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El equilibrismo diplomático chino ante la invasión de Ucrania

Análisis

Jorge Antonio Chávez Mazuelos
Jorge Antonio Chávez Mazuelos
Magíster en Relaciones Internacionales por la Central European University y profesor de la Carrera de Relaciones Internacionales de la Universidad San Ignacio de Loyola. Es coordinador adjunto del Grupo de Estudios sobre Política China. Cuenta con un Diplomado en Estudios Estratégicos y Gobernanza Global por la Universidad Las Américas Puebla y un Diploma en Lengua China por la Universidad de Lengua y Cultura de Beijing. Ha participado como delegado y ponente en conferencias de APEC, OCDE, UNESCO, UNAOC y la Comunidad de Democracias. Es especialista en Política Exterior China, Análisis de Política Exterior, Análisis Geopolítico y Seguridad Internacional. Alumno certificado del Curso de Analista Internacional de LISA Institute.

Un análisis de Jorge Antonio Chávez Mazuelos, alumno certificado del Curso de Analista Internacional de LISA Institute, sobre los encuentros y desencuentros entre Moscú y Beijing y por qué la invasión de Putin a Ucrania pone en una situación tan “incómoda” a China.

La invasión de Putin a Ucrania ha creado un escenario de guerra de proporciones no vistas en Europa desde la Segunda Guerra Mundial que no solo ha puesto al mundo en alerta y generado una condena mayoritaria de Moscú, sino que ha colocado a China en una situación incómoda.

Ante las sanciones económicas impuestas por países occidentales y el creciente descrédito de Rusia en el mundo, Beijing ha tratado de reafirmar su compromiso con los principios de integridad territorial, soberanía y no intervención, pero ha evitado, de momento, condenar directamente a Rusia y tomar posiciones comunes con Occidente de cara a la invasión.

Ante este difícil acto de equilibrismo diplomático, cabe preguntarse: ¿cómo se explica la posición que ha tomado China? ¿Qué intereses y principios se contraponen? ¿Podría haber un cambio en la posición china de cara a Rusia?

El entorno político y estratégico internacional

Para entender la posición de China, hay que comprender el contexto político y estratégico en el cual el país se encuentra. En primer lugar, en medio de una transición del poder internacional, Estados Unidos ve a China como un rival sistémico y ha hecho esfuerzos por limitar su avance. Beijing entiende que Washington trata de contener que el país emerja tanto económica, política, tecnológica y militarmente; en resumen: frenar el poder de atracción del gigante asiático.

Por ello, China comparte con Rusia la percepción de que su zona de influencia se ve comprometida por las alianzas militares occidentales. Asimismo, durante la Administración Trump, la retórica crítica de China alcanzó cotas de agresividad sin precedentes.

Durante su presidencia, Estados Unidos condenó al país asiático por presuntas prácticas comerciales desleales, la situación de los derechos humanos y de las minorías étnicas, alertó sobre un potencial peligro de adquirir tecnología china y lanzó ataques dirigidos a minar la legitimidad política del Partido Comunista chino.

En el momento en el que la pandemia comenzó a irrumpir en Europa y a expandirse más allá de Wuhan, tanto Estados Unidos como otros países occidentales cuestionaron seriamente a China respecto al origen del virus, en relación a la gestión inicial de la crisis y a la transparencia con la que el país actuó.

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Durante la Administración Biden, si bien la retórica agresiva se ha moderado y se ha enarbolado un discurso internacionalista liberal y democrático para contener a China, la relación entre ambos países continúa teniendo una dinámica conflictiva. Las fricciones diplomáticas más recientes entre China y Estados Unidos se dieron de cara a los Juegos Olímpicos de Invierno, que tuvieron lugar en Beijing en febrero de este año.

Estados Unidos decidió impulsar un boicot diplomático alegando que China había perpetrado “un genocidio, crímenes en contra de la humanidad y violaciones de los derechos humanos”. En base a esta lógica, países como Canadá, Australia y Reino Unido decidieron sumarse a la condena, lo que fue duramente criticado por Beijing.

Sin embargo, mientras esto ocurriría, las exigencias rusas con respecto a Ucrania y la movilización de tropas y equipos militares aumentaban su proyección hacia las fronteras ucranianas.

A pesar del “desaire” de gran parte de Occidente, Vladimir Putin sí acudió a la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno. Durante la visita, China y Rusia emitieron un largo comunicado conjunto en el condenaron la expansión de la OTAN; una supuesta mentalidad propia de la Guerra Fría por parte de las potencias occidentales; el nacimiento de mecanismos de seguridad como AUKUS y reafirmaron su compromiso respecto a la soberanía, integridad territorial y no interferencia en asuntos internos. Paradójicamente, estos últimos compromisos políticos asumidos por Rusia no se condicen con la posterior invasión a Ucrania.

