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¿Bajo qué nombres ha operado el ISIS a lo largo de los años y por qué?

Análisis

Óscar Sainz de la Maza
Óscar Sainz de la Maza
Analista de Terrorismo y autor del libro "El siglo que acabó con la sangre".

Muchos conocen los últimos momentos del ISIS, pero pocos saben cómo se forjó esta banda a lo largo de 13 años. Todo empezó cuando un terrorista jordano llamado Abu Musab al-Zarqawi puso en práctica su sueño de llevar la muerte a aquellos que consideraba “apóstatas”: los musulmanes chiíes. En este artículo el analista de Terrorismo y autor del libro “El siglo que acabó en sangre”, Óscar Sainz de la Maza, explica por qué la organización terrorista pasó por cinco nombres distintos desde el liderazgo de Abu Musab al-Zarqawi, el cambio de narrativa de Haji Bakr o la presión de Siria.

Son célebres los últimos y dramáticos momentos del “Estado Islámico de Irak y al-Sham”, con la caída de sus ciudades principales y la operación de liquidación de su “Califa” en un ataque relámpago contra su guarida de Idlib. Menos conocidos, sin embargo, son los inicios de aquella banda que marcó una época.

Lo cierto es que, para entenderlos, se han de tener en cuenta dos factores algo particulares. Primero, la banda no siempre se llamó así —pasó hasta por cinco nombres distintos— y segundo, sus esencias, por el contrario, siempre fueron las mismas porque derivaban de las fobias personales de un líder muy particular, que se proyectaron sobre el grupo entero.

Este líder fue un jordano llamado Ahmad Fadil al-Nazal al-Khalayeh. Su apodo, mucho más conocido, era Abu Musab al-Zarqawi. Provenía de una clase social notablemente inferior a la de la mayoría de comandantes yihadistas, que por lo general vienen de una clase acomodada y con estudios. Al-Zarqawi heredó de su mentor ideológico, el clérigo Abu Mohammed al-Maqdisi, un odio especial hacia los musulmanes chiíes. Estos comprenden una rama del Islam distinta al mayoritario Islam suní, del mismo modo que los protestantes representan una rama diferente del cristianismo a la católica. Al-Zarqawi consideraba “apóstatas” a los chiíes y, por tanto, deseaba castigarles tanto o más que al resto de sus enemigos.

Al-Zarqawi se engancharía en dos ocasiones a la galaxia de grupos que orbitaban en torno a la Al Qaeda de Osama bin Laden. Al Qaeda actuaba ya desde principios de los noventa como nave nodriza de otras bandas, proporcionando entrenamiento y recursos de forma discreta, pero a finales de la década había comenzado a perpetrar sus propios atentados, cuya magnitud crecería escandalosamente.

El origen del ISIS: la banda “Monoteísmo y Yihad”

La primera ocasión en que Al-Zarqawi colaboró con Bin Laden fue en 1999, quien le proporcionó —de forma reticente, dado el nivel de fanatismo e impetuosidad de Zarqawi— un campo de entrenamiento en Herat, donde el jordano bautizó a su nueva banda como Al-Tawhid wal Yihad, “Monoteísmo y Yihad.” Todo esto se vino abajo, no obstante, cuando los afganos del Norte y los norteamericanos desalojaron al gobierno talibán en 2001 y expulsaron a Al Qaeda del país.

La segunda ocasión tuvo mucha más importancia. Tras los atentados del 11S, Al Qaeda era inmensamente popular entre los yihadistas, pero estaba cada vez más acosada por los servicios de Inteligencia de Estados Unidos, así como por los de todo país que quisiera cooperar con Washington, fuese aliado o enemigo. De este modo, la banda no podía seguir haciendo demostraciones de fuerza y recurrió a una técnica que no es común en el mundo del terrorismo: el franquiciamiento.

