Un interesante hilo de Twitter del periodista y escritor, Nacho Montes de Oca, sobre el rol de China ante la invasión de Ucrania y cómo se relaciona con la nueva ola de encierros domiciliarios que está viviendo en exclusiva el país asiático.
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China recluyó a 26 millones de personas por un brote de COVID que este pasado sábado mató a 26 personas. Parece una enormidad, pero todo indica que esta nueva fase de la pandemia obedece a dilemas muy complejos que el líder chino, Xi Jinping no parece haber previsto.
La invasión de Ucrania elevó un 30% el precio del petróleo y golpeó a China en su industria y su sistema energético exhausto desde antes de la guerra. El incremento global del 17,1% en el precio de los alimentos, según la FAO, afecta su capacidad de alimentar a 1.400 millones de personas.
El incremento del 12% en el precio del algodón golpea a sus textiles. El aluminio llegó a su máximo en 11 años y afecta a la producción automotriz y de electrodomésticos. Y la menor oferta siderúrgico mundial sacude a su construcción, que venía averiada por la caída de Evergrande. Esa crisis inmobiliaria trajo una crisis financiera profunda. A muchos les pasó desapercibida la caída del yuan respecto al dólar desde el inicio de la invasión. Más que una política deliberada para ganar competitividad, ese derrumbe parece indicar un problema mucho más profundo.
Además, la inflación anual subió al 1,5% y, de acuerdo a los analistas, podría trepar al 2%. Y esto mientras el aumento de las exportaciones disminuyó del 18% al 4,5% en un año, cuando comenzaban a recuperarse de la pandemia. Xi Jinping tiene motivos para preocuparse.
Es un coctel complicado: China no es autosuficiente en materias primas, enfrenta una crisis energética, una demanda constante de alimentos y su industria necesita insumos que no tiene. Vladímir Putin hizo que todo se tornara mucho más costoso. Y no parece haber solución a la vista: Pekín sabe que en la medida que el conflicto continúe y se radicalice, Occidente tendrá más reparos para adquirir sus productos si ayuda al bando opuesto. Rusia representa en 7,8% de su comercio. La suma de los países occidentales y sus aliados, un 67%. Ese es su talón de Aquiles.
China necesita inversiones externas para recuperar terreno y Rusia no se las puede dar. Y además precisa de tecnología para que sus manufacturas y líneas de producción sigan siendo competitivas. No hay modo de conseguir ambos si se confronta con Occidente y Pekín lo sabe. Y lo que es peor, al no haber tomado una postura de condena a la invasión y sugerir alguna ayuda a Rusia abrió las puertas a politizar su comercio con Occidente, que presiona cada vez con mayor fuerza para que, si no se suma al boicot, al menos no salve a Putin de su derrota.
Todo podría desmejorar para China si la siguiente ronda de sanciones incluye una “cláusula cubana” que penalice a países y empresas que comercien o asistan económicamente a Rusia. Un celular Xiaomi puesto en Moscú, puede costar miles que no se venden en Europa o EEUU. Occidente tiene muchas herramientas para presionar. China incumple todas las normas de respeto a los DDHH – un millón de uigures en los campos de concentración son testigos de ello-, de protección ambiental, de transparencia comercial y de respeto de patentes, entre otros.
También está presente la represión despiadada que ejerció en Hong Kong pese a haberse comprometido por escrito a respetar a su población en 1984. No es que Occidente se haya vuelto purista. Pero hasta hoy se “distrajo” con el comercio, como lo hizo con el gas de Putin.
Esa es una buena excusa para frenar la expansión China en su momento de debilidad, desactivar a un posible aliado de Rusia e intentar acortar la guerra. Y de paso podrá pasar a la ofensiva para recuperar mercados y fuentes de materias primas ganados por Pekín en años anteriores. Es sencillo: Occidente tiene que reemplazar las fuentes de provisión de materias primas rusas y necesitan recobrar los espacios que dejaron vacíos en el mundo. Mientras debatían géneros y futuros verdes, Rusia y China los llenaron sumando países, gobiernos y mercados a su bolsa.
