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Desmilitarización climática: ¿qué rol debe jugar la defensa frente al cambio climático?

Análisis

Elena Bueso Carrasco
Elena Bueso Carrasco
Graduada en Relaciones Internacionales y actualmente Máster en Seguridad Internacional. Su formación y experiencia se centran en el ámbito de la seguridad y defensa, con un enfoque particular en los retos globales contemporáneos, como la ciberseguridad, el cambio climático, la geopolítica y las dinámicas de cooperación internacional. Su interés profesional se orienta hacia la prospectiva en seguridad y defensa, analizando tendencias emergentes como los conflictos híbridos, la inteligencia estratégica y el impacto de las tecnologías avanzadas en la estabilidad global.

El cambio climático ya no es una amenaza futura, sino una emergencia que transforma todos los ámbitos de nuestra vida. Entre ellos, uno poco discutido: la defensa. En este artículo, Elena Bueso analiza qué papel deben jugar los ejércitos en un mundo que se calienta.

La crisis climática ha dejado de ser una amenaza futura para convertirse en una realidad palpable que afecta a todas las dimensiones de la vida humana: salud, economía, seguridad alimentaria, movilidad y, en un nivel menos discutido, seguridad y defensa.

Mientras los gobiernos del mundo se apresuran a responder a incendios forestales, inundaciones y olas de calor, las instituciones militares también se enfrentan a una disyuntiva fundamental: ¿cuál debe ser su papel en la lucha contra el cambio climático? ¿Son parte del problema o parte de la solución?

Este artículo explora la necesidad de una «desmilitarización climática», es decir, una redefinición profunda de los objetivos, estrategias y estructuras de defensa a la luz de la emergencia ecológica global.

El sector defensa como emisor de carbono

Los ejércitos del mundo son, paradójicamente, algunos de los mayores contribuyentes al cambio climático. Según un informe del Conflict and Environment Observatory (CEOBS), las fuerzas armadas globales emiten entre el 5% y el 6% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, más que países enteros como Alemania o Brasil. Solo el Departamento de Defensa de Estados Unidos consume más combustibles fósiles que cualquier otra institución del planeta. En 2017, se estimaba que emitió 59 millones de toneladas de CO2, más que Suecia o Portugal.

La razón de estas emisiones masivas está en el diseño de los sistemas militares modernos: aviones de combate, portaaviones, tanques, maniobras logísticas globales, bases distribuidas en cientos de países. Cada una de estas operaciones implica un gasto energético colosal, generalmente basado en combustibles fósiles.

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Además, las actividades militares escapan en gran parte a los sistemas de contabilidad climática bajo el Acuerdo de París, debido a exenciones negociadas por grandes potencias. Esto crea un vacío legal y político que debilita la coherencia de los compromisos climáticos globales.

Seguridad climática vs. seguridad tradicional

Tradicionalmente, el concepto de seguridad ha estado centrado en la defensa territorial frente a amenazas externas: ejércitos enemigos, terrorismo, conflictos interestatales. Sin embargo, el cambio climático desborda esta lógica. La subida del nivel del mar, la desertificación, los desplazamientos forzados por desastres naturales y la escasez de recursos se están convirtiendo en amenazas directas a la estabilidad de regiones enteras.

Por ejemplo, en el Sahel africano, la competencia por el agua y las tierras cultivables ha alimentado conflictos armados y aumentado la penetración de grupos extremistas. En Asia Pacífico, naciones insulares como Tuvalu o Kiribati están en riesgo existencial por el aumento del nivel del mar. En América Latina, los desplazamientos climáticos están reconfigurando las migraciones y la gobernanza de fronteras. Frente a estos fenómenos, la seguridad climática plantea una agenda distinta: prevención, resiliencia, adaptación y justicia ambiental.

Militarización de la agenda climática

En algunos países, en lugar de repensar el rol de la defensa, se ha optado por militarizar la agenda climática. Esto se traduce en aumentar el presupuesto militar para responder a desastres naturales, proteger infraestructuras críticas o controlar migraciones climáticas.

En Estados Unidos, el Pentágono ha incorporado el cambio climático como una «amenaza multiplicadora» en sus documentos estratégicos desde 2010. En la Unión Europea, la Estrategia de Seguridad reconoce al clima como un factor de riesgo geopolítico.

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Sin embargo, esta aproximación corre el riesgo de desvirtuar la naturaleza civil y social de la transición ecológica. Al centrar la respuesta en la seguridad nacional, se pueden reforzar lógicas de exclusión, vigilancia y control que obstaculicen las soluciones colectivas y justas. También puede desviar recursos de la acción climática real, como la mitigación de emisiones, la protección de ecosistemas o la transición energética.