Esto significa absorber a un grupo local, dándole tu nombre y reivindicando como tuyos los atentados que pueda cometer. Los grupos terroristas cuidan mucho su branding, y no suelen estar dispuestos a renunciar a sus siglas, pero en el caso de Al Qaeda, no eran pocos los que estaban dispuestos a hacer una excepción: adoptar su famosísima marca atraía reclutas y recursos. Por su parte, Al Qaeda se beneficiaría de adjudicarse atentados que no tenía capacidad para ejecutar.

De “Monoteísmo y Yihad” a “Al Qaeda en Irak”

El de Zarqawi fue uno de los primeros grupos en franquiciarse con Al Qaeda. Para entonces, “Monoteísmo y Yihad” actuaba en Irak, atentando contra los soldados americanos que acababan de invadir el país, pero también contra los civiles chiíes del lugar, con masacres que alcanzaban fácilmente las tres cifras de muertos. A pesar de estar franquiciada, Zarqawi no obedecía las directrices de Bin Laden cuando este, a través de sus lugartenientes, le exigía que cesara en sus matanzas contra musulmanes. El líder de Al Qaeda estaba perdiendo rápidamente el control de las distintas ramas de la organización.

En todo caso, “Monoteísmo y Yihad” había pasado a llamarse “Al Qaeda en Irak” como franquicia que era. No tardó en convertirse en la primera banda armada de Irak a pesar de su liderazgo extranjero: era la única que recurría a un flujo constante —y efectivo— de atentados suicidas. Los reclutas llegaban a través de Siria, que, aunque solía colaborar con Washington en materia de terrorismo desde el año 2000, temía por su propia seguridad tras ver como Irak era invadida, y buscaba desestabilizar el país a fin de mantener a los americanos ocupados allí.

La banda de Zarqawi, además, había introducido dos grandes novedades en la Yihad. Por un lado, las masacres de chiíes. Y, por otro lado, la utilización de Internet como medio de reclutamiento, produciendo impactantes vídeos cargados de atrocidades y propaganda —brillantemente editados— y recurriendo luego a reclutadores online para radicalizar a los jóvenes musulmanes de otros países. Ambas novedades conformarían la espina dorsal de la acción del ISIS, una década después.

De “Al-Qaeda en Irak” a ISI

Mientras tanto, “Al Qaeda en Irak” no tardaría ni dos años en volver a cambiar de nombre. En 2006, Al-Zarqawi murió cuando dos bombas GBU-12 aplastaron su refugio situado en la aldea de Hibhib, en Diyala. Su sucesor quiso regularizar la maraña de células laxas que componían la banda del jordano malogrado, introdujo grandes dosis de burocracia —cosa que irritó a no pocos yihadistas— y la rebautizó como “Estado Islámico de Irak”; el “ISI.”

Fue un grave error. Las tribus suníes del oeste de Irak, que hasta entonces habían auxiliado a la banda a cambio de dinero, se sublevaron contra la misma ese mismo año en lo que se llamó “el Despertar de Ámbar”, hastiadas de ver como aquellos extranjeros fanatizados les impedían fumar o escuchar música, castigaban a los “apóstatas” y llegaban al extremo de declarar su propio estado. Las tribus se aliaron con los norteamericanos y estos, fortalecidos, lanzaron varias campañas —Operation Phantom Thunder, Operation Phantom Strike y Operation Phantom Phoenix—, que se sucedieron desde junio del 2007 a julio del 2008 y que lograron acabar no solo con el “ISI” sino con la mayoría de los grupos de la insurgencia local.

Hasta aquí llega la primera parte de la historia de la banda, cuando aún no había añadido su última y temida consonante. La segunda parte comenzaría en 2010, cuando la banda —o lo que quedaba de ella— tuvo que escoger nuevamente un jefe tras la muerte en combate de este. El sucesor fue un candidato improbable, un erudito modesto, fanático pero poco fogueado: Ibrahim Awwad Ibrahim Alí al-Badri al-Samarrai. Su nombre de guerra era Abu Bakr al-Baghdadi, futuro “califa” del ISIS.

