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Las diferentes estrategias occidentales en Ucrania

Análisis

Asociación para las Naciones Unidas (España)
Asociación para las Naciones Unidas (España)
La Asociación de Naciones Unidas de España (ANUE / UNA-España) es una organización no gubernamental creada como iniciativa social y apolítica con el objetivo principal de defender y difundir los principios de la paz y los derechos humanos en el mundo y lograr la convivencia pacífica entre todos los pueblos del mundo.

Un análisis que profundiza en las diferencias entre la estrategia de la Unión Europea y de Estados Unidos frente a la guerra de Ucrania, a pesar de compartir un objetivo común.

Tanto Estados Unidos como la Unión Europea mantienen una posición común frente a la agresión imperialista de Putin contra Ucrania, pero con ciertos matices. Desde luego existe una plena coincidencia en el objetivo de aislar a Rusia, golpear al país económicamente y armar a Ucrania pero, en este contexto el liderazgo estadounidense predomina por ser un Estado y la primera potencia mundial y por su enorme capacidad militar: basta recordar que el 75% de los efectivos de la OTAN son aportados por ese país. Por el contrario, la UE, aunque aspira a ser un solo actor geopolítico, de momento no lo consigue, si bien su aportación a Ucrania está resultando muy relevante.

Tras tres meses de guerra los Estados Unidos apostaron claramente por la estrategia de derrotar a Putin, aunque hay diferentes interpretaciones sobre lo que ello pueda significar. La Unión Europea, que comparte este objetivo, se muestra más favorable a forzar la apertura de verdaderas negociaciones entre Ucrania y Rusia. Esto no quiere decir que los Estados Unidos estén en contra de las mismas pero, para ellos, la clave parece estar en el frente militar. Una vez Ucrania se encuentre una mejor posición (por ejemplo, impidiendo que los rusos tomen Odessa) podría abrirse este escenario.

No obstante, tampoco es muy evidente lo que los Estados Unidos pretenden ya que en su gobierno se han manifestado opiniones un tanto diferentes. El Secretario de Estado, Antony Blinken, se ha pronunciado a favor de abrir negociaciones, una vez que Ucrania tenga una posición militar más favorable.

En cambio, su Secretario de Defensa, Lloyd Austin, ha afirmado que con las sofisticadas armas que se están enviando a Ucrania éste país puede vencer a Rusia. Es precisamente el mediocre rendimiento del ejército ruso lo que está alentando esta estrategia y los Estados Unidos están calibrando a fondo las carencias de aquel para infringirle el mayor daño posible, lo que también contribuye a alargar la guerra.

Por tanto, pese a estos matices, parece claro que la estrategia de los Estados Unidos apuesta por derrotar a Putin, lo que reafirmaría una vez más su hegemonía como principal superpotencia mundial, y por incrementar las sanciones y la ayuda militar a Ucrania. En este sentido, da la impresión de que los Estados Unidos han delegado la guerra contra Rusia en Ucrania, aunque con ciertos límites puesto que, por ejemplo, aquellos han rechazado enviar cazas de combate al gobierno de Zelenski.

Así pues, con el tipo de ayuda militar que Ucrania está recibiendo podrá evitar el mal mayor que es la ocupación total del país (un escenario ya descartado de facto por el propio Putin) y resistir; sin embargo, es prácticamente imposible que pueda expulsar por sí sola a las tropas rusas de ocupación de los territorios ucranianos invadidos.

Por su parte, la Unión Europea que está reaccionado con bastante más eficacia que en el pasado, ha optado por estrategias más «gradualistas»: seis paquetes sucesivos de sanciones económicas con el propósito de no postergar sine die la apertura de negociaciones entre Ucrania y Rusia, pero con poco éxito hasta ahora.

En otras palabras, la Unión Europea se ha resistido a acorralar por completo a Putin, tanto para conjurar el eventual riesgo potencial de que éste pudiera recurrir al arsenal nuclear táctico, en el fondo una posibilidad más teórica que real, como para forzar al menos un armisticio.