Veamos ejemplos. China y Rusia apoyaron al régimen de Maduro y controlaron el petróleo, el oro y el uranio venezolano. Ahora Rusia concentró su estrategia en el histórico lazo con Cuba. EEUU se acercó a Caracas y junto a Europa presiona en América Latina para recuperar influencia. En África, China otorgó préstamos por 153.000 millones de dólares y ganó el control de grandes cantidades de materias primas. Para Europa y EEUU, debilitar a China es empezar a recuperarlos y de paso relegarla a un rol de acreedor con posibilidades inciertas de cobrar.
Sumemos la crisis global por un posible «default» de varios países que empezó con Sri Lanka, sigue con Rusia que insiste en pagar con rublos los bonos en dólares y probablemente continúe con Argentina. No es solo Ucrania, el mundo entró en una crisis de inflación y recesión. A mayor inflación mundial y menores ingresos, los países tienden a concentrarse en importaciones básicas en lugar de las manufacturas que hacen fuerte a China. Otro golpe para Pekín que en realidad es una reedición de lo sucedido durante la contracción global por el COVID.
China depende del comercio exterior mucho más que otros países. Aunque 2/3 de su inmensa población está en la clase media, no tiene un mercado capaz de absorber toda su producción. Al contrario, tantos consumidores la hacen más vulnerable a los aumentos de precios. Por tanto, si las empresas occidentales se retirasen como lo hicieron en Rusia o suspendieran sus actividades, el golpe para la economía china sería igual de grave y más aún si se acompaña con una caída de sus exportaciones a Occidente.
China es poderosa como Rusia, pero más dependiente. Por lo tanto, China es más vulnerable a las sanciones y sus crisis superpuestas la encuentran en un momento de fragilidad inédita. Se dieron todas las condiciones y encima «el tío Vlad» había prometido que todo se arreglaría en unos días. No fue el único que calculó mal los factores.
El verse tan afectada por las decisiones de Putin explica por qué China dejó a su aliada en relativa soledad. Cuando todos esperaban que Pekín respaldara a Moscú, ese país optó por abstenerse en votaciones clave y rechazar sutilmente la invasión con llamados al diálogo.
En contra de los que suponen una alianza fuerte entre ambos países, China rechazó el pedido de ayuda militar ruso, cortó sus créditos de desarrollo y hasta hoy hizo contorsiones para esquivar los reclamos de Putin para que se defina a favor suyo ante Occidente y le envíe armas. En tanto, Biden sacó 352 productos chinos de la lista de castigos arancelarios como prenda de compromiso. Europa le avisó en la cumbre Europa- China del 1 de abril que no tolerará el apoyo a Rusia. Tiene con qué amenazar: el 40% del comercio chino es con la Unión Europea.
Es cierto que mientras tanto China arregló un gaseoducto desde Rusia, pero también que lo hizo para obtener hidrocarburos a precio de oferta y que no acompañó ese acuerdo con un segundo frente de tensión militar en Taiwán, las Paracelso o las islas Senkaku disputadas con Japón. Allí está el otro problema. En los años anteriores, el líder chino desarrolló una imagen de camorrista regional en paralelo a los avances de Putin en su región de influencia. Y así, China inició o profundizó conflictos con casi todos sus vecinos y con EEUU. Vamos a repasarlos.
Los otros conflictos de China
El más reciente fue en 2020 en la región del valle Galwan en donde tropas chinas e indias se trenzaron en combate. Además de la región de Aksai Chan, hay otro frente en Cachemira. Con Kirguistán y Tayikistán tiene problemas por la resistencia de los uigures desde esos territorios.
El mayor de todos los conflictos es en el Mar de la China, por donde pasa el 35% del comercio naval del mundo y en donde yacen enormes reservas de gas. Allí, Pekín reclama zonas que también son revindicadas como propias por Malasia, Filipinas, Taiwán, Vietnam, Brunéi e Indonesia.
Además, tiene una guerra comercial con Australia luego que ese país la acusara por el manejo de la crisis del COVID, un diferendo limítrofe con Nepal y otro conflicto con Vietnam por el río Mekong. Y problemas cada vez que una flota de EEUU navega por ese mar que considera propio
Estas tensiones y las que vendrán por el agravamiento de la situación económica global, hacen inevitable que, tras lo sucedido en Ucrania, Occidente pusiera a Xi Jinping en estado de “pre Putin” y le comunicaran que no caerá otra vez en la trampa de las promesas fallidas
En ese sentido, el discurso agresivo de Xi Jinping reclamando un lugar como potencia militar de primer orden y el desarrollo de armamentos cada vez más poderosos lo colocaron en curso de colisión futura con Occidente, que no quiere otro Putin y está operando para evitarlo.
