico en torno a la base MKAB. 

Esta condición plenamente «atlantista», aunada al apoyo de Bucarest, a Kiev, han enfriado las relaciones ruso-rumanas. No obstante, en el marco del proceso electoral presidencial en Rumanía, es notoria la escasa percepción sobre la presunta interferencia rusa, una condición que los medios occidentales han acusado con anterioridad hasta la saciedad. Esto lo vemos en el contexto de las elecciones presidenciales moldavas celebradas el pasado 20 de octubre y cuyo recuento final de votos le otorgó la reelección a la actual mandataria proeuropea Maia Sandu con el 55,5% de los votos. 

El debate electoral presidencial y las tensiones ruso-occidentales 

Las elecciones presidenciales rumanas previstas para el próximo 24 de noviembre, en la que no se descarta la posibilidad de realizar una segunda vuelta el 8 de diciembre, decidirá la sucesión en el poder del actual presidente Klaus Iohannis (Partido Nacional Liberal, PNL).

En esta contienda electoral las principales candidaturas son:

  • Ion-Marcel Ciolacu (Partido Socialdemócrata, PSD); ex primer ministro (2023)
  • Nicolae Ionel Ciucă (Partido Nacional Liberal, PNL); actual presidente del Senado, ex primer ministro (2021-2023) y ex ministro de Defensa (2019-2021)
  • Mircea Geoană (Independiente con apoyo del Partido Verde); ex vicesecretario general de la OTAN (2019-2023) y ex ministro de Exteriores (2000-2004)
  • George Nicolae Simion (Alianza para la Unión de los Rumanos, AUR)
  • Ludovic Orban (Fuerza de la Derecha)
  • Elena Lasconi (Unión Salvemos Rumanía, USR)

Las expectativas y tendencias preelectorales presagian una segunda vuelta entre Ciolacu y Geoană, con el oficialista Ciucă en la recámara como posible bisagra que decante la balanza electoral. Este escenario augura la consolidación de un establishment político tripartito entre el PNL, el PSD y una alternativa independiente en manos de Geoană, una ecuación que claramente beneficia los intereses de la UE y de la OTAN.

Si bien con menor incidencia en comparación con los comicios presidenciales en Moldavia (20 de octubre) y legislativos en Georgia (26 de octubre), estas elecciones presidenciales rumanas tampoco escapan del pulso geopolítico entre Rusia y Occidente derivado de la guerra en Ucrania. No obstante, es perceptible en la agenda electoral la ausencia de un debate estratégico sobre cómo el conflicto ruso-ucraniano afectará los intereses geopolíticos rumanos así como ante cualquier desafío en materia de seguridad que pueda derivarse de una Rusia militarmente más fortalecida y con mayor capacidad de disuasión.

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Estas preocupaciones sobre la ausencia de este debate fueron recientemente advertidas por el jefe del Estado Mayor de la Defensa, general Gheorghiță Vlad, al informar sobre el reducido número de reservistas a los que se podría recurrir Rumanía en una situación de conflicto y sobre las carencias legislativas que limitan la capacidad de reacción de las fuerzas armadas en determinadas situaciones. 

A mediados de septiembre, los líderes militares de la OTAN que asistieron a la reunión del Comité Militar de la Alianza en Praga analizaron el estado de implementación de los planes de defensa adoptados en la cumbre de 2023. En esa ocasión, el general Vlad opinó que, teniendo en cuenta la evolución de la situación en la guerra ruso-ucraniana, es cada vez más imperativa la necesidad de una presencia de la OTAN en la región del Mar Negro para garantizar la estabilidad.

No obstante, y a diferencia de lo que ha sucedido en las recientes elecciones moldavas y georgianas, ninguna otra candidatura en Rumanía parece presagiar la posibilidad de establecer un equilibrio en las relaciones de Bucarest con Occidente y Rusia que implique un cambio de timón en la prooccidental orientación geopolítica rumana.

El regreso de Trump a La Casa Blanca

Un escenario que Bucarest debe tomar en cuenta es el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, el cual se materializará el próximo 20 de enero de 2025 al asumir un nuevo período hasta 2029 como presidente de EEUU. 

Este factor cobra importancia especialmente ante las tensiones que podría generar la nueva política «atlantista» de Trump con respecto a la OTAN y la guerra en Ucrania, tendiente a minimizar los compromisos adquiridos desde 2022 por la actual administración de Joseph Biden y ante las expectativas, aún inciertas, de generarse una negociación directa con Rusia para eventualmente poner fin, o más bien congelar, el conflicto ruso-ucraniano.

Trump también demanda un mayor compromiso presupuestario en materia de defensa por parte de los países europeos miembros de la OTAN, que le permita descongestionar el oneroso gasto militar estadounidense dentro de la Alianza Atlántica. Esta perspectiva de táctica retirada por parte de Trump de los compromisos «atlantistas» (a diferencia de un Biden que alimentó la perspectiva de «resurgir» de la OTAN tras la invasión rusa a Ucrania) podría incentivar la procreación de una estrategia de defensa europea con mayor carácter autónomo de la OTAN

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El resultado electoral del próximo 24 de noviembre en Rumanía también puede arrojar claves a la hora de definir este escenario geopolítico. Gracias a su pasado como alto cargo de la OTAN, en caso de ganar Geoană se prevé mantener prácticamente intacta la vocación europeísta y «atlantista» rumana.

No obstante, y a diferencia claramente de la sintonía política e ideológica que mantiene el líder estadounidense con el presidente húngaro Viktor Orbán, no se tiene un conocimiento exacto sobre si Trump maneja una visión determinada con respecto a Rumanía como aliado, sea éste necesario o incluso díscolo. En comparación con la posición europeísta y «atlantista» rumana, Orbán (quien también ha mostrado alianzas con Rusia y China) ha asumido con la UE y la OTAN un discurso más trumpista, arremetiendo contra el establishment de poder en Bruselas y criticando acérrimamente la ayuda occidental a Ucrania.

Debe destacarse que si bien ambos países, Hungría y Rumanía, forman parte de la OTAN y de la UE y sus relaciones han sido básicamente distendidas en los últimos tiempos, existen determinados factores de controversia en las relaciones húngaro-rumanas derivados de la situación de la minoría de origen húngaro en la región rumana de Transilvania así como históricos diferendos territoriales. En 2022, la alusión de Orbán a la «Gran Hungría» como factor reivindicativo y revisionista de territorios perdidos tras la I Guerra Mundial generó un inmediato nivel de indignación en las vecinas Rumanía y Ucrania. 

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