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El dilema de Lukashenko

Análisis

David García Pesquera
David García Pesquera
Graduado en Relaciones Internacionales en la Universidad Rey Juan Carlos. Sus principales intereses son la geopolítica, el análisis de conflictos y la seguridad internacional, especialmente en Europa del Este, Oriente Próximo y el Norte de África.

La posibilidad de abrir un nuevo frente en la guerra pone a Lukashenko en el papel de tomar una decisión crucial: priorizar su relación con Putin o blindar a su población de participar en un conflicto armado.

Durante muchos años se ha hablado de Bielorrusia como la “última dictadura de Europa”, debido al régimen autoritario instaurado por Alexander Lukashenko desde hace casi 30 años que lleva al frente del cargo. Pese a la inexactitud de lo que se conoce acerca del país y a que otros países europeos pueden estar cerca de ese calificativo, sí que podemos trazar unos rasgos del líder y de sus actuaciones internas y externas que nos aproximen a su forma de llevar el país. Especialmente su papel reprimiendo a los opositores y con respecto a Putin en la guerra de Ucrania ante la apertura de un segundo frente.

El pasado 19 de diciembre, Vladímir Putin, realizó su primer viaje a Minsk desde 2019. Con este anuncio ha aumentado el temor en Kiev de que el presidente ruso continúe presionando a su homólogo bielorruso para unirse en una nueva ofensiva terrestre contra Ucrania. La semana anterior, varios comandantes militares ucranianos aseguraron que Rusia podría lanzar otro intento de invadir el país desde el norte.

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Cómo construyó Lukashenko su liderazgo

Lukashenko lleva gobernando Bielorrusia desde 1994. Proviene de una familia humilde de un pueblo del este del país, está casado y tiene tres hijos, pese a que ya no vive con su esposa y el tercer hijo es de otra relación. Durante los años de la Unión Soviética, Lukashenko, fue director de una granja estatal. Con el intento de golpe de estado contra Gorbachov en 1991, apoyó aquellas corrientes que defendían un comunismo más férreo y alejado de aperturas.

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Desde la independencia de Bielorrusia, Lukashenko ha defendido el legado soviético y se ha mostrado nostálgico de aquellos tiempos. Es en 1994 cuando llega al poder tras liderar una campaña anticorrupción en las cortes bielorrusas. Dicha victoria electoral se repite desde entonces en todas las elecciones, pudiendo seguir al frente del país tras reformar en 2004 vía referéndum la imposibilidad de estar más de dos mandatos en el poder.

Sin embargo, las acusaciones de fraude en cada una de las elecciones han estado presentes, ya que todos los comicios han contado con un clima de oposición latente al líder que no se ha visto plasmado en los resultados electorales. En 2010, Lukashenko gana las elecciones con siete de los nuevos candidatos a la presidencia arrestados, mientas que, en los comicios de 2015, el presidente obtiene el 83% de los votos en un clima de denuncias de fraude y falseo de resultados.

La construcción de su liderazgo se basa en argumentos de protección nacionalista, garantía de estabilidad y rechazo a lo extranjero, mensajes que tienen un gran caladero de votos en los bielorrusos más mayores, más cercanos a la retórica de la rusia blanca sufridora ante las guerras mundiales y ocupaciones.

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A su vez, hay elementos intrínsecos de Bielorrusia que favorecen cierto inmovilismo frente a las actitudes de Lukashenko:

  • Carácter rural de la sociedad, con gran parte de la población ajena al movimiento de los grandes centros urbanos y, por lo tanto, a las reivindicaciones contra el presidente.
  • Falta de organización de la oposición, sin un proyecto de continuidad.
  • Oposición perseguida y fragmentada con políticos contrarios encarcelados.
  • Escaso sentimiento nacional bielorruso, con apego a Rusia.
  • Falta de resultados ante las políticas de la UE.
  • Dependencia económica y energética de Rusia.
  • Escasa apertura al exterior y evolución económica en décadas, con la industria manufacturera bajo el control de empresas estatales.

Deriva autoritaria de Lukashenko y las protestas de 2020

Tras las elecciones del 9 de agosto de 2020, que nuevamente proclamaron a Lukashenko como el ganador con el 80,23% de los votos, frente al 9,9% de la líder opositora Svetlana Tijanóvskaya, se produjo algo hasta entonces inaudito en Bielorrusia, protestas contra los resultados. La oposición denunció el fraude electoral y que los resultados no se correspondían con la voluntad popular.

Tras conocerse los resultados, los bielorrusos rompieron años de silencio ante lo acontecido en elecciones presidenciales y salieron a la calle a protestar por el presunto fraude electoral cometido en un total de 33 localidades, especialmente en la capital Minsk. Las protestas se desataron acompañadas de disturbios, dado que las fuerzas policiales reprimieron a los manifestantes con carros, lanzaguas, gases lacrimógenos, proyectiles de goma y porras.

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La jornada se saldó con 3.000 detenidos y un fallecido. Con los días, los detenidos fueron en aumento y se han denunciado episodios de tortura y brutalidad policial. La líder opositora y presunta ganadora de las elecciones Tijanóvskaya se ve obligada a exiliarse a Lituania y desde allí pide a la ONU mandar observadores internacionales, ofreciéndose a liderar la alternativa tras nuevas elecciones. Días más tarde, se produce la denominada “Marcha por la libertad” en la que participan 250.000 personas, la mayor movilización en la historia del país.

Rusia manifestó su apoyo a Lukashenko, que solicitó ayuda a Putin al verse en una situación límite. Putin expresó su deseo de asistir a Bielorrusia contra toda amenaza militar externa. Sin embargo, un apoyo directo con tropas en territorio bielorruso sería contraproducente, ya que crearía un sentimiento antirruso en la población.

