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Venezuela: elecciones, polarización y equilibrios regionales

Análisis

Roberto Mansilla Blanco
Roberto Mansilla Blanco
Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Con experiencia profesional en medios de comunicación en Venezuela y Galicia. Entre 2003 y 2020 fue analista e investigador del Instituto Galego de Análise e Documentación Internacional, IGADI (www.igadi.org). Actualmente colaborador en think tanks (esglobal) y medios digitales en España y América Latina. Redactor Jefe en medio Foro A Peneira-Novas do Eixo Atlántico (Editorial Novas do Eixo Atlántico, S.L) Actualmente cursa el Máster de Analista de Inteligencia en LISA Institute.

Los comicios presidenciales del próximo 28 de julio en Venezuela buscarán abrir los canales de normalización política en el país toda vez no escapan del pulso y la polarización que se ha instalado en América Latina ante las nuevas expresiones de derechas e izquierdas. Este proceso electoral estará igualmente condicionado por los intereses geopolíticos exteriores. En este artículo, Roberto Mansilla Blanco, alumno del Máster Profesional de Analista de Inteligencia de LISA Institute aporta los datos claves frente al contexto electoral venezolano.

Venezuela acogerá las elecciones presidenciales el próximo 28 de julio (28J). La cita llega en un contexto determinado por la renovación del pulso geopolítico que viene registrándose entre derecha e izquierda en los últimos procesos electorales a nivel hemisférico. Otros ejemplos son la continuidad de la izquierda progresista en México y el vuelco hacia la derecha en Panamá.

El contexto venezolano es estratégico tomando en cuenta su posición geopolítica y sus riquezas naturales, en especial a través del petróleo y gas natural. Así como ante la posibilidad de observar un cambio político por la vía electoral tras 25 años de «chavismo» en el poder.  

Venezuela ha tenido cierto grado de incidencia en la política hemisférica en estas últimas dos décadas. Una vía lo fue por el activismo político del expresidente Hugo Chávez (1999-2013) con la expansión de alianzas exteriores para expandir su modelo de «socialismo bolivariano» así como la procreación de esquemas propios de integración regional (ALBA, PETROCARIBE).

La otra vertiente de incidencia venezolana es radicalmente contraria. Tiene que ver con las secuelas causadas en los países vecinos por la crisis económica y la represión política que desde 2014 derivó en una masiva emigración de más de siete millones de venezolanos. Esta crisis coincidió con la llegada al poder de Nicolás Maduro, el sucesor designado por Chávez, lo cual dio paso a un régimen de sanciones internacionales contra su gobierno desde Estados Unidos y la Unión Europea (UE). 

Ambos factores, la geopolítica «chavista» (actualmente con menor influencia) y la crisis humanitaria (un problema cada vez más hemisférico) siguen teniendo eco en las agendas públicas de los gobiernos latinoamericanos. Por tanto, Venezuela es una pieza estratégica a la hora de analizar los posibles cambios en los péndulos políticos derivados de los procesos electorales a nivel hemisférico.

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¿Continuidad de Maduro o transición pactada tras las elecciones de Venezuela?

Las principales candidaturas de las elecciones venezolanas son las del actual presidente Nicolás Maduro como líder del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Este está abanderado por la plataforma oficialista Gran Polo Patriótico «Simón Bolívar» (GPPSB). Por otro lado, una remodelada coalición opositora (Plataforma Unitaria Democrática, PUD) encabezada electoralmente por el ex diplomático Edmundo González Urrutia. Aun así, el partido fue apuntalado por el liderazgo de María Corina Machado, inhabilitada por las autoridades venezolanas para presentar su candidatura a pesar de haber sido la ganadora de las elecciones primarias de la oposición realizadas en octubre de 2023.

Otras candidaturas con menores posibilidades electorales de acuerdo a las encuestas son las de Antonio Ecarri Angola (Lápiz); Luis Eduardo Martínez (Acción Democrática, AD); José Brito (Primero Venezuela, PV); Daniel Ceballos (AREPA); Enrique Márquez (Centrados en la Gente); Javier Bertucci (El Cambio); Benjamín Rausseo (CONDE); y Claudio Fermín (Soluciones para Venezuela).

A principio de julio de 2024, Maduro anunció la reapertura del diálogo con Estados Unidos tras unas conversaciones previas realizadas en Qatar. Países vecinos con influencia en la política venezolana como Brasil y Colombia han auspiciado estas negociaciones.

