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Intereses e inversión extranjera en el Sahel: el caso de Turquía, Rusia y Francia

Análisis

Antonio García Llata
Antonio García Llata
Consultor de seguridad y analista de interesado en la Península Arábiga y el Sahel. Politólogo por la Universidad de Salamanca, y masterado en Seguridad y Defensa por la Universidad Antonio de Nebrija. Actualmente cursando el Máster Profesional de Analista de Inteligencia en LISA Institute. Colabora en The Political Room y dirige el pódcast de actualidad internacional Custos Mundi.

En los últimos años, el Sahel se ha convertido en un nuevo tablero por la pugna geopolítica entre Rusia y Occidente. La inhóspita región, de dimensiones inabarcables y un potencial económico infinito, es presa de los fenómenos climáticos extremos, la debilidad institucional, el terrorismo y los conflictos sociales. A pesar de estos desafíos, el Sahel posee una riqueza intrínseca en recursos naturales, incluyendo minerales, petróleo y gas, lo que ha motivado la intromisión extranjera y la intervención de potencias extranjeras como Rusia. En este análisis, el alumno del Máster Profesional de Analista de Inteligencia de LISA Institute, Antonio García Llata analiza los objetivos que tanto Rusia como Francia y, por ende, la Unión Europea, persiguen en el Sahel. 

El Kremlin ha logrado desplazar a Francia de Malí, Burkina Faso y Níger, despertando antiguas tensiones entre la metrópoli y sus antiguas colonias, patrocinando golpes de Estado y aprovechando el fracaso de la Operación Barkhane. Durante los nueve años de operación militar contra el yihadismo, París no supo quitarse la vitola de fuerza de ocupación, aumentando los sentimientos antifranceses que a la postre han obligado al ejército galo a claudicar. Malí sustituyó la presencia francesa con la de la PMC Wagner, ruta que también eligieron seguir Burkina Faso y Níger, aunque los mercenarios rusos se han empleado más como pilares de las juntas militares que en la lucha antiyihadista.

La Federación de Rusia: mercenarios a precio de oro

La presencia rusa en África hunde sus raíces en plena Guerra Fría. En el contexto de la pugna entre la Unión Soviética y Estados Unidos, el continente se convirtió en otro tablero geopolítico donde imponer la dominancia de una u otra superpotencia. En ese marco de confrontación, Moscú se convirtió en el principal apoyo de numerosos gobiernos, partidos y movimientos anticoloniales de liberación nacional, de índole marxista, mediante ambiciosos programas de ayuda económica y militar. Este acercamiento soviético ha provocado una relación de dependencia operacional, táctica y material de muchas fuerzas armadas africanas con el gigante eslavo, frutos heredados por Rusia tras la caída de la URSS.

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Tras la inmediata disolución soviética, la quebrada economía rusa obligó al gobierno federal a reconsiderar su política internacional, abandonando su privilegiada posición en África. Todo cambia en 2014. Las sanciones impuestas tras la anexión de Crimea fueron respondidas con acuerdos bilaterales de índole económica, comercial y militar con Estados africanos, paliando los intentos occidentales por aislar a Rusia. Esta tendencia no ha hecho más que crecer desde febrero de 2022, tras la invasión de Ucrania. 

Para los estados del Sahel, la amistad rusa ha demostrado ser fructífera. Al contrario que Estados Unidos o de los países europeos, Moscú no tiene especiales remordimientos en saltarse los embargos internacionales, ni problemas en apoyar a las juntas militares golpistas que han acabado con las esperanzas democráticas de Mali, Burkina Faso o Níger. Es más, en los casos mencionados, existen fundadas sospechas de que estos golpes militares fueron animados desde el Kremlin. 

Para Rusia, la ventana del Sahel ofrece enormes beneficios con una inversión realmente pequeña. Sabiendo instrumentalizar la guerra contra el yihadismo que asola toda la región, las tensiones étnicas entre las diversas comunidades que pueblan estos estados, y las desavenencias entre los gobiernos africanos y París, presentándose como un aliado contra la idea del «neocolonialismo francés», Moscú ha hecho derrumbarse el castillo de naipes que suponía la presencia francesa en el Sahel. 

