La guerra es una amenaza tradicional que ha evolucionado a lo largo de la historia de acuerdo al nivel de desarrollo económico y tecnológico. En la actualidad han cambiado los actores, las tácticas y los escenarios. Repasamos la trayectoria de uno de los fenómenos más antiguos de la historia.
“La guerra no es más que la continuación de la política por otros medios.”
– KARL VON CLAUSEWITZ
La guerra no es más que la continuación de la política por otros medios. Esta era la forma en la que el historiador y precursor teórico de la ciencia militar moderna, Karl Von Clausewitz, concebía el fenómeno a principios del siglo XIX. Sin embargo, al concepto de guerra se le han atribuido múltiples y diversas definiciones que se van ajustando a la realidad a lo largo de la historia.
Según el Diccionario Webster, la guerra es definida como «el estado de conflicto hostil, armado, generalmente abierto y declarado entre Estados o naciones». Por otra parte, atendiendo a la definición que nos proporciona el teórico de las relaciones internacionales Hedley Bull, la guerra sería «la violencia organizada entre unidades políticas». Para el politólogo Quincy Wright, la guerra es un «conflicto entre grupos políticos, en particular Estados soberanos, desarrollado mediante fuerzas armadas de considerable magnitud y por un periodo de tiempo considerable».
Todas estas definiciones, aunque distintas, suponen acepciones válidas para referirnos a la amenaza tradicional por excelencia. Sin embargo, se puede observar como la guerra no se trata de un fenómeno estático, ausente de cambios a lo largo del tiempo.
La evolución del concepto de la guerra
Las guerras han evolucionado de acuerdo con el nivel de desarrollo económico y tecnológico en cada etapa de la historia y poco tienen que ver las herramientas que se observan en las guerras actuales con los medios empleados en las guerras tradicionales.
El autor estadounidense William S. Lind, en su ensayo «Entendiendo la guerra de cuarta generación», distinguía 4 períodos clave donde considera que existen cambios cualitativos suficientes en la forma de librar las guerras, que permiten establecer diferenciaciones marcadas. Estos períodos abarcan desde 1648 con la Paz de Westfalia y la consolidación del modelo político de Estado, hasta una aproximación sobre cómo serán en la actualidad.
Lind sitúa el punto de partida de esta clasificación en 1648, alegando que desde la Paz de Westfalia hasta 1860, las guerras están caracterizadas por una jerarquía fuertemente establecida y por elementos claramente diferenciadores entre los militares y la población civil, con la intención de reforzar la cultura del orden que representaba esta forma de librar las guerras de la primera generación. En esta primera etapa encontramos que las formaciones eran lineales y el enfrentamiento entre masas de hombres era la esencia de esta fase cuya máxima expresión suponen las guerras napoleónicas.
La segunda generación a la que se hace referencia viene de la mano de la Revolución Industrial, con el aumento de la potencia de las armas de fuego a partir de la segunda mitad del siglo XIX. El máximo exponente y mejor ejemplo de esta etapa sería la Primera Guerra Mundial, donde se hace evidente que, debido a la potencia de las armas como fusiles o ametralladoras, el enfrentamiento no puede ser tan abierto como el de los ejércitos tradicionales.
Esta segunda etapa está caracterizada por la creación masiva de trincheras y basada en capacidad industrial y de transportes. Se trata de una forma de guerra de desgaste, con armamento muy potente, en la que, no obstante, seguirá primando la obediencia sobre la iniciativa en el campo de batalla.
La tercera generación, según el autor, se entiende con la guerra relámpago que lleva a cabo el ejército alemán contra las tropas británicas y francesas durante la Segunda Guerra Mundial. La introducción de mejoras tecnológicas como la radio o los vehículos de motor permite una amplia coordinación de fuerzas, que se trata de aprovechar buscando la rapidez y el factor sorpresa para atacar las vulnerabilidades del contrario.
En esta clase de operaciones se buscaba atacar la retaguardia y colapsar al enemigo, rompiendo su formación y sus defensas, más que su destrucción en una batalla lineal. Por ejemplo, atacando su sistema de comunicaciones para aislar sus fuerzas e incapacitar su posibilidad de reorganización.
Los cambios tecnológicos suponen una ventaja determinante y, por primera vez, priman los objetivos sobre las órdenes, es decir, no será tan importante obedecer el plan inicial y la estrategia prevista, como lograr los objetivos fijados, sean cuales sean los medios. En otras palabras, se acaba con el orden que imperaba en el campo de batalla.
Entendiendo la guerra de cuarta generación
En las consideradas guerras de cuarta generación, Lind se aventura a establecer cuáles van a ser las transformaciones que marquen las guerras en el siglo XXI, tomando como punto de referencia los atentados del 11-S en 2001 y las guerras de Afganistán (2001) e Irak (2003). Para el autor, es a partir de ese momento cuando tendrá lugar el cambio más drástico desde que comenzó esta clasificación: el Estado perderá el monopolio de la guerra como se conocía.
