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Trastorno de Identidad Disociativo (TID): qué es, causas y cómo se trata

Análisis

Ana Gil
Ana Gil
Criminóloga y Profesora ELE. Máster en Neurocriminología por la Universidad de Valencia, Máster en Perfilación Criminal por la Universidad Internacional Isabel I de Castilla, Máster de Alta Especialización en Psicología Forense y Perfilación Criminal por EICYC, Perito Judicial en Psicología Forense certificado por EICYC, Certificado profesional en Ciberseguridad de Google a través de Coursera, Certificado profesional en Inteligencia Artificial de Google a través de Coursera, Cursando el Grado en Lengua y Literatura en la Universidad de Burgos y el Máster en Ciberdelincuencia en la Universidad Internacional de La Rioja.

El Trastorno de Identidad Disociativo (TID) sigue siendo uno de los trastornos mentales menos comprendidos por la sociedad. Su diagnóstico, tratamiento y causas siguen generando debate incluso entre profesionales de la salud mental. ¿Qué hay detrás de esta compleja condición que fragmenta la identidad de quienes la padecen?

En la cultura popular, el Trastorno de Identidad Disociativo (TID) ha sido retratado como un fenómeno casi fantástico. Una persona con varias personalidades completamente opuestas, conviviendo dentro de un mismo cuerpo, algunas incluso con habilidades y recuerdos distintos.

Este retrato, muchas veces sensacionalista, ha contribuido a la confusión generalizada y al estigma que rodea esta compleja y grave condición psicológica.

Sin embargo, detrás del mito existe un trastorno profundamente ligado al trauma y a los mecanismos más extremos de defensa de la mente humana. En este artículo vamos a explorar el TID desde una perspectiva clínica, desentrañando su origen, diagnóstico, tratamiento, representación y estigma social. Este trastorno es tan desconocido y hay una falta flagrante de referentes clínicos, que vamos a usar referencias a materiales audiovisuales. 

¿Qué es el Trastorno de Identidad Disociativo?

El TID, anteriormente conocido como trastorno de personalidad múltiple, está clasificado en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5). Se considera un trastorno disociativo caracterizado por la presencia de dos o más identidades o estados de personalidad distintos.

Estas personalidades o «alters» recurrentemente toman el control del comportamiento del individuo. Además, se acompaña de una incapacidad para recordar información personal importante.

Cada identidad o «alter» puede tener su propio nombre, historia, características, habilidades e incluso preferencias. Un ejemplo muy excesivo es el de la película Yo, yo mismo e Irene (2000), en la que Jim Carrey interpreta a un personaje con TID, y sus dos personalidades son extremadamente diferentes, mostrándose de un modo cómico y equivocado.

Estas identidades surgen como respuesta a contextos emocionales o situaciones traumáticas y estresantes. Muchas veces el paciente no tiene conciencia de sus «cambios», experimentando episodios de amnesia disociativa.

Es importante destacar que en la disociación existe un espectro. Mientras muchas personas pueden experimentar momentos puntuales como «soñar despiertos», en el TID esta desconexión alcanza niveles que interfieren gravemente con la vida cotidiana del individuo. No solo no recuerda qué hizo, sino que sufre una desrealización y despersonalización muy grave.

Un ejemplo claro que suelen reportar las personas con este trastorno es que, simplemente, en algún momento o día se «despiertan» y se encuentran con que ha pasado una semana. No saben dónde están; por ejemplo, acaban en una ciudad a cientos de kilómetros de donde estaban. También pueden descubrir de repente que ciertas personas desconocidas en realidad claman conocerles, además con otros nombres, profesiones, etc.

Causas que forman a las identidades disociadas

La causa más reconocida del TID es el trauma severo, especialmente en la infancia. Varios estudios han demostrado que entre el 85 % y 90 % de los pacientes con TID han sufrido abuso sexual. La cifra pasa a un 90 % o incluso 100 % si incluimos cualquier tipo de abuso físico o emocional.

En la mayoría de los casos, el abuso sucede bajo el paraguas del abuso infantil, particularmente si ocurre en un entorno donde el niño no puede escapar. Cuando sus abusadores son quienes deberían cuidarle, esto obliga a su mente en desarrollo a fragmentarse como mecanismo inconsciente de protección. Como con el Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT), no está claro por qué hay niños que sí lo desarrollan y otros que, con las mismas vivencias, no lo hacen.

La teoría estructural de la disociación, desarrollada por Van der Hart, Nijenhuis y Steele (2006), postula que el «yo» se divide en múltiples partes como resultado de una incapacidad del niño para gestionar experiencias traumáticas. En lugar de procesar el trauma, el niño «se convierte en otro» para sobrevivir a situaciones insoportables. Esto sucede porque «el alter que sufre el maltrato» permite que su identidad primigenia sea ajena a todo lo que ha ocurrido.