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En Malí, el golpe de Estado orquestado por el coronel Assimi Goïta en 2021, con el apoyo de otros militares como Sadio Camara, convenientemente formado en Rusia, desembocó en la salida de las tropas galas del país en agosto de 2022. El final de la operación Barkhane, tras nueve años de lucha antiyihadista, dejó un vacío de poder rápidamente ocupado por Rusia y sus mercenarios de la PMC Wagner. A cambio de la presencia de estos mercenarios y especialistas rusos, Bamako ha puesto sus minas de oro al servicio de Moscú. Miembros de Wagner y de las fuerzas armadas rusas custodian y explotan el oro maliense, cuya venta supone el 80% de las exportaciones del país. 

Esta receta ha sido replicada en el vecino Burkina Faso. En septiembre de 2022, Ibrahim Traoré disolvió la Asamblea Transicional y suspendió la Constitución. Acto seguido, ordenó la salida de las tropas especiales francesas del país, retirada completada en febrero de 2023. Desde el principio, al igual que en Malí, el gobierno de Ouagadougou pidió la asistencia de Wagner, cuyos efectivos ya se han desplegado en el país del alto volta. 

Según afirmaciones del gobierno de Costa de Marfil, las autoridades burkinesas habrían entregado a Rusia, como forma de pago, una mina de oro situada al sur del país. 

La última de las piezas que han caído en el dominó de golpes de Estado del Sahel es Níger. En este caso, la proclamación de la junta militar fue respondida con hostilidad por parte del resto de miembros de Comunidad Económica de Estados de África Occidental (ECOWAS, según sus siglas en inglés). Sin embargo, para diciembre de 2023, las tropas francesas ya habían sido obligadas a abandonar el país.

La conexión Bamako-Dubai: cómo el oro maliense financia la invasión de Ucrania

El principal interés que motiva el reacercamiento ruso con África es la necesidad del Kremlin de buscar nuevas rutas para circunnavegar las sanciones internacionales y hacer fracasar los intentos por aislar a Rusia. El Sahel, con sus gobiernos militares sostenidos en el poder gracias a los mercenarios de Wagner, le presenta una oportunidad perfecta a Moscú para monopolizar el expolio de los vastos recursos naturales malienses, burkineses y nigerinos. De ahí que tanto Malí como Burkina Faso se apresurasen a poner en manos rusas minas de oro en ambos estados. 

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En el caso particular de Malí, toneladas de oro «de sangre», calificado así por las muertes que provoca anualmente la extracción del mineral en condiciones de esclavitud, han sido exportados de manera ilegal a Hong Kong, China y especialmente Dubai, el mayor mercado a nivel mundial de oro ilegal africano. 

En los Emiratos Árabes Unidos, este oro es refinado, fundido y mezclado con otro de procedencia legal y utilizado para lavar dinero que está financiando el esfuerzo de guerra de Rusia en Ucrania y manteniendo a flote la economía del país pese a las sanciones. 

Por poner en perspectiva el tamaño de la operación, según un informe del grupo de investigación independiente The Blood Gold Report, desde el comienzo de la ofensiva en Ucrania, el Kremlin ha logrado ingresar más de dos mil quinientos millones de dólares en remesas de oro extraídas de distintos regímenes africanos. En el caso particular de Níger, Rusia tiene sus ojos puestos en las reservas de uranio e hidrocarburos. También a través de Mali, según informes del Departamento de Estado de los Estados Unidos, el grupo Wagner habría intentado comprar armas y municiones mediante terceras personas para ayudar al esfuerzo bélico ruso en Ucrania. 

En segundo lugar, la influencia rusa en el Sahel también palía el aislamiento diplomático de Moscú en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Ejemplo paradigmático es la votación de octubre de 2022 para condenar la anexión de territorios ucranianos por parte de Rusia tras la celebración de unos referéndums. En la antedicha votación, cinco votaron en contra y otros 35 países se abstuvieron, entre los que se encontraban tanto Mali como Burkina Faso.   

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En tercer lugar, es importante mencionar que la intervención rusa en el Sahel ataca los intereses europeos, extinguiendo la influencia francesa en la región y sesgando las esperanzas democráticas de los países en cuestión. Tener en sus manos la estabilidad del Sahel le permite a Moscú instrumentalizar los flujos humanos y migratorios que, año tras año, obligan a cientos de miles de personas a abandonar sus hogares y arriesgarse a pedir la vida en el Sahara. 

De igual manera, controlar los gobiernos malienses y nigerinos pone en peligro los grandes proyectos europeos de exportación de hidrocarburos desde el Sahel y el golfo de Guinea hacia España, Italia y Francia. Especialmente, está en peligro el gaseoducto Warri-Hassi R`Mel, que uniría Nigeria y Argelia atravesando Níger. Con el Sahel bajo su dominio, el Kremlin puede estrangular las iniciativas europeas para buscar alternativas al gas ruso. 

