Un análisis sobre los cinco conflictos territoriales postsoviéticos y cómo Moscú los utiliza como instrumentos en un juego de intereses dentro de sus pretensiones geopolíticas.
El devenir de los cinco conflictos territoriales postsoviéticos de Abjasia y Osetia del Sur (en Georgia), Nagorno Karabaj (Alto Karabaj o República de Artsaj, disputado por Armenia y Azerbaiyán), Transnistria (o Transdniestria, en Moldavia o Moldova) y los territorios del este de Ucrania denominados Dombás (Donbás o Donbass) que comprenden tanto a Donetsk como a Lugansk, varía en función de la relación que Rusia mantiene con Occidente. Al margen del acontecer particular de cada uno de ellos, todos son utilizados en conjunto por Moscú como instrumentos en un juego de intereses dentro de sus pretensiones geopolíticas.
Estos cinco conflictos postsoviéticos a menudo se les califica de “congelados”, pero este es un adjetivo inapropiado, ya que lo único congelado que existe en ellos es la solución diplomática y los procesos de paz a su alrededor. Y, desde luego, las situaciones que envuelven a tales regiones pueden llegar a considerarse cualquier cosa menos “congeladas”, puesto que el contexto político de estas disputas siempre está cambiando y, en algunas de estas zonas, existe la posibilidad permanente de retornar a la violencia.
Debemos recordar igualmente que si en alguna zona del mundo la “venganza” de la geografía se hace realidad, ésa es el Cáucaso donde se ubican tres de los conflictos en los que la violencia ha sido más brutal. Desde antiguo, la historia del Cáucaso, tras periodos de olvido, resurge constantemente como una de las regiones en el límite entre Europa y Asia más complicadas.
Incluso en la mentalidad de la Antigua Grecia, el Cáucaso era un lugar tan inhóspito e inaccesible que Prometeo fue castigado y relegado a este confín por Zeus como castigo divino por robar el fuego de los dioses y dárselo a los hombres. Esta región, con unos ricos recursos naturales, pero escasamente explotados hasta el descubrimiento del petróleo a finales del siglo XIX, ha sido tradicionalmente un escenario secundario. Los imperios ruso, turco y persa confluyeron en estas tierras, produciendo una mezcla caótica de pueblos, religiones y lenguas.
Con cierta perspectiva, comenzaremos por decir que ninguno de estos conflictos experimenta una trayectoria lineal. En cada caso, años de aparente inercia son seguidos por eventos repentinos que cambian la situación abruptamente. Un cambio de liderazgo o una crisis política y económica pueden tener fuertes repercusiones en la latencia del conflicto. El escenario más probable en cada caso es la inercia y una continuación del statu quo. Por lo cual, toda una generación ha crecido con muy poco conocimiento de la vida más allá del conflicto.
Además, la atención internacional se suele focalizar en otros escenarios del planeta, y es probable que ni Washington, ni Moscú, ni Bruselas dediquen grandes esfuerzos o recursos a impulsar la resolución de estos conflictos de larga duración (salvo en el caso de Ucrania debido a su mayor cercanía).
Putin y una geopolítica más agresiva
Por historia, capacidad militar y económica, a la vez que por voluntad geoestratégica, la sombra rusa cubre por entero los territorios de estos conflictos. De una forma general, la actuación de Rusia en el Cáucaso, escenario de tres de los conflictos, se ha basado en “el principio de no intervención”, salvo que minorías rusas se vean perjudicadas.
Te puede interesar: Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico
No obstante, el estallido del conflicto entre Rusia y Ucrania en la primavera de 2014 y su réplica en 2022 cambiaron la política en todo el espacio postsoviético. La anexión de Crimea y el comienzo de los combates en el este de Ucrania destruyeron las relaciones entre Moscú y Kiev, que habían logrado manejar sus diferencias pacíficamente desde 1991. Pero también sacudió la dinámica de los otros cuatro conflictos territoriales en Abjasia, Osetia del Sur, Nagorno Karabaj y Transnistria.
Recordemos que los conflictos postsoviéticos de la década de los noventa dieron un lugar central a Rusia, justo en un momento en que las relaciones con Occidente eran mucho mejores entonces, bajo la presidencia de Boris Yeltsin, que ahora. Por otra parte, en aquellos años la Unión Europea no jugaba ningún papel en esos acontecimientos.
Sin embargo, con la presidencia de Vladímir Putin la política de Moscú hacia sus vecinos se ha vuelto cada vez más agresiva. Un momento crucial en esta mutación fue el discurso de Putin a los parlamentarios el 18 de marzo de 2014, cuando por primera vez invocó abiertamente una narrativa nacionalista rusa que previamente había evitado, al justificar la anexión de Crimea.
