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El estigma del Trastorno de Identidad Disociativo (TID) en el cine

Análisis

Ana Gil
Ana Gil
Criminóloga y Profesora ELE. Máster en Neurocriminología por la Universidad de Valencia, Máster en Perfilación Criminal por la Universidad Internacional Isabel I de Castilla, Máster de Alta Especialización en Psicología Forense y Perfilación Criminal por EICYC, Perito Judicial en Psicología Forense certificado por EICYC, Certificado profesional en Ciberseguridad de Google a través de Coursera, Certificado profesional en Inteligencia Artificial de Google a través de Coursera, Cursando el Grado en Lengua y Literatura en la Universidad de Burgos y el Máster en Ciberdelincuencia en la Universidad Internacional de La Rioja.

El Trastorno de Identidad Disociativo (TID) es uno de los diagnósticos más controvertidos en la salud mental, y su representación en el cine no ha ayudado a disipar las dudas. Películas y series han alimentado mitos, miedos y estigmas que poco tienen que ver con la realidad clínica. ¿Cómo ha influido la ficción en la percepción social de esta condición tan compleja?

El trastorno de identidad disociativo (TID), antes conocido como Trastorno de Personalidad múltiple, ha sido durante décadas un recurso frecuente en todo tipo de creaciones artísticas. Existen ejemplos como la música («Personalidad Múltiple» de Green A, 2019), novelas literarias («Sybil» de Flora Rheta Schreiber, 1973), series («Mr. Robot» de Sam Esmail, emitido durante 2015-2019 en Amazon Prime), o el cine. Tanto en forma de documentales («Monstruos internos: Las 24 caras de Billy Milligan» de Oliver Megaton (2021), disponible en Netflix), como en formato ficción. En este artículo nos vamos a centrar en el cine de ficción.

Al igual que con otras enfermedades mentales, este trastorno se usa para construir personajes misteriosos, angustiados, oscuros, con giros dramáticos y tramas criminales. Pero el TID (debido a su naturaleza enigmática, ya que no se sabe mucho sobre la realidad de este trastorno) se usa casi exclusivamente como recurso dramático. A menudo, como plot twist final a modo Deus ex machina para solucionar la trama en el último momento.

El «malo» es el protagonista «bueno», pero que en realidad tenía una doble personalidad «malvada» que le hizo cometer los crímenes. Un ejemplo de esto es «El club de la lucha» (1999) de David Fincher, que se puede ver en Disney Plus.

Lejos de reflejar la realidad clínica de quienes conviven con este trastorno, la gran pantalla ha contribuido a crear una imagen distorsionada. Sensacionalista y, en la mayoría de los casos, estigmatizada.

Representación del Trastorno de Identidad Disociativo en el cine comercial

Uno de los principales problemas en la representación del TID en el cine es la asociación reiterada entre este diagnóstico y la violencia extrema.

Un análisis de películas con personajes que presentan TID revela que una proporción significativa de estos personajes comete actos violentos. Esto contribuye a la creencia errónea de que las personas con TID son peligrosas e impredecibles. La realidad, sin embargo, indica lo contrario. Diversos estudios señalan que los enfermos de salud mental tienen más probabilidades de ser víctimas de violencia que de ser victimarios.

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El problema no es solo la frecuencia con la que se recurre a este recurso, sino también el impacto que tiene sobre la percepción pública. A diferencia de otros trastornos mentales, como la depresión, que se ha logrado visibilizar a través de historias más humanas, el TID sigue siendo en muchos casos una etiqueta. Se utiliza para justificar lo grotesco, lo salvaje o lo criminal. Esta construcción narrativa tiene raíces profundas en el miedo a lo desconocido, y el cine ha sabido explotarla para generar tensión y morbo.

No hay que olvidar que el trastorno de identidad disociativo es aún un desconocido lleno de mitos. A veces, incluso resulta difícil de creer al expresarse de una forma tan excepcional. Pero es que la razón por la que nos cuesta entenderlo es esa acepción casi mágica y paranormal que tenemos de ello gracias a su representación en el cine. Un ejemplo es «Fragmentado» (2016) de M. Night Shyamalan, en el que una de las personalidades del protagonista es un monstruo llamado «La Bestia», que tiene fuerza sobrehumana e incluso trepa paredes.

Estas representaciones refuerzan la idea de que el TID es una amenaza, una condición monstruosa, más cercana al mito que a la realidad clínica. Otro ejemplo es «El escondite» (2005) de John Molson. En esta película, el personaje interpretado por Robert De Niro desarrolla una identidad violenta tras la muerte de su esposa, lo que refuerza el vínculo entre trauma, disociación y violencia incontrolable.