A partir de este punto, se observará como el enfrentamiento convencional entre Estados va a perder popularidad frente a prácticas no convencionales y asimétricas, así como la proliferación de grupos insurgentes no estatales, como grupos terroristas o guerrillas militares. En esta nueva generación, el éxito ya no se va a encontrar exclusivamente en el campo de batalla tradicional. Las esferas donde se libran las guerras se van a ampliar hasta trasladarse al conjunto total de la sociedad, tratando de influir en la población civil y usando a la misma como punto vulnerable de las sociedades occidentales.
La etapa en la que nos encontramos se caracterizará también por la difuminación de los límites entre la guerra y la paz como se conocían y porque la distinción entre militares y no militares se vuelve muy tenue. Por último, debido a los avances tecnológicos, a través de los medios de comunicación va a ser mucho más fácil, ya sea para los actores estatales o no estatales, lograr la misión de erosionar y penetrar en la opinión pública, tanto a nivel nacional como internacional, por lo que la propaganda cobrará un poder estratégico.
En este punto, una observación interesante aportada por Lind y en contraposición de la famosa cita de Clausewitz, es que los nuevos actores no estatales involucrados en la guerra pasarán a hacerla por razones de carácter diverso, y no únicamente entendiéndola como «la política por otros medios», lo que de nuevo confirma de nuevo la naturaleza cambiante de los conflictos.
Aunque la aproximación del autor se puede considerar bastante cercana a como en la actualidad se han transformado los conflictos, por supuesto la «cuarta generación» descrita por Lind en 2005, si bien es cierto que ha sido de utilidad para aportar un pequeño repaso histórico con el objetivo de entender la evolución de las guerras y el complejo escenario que nos presentan hoy en día, no es la única aproximación teórica que ha surgido desde el fin de la Guerra Fría, con el fin de definir las denominadas «nuevas guerras» del siglo XXI.
En los últimos años, favorecidas por la complejidad que presentan los conflictos actuales, han surgido multitud de expresiones para bautizar este nuevo periodo de transformaciones en las formas de librar la guerra. En diferentes intentos de denominación por parte de los expertos han surgido términos como: conflictos compuestos, por Thomas Huber; sin restricciones e ilimitados, por los coroneles chinos Qiao Liang y Wang Xiangsui; complejo-irregulares, de Frank Hoffman; o no lineales, concepto impulsado por Sean Lawson.
Todos ellos son acepciones que, aunque con matices, destacan la gran importancia del empleo de los medios no convencionales en las guerras actuales. Y, de hecho, aunque algunos teóricos son reacios a incluir una expresión más al espectro teórico, debido a que el panorama terminológico actual puede llegar a ser confuso, un concepto muy estudiado en el marco de los estudios de Relaciones Internacionales y dotado de gran popularidad entre los expertos hoy en día es el de la Guerra Híbrida.
La importancia de la Guerra Híbrida en la cuarta generación
El punto de partida de este término es el año 2005, con la publicación del artículo «La guerra del futuro: la llegada del conflicto híbrido» en la revista estadounidense Proceedings, redactado por el teniente coronel, y teórico consagrado de las guerras híbridas, Frank Hoffman, y por el general, James Mattis.
En 2007, Hoffman a partir de la guerra del Líbano en el verano de 2006, sigue desarrollando el concepto de guerra híbrida, haciendo hincapié y tomando como ejemplo la capacidad de los agentes no estatales actuales para estudiar y deconstruir las vulnerabilidades de los ejércitos convencionales, tomando como referencia la guerrilla de Hezbolláh en la guerra contra Israel. A raíz de este ensayo, el término se extiende entre la comunidad de defensa anglosajona, convirtiéndose en uno de los pilares que hoy en día articulan los debates académicos y militares sobre la transformación de los conflictos.
En su definición de conflictos híbridos, Hoffman decía que éstos «incorporan una amplia gama de diferentes modos de guerra, incluyendo capacidades convencionales, tácticas y formaciones irregulares, actos terroristas como: violencia, coacción indiscriminada y desórdenes delictivos».
En definitiva, la tendencia presentada en los conflictos de los últimos años por parte de: diferentes actores, como grupos guerrilleros, contratistas militares privados o terroristas; medios, como sistemas de armas sofisticados o armamento fácilmente asequible para actores no estatales; tácticas, como insurgencia, crímenes transnacionales u operaciones de información; y nuevos escenarios, desde el campo de batalla convencional, hasta las áreas de población civil en zona de conflicto, pasando por la influencia en la comunidad internacional, son los factores que diferencian las guerras híbridas de los conflictos representativos de la época moderna y contemporánea.
¿Son las amenazas híbridas la guerra de la actualidad?