En ese discurso, además de exponer el temor de que Ucrania se uniera a la OTAN y se estableciera una base occidental en Sebastopol, Putin habló mucho más abiertamente que anteriormente sobre el destino histórico de su país, y se refirió a su misión para defender a los ciudadanos de origen ruso de los países vecinos.
Te puede interesar: La geopolítica detrás del Concepto Estratégico de la OTAN
Este mismo argumento utilizó Putin para amenazar a Ucrania con una invasión a finales de 2021 estacionando más de cien mil efectivos tanto en la frontera que separa a ambas naciones, como en Crimea y en Bielorrusia. Al mismo tiempo, en enero de 2022, daba un ultimátum a Estados Unidos y la OTAN exigiendo garantías de seguridad y el repliegue de la Alianza a las fronteras que tenía en 1991.
La influencia de Rusia en el vecindario postsoviético
Desde 1991 Rusia ha tratado de mantener su influencia en el vecindario postsoviético de varias maneras que reflejan su compleja historia y sus múltiples intereses en esas regiones. El término “extranjero cercano”, que adquirió marchamo en la Rusia de 1992 después del final de la URSS, en sí mismo sugiere la ambigüedad de esa relación. En el lenguaje político ruso, y de algunos otros Estados postsoviéticos, el término “extranjero cercano” se refiere a las repúblicas independientes que no forman parte actualmente de Rusia y que surgieron después de la disolución de la Unión Soviética.
A la luz de la historia moderna, Ucrania y Georgia son vistos como “extranjeros” y “no extranjeros”. Eso a su vez significa que el vecindario no es un problema de política exterior pura, y que el Ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia sólo desempeña un papel limitado en esas repúblicas. Así, la política de Ucrania siempre se ha dirigido fuera del Kremlin. Los servicios militares y de seguridad mantuvieron una voz poderosa en esa zona, al igual que los actores económicos, que van desde Gazprom hasta compañías más pequeñas.
Estas contradicciones se han reflejado en las políticas rusas mantenidas hacia las regiones separatistas y las zonas en conflicto de Abjasia, Osetia del Sur y Transnistria, Crimea y Dombás. En la década de los noventa, Yeltsin y su equipo creyeron en el proyecto de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), un club cercano de naciones postsoviéticas con Rusia a la cabeza. Eso significaba una política de cooperación con los vecinos, aunque combinada con medidas más duras si se consideraba que actuaban contra los intereses rusos.
Curiosamente, por aquella época, el gobierno de Yeltsin respaldó un régimen de sanciones contra Abjasia en dicha década de los noventa, e incluso presionó fuertemente para su reintegración a Georgia en 1997 y 1998. Del mismo modo, el Kremlin de esa etapa sospechaba del régimen de facto en Transnistria por sus estrechos vínculos con la oposición nacionalista en Rusia. E, igualmente, llegó a desanimar las tendencias separatistas en Crimea.
No obstante, hay que mencionar que paralelamente a la política oficial del Kremlin de esa época, otros actores, especialmente en el ejército y el parlamento (Asamblea Federal), estaban trabajando para socavar los regímenes en Bakú, Chisinau o Tiflis (Tbilisi). De la misma forma, dos intentos de asesinato del líder georgiano Eduard Shevardnadze en 1995 y 1998 estuvieron vinculados a Rusia.
Estos actores veían a las regiones separatistas como aliados naturales leales a Rusia, y también como instrumentos que podían ser utilizados para subvertir o romper las trayectorias prooccidentales de gobiernos hostiles. De esta suerte, muchos oficiales militares, personal de seguridad y parlamentarios apoyaron activamente a Abjasia y Transnistria en los conflictos de principios de los años noventa.
A partir del año 2000, el presidente Putin comenzó a tratar de imponer la “vertical del poder” en la que la dirección política estaba más unificada, y se movió hacia una postura más asertiva en el vecindario de Rusia, pero no en todos los casos y en todo momento. De esta guisa, en 2001, Putin permitió que Abjasia y Osetia del Sur recibieran pasaportes rusos, e intentó intimidar a Georgia y Ucrania cortando el suministro de gas en 2006 y 2009.
La política hacia Georgia se volvió mucho más beligerante en 2004, cuando, después de un comienzo positivo, las relaciones con el presidente georgiano Mikheil Saakashvili se deterioraron, pues éste había comenzado a mostrarse prooccidental y a priorizar la adhesión a la OTAN. En 2008, los dos países entraron en guerra por Osetia del Sur, y Rusia reconoció a Abjasia y Osetia del Sur como países independientes.