Es como si el inconsciente del niño eligiese, de forma autónoma, provocar una «ausencia» en el momento, y amnesia posteriormente. Lo excéntrico ocurre cuando esa persona empieza a experimentar una crisis de identidad. Es como si el inconsciente, que hemos dicho que toma el control, no se sintiera representado con la personalidad primigenia y decidiera adquirir una identidad distinta.

No siempre son identidades completas y complejas. A veces hay un alter simple que aparece solo bajo determinadas circunstancias, sin reclamar nada más, ni siquiera un nombre. Por ejemplo, es el caso de los «alters» llorones (que solo lloran), los bebés e incluso objetos.

Otros alters son mucho más completos, con nombres propios, historias, nacionalidades, gustos, habilidades, etc. A veces eligen ellos su nombre e identidad. Otras veces, simplemente saben que son otra «persona» y, junto con el «núcleo» (identidad principal), encuentran una historia que encaje.

Incluso existen extraterrestres, animales fantásticos, muebles, etc., aunque lo más común es que al menos uno de ellos sea del sexo opuesto, un infante y un «persecutor» que es más rudo y antipático. Un ejemplo de esto es el caso de Billy Milligan (1955–2014), el primer delincuente que usó el TID como defensa en un juicio en Estados Unidos. Alegó que era «Ragen», un yugoslavo ladrón; «Tommy», un violador agresivo; o «Adalana», una chica de 19 años que también cometía violaciones. Tenía 24 personalidades distintas.

El TID diagnosticado como un trastorno independiente

El diagnóstico del TID es un desafío tanto clínico como conceptual. Su parecido con otros trastornos (como la esquizofrenia, la bipolaridad o el trastorno límite) hace que a menudo se diagnostique de forma errónea.

Realmente existe una gran polémica al respecto. Algunos sectores de la comunidad científica han cuestionado su existencia, argumentan que podría tratarse de un trastorno iatrogénico, es decir, inducido por los propios terapeutas. Según este sector, ocurriría a través de la sugestión, hipnosis, o implantación de recuerdos falsos, como defiende Elizabeth Loftus.

Esta controvertida psicóloga sugiere que los recuerdos reprimidos son falsos. Afirma que se podría convencer a cualquier persona de que sufre una enfermedad, de que tiene ciertos comportamientos (como presentarse con otro nombre y acentos), o de que ocurrieron cosas que nunca pasaron. Se basa, entre otras cosas, en el «Satanic Panic» que surgió en Estados Unidos en los años ochenta, en el cual mucha gente fue convencida de que había sido abusada por sectas satánicas.

Algunos profesionales defienden una postura conocida como modelo sociocognitivo. Sostiene que el TID podría ser una dramatización inconsciente, principalmente inducida por ciertos psicólogos. Un caso real es el de Sybil, que fue diagnosticada por su psiquiatra seguidora de Freud. Esta doctora se lucró de divulgar su historia, escribiendo libros, dando conferencias, etc. Posteriormente, Sybil escribió una carta (1958) explicando que nunca había padecido este trastorno y que se sintió confundida y presionada por Wilbur. 

No obstante, la evidencia acumulada en neuroimagen, estudios longitudinales y relatos consistentes de pacientes ha consolidado la legitimidad del TID como diagnóstico clínico real.

En particular, estudios de resonancia magnética funcional (fMRI) sugieren que existen diferencias en la activación de ciertas regiones cerebrales dependiendo de la identidad que esté dominante en el individuo. Por ejemplo, se han observado cambios en la activación del hipocampo entre las distintas sub personalidades de un mismo paciente. También se activan diferentes zonas a las que se muestran en imágenes de pacientes de esquizofrenia, trastorno límite de la personalidad, etc. 

La psicoterapia es opción primaria y esencial. La metodología depende del paciente y no existe un método común entre todos los casos. En general, los terapeutas buscan estabilizar al paciente, hacerle sentir cómodo, fomentar la comunicación entre las identidades y trabajar gradualmente hacia una integración funcional o completa del «yo». Es decir, que se «unan las partes». De todas formas, en muchos casos, los pacientes encuentran una forma funcional de convivir con sus «alters», construyendo una vida relativamente estable y autónoma.

Representación del Trastorno de Identidad Disociativo en el cine

Desde películas como Sybil (1976), El club de la lucha (1999), Psicosis (1960) o Múltiple (2016), el TID ha sido representado de manera sensacionalista como un trastorno peligroso o incluso sobrenatural. 

Estas representaciones, aunque generan fascinación, distorsionan la realidad clínica y aumentan el estigma hacia quienes realmente lo padecen. 

Circulan muchos mitos, como la idea de que siempre hay al menos una personalidad que es un psicópata dispuesto a matar. O que tienen una especie de poder sobrenatural. Obviamente, estas narrativas generan desinformación y perpetúan la idea de que quienes padecen enfermedades mentales son peligrosos. Sin embargo, en realidad, la gran mayoría son personas que han desarrollado un mecanismo de defensa extremo ante situaciones críticas. Son víctimas, no amenazas.



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