Las amenazas híbridas son las acciones coordinadas y sincronizadas que atacan deliberadamente vulnerabilidades sistémicas de los Estados y sus instituciones, a través de una amplia gama de medios y en distintos ámbitos, ya sean políticos, económicos, militares, sociales, informativos, infraestructuras o legales, precisando el uso del ciberespacio como la herramienta más idónea en la actualidad para alcanzar dichos propósitos.
Estas amenazas pueden ser llevadas a cabo tanto por Estados como por grupos no estatales indistintamente, y engloban, tanto formas de enfrentamiento violentas, como no violentas. Sin embargo, según el Consejo de Europa, el término guerra híbrida solo debería tener lugar si, dentro de dichas amenazas, existe también confrontación armada, sea o no encubierta, haciendo gala de la frase «toda guerra implica violencia, pero no todas las formas de violencia son guerra». De lo contrario, sería más correcto utilizar los términos amenaza o conflicto híbrido.
El Servicio de Estudios del Parlamento Europeo considera que las amenazas híbridas engloban diversas situaciones a lo largo del planeta, poniendo como ejemplo desde las acciones terroristas por parte de grupos como Boko Haram o Al-Qaeda, hasta acciones de grupos delictivos armados —como los cárteles de la droga en México— pasando por acciones restrictivas al uso del espacio y actos económicos hostiles como el bloqueo de exportaciones japonesas por parte de China en 2010; sin olvidar las operaciones militares encubiertas, como el despliegue de los little green men por parte de Rusia en la República de Crimea.
El Consejo de Europa también destaca que este tipo de tácticas híbridas además se caracterizan por una «asimetría legal», dado que los actores que emplean estas prácticas, por norma general, niegan su responsabilidad en las operaciones híbridas y tratan de escapar de las consecuencias legales de sus acciones, actuando a través de los límites legales, aprovechándose de que no existe una legislación reguladora de las amenazas híbridas como tal y generando confusión y ambigüedad para encubrir sus acciones.
La desinformación como herramienta de guerra
Cualquier elemento resulta válido para convertirse en un arma con la que poder influir, desorientar o coaccionar a otros Estados y, en la actualidad, el uso —o mal uso— de la información no iba a ser una excepción.
Si bien es cierto que prácticas tales como la manipulación política o el engaño no son algo novedoso en los conflictos, la llegada de Internet y el uso del ciberespacio sí que suponen un elemento diferenciador y revolucionario en el empleo de ofensivas irregulares.
Todo ello viene de la mano de la digitalización de la sociedad, la llegada y uso masivo de las redes sociales y la aparición de nuevos difusores de información, en los que tanto la velocidad como el alcance de la misma se disparan sin precedentes. Por un lado, a través del espacio cibernético se han llevado a cabo operaciones de influencia y ciberataques mediante los que se ha pretendido manipular procesos electorales o influir en asuntos internos de Estados y por otro ha sido el caldo de cultivo de la «guerra de la información».
Es en este contexto es donde va a florecer el concepto de «desinformación», es decir, la posibilidad por parte de cualquier actor internacional de difundir deliberadamente información falsa, manipulada o sesgada con propósitos hostiles. Esta práctica supone un reto muy difícil de abordar, especialmente para las democracias liberales desde el momento en el que tratar de combatir la difusión de información falsa, puede suponer poner en riesgo y erosionar la libertad de expresión y de información, valores que fundamentan dicho sistema político predominante en la actualidad.
Las campañas masivas de desinformación y propaganda diseñadas para controlar la narrativa son un elemento clave de una campaña híbrida. Éstas van dirigidas a poblaciones enteras o a minorías nacionales concretas y se llevan a cabo con el objetivo de conseguir influencia política, incluso dominio sobre un país o territorio en apoyo de una estrategia
general.
En el caso de Rusia, los instrumentos principales a través de los cuales se llevan a cabo estas prácticas son medios de comunicación convencionales; como la agencia estatal de
noticias Sputnik, cadenas de televisión rusas con un alcance más internacional; como es el caso de RT, ataques cibernéticos diversos y los llamados Internet trolls, que son personas o bots que se encargan de difundir noticias falsas u ofensivas a través de las redes sociales.
Algunas de las características más comunes que se pueden observar en estas campañas desinformativas son: la dificultad de averiguar la exactitud de los hechos que tratan, la falta de equilibrio en la presentación de la información, resaltando las debilidades del oponente por encima de la veracidad de los hechos y la ausencia de credibilidad de fuentes elegidas.
Cabe destacar que este tipo de campañas son más exitosas si se sitúan en regiones que ya presentan alguna inestabilidad o vulnerabilidad que aprovechar, como ocurría en el caso de la Federación Rusa en Crimea en 2014, cuya población —de mayoría rusófona— ya estaba predispuesta a aceptar la perspectiva rusa de los hechos.
Otros factores que contribuyen a que las narrativas desinformativas rusas tengan éxito pueden ser los vínculos económicos, el grado de influencia del Kremlin entre los actores locales o la proximidad geográfica y cultural.