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El futuro medioambiental bajo la nueva presidencia de Donald Trump

Análisis

Victoria Cabrera
Victoria Cabrera
Alumna del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico de LISA Institute. A nivel académico, es tesista en Relaciones Internacionales por la Universidad Católica Argentina (UCA). Ha participado en seminarios y congresos sobre política exterior de Estados Unidos, ciencia política y seguridad, incluyendo el Seminario Tormenta Conjunta en el Colegio Militar de la Nación Argentina. A nivel profesional, ha trabajado en el proyecto de extensión universitaria "La Paz: Gestión Solidaria" del Municipio de La Paz (Entre Ríos, Argentina), colaborando en economía social y solidaria para la integración comunitaria. Actualmente, se especializa en la creación de contenido digital y gestión de redes sociales para marcas, combinando comunicación estratégica y creatividad.

El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca marca un giro en la política medioambiental de Estados Unidos. Sus decisiones, como la retirada del Acuerdo de París y el impulso a los combustibles fósiles, vuelven a generar tensiones globales. En este artículo, la alumna del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico de LISA Institute, Victoria Cabrera, analiza cómo su nueva administración desafía los compromisos internacionales en la lucha contra el cambio climático.

Donald Trump asumió una vez más la presidencia de los Estados Unidos. Su regreso al poder ha generado una gran incertidumbre respecto a la cuestión medioambiental en su nuevo mandato. Su segunda presidencia revive tensiones del pasado, especialmente en torno a su credibilidad sobre el cambio climático, su cooperación global respecto al tema y las medidas que tome respecto al impulso de la industria petrolera.

«Donald Trump vuelve al poder, abriendo paso a una nueva era de incertidumbre».

Durante su primera presidencia (2017-2021), tanto en la campaña como durante su gestión, Trump se encargó de revertir los avances medioambientales logrados durante el mandato de Barack Obama. Él y los funcionarios designados se concentraron en cuestionar la legitimidad de la ciencia climática. Con ello, retrotrajeron el discurso a un tiempo pasado con posturas que parecían obsoletas.

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Un ejemplo de esto fue el regreso de la dicotomía entre desarrollo económico y emisiones de carbono. El Acuerdo de París promueve una economía de bajas emisiones, procurando incluir a todos los actores y desacoplar este binomio, propio del debate ambiental desde los años sesenta. Sin embargo, Donald Trump se encaminó en otra dirección al considerar el acuerdo injusto para los Estados Unidos.

Por eso, su decisión de retirar a los Estados Unidos del Acuerdo de París en 2017 marcó un cambio brusco en la postura internacional medioambiental del país. Con el foco puesto en la industria nacional y la economía interna, también priorizó la industria fósil sobre las energías renovables. Además, mantuvo una retórica escéptica sobre el cambio climático, reflejando un enfoque opuesto al de la administración anterior de Barack Obama. Esto se evidencia en uno de sus discursos:

«Para proteger a los trabajadores estadounidenses, retiré a Estados Unidos del injusto y unilateral Acuerdo Climático de París. Era un pacto muy injusto para nuestro país», dijo Trump durante la cumbre del G20, organizada de forma virtual por Arabia Saudita.

Este discurso generó tensiones diplomáticas con sus aliados históricos, como la Unión Europea y otros países presentes en la Cumbre. También tuvo un impacto negativo en sus compromisos internacionales en la lucha contra el cambio climático.

Si nos remontamos a la historia, Estados Unidos ha sido reconocido como uno de los países más avanzados y desarrollados del mundo. Esto se debe a su alto nivel de industrialización, su desarrollo económico y militar, y el tamaño de su PIB, entre otros indicadores.

En ese mismo sentido, también es uno de los principales contaminadores del medio ambiente a nivel global. Durante décadas, ha desarrollado su industria basada en combustibles fósiles. Como es bien sabido, estos son una de las principales fuentes de contaminación causadas por el ser humano.

«Con base en datos recabados desde 1850 hasta 2011, por el Centro de Análisis de Información sobre Dióxido de Carbono, determinó que Estados Unidos es responsable del 27% de las emisiones de CO₂ a nivel mundial, considerándolo un contaminador histórico. El cálculo por persona refleja que los estadounidenses son quienes realizan más emisiones de este gas de efecto invernadero. Cada habitante de ese país emitió 16,39 toneladas métricas, que superan las 13,53 de Canadá y 12,47 de Rusia».

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A esto se le agrega una cultura social de alto consumo. La población vive, en su gran mayoría, bajo una cultura de hiperconsumismo, lo que genera que el consumo per cápita de recursos también sea bastante alto.

