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Más allá del atentado terrorista de Moscú: 3 escenarios en clave geopolítica

Análisis

Roberto Mansilla Blanco
Roberto Mansilla Blanco
Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Con experiencia profesional en medios de comunicación en Venezuela y Galicia. Entre 2003 y 2020 fue analista e investigador del Instituto Galego de Análise e Documentación Internacional, IGADI (www.igadi.org). Actualmente colaborador en think tanks (esglobal) y medios digitales en España y América Latina. Redactor Jefe en medio Foro A Peneira-Novas do Eixo Atlántico (Editorial Novas do Eixo Atlántico, S.L) Actualmente cursa el Máster de Analista de Inteligencia en LISA Institute.

Considerado como «la peor matanza terrorista en dos décadas en Rusia», el atentado acaecido el pasado 22 de marzo de 2024 en el Crocus City Hall en Moscú, plantea dos hipotéticas autorías: una ya revelada a través de la reivindicación del mismo por parte de una facción del Estado Islámico denominada el Gran Khorasán (ISIS-K) asentada en Afganistán y Asia Central; y la línea de investigación defendida por el gobierno ruso sobre la presunta autoría de Ucrania.  En este análisis, el alumno del Máster Profesional de Analista de Inteligencia de LISA Institute, Roberto Mansilla Blanco expone tres enfoques en clave geopolítica.

Bajo un contexto determinado por las guerras en Ucrania y Gaza, esta última súbitamente alterada por la resolución del alto al fuego adoptada el pasado 25 de marzo de 2024 por parte del Consejo de Seguridad de la ONU, el presente análisis se enfocará en interpretar las dos hipótesis de autoría del atentado (ISIS-K; Ucrania) y cómo las mismas podrían reformular las prioridades geopolíticas globales.

ISIS-K: el retorno del yihadismo

Pocas horas después del atentado en Moscú, su autoría fue reivindicada por una facción del Estado Islámico denominada del Gran Khorasán (ISIS-K). A principios de marzo, los servicios de inteligencia de Estados Unidos y Gran Bretaña habían advertido a sus similares rusos del FSB sobre la posibilidad de un atentado del Estado Islámico en territorio ruso. La reacción del Kremlin fue virulenta: el presidente Vladímir Putin lo calificó de «chantaje». Sin hasta ahora aportar pruebas convincentes, el gobierno ruso se ha esforzado en implicar a Ucrania detrás del mismo.

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No obstante, la reivindicación del ISIS-K evidenciaría el retorno del yihadismo a través de importantes atentados terroristas en grandes capitales. Cuatro días después del atentado, el propio Putin se vio en la obligación de reconocer la autoría de «islamistas radicales». Con visibles síntomas de haber sido previamente golpeados y torturados, fueron detenidos algunos sospechosos de origen tayiko.

La súbita reaparición de una célula del ISIS a través de este atentado en Rusia ha provocado reacciones inmediatas en Europa, foco de atención estratégico para el yihadismo terrorista. Especialmente sensible ha sido París, que acogerá los Juegos Olímpicos este verano, al anunciar medidas de seguridad especiales.

Tanto el gobierno de Estados Unidos como el presidente francés Emmanuel Macron y la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula Von der Leyen, mostraron sus condolencias «con el pueblo ruso», evitando mencionar al gobierno de Putin. Por su parte el Alto Comisario de Política Exterior y de Seguridad de la UE, Josep Borrell, declaró que Europa «está colaborando con los servicios de inteligencia rusos» para esclarecer la autoría del atentado, reforzando la tesis de autoría del ISIS-K y descartando la hipótesis ucraniana que maneja el Kremlin.

El atentado y la detención de ciudadanos de origen tayiko como sospechosos por parte de las autoridades rusas abre otro escenario interno en ese país: definir cómo será a partir de ahora la situación de las minorías étnicas centroasiáticas dentro de la Federación rusa, en particular ante la posibilidad de convertirse en «chivos expiatorios» para el Kremlin. El yihadismo siempre ha colocado a Rusia entre sus objetivos argumentando la presencia de numerosas comunidades musulmanas (especialmente tayikos, kirguizos, chechenos, daguestaníes y tártaros) e intentando explotar, en algunos casos, sus demandas autonomistas y secesionistas así como síntomas de posible malestar con la predominante etnia rusa y eslava.

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Como motivo estratégico para atentar en Rusia, el ISIS-K también condena la intervención militar rusa en Siria a partir de 2015 que favoreció el mantenimiento en el poder el régimen de Bashar al Asad y el apoyo que Moscú y Beijing le han otorgado al régimen talibán para su retorno al poder en Afganistán a partir de 2021, un notorio triunfo geopolítico estratégico para el eje sino-ruso ante la retirada estadounidense y occidental del país centroasiático. El ISIS-K ha declarado al talibán como su enemigo.