La necesidad de una desmilitarización climática

La desmilitarización climática no significa prescindir de las capacidades militares frente a crisis climáticas, sino reconfigurarlas para que estén al servicio de la adaptación y la mitigación. Esto implica:

  1. Reducción de emisiones del sector defensa: Establecer objetivos claros de descarbonización, con auditorías independientes y rendición de cuentas. Algunas fuerzas aéreas están probando biocombustibles, y se exploran fuentes de energía solar en bases militares, pero se necesita mucho más.
  2. Transparencia climática militar: Incluir las emisiones militares en los reportes nacionales ante la CMNUCC (Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático), eliminando las exenciones actuales. Esto sería un paso fundamental hacia una gobernanza climática integral.
  3. Conversión de capacidades: Redirigir tecnologías militares hacia aplicaciones civiles resilientes: logística en zonas de desastre, construcción de refugios sostenibles, monitoreo con drones para incendios o derrames tóxicos.
  4. Fin de los conflictos por recursos: Impulsar acuerdos multilaterales para la gestión justa del agua, la tierra y los minerales críticos necesarios para la transición energética (como el litio o el cobalto). Evitar que la carrera por estos recursos derive en nuevas formas de extractivismo o colonialismo verde.
  5. Educación climática en las fuerzas armadas: Formar a militares en ciencia climática, derechos humanos y diplomacia ambiental. Una defensa climática debe ser también una defensa humanitaria y preventiva.

El papel de los países del Sur Global

Muchos países en desarrollo enfrentan una paradoja: son los más afectados por el cambio climático pero tienen menos capacidad de respuesta. En ese contexto, fortalecer sus capacidades de defensa frente a emergencias climáticas es esencial, pero debe hacerse sin replicar modelos militaristas ni depender de tecnologías del Norte Global. Proyectos como la Iniciativa Climática para la Paz, impulsada por la ONU, buscan fomentar capacidades locales, resiliencia comunitaria y mecanismos de prevención de conflictos.

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América Latina, por ejemplo, tiene un papel clave que jugar: posee vastos ecosistemas reguladores del clima (Amazonía, Andes, acuíferos), experiencia en diplomacia sur-sur y un potencial enorme para liderar una defensa climática basada en derechos humanos y justicia ambiental.

Retos y resistencias

La transición hacia una defensa climática enfrenta resistencias políticas e institucionales. En muchos países, las fuerzas armadas tienen gran autonomía presupuestaria y doctrinal, lo que dificulta introducir criterios climáticos en su planificación. Además, existe un temor de que hablar de desmilitarización implique debilitar la soberanía o la seguridad nacional.

También hay una falta de datos precisos y accesibles. Muchos países no publican información sobre el consumo energético de sus fuerzas armadas, lo que impide evaluar su impacto ambiental. Por último, los grandes contratistas militares tienen intereses económicos que no siempre están alineados con la agenda climática. Lockheed Martin, Boeing, BAE Systems o Raytheon se benefician de la continuidad del complejo industrial-militar.

Propuestas para una nueva doctrina de defensa

Una verdadera desmilitarización climática requiere una nueva doctrina de defensa. Algunas ideas clave incluyen:

  • Defensa civil-ambiental: Integrar a las comunidades en la gestión de riesgos y emergencias, con enfoque de justicia climática.
  • Cooperación regional en seguridad climática: Crear mecanismos multilaterales de prevención de conflictos por recursos, intercambio de datos climáticos y respuesta conjunta a desastres.
  • Presupuesto verde en defensa: Asignar una parte del gasto militar a proyectos de adaptación y resiliencia.
  • Instituciones mixtas: Fomentar agencias que integren capacidades civiles, ambientales y de defensa para responder a crisis complejas.
  • Nuevas alianzas globales: Participar en foros internacionales que impulsen la gobernanza climática desde la paz, como el Pacto de Escazú o la Iniciativa Climática para la Paz de la ONU.

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El cambio climático redefine nuestras prioridades, riesgos y responsabilidades. En ese contexto, el sector defensa debe transformarse radicalmente. No basta con adaptarse: debe asumir un papel activo en la transición hacia sociedades más resilientes, sostenibles y justas.

Desmilitarizar el clima no es debilitar la seguridad, sino fortalecerla desde una perspectiva más humana, ecológica y solidaria. En un mundo en llamas, la verdadera defensa no se mide en tanques ni misiles, sino en capacidad de cuidar la vida.

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