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El uso de la violencia y el impacto del “conflict management”

Análisis

Andrés González Montero
Andrés González Montero
Analista Colaborador del área Europa de GEOPOL 21 y D. Graduado en Relaciones Internacionales por la URJC. Interesado en proyecto de integración de la Unión Europea, la Política Exterior, el Derecho Internacional, los Derechos Humanos y las Relaciones Internacionales. Ha sido alumno del Curso de Experto en la Unión Europea de LISA Institute.

En lo que a violencia se refiere ésta es rechazada, desde un punto de vista moral, por la mayoría de personas. Sin embargo, esto no es así en términos jurídicos internacionales donde su uso está permitido y regulado desde la atalaya del mantenimiento de la paz.

Para comprender esta realidad, en este artículo profundizaremos en cómo entendemos la violencia y la paz en la actualidad y cómo se articula el uso de la fuerza en el sistema internacional. Además, también analizaremos las formas más actuales de conflicto que implican el uso de la violencia con el fin de averiguar si los seres humanos tenemos otras formas de gestionar y resolver nuestras diferencias.

Así se muestra el idealista comienzo del fin de la violencia en el mundo con el pretexto de dos acontecimientos que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) califica de “sufrimiento incalculable”: las dos guerras mundiales.

“Nosotros, los pueblos de las Naciones Unidas, decididos a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra, que en dos ocasiones durante nuestra vida ha causado un dolor indecible a la humanidad (…)”, reza el preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas que entró en vigor en 1945 que establece los objetivos principales de la ONU.

Aún así, el ser humano parece no aprender y perpetuar estos mismos errores en la actualidad. Es cierto que todavía no se ha vuelto a producir una guerra de este tipo, pero la escalada de tensión en las relaciones de algunos Estados podría culminar en una guerra de estas características con poco tiempo para reaccionar.

En primer lugar debemos saber qué entendemos por “violencia” y “paz”. Por ejemplo si nos remitimos a las explicaciones del Consejo de Europa (CoE), denominadas “Peace and violence: concepts and examples”, podemos comprobar que nos proporciona un significado más amplio: “uso intencionado de la fuerza física o del poder, en grado grado de amenaza o efectivo, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones”. 

Entender la violencia más allá de la física

El Consejo de Europa aclara que no solo se manifiesta la violencia a través de la “violencia de comportamiento”, con intencionalidad, y debido a las relaciones de poder, sino también a través de otras formas de violencia que pueden iniciarse por otros motivos. El CoE señala varias como la “violencia estructural”, relacionada con el empobrecimiento y la privación de oportunidades o derechos; la “violencia cultural”, relacionada con la destrucción agresiva de modelos de vida o con acciones discriminatorias en diferentes ámbitos como la desigualdad de género.

Por lo tanto, cuando hablamos de violencia no solo nos referimos exclusivamente a la violencia física. Sin embargo sí podemos decir que, como podemos imaginar, la acción más cruel e irreversible sería la “reducción de la oportunidad de vivir”, es decir, la muerte.

Fuente: “Tras la violencia, 3R: reconstrucción, reconciliación y resolución. Afrontando los efectos visibles e invisibles de la guerra y la violencia”; por Johan Galtung.

Por su parte, la paz se define comúnmente como antónimo de la violencia, pero no es así. El CoE recuerda que se refiere tanto a la ausencia de conflictos armados como al no uso de la fuerza para gestionarlos. Además, se trata también de garantizar valores universales, como la justicia y la equidad, para que tampoco se puedan ejercer esas “otras” formas indirectas de violencia mencionadas anteriormente.

En este sentido, según el CoE, “la ausencia de guerra por sí sola no garantiza que las personas no sufran violencia psicológica, represión, injusticia y falta de acceso a sus derechos. Por lo tanto, la paz no se puede definir solo como paz negativa”.

Una vez comprendidos estos términos, analizamos más en profundidad cómo las Naciones Unidas, como guardián mundial de la paz per se, trabaja con tal objetivo. De hecho, su razón de ser, como se establece en el artículo 1.1. de la Carta de las Naciones Unidas (1945) es:

“Para mantener la paz y la seguridad internacionales, y con ese fin: tomar medidas colectivas efectivas para la prevención y eliminación de las amenazas a la paz, y para la represión de actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz, y lograr por medios pacíficos, y de conformidad con los principios de justicia y derecho internacional, el ajuste o solución de controversias o situaciones internacionales que puedan conducir a un quebrantamiento de la paz”.

Simultáneamente, establece en el artículo 2.4, que pertenece al Primer Capítulo de Propósitos y Principios:

“Todos los Miembros se abstendrán en sus relaciones internacionales de la amenaza o el uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado, o de cualquier otra manera incompatible con los Propósitos de las Naciones Unidas”.