Puesto que la estrategia militar rusa es la de arrasar las zonas que pretende ocupar, esto no favorece precisamente el acercamiento de posiciones y obliga a la propia UE a enviar más armas a Ucrania. Por tanto, es cierto que la UE no ha cesado de incrementar las sanciones económicas a Rusia y las ayudas militares a Ucrania, pero persiste el problema de su dependencia energética del gas ruso que contribuye a seguir financiando la guerra de Putin.

Con todo, es de interés constatar que esta guerra está acelerando la transición energética en la UE y que se ha asumido la necesidad de irse desprendiendo de la compra del gas ruso. El balance europeo en esta guerra es globalmente positivo, pese a costarle siempre tomar decisiones por el paralizante principio de la unanimidad, ya que nunca se habían impuesto sanciones financieras y prohibiciones comerciales tan fuertes.

Estrategia de la UE vs. EEUU en la guerra de Ucrania

Cabe agrupar a los países de la UE en tres categorías con relación a sus estrategias en esta guerra:

  • Los que se oponen frontalmente a Rusia, no por casualidad en esta categoría se encuentran casi todos los países de Europa central y oriental (Polonia, las Repúblicas Bálticas, Chequia, Eslovaquia, Rumanía, Bulgaria, Eslovenia y Croacia, más Finlandia por su larga frontera); es decir, por proximidad y experiencias del pasado, los que más temen el expansionismo ruso.
  • Los que también se oponen, pero con matices. En esta categoría destacamos a Francia, Alemania, Austria, Bélgica, Italia, Irlanda, Suecia, Dinamarca, España y Portugal, entre otros.
  • Hungría como caso a parte por culpa del iliberal Orbán como “peón” de Putin en la UE. De momento, Rusia ha cortado sus exportaciones de gas a Polonia, Bulgaria y Finlandia, pero está por ver que pueda prescindir a corto plazo totalmente y sin problemas de las compras de los demás países europeos.

Otro matiz de interés a la hora de comparar las estrategias de los Estados Unidos y la Unión Europea es la cuestión de las reformas políticas pendientes en Ucrania. Los Estados Unidos prácticamente no mencionan este asunto, mientras que la Unión Europea exige modernización administrativa, Estado de derecho, independencia judicial y de los mass media y enérgica lucha contra la extendida corrupción.

En efecto, aunque en plena guerra es imposible abordar un programa así, Zelenski debería hacerlo suyo para irlo implementando gradualmente. Además, Ucrania debería ser más diplomática, pues es un error proscribir todo lo ruso (ni la lengua ni la cultura rusas son «culpables») ni asumir que la eventual recuperación del Donbás, que hoy se antoja imposible, debería implicar el reconocimiento de una amplia autonomía y de la oficialidad de la lengua rusa, algo que resulta impopular defender ahora en Ucrania.

Sin duda, el apoyo de los Estados Unidos y de la Unión Europea a Ucrania ha impedido la victoria de Putin. Sin embargo, al no intervenir de modo directo (algo que, obviamente, no es posible porque ello supondría el estallido de la III guerra mundial), se ha dado paso a una guerra algo más limitada, concentrada en el Donbás.

Occidente debe suministrar apoyo económico y financiero a Ucrania y no solo militar ya que en caso contrario el colapso de este país será inevitable. Macron y Kissinger han sugerido «finlandizar» (en el sentido antiguo de la expresión) a Ucrania.

Sin embargo, tal opción no solo debilitaría la soberanía de este país, sino que daría a Rusia una cierta victoria desde el momento en que eso representaría reconocer tácitamente su derecho a disponer de una «zona de influencia». Estas posiciones no son compartidas tal cual por todos los países occidentales y, aunque podría abrirse una vía intermedia, a largo plazo Ucrania podría ser miembro de la UE que, por cierto, tiene su propia cláusula de defensa común (el art. 42.7 del Tratado de la Unión), renunciando definitivamente a ingresar en la OTAN.

Entonces, ¿qué es «derrotar» a Putin?