Finalmente, en 2014, cuando la revolución de Euromaidán destituyó al presidente ucraniano amigo de Moscú, Viktor Yanukóvich, y Rusia se anexionó Crimea, a la vez que fomentaba el conflicto en el este de Ucrania, Putin cruzó otro Rubicón al enfrentarse y alienar al vecino postsoviético más importante de Rusia. Lo cual ha forzado todavía más con los acontecimientos en contra de Ucrania y de Occidente de finales de 2021 y de 2022, como ya hemos apuntado.
En cualquier caso, a pesar de la guerra mantenida con Georgia en 2008 y el conflicto con Ucrania, la política seguida por el Kremlin con relación a estos territorios es muy variable. Putin personalmente parece centrarse únicamente en dos o tres asuntos principales a la vez (en particular Ucrania, Siria y Estados Unidos).
Con respecto a otros temas, dicen que se le puede comparar con un “faro” cuyo rayo de luz aterriza en una cuestión, como Georgia o Moldavia, sólo ocasionalmente. El resto del tiempo, el presidente delega las decisiones sobre los temas menos importantes a varios funcionarios, quienes a menudo toman posiciones contradictorias.
Además, la pérdida de recursos financieros, políticos y humanos en Crimea y Dombás también implica que hay menos dinero, tiempo e interés que antes para las otras regiones en conflicto. De hecho, la ayuda financiera para Abjasia, Osetia del Sur y Transnistria se ha reducido desde 2014.
A pesar del continuo apoyo político a estas tres regiones, se ha generado una profunda decepción en Moscú hacia ellas debido a la deslealtad percibida, el uso corrupto de los fondos rusos y la insistencia en el derecho a la toma de decisiones de forma autónoma por parte de las tres regiones.
En lo concerniente a Ucrania, las relaciones se quebraron rápidamente. Crimea fue anexionada el 18 de marzo de 2014, tan sólo dos días después de un referéndum apresuradamente organizado que fue ampliamente criticado por estar bajo condiciones de ocupación militar.
En el curso de la guerra en el Dombás, que estalló en abril de 2014, Moscú intensificó enormemente su ayuda política, militar y financiera en favor de los separatistas prorrusos hasta entonces marginales en el este de Ucrania, para culminar en invasiones a gran escala por parte de tropas rusas regulares en agosto de 2014 (Ilovaisk) y febrero de 2015 (Debaltseve).
Los lazos mutuos continúan siendo extremadamente tensos a pesar de la firma de los Acuerdos de Minsk de 2014 y 2015, ya que las élites y los medios de comunicación de Moscú y Kiev habitualmente consideran al otro país como enero. Lo cual empeoró con la crisis iniciada en 2021, tanto por el escenario de agresión militar rusa como por forzar el reconocimiento de Moscú de las regiones separatistas de Lugansk y Donetsk. Finalmente, las tensas relaciones entre ambos países estallaron con la invasión rusa de Ucrania el 24 de febrero de 2022.
Te puede interesar: ¿Qué supondría la entrada de Ucrania en la UE?
Volviendo a Georgia, Rusia no ha tenido relaciones diplomáticas con este país desde 2008. Sin embargo, ha duplicado el apoyo político a Abjasia y Osetia del Sur, incluso cuando esos dos territorios han desarrollado agendas divergentes según la óptica de Moscú. Con todo, después de que el partido Georgian Dream tomara el poder en Tiflis en 2012, comenzó una normalización parcial de las relaciones entre las partes en áreas como el comercio y los viajes. Aun así, los actores empresariales y de seguridad han estado aplicando políticas muy diferentes.
Concretamente, un canal diplomático establecido entre el viceministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Grigory Karasin, y el enviado georgiano Zurab Abashidze arrojó resultados en varias actividades (por ejemplo, la mayoría del vino georgiano ahora se exporta una vez más a Rusia). Pero quedó en evidencia que cuando se trata de la política de Georgia, la mano izquierda en Moscú no siempre sabe lo que está haciendo la mano derecha.
Así, es de reseñar que, en 2019, poco antes de que Rusia suspendiera los vuelos comerciales a Georgia por un incidente con un parlamentario ruso en Tiflis, se informó que Moscú y Tiflis estaban cerca de completar un acuerdo en el que Karasin y Abashidze habían estado trabajando: el estableciendo de unos corredores de transporte entre sus dos países a través de Abjasia y de Osetia del Sur.