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A su vez, los rusos solo pondrían sus fuerzas especiales al servicio del régimen bielorruso en caso de que se dirima una posible entrada en la OTAN del país, un acercamiento a Occidente o un despertar cívico que se extienda a Rusia por contagio.

Los juicios contra los líderes opositores detenidos incluyen los delitos de terrorismo, traición y golpe de Estado. Entre los opositores que permanecen encarcelados encontramos al Premio Nobel de la Paz 2022 Alés Bialiatski o a Nikolai Avtukhovich, presunto líder del grupo acusado, condenado a 25 años de prisión. Organizaciones de Derechos Humanos estiman que el número de presos políticos en Bielorrusia ronda los 1.340.

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¿Cómo ha sido la relación entre Lukashenko y Putin hasta ahora?

Durante las tres décadas de independencia de Bielorrusia, su colaboración con Rusia ha sido estrecha. Tanto Putin como Lukashenko tienen formas de gobernar que se asemejan, empleando represión y chantaje. En el caso de Rusia, esto es visible con el empleo de los recursos energéticos como moneda de cambio, mientras que en el caso de Lukashenko, recientemente ha puesto en jaque a la Unión Europea con la crisis de refugiados en la frontera con Polonia.

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La debilidad de la economía bielorrusa, a lo que se suman las sanciones impuestas por la Unión Europea y Estados Unidos debido a las denuncias sobre prisioneros políticos y violaciones de los Derechos Humanos y el estado de derecho, han hecho de Rusia su principal interlocutor. De esta forma se ha estrechado la relación económica, posibilitando a Bielorrusia mantener unos importantes niveles de crecimiento y de paz social. Precisamente, esta interlocución ha incluido el apaciguamiento de las protestas de 2020.

Sin embargo, la invasión rusa de Ucrania ha abierto un nuevo capítulo en las relaciones entre Putin y Lukashenko. El papel de Bielorrusia ha sido de apoyo a Putin y se ha desmarcado como único estado europeo que expresa un apoyo explícito, convirtiéndose así en beligerante en la guerra de Ucrania.

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El presidente Lukashenko ha ofrecido terreno bielorruso para que las fuerzas rusas llevaran a cabo la invasión. También se proporciona un espacio aéreo seguro desde el que atacar Ucrania con armas de alta precisión, además de líneas de comunicación terrestres críticas durante el primer asalto a la ciudad de Kiev.

El dilema de Lukashenko

Con la evolución de la guerra durante el verano y la recuperación de terreno por parte de Ucrania, Rusia busca un giro drástico a la ofensiva en los próximos meses, previsiblemente volver a entrar en Kiev de forma vehemente.

Este pasado lunes 19 de diciembre se han reunido en Minsk Putin y Lukashenko. Además de discutir la situación político-militar y su estrategia frente a la OTAN, Putin busca aumentar la presión sobre Lukashenko para que movilice a sus tropas en la frontera y participen activamente en la guerra.

Tras lo ocurrido en 2020, Putin sabe que es un momento de debilidad de Lukashenko. Una debilidad que es política, evidentemente, pero también económica, dada la dependencia energética que tiene Bielorrusia con respecto a Rusia.

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Lukashenko es consciente de que en los últimos años está perdiendo apoyo popular, y no realiza las reformas pertinentes para revertir la situación para no perder poder personal. Sin embargo, sigue teniendo los aparatos del Estado a su favor, a pesar de saber que el 90% de la población se muestra contraria a la presencia del país en la guerra de Ucrania.

La posibilidad de abrir un nuevo frente en la guerra para asediar Kiev desde la frontera norte de Ucrania con Bielorrusia pone a Lukashenko en el papel de tomar una decisión crucial: o prioriza su relación con Putin y los ofrecimientos que el mandatario ruso le hace o, por el contrario, prioriza blindar a su población de participar en un conflicto armado.

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La lealtad a Rusia pasa por aceptar sus pretensiones a cambio de favores energéticos y apoyo en el mantenimiento del régimen ante posibles movilizaciones opositoras. Sin embargo, lo contrario conserva la lealtad de sus fuerzas armadas, ya de por sí fieles al líder, además de no añadir más rechazo y oposición por parte de su población.

No obstante, el Instituto para el Estudio de la Guerra manifiesta una opinión contraria a lo supuesto. Defienden la tesis de que la reunión dada en Minsk es parte de una maniobra de desinformación que busca que los ucranianos dividan fuerzas en varios frentes para prevenir y así los rusos recuperen territorio por el este. Además, expresa que es improbable una nueva ofensiva rusa contra Kiev desde Bielorrusia, como al inicio de la guerra cuando tomaron la central nuclear de Chernóbil, pese a que no se descarta por completo.

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Por lo tanto, Lukashenko se enfrenta a una decisión crucial de cara a su relación con Putin, pero también con respecto a sus contiendas internas. Con la ocasional apertura de un nuevo frente, la presión sobre Bielorrusia para actuar de forma directa en conjunto con Rusia será constante.

Sin embargo, Minsk tampoco dispone de un suculento ejército a prueba de resistencia, simplemente supondrían más efectivos en la ofensiva tanto humanos como materiales a nivel numérico. Por otra parte, los bielorrusos están muy mayoritariamente en contra de participar en la guerra, lo cual podría abrir un nuevo escenario de protestas como el vivido en 2020 que complique al régimen de Lukashenko, lo cual da mucho más peso a la decisión que tome el líder bielorruso.

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