Como se ha apuntado anteriormente no está claro qué significado hay detrás del objetivo de «derrotar» a Rusia. ¿Quiere decir echar a sus tropas de Ucrania o provocar el colapso del régimen de Putin? El primer objetivo parece prácticamente imposible puesto que Ucrania puede resistir pero no tiene capacidad suficiente para expulsar al invasor por completo. A no ser que se produjera una intervención directa de la OTAN, algo que no parece que vaya a suceder por el momento.

El segundo objetivo tampoco parece posible puesto que la oposición en Rusia es muy minoritaria, carece de fuerza y está duramente reprimida. Ni los oligarcas, ni mucho menos los militares, parece que se vayan a enfrentar a un Putin que tiene del todo controlada a la cúpula del poder. Más bien hay que interpretar que cuando Biden o Scholz afirman que Putin debe ser «derrotado» significa que jamás se avalarán sus ocupaciones territoriales y que se le hará la vida imposible al convertirlo en un paria internacional.

De un lado, Putin ha tenido que limitar la guerra al Donbás porque carece de más medios para ir más allá, y de otro, lo ha hecho también para intentar limitar la implicación de los Estados Unidos. En otras palabras, es como si estuviera insinuando que a los propios Estados Unidos no les conviene una derrota total de Rusia (por lo demás, casi imposible).

En este sentido, dentro de la propia Administración estadounidense hay voces que afirman que una cosa es seguir ayudando a Ucrania (esto es incontestable y suscita plena unanimidad) y otra destruir el Estado ruso como algunos «halcones» desearían. Este segundo sector es minoritario y, además, daría la excusa perfecta a Putin para recurrir al arsenal nuclear ante una «amenaza existencial». Por lo que este último es un escenario prácticamente descartable; en todo caso, Biden ha rectificado su polémico desliz y ha afirmado que en ningún caso el objetivo de los Estados Unidos es el de derribar al régimen ruso.

La guerra de Ucrania está favoreciendo objetivamente la integración europea porque, aún sin ser (todavía) un actor geopolítico relevante en el mundo, algo que se arrastra desde las guerras de la antigua Yugoslavia, sí ha dado pasos inéditos en esa dirección. En este sentido, la propuesta de Macron de crear una Confederación europea que vaya más allá de la UE parece aspirar a tal objetivo.

Aunque la Conferencia sobre el futuro de Europa ha sido muy decepcionante, al menos ha abierto la difícil perspectiva de la reforma de los Tratados, pero mientras el principio de la unanimidad para algunas cuestiones clave persista, parece muy difícil vislumbrar tal actor supranacional único.

Los errores de Putin en la guerra de Ucrania

Más allá de las diferentes estrategias occidentales en relación a Ucrania, Putin no ha dejado de encadenar un error tras otro en su guerra de agresión: fracasó en su «operación especial» relámpago; ha convertido a Zelenski en un héroe nacional; la «inexistente» nación ucraniana ha revelado su fuerza social; nadie recibió a los rusos como «libertadores» y ha dado una razón de ser a una OTAN más fuerte que nunca.

Así, Putin ha tenido que reconvertir la guerra y limitarla al Donbás, al mismo tiempo que ha tenido que constatar que, si no quería a la OTAN en más fronteras con Rusia, ha conseguido todo lo contrario. Putin ha afirmado que su plan (nunca lo especificó con claridad, más allá de su vacía y ridícula retórica sobre la “desmilitarización” y la “desnazificación” de Ucrania) se va cumpliendo, una falacia puesto que se va modulando en función de las circunstancias bélicas.

El hecho de que Finlandia y Suecia hayan solicitado su ingreso en la OTAN es la mayor derrota estratégica de Putin: no es la OTAN la responsable de la guerra y si va a crecer no es porque esa sea su dinámica, sino porque dos Estados europeos neutrales han decidido ingresar en ella.

Además, los ciudadanos daneses han avalado en un referéndum y por amplia mayoría la supresión de las anteriores excepciones de su país en el sistema militar europeo de la OTAN para asimilarse al resto de miembros. Por tanto, todo le ha salido mal a Putin en esta dimensión: ha conseguido nada menos que doblar las fronteras directas con la OTAN y ha enterrado la «finlandización», es decir, la neutralidad impuesta y «tutelada».