Pocos conocen la razón por la que una figura tan secundaria llegó a la jefatura de la banda. El verdadero responsable de su ascenso fue un antiguo coronel de la Inteligencia de Saddam Hussein llamado Samir Abd Muhammad al-Khlifawi: su nombre de guerra era Haji Bakr. Este había pasado a la clandestinidad cuando los americanos cometieron el error de disolver los cuerpos de seguridad de la dictadura, algo que dejó en paro a miles de hombres suníes con entrenamiento militar y cargados de rencor contra las nuevas autoridades del país, en las que los chiíes tenían un gran peso tras las elecciones del 2005.

Haji Bakr había conocido a Al-Baghdadi en 2004. Ambos, por aquel entonces, eran internos en la célebre prisión de Camp Bucca. Allí, los americanos habían cometido otro error de manual al permitir, con el fin de evitar disturbios, que los propios presos se gobernaran a sí mismos mediante “emires”, una figura que fue rápidamente copada por los yihadistas, que comenzaron a aterrorizar o adoctrinar al resto de presos. Camp Bucca se convirtió así en una universidad de yihadismo.

Una vez salieron de allí, Haji Bakr y Al-Baghdadi ingresarían cada uno por su lado en el “ISI.” Al-Baghdadi se integró primero en un grupo local menor, pero, a finales de 2005, una de las célebres masacres de musulmanes del jordano Al-Zarqawi hizo que este —tratando de fortalecer su imagen menguante dentro de la propia Al Qaeda— se coaligara con un puñado de grupúsculos iraquíes. Entre ellos estaba el grupo de Al-Baghdadi. Haji Bakr, por su parte, ingresó directamente en el “ISI” como parte de su minúscula rama de Inteligencia antiaérea —sector en el que había trabajado cuando era coronel del régimen— y, hábil como era, ascendió hasta alcanzar el órgano ejecutivo militar de la banda.

Fue entonces cuando llegaron, en el 2010, las elecciones a líder del “ISI.” Haji Bakr deseaba influir sobre el rumbo del grupo, pero, fiel a su estilo, no quería hacerlo directamente, y vio en Al-Baghdadi un candidato ideal; pío y manejable, cuyo linaje tribal (Al-Badri) conectaba directamente con la tribu del Profeta. Aprovechando la compartimentación del órgano ejecutivo, convenció a cada uno de los electores de que el resto votarían también por Al-Baghdadi. Este logró así una victoria de 9 votos sobre 11. Haji Bakr se cuidó de asegurar el resultado haciendo asesinar a decenas de militantes opuestos al nuevo líder.

Lo que siguió fue la resurrección del “ISI.” Se recuperaron las vías de financiación, desde la extorsión de negocios en Mosul hasta el contrabando de petróleo en la inmensa refinería de Baji. Mientras tanto, una nueva oportunidad de expansión iba a surgir al otro lado de la frontera.

De “ISI” a “ISIS”

En 2011, las protestas a favor de la democracia que habían estallado cuando la Primavera Árabe llegó a Siria se convirtieron en una guerra civil al verse ahogadas en el fuego de las fuerzas gubernamentales. Siria se partió en tres áreas ideológicas: gubernamental, rebelde de tipo laico o islamista —democrático— y rebelde de tipo yihadista. Viendo aquel vacío de poder, Haji Bakr y Al-Baghdadi enviaron allí a una brigada expedicionaria: el llamado Frente de Al-Nusra.

Fueron precisamente los éxitos de Al-Nusra los que aceleraron el cisma dentro del mundo de la Yihad. Sus milicianos peleaban con bravura y su fanatismo no era óbice para que supiera pactar con otros grupos, al contrario de lo que hacía el “ISI.” Celosos de aquella rápida expansión, los líderes del “ISI” decidieron lanzar el alegato radiofónico del 8 de abril de 2013 en el que se anunciaba la fusión de Al-Nusra con el “ISI” —a fin de absorber sus conquistas— en un nuevo grupo llamado Islamic State of Iraq and Al-Sham, “Estado Islámico de Irak y el Levante”; el “ISIS.”