Ahora bien, este país ha tenido un movimiento pendular abrupto respecto a este tema. Desde la década de los 90, cuando se firmó el Protocolo de Kioto, un acuerdo internacional para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, y el Estatuto de Roma, instrumento constitutivo de la Corte Penal Internacional. Ambos acuerdos fueron adoptados durante la presidencia de Bill Clinton, pero en 2002, bajo la administración de George W. Bush, Estados Unidos se retiró de ellos.

Algo similar ocurrió con el cambio de mandato entre Barack Obama y Donald Trump. La administración republicana adoptó una postura contraria, lo que llevó a la salida del Acuerdo de París en 2020.

Su postura medioambiental reflejó un enfoque de política exterior menos centrado en la cooperación internacional en materia climática y más orientado a lo que definió como intereses económicos nacionales. Este cambio en la orientación de Estados Unidos respecto al medio ambiente generó tensiones diplomáticas y críticas por parte de otros países y actores multilaterales.

Continuando con la presidencia de Biden (2021-2025), este buscó volver a los acuerdos y vinculaciones con países estratégicos para Estados Unidos. Durante su gestión, Estados Unidos volvió a formar parte del Acuerdo de París en 2021. 

«El presidente Joe Biden ha firmado una orden ejecutiva para que su país se una nuevamente al Acuerdo de París, firmado por 194 naciones, y que busca mantener el aumento de la temperatura global de este siglo por debajo de los 2 °C para evitar más eventos climáticos extremos».

Si bien recibió críticas de varios sectores, durante su gestión intentó restaurar la credibilidad internacional del país en temas medioambientales y recuperar su liderazgo. Para ello, reconstruyó alianzas con actores clave como la Unión Europea y se comprometió a aumentar los fondos destinados a países en desarrollo para enfrentar el cambio climático.

Aunque sus promesas de avanzar sobre las energías renovables tuvieron sus limitaciones económicas y políticas, dejó un avance escaso y poca satisfacción respecto al tema. Esto bien lo pudo aprovechar Trump en su campaña electoral para llenar ese hueco de insatisfacción en el ciudadano norteamericano.

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Ahora sí, las promesas de campaña para su candidatura mencionaban su intención de volver el foco a la industria nacional a través de la producción de petróleo para así reducir los costos del mismo

«Una de las promesas más frecuentes de Trump, repetida en casi todos los discursos de campaña, es el compromiso de aumentar la perforación petrolera en los Estados Unidos».

Dejando de lado así la Agenda Verde y con ello incluso implementar el fracking como una herramienta más de obtención de recursos, junto con el gas natural, el carbón y otros. Tanto es así que, a tan solo días de su asunción, sus primeras medidas estuvieron enfocadas en la desvinculación de Estados Unidos del Acuerdo de París. Además, declaró la emergencia nacional energética.

«Además, el nuevo mandatario ordenó eliminar los compromisos financieros que había hecho la pasada Administración. Es un punto álgido, porque Biden incrementó el dinero prometido para que los países en desarrollo lo utilizaran en materia climática al pasar de los 1.500 millones de dólares que propuso dar Estados Unidos en 2021 a más de 11.000 millones en 2024, según cifras del Departamento de Estado».

Trump ha manifestado en varias ocasiones la necesidad de aumentar la producción de petróleo mediante el uso del fracking e incrementar el uso de energías fósiles, como el gas natural y el carbón. Este cambio de postura internacional perjudica y amenaza los esfuerzos de los países miembros de acuerdos internacionales, como el Acuerdo de París y otros.

La presidencia de Donald Trump plantea un escenario de gran incertidumbre para el futuro medioambiental global. Su enfoque unilateral, centrado en la protección de intereses económicos domésticos, contrasta con la necesidad de cooperación internacional para abordar la crisis climática. 

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«En otra orden ejecutiva, Trump aprobó la exploración y la explotación de petróleo y gas dentro del Refugio Nacional de Vida Silvestre del Ártico, que está en Alaska». Reactivando la decisión de su gestión anterior en explorar y perforar zonas de protección nacional. 

Mientras el cambio climático avanza, sus consecuencias se hacen más evidentes en todo el mundo. Las decisiones de uno de los países más influyentes, productivos e industriales generan un impacto global. Estados Unidos ha demostrado una postura cambiante en materia medioambiental, que puede variar drásticamente de un presidente a otro. Esto dificulta su credibilidad, liderazgo y el compromiso del resto del mundo en la lucha contra el cambio climático.

Frente a esta incógnita y postura adversa por parte del nuevo presidente, se plantea un desafío significativo para la comunidad internacional respecto al cambio climático. Aunque esto no debería de significar el desaliento de los diversos países que ponen sus esfuerzos en mitigar los efectos del cambio climático.

Al tratarse de un problema global, es fundamental seguir uniendo esfuerzos. Además, es necesario mantener una participación activa para avanzar hacia los objetivos propuestos en las distintas cumbres y acuerdos multilaterales.


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