Este anuncio de Maduro podría interpretarse en clave electoral particularmente con el objetivo de intentar «limar asperezas» con Estados Unidos y la UE. Sobre todo, a la hora de reducir las tensiones diplomáticas y terminar progresivamente con el esquema de sanciones. Vía diálogo, Maduro podría estar abriendo preventivamente un escenario de mayor apertura política ante la posibilidad de retorno a la Casa Blanca del republicano Donald Trump, uno de sus detractores más inquisitivos así como de aliados regionales de Maduro como Cuba y Nicaragua. 

Por otro lado, dicho anuncio de reapertura del diálogo ha generado igualmente expectativas ante la posibilidad de que el propio Maduro esté iniciando sigilosamente un proceso de transición pactada con las principales fuerzas opositoras. Algunas encuestas le otorgan al mandatario venezolano una baja intención de voto. Otro factor detrás de este anuncio podría ser táctico. Maduro estaría intentando ganar tiempo y «lavar su imagen» a nivel internacional, sobre todo ante las sospechas de que presuntamente no aceptaría una eventual derrota electoral. 

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Por otro lado, existe la percepción de que Maduro y la oposición estarían pactando una especie de transición política vía cohabitación. La estructura de poder «madurista» ha venido estableciendo sinergias con las elites económicas (tradicionalmente opositoras) y otros sectores productivos y económicos a nivel nacional que ansían un clima de normalización, alejado de la polarización sociopolítica de las últimas décadas. Esto le ha permitido a Maduro neutralizar levemente sus niveles de impopularidad.

De manera táctica, el «madurismo» ha intentado distanciarse de la clásica retórica «anticapitalista» del expresidente Chávez. Sobre todo, con la finalidad de generar un clima de mayor confianza para los inversores internacionales. Al mismo tiempo se estaría consolidando una nueva «oligarquía» económica y financiera. Esta, a diferencia de otros años, se muestra aparentemente apolítica pero con capacidad para generar espacios de entendimiento entre gobierno y oposición. 

No obstante, en este contexto electoral, Maduro adopta la táctica del «palo y la zanahoria». En un reciente acto militar con motivo de la conmemoración del 213 aniversario de la Firma de la Declaración de la Independencia (5 de julio de 1811) y Día de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB), Maduro aseguró a los altos mandos militares que «no entregará el bastón presidencial a ningún oligarca o títere», en clara referencia al candidato opositor González Urrutia. La FANB es la encargada de poner en marcha el Plan República para garantizar la normalidad del proceso electoral del 28J.

Misma estrategia de dilatación de las tensiones parece observarse en la plataforma opositora. El liderazgo de Machado, tradicionalmente una radical «antichavista» que ha ganado popularidad en diversos sectores sociales, debe compatibilizarse con el perfil más modesto y la imagen más sosegada del candidato González Urrutia. Este último reitera en su programa electoral iniciativas como la «reconciliación», la «transición pacífica y democrática», el «gobierno para todos sin exclusiones» y la recuperación de la institucionalidad alejada de intereses personalistas e ideológicos.

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Al margen de las expectativas generadas por las encuestas, la tensión también ha sido palpable durante la campaña electoral. El equipo electoral de Machado ha denunciado detenciones de activistas y hostigamiento por parte de los organismos policiales y de inteligencia del gobierno venezolano. Todo ello, con la presunta intención de intimidar a la candidatura opositora. 

Por otro lado, se ha observado una leve renovación de la tensión diplomática y militar de Caracas con la vecina República Cooperativa de Guyana por la soberanía en el Esequibo. También así como ante la negativa del Consejo Nacional Electoral (CNE) venezolano de permitir la llegada de una misión de observadores electorales de la Unión Europea. Brasil y Colombia, gobernados actualmente por líderes de izquierda como Lula da Silva y Gustavo Petro, intentan persuadir a Maduro de aceptar la misión europea de observadores electorales que permita legitimar la normalidad y transparencia del proceso electoral. 

De acuerdo a fuentes del gobierno de Maduro, más de 700 personas ya han sido confirmados como observadores electorales para los comicios presidenciales del 28J. Estos provienen de la ONU, Centro Carter, Consejo de Expertos Electorales Latinoamericanos, la Unión Africana y otros organismos electorales a nivel mundial.