El líder de Al-Nusra, como era de esperar, se opuso a la fusión y recurrió a la propia Al Qaeda para desautorizar al ISIS. Pero ninguno era rival para la astucia militar de Haji Bakr, que no en vano había sido coronel de Inteligencia: llevaba preparándose para el choque desde finales del 2012, entrenando fuerzas leales en el más absoluto secreto. Se cuidaba de no reclutar a iraquíes o sirios —demasiado afines a Al-Nusra— y prefería utilizar a saudíes y tunecinos, a los que juntaba con chechenos y uzbekos, que ya poseían experiencia de combate.

Había reclutado, también, a un sinfín de espías jóvenes desde los centros de predicación que había abierto en el norte de Siria, y tenía en su poder la información necesaria sobre los comandantes rebeldes —incluidos los de Al-Nusra— como para saber quién había de ser sobornado, chantajeado, convencido o directamente asesinado. Para cuando se produjo el choque, cientos de militantes sirios rivales o defensores de la democracia habían desaparecido ya. El despliegue de las tropas del ISIS fue progresivo y cauteloso. Nadie sabía de dónde salían, y el hecho de que vistieran de negro y con el rostro cubierto hacía pensar que eran más de los que realmente eran, dado que una misma fuerza podía aparecer en lugares diferentes como si se tratara de brigadas distintas.

Al Qaeda envió a uno de sus comandantes para disciplinar al ISIS, pero la banda acabó rápidamente con su vida por medio de un comando suicida en enero del 2014. El cisma estaba servido. Dado que el ISIS se dedicaría también a inaugurar franquicias por medio mundo aprovechando que gozaba de la misma fama que Al Qaeda, no pocos grupos yihadistas habrían de escoger entre aliarse con uno u otro. En Afganistán, por ejemplo, los talibán serían siempre más afines a Al Qaeda —aunque poco amigos de la yihad global, por otra parte—, y persiguieron con dureza al ISIS-K, que había sido fundado en el este del país por los talibán paquistaníes.

La brillante estrategia expansiva del ISIS dio sus frutos. Al-Nusra perdió más de la mitad de sus efectivos y gran parte de su territorio. Dado que el plan de Haji Bakr era expandirse por Siria para luego regresar a Irak, la banda pasó a centrarse en esta última desde comienzos del 2014. El norte y el oeste de Irak se disolvieron como un azucarillo en cuestión de meses: los desmanes del Primer Ministro chií Nouri al-Maliki —que podía operar sin cortapisas dado que los americanos se habían marchado en 2011— hizo que muchos suníes iraquíes no quisieran jugarse la vida para proteger a aquel gobierno que les era hostil. La corrupción, mientras tanto, debilitó al ejército en el peor momento.

Aquella exitosa campaña no dejó de cobrarse una víctima insospechada. El propio Haji Bakr se vio sorprendido por una contraofensiva de los rebeldes sirios en la pequeña ciudad de Tal rifaat. Una delación inoportuna hizo que una patrulla se presentara en su casa para arrestarle. Prefirió morir con el arma en la mano, cargando con su Kaláshnikov contra los milicianos.

Esto ocurrió en febrero del 2014. Prácticamente, nadie supo entonces que acababa de morir el verdadero arquitecto del ISIS. Lo que sigue ya es más conocido: las campañas de terrorismo en Oriente y Occidente, las matanzas de chiíes y kurdos, el tráfico de esclavas y, finalmente, la guerra en todos los frentes que acabó en debacle total para aquel autoproclamado “Estado Islámico”, con Al-Baghdadi inmolándose mientras era rodeado por los comandos del DELTA Force durante la operación Kayla Mueller. Así cayó una banda que, bajo un nombre u otro, llevaba operativa más de veinte años.

Artículo de Óscar Sainz de la Maza editado por:

Soraya Aybar Laafou. Editora y analista especializada en África en LISA News. Politóloga y periodista interesada en los derechos humanos, la geopolítica y los procesos migratorios. Me apasionan las Relaciones Internacionales y observo con especial interés al continente africano. Soy directora de África Mundi, el primer medio de análisis sobre África en castellano.

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