En tal contexto, Suiza había negociado un acuerdo en 2011 para que Georgia no vetara la adhesión de Rusia a la Organización Mundial del Comercio, y una compañía comercial suiza había sido designada para monitorear los cargamentos que transitarían por esos corredores. Pero al final, como hemos apuntado, los mencionados actores empresariales y de seguridad rusos mostraron falta de coordinación en lo tocante a Georgia.
En cambio, hacia Moldavia la política es diferente. Dado que este país tiene un electorado tradicionalmente prorruso mucho más amplio, el gobierno ruso busca explícitamente buenas relaciones con Chisinau y ve perspectivas de que Moldavia se aleje de la Unión Europea para regresar con Rusia.
En 2008, el Kremlin se negó a reconocer a Transnistria como independiente, como sí lo había hecho con Abjasia y Osetia del Sur, a pesar de las solicitudes de la Duma del Estado para llevarlo a término. Rusia respalda el consenso internacional de que Moldavia debería unificarse como un único Estado con Transnistria, aunque aseverando que Moldavia tendría que reconocer un estatus especial a los transnistrios.
Si hablamos de Armenia y Azerbaiyán, el esquema es diferente nuevamente. Como copresidente del Grupo de Minsk de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE), Rusia es uno de los tres mediadores del conflicto de Karabaj y, en términos generales, ha trabajado bien con los otros dos, Francia y Estados Unidos.
Tiene una alianza militar y una estrecha vinculación económica con Armenia, pero del mismo modo valora su estrecha relación con el gobierno de Azerbaiyán. Por lo tanto, no quiere poner en peligro esos lazos bilaterales tomando partido en el conflicto de Karabaj, como puso de manifiesto durante las acciones bélicas de 2020 al dejar a su suerte a Armenia.
Expectativas a futuro de la geopolítica de Rusia
Para resumir, podemos extraer dos conclusiones respecto al papel que Rusia juega en estos conflictos en función de sus intereses geopolíticos:
Primera, es probable que la política rusa hacia estos vecinos y sus zonas de conflicto siga siendo indefinidamente contradictoria. Por un lado, existe un compromiso continuo para apoyar a los regímenes clientes de Rusia en las regiones separatistas de Abjasia, Osetia del Sur, Transnistria y Dombás. Además, los militares y servicios de seguridad rusos se han establecido en estas regiones y no tienen intención de retirarse de ellas.
Pero, al mismo tiempo, algunos políticos rusos también entienden que los esfuerzos para utilizar estas zonas de conflicto como instrumentos para bloquear las ambiciones euroatlánticas de Chisinau, Kiev y Tiflis no han tenido éxito. Por lo tanto, Moscú adopta un enfoque de “cobertura”, apoyando a las regiones separatistas, mientras que simultáneamente busca mantener las puertas abiertas y los vínculos económicos vivos con estas capitales (si bien, en el caso de Ucrania, decidió jugar la carta de la presión extrema durante la crisis desencadenada en 2021). Con lo cual, el resultado más probable será la inercia, pero no tanto como estrategia, sino por defecto.
La segunda conclusión es que Moscú continúa viendo estos conflictos en términos geopolíticos, como una lucha indirecta con Occidente. Teóricamente, Moscú podría estar interesado en un acuerdo en el cual, al hacer concesiones sobre los conflictos de Georgia y de Ucrania, obtendría compromisos por parte de las potencias occidentales para desistir de que estos países lleguen a ser miembros de la OTAN, o bien para que adquieran un estatus de neutralidad, como verbalizó en su ultimátum a Estados Unidos y a la OTAN en enero de 2022.
Sin embargo, las posibilidades de tal compromiso son extremadamente pequeñas y están limitadas por la dinámica local. Las acciones de Rusia en Georgia en 2008, y en Ucrania desde 2014, han reforzado los sentimientos antirrusos en estos países. Del mismo modo, es poco probable que la mayoría de los moldavos acepten como compensación a una reunificación con Transnistria el renunciar a los beneficios de su integración en la UE. En tal sentido, parece que la Unión Europea no piensa ni actúa en estos términos decimonónicos y no es factible que entre en negociaciones de este tipo.
En definitiva, Rusia se conduce por la inercia que empuja a los imperios y continuará tratando a los países emancipados de la URSS como su zona de influencia directa, al igual que se hacía en el siglo XIX. De la misma forma, utilizará su control, directo e indirecto, sobre las regiones concernidas (incluidos el reconocimiento o la anexión de las áreas prorrusas) como arma para batallar contra Occidente, proponerse como potencia mundial y recuperar un espacio territorial en forma de colchón que garantice su seguridad. Por lo cual, hasta alcanzar sus objetivos, no tendrá ningún interés inmediato en que los cinco conflictos transiten del estatus de «congelados» al de «resueltos».