El péndulo geopolítico hemisférico está pendiente de Venezuela

El reciente ciclo electoral y la dinámica política a nivel continental muestran una cierta paridad en cuanto a gobiernos de izquierdas y de derechas. Por lo general, el péndulo se decanta hacia una izquierda que gobierna en doce países: México, Guatemala, Nicaragua, Cuba, República Dominicana, Honduras, Venezuela, Bolivia, Colombia, Brasil, Chile y Bolivia. 

Por su parte, la derecha, sea de cariz liberal, centrista o conservadora, está en el poder en ocho países: El Salvador, Argentina, Perú (tras la destitución parlamentaria del izquierdista Pablo Castillo), Uruguay, Ecuador, Panamá, Costa Rica y Paraguay. De este modo, el desenlace electoral venezolano alteraría ese equilibro hemisférico entre izquierdas y derechas.

En este sentido, la victoria de la izquierdista Claudia Sheinbaum en las elecciones presidenciales de México, las elecciones presidenciales de noviembre en Estados Unidos y el avance regional de nuevas tendencias derechistas como las de Nayib Bukele en El Salvador y Javier Milei en Argentina son factores que gravitan, con diversos grados de intensidad, en torno a las elecciones presidenciales venezolanas.

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Con Sheinbaum se observa una revitalización de las izquierdas progresistas de cariz más moderado a nivel latinoamericano. Esto implica igualmente un ‘freno de mano’ ante el ascenso de tendencias más derechistas, ultraliberales, e incluso de ultraderecha, radicalmente opuestas a esas agendas progresistas e imbuidos en una perspectiva de «batalla cultural» contra las izquierdas. 

Esta radiografía está retomando el nivel de polarización ideológica y política regional encauzada por niveles de malestar ciudadano con la oferta política tradicional. Esta percepción es más palpable ante la aparición de nuevos modelos (los mencionados Milei y Bukele, José Antonio Kast en Chile o Bolsonaro en Brasil) y las expectativas de las izquierdas hemisféricas por no perder terreno. 

Esa tendencia derechista implica observar una sintonía política entre Milei y Bukele que podría tener incidencia en otros países latinoamericanos como Venezuela. Especialmente, en temas sensibles como la crisis economica y la seguridad ciudadana.

El presidente argentino ha tenido tensiones diplomáticas con Maduro, lo que ha generado críticas contra el mandatario venezolano por parte de una especie de «eje conservador». En dicho eje se incluye a los gobiernos de Patricia Boluarte en Perú y Luis Lacalle Pou en Uruguay, así como los del recientemente electo José Mulino en Panamá y de Daniel Noboa en Ecuador. Estos gobiernos estarán igualmente atentos a lo que ocurra en las elecciones venezolanas, sobre en lo referente a la migración y el exilio de políticos venezolanos.

Tampoco se deben descartar los intereses de aliados estratégicos regionales de Maduro como son los casos de Cuba, Nicaragua y Bolivia. Estos tres países, junto con Venezuela miembros del denominado «eje del ALBA», observan con atención las elecciones venezolanas ante la posibilidad de derrota electoral de una pieza clave como es el «chavismo-madurismo», socio energético de importancia. Una derrota de Maduro y la posibilidad de cambio político por la vía electoral dejaría a este eje geopolítico sin su principal fundador, Venezuela. 

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Los actores externos y sus intereses en Venezuela

Obviamente con menor importancia estratégica, las elecciones venezolanas también deben examinarse en cuanto a los intereses de actores exteriores aliados de Maduro (China, Rusia, Irán, Turquía, India) y otros detractores (Estados Unidos, la Unión Europea, Israel) con peso geopolítico en el contexto latinoamericano.

Maduro ha sido una pieza estratégica para apuntalar los intereses económicos, militares, geopolíticos y energéticos de Beijing, Moscú y Teherán. Todo ello, en un permanente contexto de tensión con Estados Unidos. Con ello, estos actores han decidido, vía «eje del ALBA», apostar por jugar sus cartas en la tradicional esfera de influencia hemisférica de Washington y contrarrestar así las presiones y sanciones estadounidenses y europeas. El mantenimiento de Maduro en el poder es la garantía de continuidad de estos intereses geopolíticos principalmente chinos, rusos e iraníes.

Por su parte, la posición de Chávez y Maduro a favor del reconocimiento estatal de Palestina, de apoyos al régimen sirio de Bashar al Asad y al derecho iraní a desarrollar su programa nuclear, ha generado fuertes enfrentamientos con Israel, hasta el punto de ruptura de facto de las relaciones diplomáticas.

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