A todo esto se suma que todos los Estados europeos aumentarán sus presupuestos militares y la única respuesta que Putin podrá dar será desplegar misiles nucleares en la frontera con Finlandia, pero considerando la existencia de los misiles intercontinentales la cuestión de la proximidad territorial como «amenaza existencial» forma parte más de la retórica que de la realidad operativa.

Está claro ahora que fue un error invitar informalmente a Ucrania a pedir el ingreso en la OTAN porque nunca hubo verdadera intención de meter a ese país en la misma, pero eso le regaló a Putin uno de sus principales argumentos – falsos- para su injustificable agresión.

Putin ha entendido que ya no podrá derribar al gobierno de Zelenski y las dificultades de las tropas rusas han reorientado la guerra. Si conquistar Mariúpol le ha costado a Rusia casi tres meses es obvio que no tiene capacidad para abrir nuevos frentes y está por ver si podrá atacar Odessa con perspectivas de éxito.

Todo prefigura que nos encaminamos a una larga guerra de desgaste y de menor intensidad que puede durar indefinidamente siempre que Rusia cuente con China (y es seguro que será así) y Ucrania con los Estados Unidos y la UE (que también). Es cierto que las sanciones económicas afectarán cada vez más a Rusia, pero no pararán la guerra pues Putin la podrá seguir financiando gracias a China y, en menor medida, la India, dos países que representan cerca del 25% de la población mundial.

Quien más lo va pagar será Ucrania por las espantosas pérdidas humanas, la enorme devastación del país y el monumental retroceso económico. Por tanto, el escenario más probable es el de una partición fáctica de Ucrania ya que Rusia se va a quedar con el Donbás y el corredor que lo enlaza con Crimea y, de momento, ni Putin ni Zelenski tienen incentivos para negociar en serio la paz.

Todo dependerá del curso de la guerra en los próximos meses y de la estabilización de los frentes y solo el estancamiento y el tan alto coste de proseguir las operaciones militares podría, tal vez, forzar un armisticio.

La geopolítica detrás de la guerra de Ucrania

En conclusión, ganarán los Estados Unidos (y en parte China), Rusia y Ucrania quedarán en tablas y la UE, como siempre, irá a remolque de la primera potencia mundial y encima con plena aquiescencia de todos sus Estados.

En todo caso, la estrategia occidental debería intentar reorientarse a largo plazo pues no es una buena idea entregar Rusia a los brazos de China y no aspirar a asociarla (como estuvo a punto de hacerse con Yeltsin) a los Estados Unidos y, sobre todo, la UE, aunque hoy sea un escenario imposible.

La incapacidad estructural de la UE de convertirse en un Estado federal implica que, una vez más, se le regala a los Estados Unidos el liderazgo y la victoria política: si Ucrania habrá aguantado habrá sido, sobre todo, gracias a aquellos. Claro que no se puede menospreciar la aportación europea, pero su papel político será menor y, a la postre, menos lucido porque será la principal encargada de financiar la reconstrucción de Ucrania.

Todo el mundo sabe que ingresar en la OTAN es ponerse bajo el paraguas de los Estados Unidos, pero la incapacidad de la UE por ser un Estado federal y el cálculo cortoplacista de todos sus gobiernos que prefieren delegar su defensa en la superpotencia en vez de mancomunar sus ejércitos explica este desenlace.

En todo caso, en lo inmediato, se entiende la opción: es lo más rápido para protegerse ante el temor que suscita Rusia pues no es lo mismo ingresar voluntariamente en la OTAN que arriesgarse a una imposición exterior. Lo cierto es que las dificultades de Rusia limitan el alcance de su expansionismo; pero, en cualquier caso, la invasión ha impedido del todo que Ucrania pueda ser miembro de la OTAN. Eso y las conquistas territoriales van a ser las únicas cosas que Putin podrá presentar como «victoria» en su «operación especial».

Este artículo se ha publicado previamente en la página oficial de la Asociación para las Naciones Unidas en España y ha sido escrito por Cesáreo Rodríguez – Aguilera (Catedrático Emérito de Ciencia Política en la Universidad de Barcelona).

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