La República Francesa, de salvadora a expulsada

La presencia e influencia francesa en el Sahel hunde sus raíces en la historia de dominio colonial galo en la región desde finales del XIX. A mediados del siglo XX, los diferentes estados de la francofonía africana fueron obteniendo la independencia de París. Al contrario que con otras excolonias, los países del Sahel mantuvieron relaciones mayoritariamente cercanas con Francia, tanto para asuntos económicos, militares y de seguridad. 

Ya en 2013, tras un requerimiento del gobierno maliense, las tropas francesas lanzan la operación Serval con el objetivo de contener la ofensiva yihadista que amenazaba la misma supervivencia del estado. Tras un año y medio de intervención y con la insurgencia yihadista expulsada de Malí, Serval fue concluida y sustituida por la operación Barkhane, demostrando que Francia estaba en el Sahel para quedarse. La operación militar en Malí fue expandida tanto territorialmente, a toda la región del Sahel; como en el marco operacional, sumando a lucha antiyihadista un enfoque multidimensional basados en la seguridad, el desarrollo y la gobernanza. 

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La intervención en Malí se reprodujo en Burkina Faso, Níger, Nigeria, Mauritania y Chad, en todos casos por invitación previa de los gobiernos nacionales africanos. La iniciativa francesa fue acompañada por la Unión Europea, articulando dos misiones de apoyo en Malí: la Misión de Formación de la Unión Europea en Malí (EUTM-Malí) y la Misión de Desarrollo de Capacidades de la Unión Europea en Malí. En la primera de estas tuvo un papel destacado España, que desplegó 163 hombres en el país. 

Pese a los éxitos cosechados por la intervención franco-europea, en 2017 los grupos yihadistas se habían reagrupado e incluso expandido hacia Chad, Mauritania y Camerún. Además, la labor de desarrollo y gobernanza no fue conducida con el ímpetu necesario, en muchos casos cayendo Francia presa de su propia hipocresía. Prueba de ello son las diferentes reacciones emitidas desde París a los golpes de Estado en la región. Tampoco ayudó el paternalismo con el que se condujeron las operaciones desde el Eliseo, entrometiéndose en la política de los diferentes gobiernos aliados y oponiéndose a la negociación de acuerdos de paz con grupos yihadistas y rebeldes en Malí, Burkina Faso y Níger.

Al final, tras nueve años de lucha codo con codo con las fuerzas locales, el sentir del pueblo había cambiado. Si antes malienses y nigerinos vitoreaban a las tropas francesas, para 2022 la sensación de desconfianza era tal que se acusaba a París de armar a grupos yihadistas para justificar la presencia francesa en el país y seguir expoliando sus recursos naturales. Esto, unido a una exitosa campaña de desinformación y fake news desde el Kremlin, fue suficiente para que Francia se viese obligada a abandonar.

Otros poderes: el caso de Turquía. 

En años recientes, Ankara ha protagonizado un rápido acercamiento hacia África. En Somalia, las fuerzas armadas turcas operan una base naval; mientras que en Libia, la decidida intervención turca frenó la ofensiva del general Haftar y salvó al Gobierno de Acuerdo Nacional. 

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El Sahel también se ha demostrado como un objetivo para la renovada política exterior turca. En este caso, Turquía busca nuevas oportunidades comerciales para sus productos, así como inversiones para el capital otomano. Con respecto al Sahel central, el vacío de poder dejado por Francia abre una ventana de oportunidad a Ankara. Al igual que Rusia, las autoridades turcas son menos exigentes que sus homólogos europeos en materia de seguridad, ni condicionan sus inversiones con reformas institucionales o controles migratorios. Pero, al contrario que Moscú, Ankara tiene la ventaja de ser un país musulmán y es esta compartida identidad musulmana la que centra esa política de amistad turca, invirtiendo en la construcción de nuevas mezquitas en Malí o restaurando otras tantas en Níger.

Obviamente, este acercamiento diplomático y comercial puede acabar desembocando en acuerdos de cooperación militar y de defensa con los países del Sahel. En 2019, por ejemplo, ya se negoció un principio de acuerdo entre Ankara y Níger, que acabó quedando en nada, pero, sin duda, marca un precedente.

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