A diferencia de crisis anteriores, China hoy ya no negocia con los países europeos y EEUU como entidades separadas. Putin parió una coalición occidental que comienza a entender que, si no da una respuesta cooperativa y dura, va a afrontar otros escenarios similares al de Ucrania.
Así como Putin chantajeó al mundo con trigo y aluminio, China lo hace con su comercio y sus nuevas armas. Notaron que la sola insinuación de una agresión a Taiwán dejó al mundo sin microprocesadores suficientes. Si China es un riesgo, hay que desactivarla cuanto antes. De modo que, en el tablero global, Putin le dejó servida a Occidente la oportunidad de unirse como bloque y enfrentar las apetencias militaristas de Rusia y al mismo tiempo hallar el modo de limitar el crecimiento militar y político de China. Gracias Vlad, empalaste dos potencias.
Frente al poder económico y militar combinado de Occidente están Rusia y China. Pekín se dedicó a armar conflictos, a establecer bases a lo largo de la Ruta de la Seda y a vender armas a granel. Pero lo que sucedió desde la invasión rusa, modificó por completo el panorama militar. Los tanques destruidos, los aviones derribados y el Moskva realizando una “operación especial de inmersión” sugieren que aún no hay tecnología ni doctrina suficientemente avanzadas para confrontar con éxito a Occidente. De algún modo, Ucrania también fue una derrota para China.
El parque militar de China es aún más obsoleto que el ruso. Sus tanques Tipo 96, los más numerosos, son un desarrollo del T72 ruso y hay apenas 200 del nuevo Tipo 99. Los Sukhoi/Shenyang que caen en Ucrania como gorriones de Mao son su principal arma aérea. Los J20, aún no llegan.
En el mar, ocurre algo similar. China tiene tres portaviones basados en el modelo ruso Azov de la era soviética. Y muchos submarinos y fragatas. Pero con solo desplazar un grupo de combate de EEUU, se lograría la paridad. Pekín todavía no está preparada para una guerra y lo sabe.
China alinea 3 millones de soldados. India 2 millones. Indonesia 450 mil. Japón 250 mil. Y detrás está la OTAN y sus aliados regionales con una superioridad numérica y tecnológica que ensombrece a los números que podría aportar Pekín en un conflicto y fue certificada en Ucrania.
En su intención de ser superpotencia, China creó un arco desde Japón a Australia que, sumando sus economías y capacidad militar convencional, pueden enfrentar sus apetencias regionales. Saben que lanza amenazas en público, pero en privado pocos la creen capaz de concretarlas. Pekín podría haber aprovechado para invadir Taiwán, formar una coalición con Rusia apoyándolo con armas y medios económicos o avanzar más en el Mar de la China. Pero no lo hizo. Sabe que si aprueba los métodos violentos de Putin pierde Taiwán para siempre. Pero hay algo más.
China se había propuesto llegar al año 2025 como potencia militar de primer orden. Los resultados en Ucrania trastocaron sus planes y las sanciones demostraron que el poder no pasa solo por el instrumento militar. La opción nuclear, tampoco funciona siquiera como amenaza.
China tiene 240 misiles nucleares intercontinentales en su arsenal. Un submarino norteamericano clase Ohio transporta 24 misiles Trident II D5 capaces de llevar cada uno hasta 15 ojivas atómicas. Con uno de los 14 Ohio de EEUU, puede superar a toda China, fin de la amenaza.
El último golpe contra la estrategia de China vino con el acuerdo entre Rusia y La India para la provisión de armamentos de alta tecnología incluyendo el sistema de misiles antiaéreos S400, quizás el más capaz de hacer frente a los últimos modelos de aviones de combate chinos.