Otro factor de condena del yihadismo contra Rusia ha sido la desarticulación del efímero Emirato Islámico en el Cáucaso tras la recuperación por parte del Kremlin del control en Chechenia y del Cáucaso ruso a partir de 2009. Debe recordarse la presencia de combatientes chechenos al lado de las fuerzas rusas en Ucrania, esta vez otros chechenos lo hacen al lado de las fuerzas ucranianas contra Rusia. Este último aspecto, el de chechenos luchando al lado de Ucrania en el frente militar, ha recreado la hipótesis del Kremlin de una posible implicación de «islamistas radicales» amparados por Kiev y sus aliados occidentales.

Este retorno del yihadismo al centro de atención internacional determina un nuevo escenario geopolítico. Tanto Rusia, Europa e incluso en Estados Unidos, como otros países con peso estratégico como Turquía y China pueden verse igualmente afectados, tomando en cuenta su proximidad geográfica con escenarios conflictivos y de presencia del yihadismo como el Cáucaso, Medio Oriente, Asia Central y Afganistán. En el caso chino, estaría por ver si la actuación del ISIS-K podría implicar una renovación de las ansias irredentistas y separatistas de la comunidad uigur en la región de Xinjiang, principal vía de acceso de China en Asia Central.

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Por otro lado, está por ver si esta amenaza yihadista vía ISIS-K y de otros grupos así como la voluntad de Estados Unidos y la UE de colaborar con Rusia podrían implicar otro escenario hipotético: una tentativa occidental orientada a reducir las tensiones con Rusia argumentando la amenaza de un enemigo común, en este caso el terrorismo yihadista. En el foco podría estar la posibilidad de reproducir en Ucrania un alto al fuego, como el recientemente adoptado por el Consejo de Seguridad de la ONU en Gaza.

Ucrania: ¿hacia un recrudecimiento de la guerra? 

La línea de acusación de Putin tras el atentado de Moscú ha sido vincular a Ucrania en el mismo. Para el Kremlin, los sospechosos detenidos se dirigían hacia ese país donde, según fuentes rusas, «se había preparado una vía de escape para que cruzaran la frontera». El presidente ruso prometió «venganza» con un tono muy similar al que en el pasado había empleado contra terroristas chechenos.

Esta declaración ha sido interpretada en Occidente como el posible recrudecimiento de las operaciones militares rusas en suelo ucraniano. En los últimos días, se han observado fuertes ataques de la fuerza aérea rusa contra infraestructuras energéticas ucranianas, así como a la estratégica ciudad de Odesa, cuyo puerto le permite a Ucrania seguir operando en el Mar Negro. También fue atacada en Kiev la sede del SBU, el servicio ucraniano de seguridad e inteligencia.

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Como era de esperar, desde Kiev y Occidente se ha negado categóricamente esta presunta implicación ucraniana en el atentado de Moscú. Toda vez, el gobierno de Volodímir Zelenski atribuye este atentado a precedentes de los propios servicios de seguridad rusos, recreando así un paralelismo con los atentados de agosto de 1999 en el sur de Rusia (que causaron más de 300 muertos), poco después de la llegada de Putin al poder como primer ministro. Entonces, el Kremlin culpó a los terroristas chechenos, pero varias fuentes de investigación apuntan a la presunta autoría del FSB ruso para justificar una segunda fase de la guerra en Chechenia.

Si bien Putin reconoció este 25 de marzo la autoría de «islamistas radicales», el Kremlin sigue manejando a Kiev como la principal línea de investigación detrás del atentado, reproduciendo una posición similar a la que justificó la invasión militar para «desnazificar a Ucrania». Incluso Moscú apunta también a Occidente: la portavoz del gobierno ruso, María Zajárova criticó a Washington por no otorgar la información suficiente en el momento de advertir sobre esta posibilidad de atentado terrorista. Salvo las tibias condolencias de Estados Unidos y la UE, el gobierno ruso también ha criticado que el atentado de Moscú no ha generado una oleada de solidaridad internacional hacia su país como lo fueron, por tomar algunos ejemplos, el 11-S en Estados Unidos o los recientes atentados de Hamás contra Israel en octubre pasado.

Medios informativos simpatizantes o incluso vinculados al Kremlin vía redes sociales, especialmente Telegram han recreado la tesis de una supuesta «implicación chechena e islamista» vía combatientes chechenos a favor de Ucrania que mantendrían una posible conexión con el ISIS-K y otros movimientos yihadistas en el Cáucaso y Asia Central para atentar en Rusia.