Sin embargo, a pesar de la actual convergencia sino-rusa, no se puede hablar de una amistad históricamente inquebrantable entre Moscú y Beijing. China no olvida que en 1860, tras la Segunda Guerra del Opio y en su momento de mayor debilidad, la Rusia imperial se anexionó una amplia porción de territorio chino al norte del Río Amur.

Casi cien años después el cisma sino-soviético generaría grandes tensiones que derivarían en conflicto armado en 1969. En un contexto donde China percibía a la Unión Soviética como su principal amenaza de seguridad y Estados Unidos tenía interés en contener a Moscú, hubo una convergencia entre ambos países.

Dicho acercamiento propició el reconocimiento de la República Popular China como representante legítimo ante la ONU en 1971, en la visita del presidente Nixon a China en 1972, cuando surgiría el llamado triángulo estratégico (China, Estados Unidos y la URSS) y en el establecimiento de Relaciones Diplomáticas con Estados Unidos en 1979.

En otras palabras, hay antecedentes históricos de grandes desencuentros en la relación entre China y Rusia. Además, la diferencia demográfica y económica entre el noreste chino y el lejano este ruso es notoria y, por tanto, una posible fuente de preocupación y tensión en las relaciones bilaterales.

Los intereses comunes entre Moscú y Beijing

Para entender la ambivalencia de la posición china con respecto a la invasión perpetrada por Rusia, hay que entender que ambos países comparten una densidad de intereses económicos, energéticos, políticos y de seguridad.

China actualmente importa aproximadamente un 80% de combustible por vía marítima. Así, Rusia le ofrece la posibilidad de diversificar el suministro de energía por vía terrestre. Esto le permite a Beijing contrarrestar las posibles disrupciones en el tránsito de hidrocarburos por el estrecho de Malacca y paliar el impacto de crisis de seguridad en Oriente Medio.

Por otro lado, el comercio bilateral supera los 150 mil millones de dólares, haciendo de China el principal socio comercial de Rusia. Mientras que las exportaciones rusas se centran en la venta de bienes primarios, minerales y energía; Beijing exporta bienes industriales como maquinaría, vehículos, tecnología, entre otros.

En el campo de la seguridad, Rusia condena la expansión de la OTAN hacia el Este y considera que Estados Unidos se aprovechó de la debilidad del país para debilitar la esfera de influencia de Moscú en detrimento de su seguridad.

China, por su parte, establece un paralelismo entre la expansión de la OTAN y el sistema de alianzas militares desarrolladas entre Estados Unidos y países como Japón y Corea; el Diálogo Cuadrilateral de Seguridad; la alianza de cooperación en inteligencia Five Eyes y la reciente alianza AUKUS previamente mencionada. Ambos países perciben dinámicas de contención por parte de potencias occidentales, las cuales consideran lesivas para su seguridad nacional y proyección internacional.

Por otra parte, mediante la participación rusa en la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva y de la Organización de Cooperación de Shangai, Rusia termina también siendo un actor fundamental en la arquitectura de la seguridad euroasiática.

Así, la cooperación rusa de cara a Asia central es crucial para China en tanto el país viene también impulsando, además, una significativa proyección geoeconómica a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Por consiguiente, dicho espacio geopolítico es crucial para su seguridad energética, sus inversiones y para el tránsito terrestre de su comercio hacia Europa.

Asia central también es crucial para garantizar la estabilidad de regiones del occidente chino como Xinjiang y el Tíbet. Rusia es, además, el vecino con el que China tiene su frontera más grande y un país fundamental en la proyección de Beijing sobre el Ártico. Una futura ruta marítima que permitiría reducir en 20 días el tiempo de viaje de los contenedores a Europa, reducir los costes de transacción y flota, y mitigar tanto el riesgo de las acciones de grupos armados transnacionales como de un potencial bloqueo del Estrecho de Malacca en un escenario de conflicto.

Tanto China como Rusia tienen posiciones comunes de cara a la democracia liberal, la comprensión e interpretación de los derechos humanos, la necesidad de reforma de la gobernanza global y la soberanía en el ciberespacio.

Las aristas problemáticas de la invasión para China

Sin embargo y, a pesar de los factores estructurales y coyunturales que propician la cercanía de las relaciones entre China y Rusia, la invasión de Putin a Ucrania es sumamente problemática para la política exterior de Beijing. Tras el fin del el llamado «Siglo de la Humillación» y la fundación de la República Popular China, el país estableció los Cinco Principios de Coexistencia Pacífica como los pilares de su vinculación con otros Estados.

Estos principios eran: respeto mutuo por la soberanía y la integridad territorial; no agresión mutua; no interferencia en los asuntos internos de otros países; igualdad y beneficio mutuo; y coexistencia pacífica. Por consiguiente, tanto la anexión de Crimea, el apoyo militar a milicias separatistas en Donetsk y Lugansk y la invasión que Rusia ha perpetrado en contra de Ucrania, violan fragantemente dichos pilares fundacionales de la política exterior china en cuanto a la acción rusa.