Además, el cine rara vez muestra a las personas con TID de forma empática o realista. Pocas películas exploran el dolor, la confusión y la lucha cotidiana que implica vivir con una mente fragmentada. Tampoco se suele mostrar el origen traumático del trastorno, que en la mayoría de los casos está vinculado a abusos en la infancia.

En cambio, se opta por versiones caricaturescas o exageradas, en las que el personaje cambia de identidad con una teatralidad poco creíble, o utiliza su trastorno como excusa para manipular y engañar.

¿Influye el cine en nuestros prejuicios sobre este trastorno?

Un aspecto particularmente preocupante es cómo estas representaciones influyen en la opinión pública. El público general, al no tener contacto directo con personas que viven con TID, tiende a construir su comprensión a partir de lo que ve en las películas. Si lo que se presenta es miedo, caos y violencia, la empatía y la comprensión quedan anuladas por el prejuicio. Esto no solo perpetúa estigmas, sino que también impide avances en la inclusión social y el acceso a la salud mental sin juicio ni rechazo. 

Por culpa del estigma social, ya es difícil admitir públicamente que uno tiene una enfermedad mental como la depresión. Pero prácticamente es un suicidio social admitir que sufres de alguna otra menos común, como la esquizofrenia, el trastorno bipolar, trastorno límite o trastorno de identidad disociativo.

Este tipo de representaciones no solo desinforman, sino que también tienen consecuencias tangibles. La estigmatización en los medios puede dificultar el diagnóstico y tratamiento de las personas con TID, ya que temen ser etiquetadas o no ser tomadas en serio. También puede alimentar prejuicios sociales que marginan aún más a un colectivo que ya enfrenta numerosos retos, como el acceso a atención médica especializada o el reconocimiento de su experiencia subjetiva.

Las consecuencias del estigma mediático no son menores. El rechazo social puede provocar aislamiento, empeorar síntomas y limitar el acceso a redes de apoyo. Además, algunos profesionales de la salud mental pueden dudar del diagnóstico al verse influenciados, consciente o inconscientemente, por estas imágenes estereotipadas. Así, el cine no solo refleja creencias sociales, sino que también las moldea, perpetuando ideas que afectan la vida real de las personas.

Un trastorno de identidad disociativo más realista

Frente a esta tendencia, existen algunas excepciones que demuestran que es posible representar el TID con respeto y veracidad. Algunas películas, como «Frankie & Alice» (2010) de Geoffrey Sax, o la serie «United States of Tara», emitida desde 2009 a 2011, ofrecen una mirada más íntima y humana. En ellas se exploran los conflictos internos del personaje, sus relaciones y su deseo de vivir con dignidad.

Estas obras permiten al espectador empatizar con el trastorno en lugar de temerlo. En particular, «United States of Tara» muestra a una magnífica Toni Colette siendo madre y formando parte de una familia que tiene completamente normalizada su condición. Interactúan de forma natural y orgánica con sus distintas identidades.

También documentales como «Crazy, not insane» de Alex Gibney, en HBO MAX, aportan una visión basada en la investigación y el testimonio clínico. Ayudan a contextualizar el TID desde una perspectiva médica y empática.

De hecho, muchas personas que viven con TID han alzado la voz a través de plataformas como YouTube, donde comparten su experiencia de forma directa. Canales de Youtube como Long Soul System ofrecen una visión mucho más realista y humana del día a día con este trastorno. Estos testimonios no solo desmontan los mitos construidos por el cine, sino que también ofrecen una vía para el entendimiento. 

Una mirada del cine hacia una representación más justa

Es fundamental que la industria audiovisual revise el papel que juega en la construcción de imaginarios sociales. Representar el TID como una patología peligrosa o una excusa para justificar el mal perpetúa un estigma que daña profundamente a quienes viven con esta condición. En su lugar, es necesario promover narrativas más matizadas, informadas y comprometidas con la realidad clínica y emocional del TID.

Los creadores tienen una responsabilidad social cuando abordan temas de salud mental. Informarse adecuadamente, consultar fuentes fiables y escuchar a personas que viven con estos diagnósticos puede marcar la diferencia entre una historia que genera daño y una que contribuye a la comprensión. El cine no tiene que dejar de contar historias intensas o complejas, pero puede hacerlo desde la empatía y la verdad.

El TID no es una excusa ni un recurso fácil para construir villanos. Es una realidad psiquiátrica que, aunque compleja, merece ser tratada con respeto. La visibilidad bien narrada puede ser una herramienta de concienciación poderosa. Y quizás, si las pantallas dejan de alimentar el miedo, podamos empezar a ver a las personas detrás del diagnóstico.

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