Es importante señalar que esta Carta, firmada el 26 de junio de 1945, es vinculante para todos sus miembros, que es prácticamente todo el planeta. Por lo tanto, el Derecho Internacional prohíbe completamente el uso de la “fuerza” cuando los Estados interactúan entre sí. De hecho, de acuerdo con el artículo 41, el Consejo de seguridad llevará a cabo sus desiciones mediante medidas “que no impliquen el uso de la fuerza armada”.

¿Por qué la violencia persiste hoy en día?

La violencia es tomada por la política como una visión prismática y pragmática: dependiendo del punto de vista desde el que se vea es “correcta” o incorrecta. No solo legalmente, sino también moral y éticamente. De acuerdo con el artículo 42 de la Carta, el Consejo de Seguridad permite el uso de las Fuerzas Armadas para hacer cumplir sus decisiones si han sido incumplidas por algún miembro.

Si, además, nos fijamos en el artículo 44 podemos ver más explícitamente lo que el Consejo de Seguridad debe hacer cuando “ha decidido usar la fuerza”. Estos dos últimos artículos están bajo el título “Acción en caso de amenazas a la paz o actos de agresión”. Así, el uso de la violencia se justifica en el siglo XXI en los albores del siglo XX. Todos con el mismo propósito: mantener la paz y la seguridad internacionales o mantenerlos o restablecerlas.

De esta forma hay quien podría decir que la ONU justifica, bajo un título puramente idealista de la paz, el uso de la violencia para conseguirla. ¿Es esto una contradicción en un texto tan crucial para la humanidad? ¿O es un acto de deshago ético y quizás moral? Si aplicamos le estudio sobre la violencia social del Dr. C. E. Pickhardt, “Why Violence?”, el autor de un acto violento debe sentir que está haciendo “lo correcto” y, por tanto, “suspender las restricciones sociales” que limitan tales reacciones.

Entonces, ¿cómo podemos relacionar esta aplicación sociológica a nuestro tema? El término de “guerra justa” está muy en consonancia con lo que intentamos vislumbrar. La violencia no es deseable a menos que “algo” o “alguien” lo exija, siendo una circunstancia previamente “alojada” en los Tratados. Para los Estados, sentir que están haciendo “lo correcto” y, por tanto, “suspender las restricciones morales” de La Paz y la concordia en las que se basan es crucial para no contener ideas incoherentes entre sí.

Éticamente, estarían cumpliendo con sus obligaciones, ya que se habría obedecido a lo establecido en los Tratados. Sin embargo, la moral se habría visto perjudicada, ¿no?. Al fin y al acabo, estamos hablando de un contexto en el que la violencia tiende a regularse para ser utilizada, una definición común de “normalización” no en la vida cotidiana pero sí en su uso permitido.

Uso de la violencia bajo el paraguas de la autodefensa

Según el artículo “Towards a planet-wide culture non violence” publicado en la página oficial de la ONU y escrito por el expresidente y CEO de United Way International, Russy D. Sumariwalla, nos enfrentamos a una “cultura de la violencia”. Podríamos entender la cultura no sólo a nivel global, sino también a nivel local en nuestra vida cotidiana. Por ejemplo, una escena de sexo, como una de las formas de representación del amor, está mucho más censurada que una con violencia explícita, incluso para los menores.

De esta forma y volviendo al ensayo del Dr. Dmariwalla, nos encontramos ante un dilema para el que tenemos una respuesta muy clara pero al que se ha tenido una ardua tarea de “dar vida”. Como ya se ha mencionado y recuerda el expresidente y CEO de United Way International, la propia ONU reconoce el derecho de los Estados a utilizar la violencia bajo el paraguas de la autodefensa.

Aunque califica de éxito que prácticamente todos los Estados del mundo siguen hoy formando parte de la organización internacional recuerda que la Carta de 1945 establece que las guerras se crean en la mente de las personas y es ahí donde hay que ponerles fin. Esta referencia solamente es elocuente cuando comprendemos la distorsión de la experiencia de nuestro cerebro, que provoca una respuesta más o menos proclive a la violencia. 

Según S.Pinker en “The Blank Slate: The Modern Denial of Human Nature“, el escenario actual podría ser el “mejor” desde un punto de vista de La Paz realizando una comparación con épocas históricas anteriores. Sin embargo, en palabras del autor, para que esto continúe por el camino establecido la violencia debe ser considerada como “último recurso en todos los niveles de las relaciones humanas”.

Por lo tanto no destacaría el uso de la fuerza para la gestión de algunos conflictos, solo como una medida extremadamente desagradable. Este pensamiento choca directamente con el idealismo del principio de la Carta, donde afirma un “no” categórico a su uso. Aunque es de esperar que la realpolitik se imponga en las interacciones reales y la visión realista venga a oscurecer nuestros deseos de acabar con la violencia, como hacen los artículos de permiso regulado anteriormente mencionados. 