Por otra parte, la doctrina Ruski Mir, que apela a la obligación de Rusia de proteger a los rusos étnicos y rusoparlantes es sumamente problemática para Beijing en tanto en cuanto sería imposible avalar dicha doctrina en la medida en que daría pábulo para que, en virtud de la solidaridad étnica o lingüística, potencias extranjeras atenten contra de su integridad territorial china en regiones del oeste del país.

Precisamente dicha preocupación fue la que motivó a China a impulsar la creación de la Organización Cooperación de Shanghai en el 2001, comprendiendo que la mayoría de países de Asia central son pueblos túrquicos y musulmanes con lazos históricos con Xinjiang. Es por ello que, al margen de resolver diferentes conflictos fronterizos, la organización también tiene el propósito de combatir los llamados tres males: terrorismo, separatismo y extremismo.

En esta misma línea, China quiso contener la posibilidad de que surgieran solidaridades transnacionales que apoyaran a grupos separatistas en Xinjiang. Por ello, el país es consciente de que apoyar la invasión de Putin sería peligroso para su propia seguridad nacional y su tradición diplomática.

Otra incómoda arista de la invasión son los presuntos paralelos existentes entre esta una eventual reunificación de Taiwán por la vía de las armas. Sin embargo, cabe señalar que la “soberanía” de China sobre Taiwán es aceptada por una gran mayoría de países y que el poder relativo de China y términos políticos y económicos es significativamente mayor al ruso.

Debido a la interdependencia económica entre Occidente y el resto del mundo parece bastante inviable que se impongan en algún momento las mismas sanciones que está recibiendo Rusia. Además, una operación militar para tomar control efectivo sobre la isla podría tener consecuencias no deseadas para China en términos reputacionales y afectar su posición actual de “garante de paz” y seguridad internacional.

En este sentido es reseñable que las autoridades de Taiwán enviaron 27 toneladas de ayuda humanitaria, sus políticos han sido vistos utilizando mascarillas con los colores de la bandera ucraniana y la jefa de Gobierno, Tsai Ing-wen, ha donado un sueldo mensual para apoyar a Ucrania.

Esto puso a Beijing en una situación incómoda ante la cual ante la cual el Consejero de Estado y Ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, ofreció ayuda humanitaria a Ucrania a través de la Sociedad de la Cruz Roja China, 12 días después del inicio de la invasión.

El complejo equilibrismo diplomático chino

En el marco de una reunión del Consejo de Seguridad de la ONU, donde se votó una resolución para condenar la invasión rusa de Ucrania, China fue uno de los 3 países que votó “abstención”, frente 11 miembros votaron “a favor” de la condena de la agresión, mientras que Rusia fue el único país en votar “en contra”. 

En la Asamblea General de las Naciones Unidas, China fue uno de los 35 países que se abstuvieron a la hora de votar por una resolución que condenaba la invasión de Ucrania, mientras que 141 países la apoyaron y tan solo 5 (incluída Rusia) se opusieron a su aprobación.

Si bien la narrativa “oficial” de China dice reafirmar los principios de soberanía e integridad territorial, por otro lado también ha declarado que está analizando el caso de Rusia y Ucrania asegurando que existe una gran complejidad histórica en el caso. También considera “legítimas”, como ya hemos mencionado, las preocupaciones de seguridad que Rusia tiene de cara a la expansión de la OTAN.

Así las declaraciones de las autoridades chinas como las comunicaciones en sus medios oficiales tratan de sostener un difícil equilibrio narrativo. A ello se le suma que parece haber expresiones de una opinión pública cada vez más nacionalista que ve en el apoyo a Rusia una forma de condenar a Occidente y rechazar las críticas y humillaciones que China percibe haber sufrido a manos de potencias extranjeras.

Sin embargo, ante la creciente intensidad de los ataques sobre las ciudades ucranianas, la agudización de la crisis humanitaria y la creciente presión internacional, tanto la percepción de la opinión pública china como la posición de Beijing podrían cambiar.

Debido al creciente peso de las sanciones económicas sobre Moscú y a su aislamiento diplomático, Putin ha visto en Xi Jinping a un aliado que podría ayudarle a paliar la crisis económica a través de líneas de crédito y el aumento de comercio (sobre todo, en lo relativo a la exportación de hidrocarburos).

En virtud de la posición de ventaja china en relación a la interdependencia económica y política, la potencia asiática podría ser decisiva en el desenlace de la guerra. Por lo pronto, en una conferencia de prensa que tuvo lugar este lunes 7 de marzo, en el marco de la Asamblea Legislativa Anual, Wang Yi, manifestó la voluntad de China de servir como país mediador y de apoyar los esfuerzos de la comunidad internacional por resolver el conflicto por las vías diplomáticas. Está por verse si China dejará a un lado el equilibrismo diplomático y asumirá el activo y decisivo rol que su posición de potencia supone.

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