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No obstante, la posición oficial del Kremlin parece definir un prisma de cierta obstinación por «ucranizar» el atentado terrorista de Moscú, vinculando así también a Occidente. El trasfondo de esta estrategia discursiva podría evidenciar la posibilidad de que Putin utilice el atentado para dar curso a una nueva fase de la guerra en Ucrania, pasando ahora más claramente a la ofensiva militar tras el fracaso de la contraofensiva ucraniana de 2023 y aprovechando cierto nivel de desgaste en Occidente por la causa ucraniana, a pesar de las promesas de ampliar la ayuda militar y las expectativas europeas de acelerar una estrategia defensiva propia, colocando a Rusia como principal amenaza.

Surgen así especulaciones sobre la posibilidad de que, tras este atentado y aprovechando la conmoción interna en Rusia, el Kremlin esté preparando a su población para acelerar un proceso de movilización masiva de efectivos militares hacia Ucrania para alimentar y reacondicionar las tropas allí existentes. A ello contribuye también la opacidad informativa del gobierno ruso sobre las bajas militares rusas en Ucrania.

Para Rusia aparecerían así dos puntos estratégicos en el frente militar ucraniano: la toma de Járkov, clave para la entrada al centro de Ucrania y crear una tenaza en torno a la capital Kiev; y la ya mencionada Odesa, donde habita una numerosa comunidad ruso parlante y es apetecida por Rusia para terminar de expulsar a Kiev de cualquier control sobre un Mar Negro cada vez más «rusificado».

El atentado y la geopolítica global: Washington busca retomar la iniciativa

El retorno del yihadismo terrorista al centro de atención internacional tras el atentado de Moscú, así como la reciente aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU de aplicar un alto al fuego en Gaza, son variables que podrían reformular las prioridades geopolíticas de los principales actores a nivel global tomando en cuenta un 2024 electoralmente decisivo, particularmente en el caso de las elecciones presidenciales estadounidenses de noviembre próximo.

Cobra aquí importancia observar cuál será la estrategia que adopte Washington, especialmente de cara a sus aliados occidentales, a la hora de eventualmente recolocar al yihadismo terrorista como una amenaza global prioritaria y de qué manera esta perspectiva podría condicionar cierta resolución, vía alto al fuego, de ambos conflictos (Ucrania y Gaza) a fin de evitar que empañen la campaña electoral estadounidense y más ante la posibilidad de retorno del Donald Trump a la Casa Blanca, con su conocida afinidad con Putin, su desprecio por la ayuda a Ucrania y sus constantes críticas hacia el mantenimiento del actual esquema de colaboración atlantista vía OTAN.

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La abstención estadounidense en la votación del Consejo de Seguridad de la ONU sobre el alto al fuego en Gaza implica un toque de atención hacia el gobierno de Benjamín Netanyahu, un aliado estratégico de Washington que puede observar a partir de ahora un proceso de cierto aislamiento político que implique paralizar las operaciones militares israelíes en Gaza. 

Por otro lado, Estados Unidos y Europa podrían reutilizar el recurso de la amenaza del yihadismo terrorista como «enemigo global común» con la finalidad de reabrir canales de entendimiento y de persuadir a una Rusia que se ha mostrado vulnerable en su seguridad interna tras el atentado en Moscú a la hora de reproducir en Ucrania un alto al fuego similar al de Gaza. Una expectativa hasta ahora inaceptable para el Kremlin, que parece más convencido en profundizar la guerra sin aparentemente abrir algún tipo de canal de reapertura en sus tensas relaciones con Occidente. La percepción en Moscú se enfoca en su capacidad para desequilibrar militarmente a su favor el frente ucraniano y de resistir con cierta fluidez a las sanciones occidentales.

Por el contrario, está China, aliado estratégico ruso y principal epicentro de un eje euroasiático desafiante para la hegemonía atlantista vía Washington. Las expectativas estadounidenses de intentar «atraer» a Rusia a un mayor entendimiento con Occidente tras el atentado terrorista podría implicar un interés geopolítico concreto: condicionar al eje euroasiático sino-ruso (igualmente fortalecido con aliados como Turquía, Irán, India y Corea del Norte) a abrir canales de colaboración con Occidente en un momento de escalada de tensiones (Ucrania, Taiwán, AUKUS, Asia Oriental) Neutralizar la capacidad estratégica sino-rusa es un imperativo para Washington y más cuando Beijing (y otros aliados como Turquía) ha impulsado iniciativas de negociación en Ucrania y también en Gaza.

Washington buscaría así retomar la iniciativa geopolítica a nivel global intentando reproducir la noción de una nueva estrategia de «guerra global contra el terrorismo yihadista», pero evitando asimilarla a la adoptada por la administración de George W. Bush (2001-2009), cuyos resultados han sido muchas veces contraproducentes en materia de seguridad, derechos humanos (Guantánamo, vuelos ilegales de la CIA) y geopolíticos, precisamente porque aceleró la concreción del eje euroasiático sino-ruso.

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