Para ello, Sumariwalla propone la creación de un mecanismo en el seno del Consejo de Seguridad (sobre la base de la autorización del uso legítimo de la fuerza) que ayude a frenar mediante “objetivos nacionales e internacionales” y a “medir los progresos”, tal y como se hace en otras materias.

¿Hacia dónde deberían dirigirse las leyes?

Así que ahora, con toda esta información, deberíamos preguntarnos: ¿son estas normas de mediados del siglo XX un anacronismo para los problemas actuales? Deberíamos echar un vistazo a los siguientes gráficos, elaborados por Max Poser para Our World in Data en “Peace and War.

En el primero, de acuerdo con la media de muertes de conflictos bélicos de la segunda mitad del siglo estas leyes se presentan como necesarias aunque desde la década de 2010 en adelante las muertes por conflictos interestatales han disminuido considerablemente.

Esto no significa, ni mucho menos, que la normativa de 1945 haya quedado obsoleta. Por el contrario, ha tenido el efecto no deseado de “maximizar la reducción” de las muertes. Por lo tanto, ¿hacia dónde deberían dirigirse las leyes hoy en día? Aunque no disponemos de datos posteriores a 2016, podemos analizar la tendencia desde la firma de la Carta de la ONU. 

Mientras que el número de conflictos basados en un enfrentamiento interestatal ha disminuido, al igual que los imperiales o coloniales, los clasificados como “civiles” representan más de la mitad de los casos, seguidos de cerca (especialmente en los últimos años) por los conflictos civiles en los que interviene otro Estado de forma externa.

Tipos de conflictos actuales

Estas son algunas de las razones por las que esta atmósfera volátil debe adaptarse a los últimos tiempos. En el artículo de la ONU titulado “Una nueva era de conflictos y violencia”, destacan los diferentes tipos de conflictos a los que se enfrenta la población actualmente:

Conflictos arraigados. Esto confirma los datos mostrados anteriormente, ya que apunta a una disminución de la violencia intraestatal para dar lugar a conflictos con actores no estatales, entre ellos y también con Estados intermedios. Además, la globalización actual permite que los conflictos, por pequeños que parezcan, se “regionalicen” y aumenten su tensión. Según el informe, estos se ven alimentados principalmente por “cuestiones regionales no resueltas, la quiebra del Estado de Derecho, la ausencia o cooptación de las instituciones estatales, los beneficios económicos ilícitos y la escasez de recursos, exacerbada por el cambio climático“.

Crimen organizado, violencia urbana y doméstica. La acción criminal mata hoy en día a más personas que los conflictos armados. Según los datos del informe de 2017, superan en 411000 las personas asesinadas, y por aquellos a causa del terrorismo, en 481000. Como suelo decir, los asesinatos, las matanzas, se expresan en números naturales pero lo que nunca será natural es no tener otro número que cero en ellos. De hecho, la propia ONU es pesimista y realista al mismo tiempo sobre la consecución de la meta de reducción de la violencia del ODS 16, afirmando explícitamente que, si se sigue avanzando a este ritmo, “no se alcanzará en 2030“. Según el informe, la inestabilidad política que da lugar a la delincuencia organizada, incluidos los ataques contra la policía, las mujeres, los periodistas y los inmigrantes, son la principal causa.

  • El extremismo violento. Según el informe, en los países en fase de preconflicto o con bajos ingresos, el extremismo violento es alimentado principalmente por “los conflictos […], ya que más del 99% de las muertes relacionadas con el terrorismo se producen en países envueltos en conflictos violentos o con altos niveles de terror político“. Sin embargo, en los países con mayores ingresos, el informe concluye que se debe más a la “alienación social, la falta de oportunidades económicas y la participación del Estado en conflictos externos“. Destaca el uso perverso de la información para presentar a sus seguidores “objetivos” que variarán en función de su matiz ideológico, como los extremistas conservadores y los nacionalismos exacerbados, o aquellos cuya acción se basa en su particular y distorsionada visión de la religión, como los yihadistas o el pensamiento antiislamista.

Nuevas tecnologías. El informe llama la atención sobre el pérfido uso que puede hacerse de la inteligencia artificial y los nuevos desarrollos en los sectores biológico o químico. Como amenaza inminente, nombra los “ciberataques”, especialmente los que pueden afectar a las infraestructuras críticas en diferentes ámbitos. Por no hablar de los autómatas programados para matar como ejército paralelo.

La amenaza nuclear. Aunque es un hecho desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la existencia continuada de estas temibles armas no solo tiene un efecto disuasorio, sino que hace que los ciudadanos se sientan inseguros ante su posible uso.