Pekín hizo saber su molestia a Moscú por lo inoportuno del acuerdo, que además molestó a su aliado regional más fuerte, Pakistán, enemigo histórico de La India. Putin se movió con torpeza y supuso que el pacto con Nueva Deli apuraría una respuesta china. Se equivocó otra vez.
En realidad, Putin y Xi Jinping erraron todos los cálculos. Putin mira los mapas del frente mientras el líder chino observa que la crisis provocada por su aliado comenzó a arrastrar a su país a un escenario mucho peor que el que existiría de haberlo persuadido a no invadir.
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La guerra profundizó un proceso de desaceleración económica y de deterioro del ingreso frente al aumento de precios y costos, seguido por un aumento del desempleo que los que llevan las estadísticas intentan ocultar. Se trata de un panorama complejo para el gobierno chino.
En especial porque tanto el proceso de ingreso de pobres a la clase media como el sostener el nivel de consumo y ascenso social – la transacción implícita a cambio de la hipoteca de libertades- se paralizó desde el inicio de la pandemia y corre riesgo de revertirse por la guerra.
Esa presión puede volverse turbulencia si se afronta la escasez de comida o la ausencia de materias primas hace imposible sostener el milagro exportador chino y la crisis se profundiza. Ya no está Mao para matar a 100 millones y poner orden. Mejor probar primero con un encierro. O si se prefiere, para poner orden hay que comenzar a mostrar un poco de carácter ante el descontento y nada mejor que lanzar una alerta de COVID.
Resulta fácil cuestionar su veracidad con el hecho que, mágicamente, el virus no ataca a otros países como antes. Y la sospecha de que se trata en realidad de un montaje para mantener controlada a la población y de recordarles lo riguroso del estado chino es que el virus parece haber atacado coincidentemente en las regiones más afectadas económicamente por la guerra en Ucrania.
En efecto, el virus en su nueva versión “disciplinante” afectó a las ciudades industriales y exportadoras como Shanghái, Shenzhen y las provincias de Jilin y Tianjin. En Hong Kong, el repentino surgimiento de virus pausó las protestas civiles. Un virus con conciencia política.
El resurgimiento del COVID fue conveniente en muchos sentidos. Por un lado, justifica la represión interna y la pausa en la lucha contra otros países tras años de anunciar que era inminente el salto del dragón. Por el otro, le permite excusarse con Rusia por su falta de atención. De hecho, pareciera que la idea de Xi Jinping es decirles a sus ciudadanos insatisfechos “Ustedes no están descontentos, solo tienen COVID. Quédense en sus casas”. Y a su aliado Putin que es mejor que arregle el lío solo y cuanto antes sin arrastrarlo al Mar de las Sanciones.
Con esta serie de factores es comprensible entender el enojo de Pekín con Rusia. Lo que iba a ser una jugada rápida tras los juegos olímpicos de invierno se transformó en un problema crónico sin solución a la vista. China no va a ayudar a que siga prolongándose, ya lo dejó claro. Lo más lógico y previsible es que por ahora se cuide de no confrontar con Rusia, le preste algún respaldo limitado y ofrezca comprar a precios de oferta las empresas rusas vaciadas de capitales occidentales en sectores críticos como la industrias petrolera, siderúrgica y militar.
Pero para lograr todos estos objetivos tiene que hacer un equilibrio entre la desconfianza de Occidente y sus aliados regionales y la ansiedad de Putin que necesita de manera urgente una solución para su aislamiento y las sanciones que aceleran su efecto con cada día que pasa. Es por eso que China pidió licencia por enfermedad mientras calibra su respuesta. Quedó prisionera de la estrategia planteada por Xi Jinping, que este año que viene tiene que revalidar su poder en el XXI Congreso del Partido Comunista Chino. A todos les corre el tiempo en contra.
El líder chino se alió con Putin, aumentó el gasto militar al 7,1% del PBI y prometió convertir a China en la gran superpotencia. Hoy encierra a su gente y evita un rol central en la mayor crisis mundial. Los enemigos internos en el Partido, podrían facturarle tanta negligencia.
Queda la última posibilidad: que China apure su destino de potencia y abra un nuevo frente militar para distraer a su población de la crisis y reemplace el consumo con el espíritu belicista. Que tan probable es, nadie lo sabe. Pero como en Ucrania, sería una lucha sin ganadores.
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