En nuestro camino hacia la comprensión de las razones del uso de la violencia, la UNESCO estudia en un artículo de M. Patou-Mathis, titulado “The origins of violence que el aumento de la violencia “surgió en realidad con la sedentarización de las comunidades humanas y la transición de una economía depredadora de la naturaleza a una economía de producción, […] hacia el final del Paleolítico, es decir, unos 13.000 años antes de nuestra era”. 

Podríamos considerarlo como una “perversión” de la propiedad ante la necesidad humana de sobrevivir, que alimenta el miedo a no poder mantener ni al individuo ni a la comunidad. Esto puede ocurrir por la escasez de medios o por la interferencia de agentes externos (o internos). La UNESCO afirma que, según las pruebas de los descubrimientos arqueológicos y paleontológicos realizados hasta la fecha, la violencia utilizada por las especies humanas primitivas antes del Neolítico respondía en parte a necesidades “biológicas”.

El endocanibalismo (comer un cadáver de la propia comunidad), por ejemplo, formaba parte de los rituales, siendo menos numerosos los hallazgos de víctimas de la violencia, tanto externa como interna, aplicada con alevosía. Aunque también se explica que es difícil sacar conclusiones más precisas con muestras tan lejanas en el tiempo, se comprueba que “ninguna de ellas atestigua la existencia de violencia colectiva”, dando lugar a “solo unos pocos individuos [que] la sufrieron, lo que puede denotar la existencia de conflictos personales, raramente mortales, o de ritos de sacrificio”. 

Origen y futuro de la violencia

La UNESCO determina que hay varios factores que impidieron el estallido de la guerra tal como la conocemos hoy, como “una demografía débil, un territorio de subsistencia suficientemente rico y diversificado, la inexistencia de bienes acumulados y la presencia de estructuras sociales igualitarias y poco jerarquizadas”. 

Habría que trasladarse al 14340 o 13140 a.C. para encontrar restos humanos con huellas de violencia colectiva por posibles enfrentamientos, como los hallados en la necrópolis de Jebel Sahaba. Tal vez la evidencia más visual se encuentre en la Península Ibérica, donde en el Neolítico podemos encontrar escenas en pinturas de “combates entre grupos de arqueros”. Como se analiza en el texto, estas estaban influidas por el cambio social generado por el nuevo sistema productivo. La jerarquización, la protección de los excedentes alimentarios o su escasez debido a las desigualdades llevaron a las primeras civilizaciones a luchar contra otras y consigo mismas.

Desigualdades que llevaron a enfrentamientos por el poder y la propiedad de los recursos y medios. Así, según UNESCO, la violencia no sería innata al ser humano, sino que son factores externos los que le impulsan (pero no le obligan) a actuar con violencia.

Volviendo a la cuestión del uso legítimo (que no moral) de la fuerza, el CoE declara, de forma muy explícita, la relación del mundo real y actual con la violencia. La frase exacta es que “los actos violentos son a veces necesarios para proteger los derechos humanos de otras personas”. En otras palabras, el cumplimiento de los Derechos Humanos requería en ocasiones el uso de la fuerza contra quienes los violan o intentan violarlos. 

Si lo sopesamos, este es el principio básico de los Estados actuales, que tienen el “monopolio de la violencia” para proteger a sus ciudadanos de la violencia que a veces pueden ejercer entre ellos mismos. La razón de este postulado está justo detrás del Derecho Humano a la vida, que se sitúa en una escala de prioridades en primer lugar, por encima del propio uso de la violencia.

En todas estas investigaciones destaca el aspecto formal. Cuando se produce un acto de violencia, ya sea por parte de un agente del Estado o no, la reparación suele ser una consecuencia de las sentencias de los Tribunales de Justicia cuando se juzga al autor. Pero lo que nunca se puede reparar es la vida, dañada o completamente arrebatada.

Entonces, el motivo emocional nos llena las entrañas para pagar el daño, es decir, para “hacer pagar” el atentado contra la vida de los demás. Está en manos del ser humano moderno reflexionar profundamente sobre el uso de la fuerza para averiguar si, realizando actos similares a los anteriores, se consigue finalmente un objetivo mayor de paz.

¿La visión realista de la gestión y resolución de conflictos justifica el uso de la fuerza? ¿Este uso legítimo aceptado internacionalmente por todos los Estados resolvería realmente los problemas de conflicto, delincuencia o terrorismo en el mundo? ¿Es esto independiente de la persistencia de la violencia en el futuro? Estas y otras preguntas han tratado de ser respondidas en el episodio del Podcast de GEOPOL21 con Billy Batware y Foteini Zarogianni, ambos pertenecientes a la organización de iSCAN.

*Este artículo es la versión en castellano del publicado anteriormente en GEOPOL 21.

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