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La influencia del nacionalismo cristiano en el trumpismo

Análisis

Isidoro Sánchez Tejado
Isidoro Sánchez Tejado
Investigador, escritor y divulgador en inteligencia artificial, emprendimiento y tecnología. Con más de 40 años en el sector, trabajó en IBM, fundó IBdos y Ontech Security, acumulando más de 30 patentes y reconocimientos internacionales. Es inversor en startups y miembro de la red de Business Angels del IESE, universidad donde ejerce la docencia desde el 2012. Actualmente, investiga y divulga sobre IA, su impacto y desafíos, con un próximo libro en camino.

El nacionalismo cristiano ha dejado de ser una corriente marginal para convertirse en una fuerza ideológica con peso en la política estadounidense. Inspirado en referentes teológicos como San Agustín y en símbolos fundacionales del país, hoy marca el discurso de líderes como Josh Hawley. En este artículo, Isidoro Sánchez Tejado analiza cómo esta visión busca redefinir el papel de Estados Unidos en el mundo desde una raíz religiosa y providencial.

Desde los primeros días de la colonización inglesa en América, la religión ha sido el fundamento de la identidad política estadounidense. Los protestantes puritanos que desembarcaron en Massachusetts en el siglo XVII buscaban libertad religiosa. Pero también llegaron con la convicción de que estaban fundando una sociedad nueva con un propósito divino.

En 1630, a bordo del barco Arbella, el líder puritano John Winthrop pronunció un sermón que marcaría profundamente la identidad de los colonos ingleses en América. Titulado A Model of Christian Charity (Un modelo de caridad cristiana), este discurso estableció un ideal. Uno que influiría en la historia de Estados Unidos hasta la actualidad.

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Winthrop sostenía que los puritanos que llegaban al Nuevo Mundo no eran simplemente emigrantes en busca de prosperidad. Eran una comunidad elegida por Dios, con la misión de construir una sociedad ejemplar. Para ello, recurrió a la metáfora de la «Ciudad sobre una colina», tomada del evangelio de San Mateo.

«Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una lámpara y se pone debajo del almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa» (Mateo 5:14-15).

Esta imagen, la Ciudad sobre una colina, establecía la idea de que EE. UU. tenía un papel especial en la historia, una luz que debía guiar a otras naciones.

Desde el inicio, Winthrop dejó claro que los colonos puritanos no solo estaban fundando una nueva comunidad. También asumían una responsabilidad moral ante el mundo. Su destino dependía de algo más que su capacidad para sobrevivir en tierras desconocidas: estaba ligado directamente a su compromiso con los valores cristianos. Si fracasaban en su misión de construir una sociedad piadosa y ejemplar, estarían desobedeciendo el mandato divino, convirtiendo su empresa colonial en un fracaso humillante.

La imagen de la «Ciudad sobre una colina» fue mucho más que una simple metáfora religiosa. Se convirtió con el tiempo en una idea central en la identidad política de Estados Unidos. Lo que comenzó como un principio teológico entre los puritanos terminó consolidándose como eje fundamental del pensamiento estadounidense.

A lo largo de la historia, esta noción de excepcionalismo religioso reforzó la creencia de que la nación tenía un propósito especial. Justificaba tanto la resistencia frente a ideologías consideradas una amenaza para su esencia cristiana como, más adelante, la expansión territorial bajo la visión del «destino manifiesto».

Esta visión impulsó la expansión hacia el oeste. También influyó en la política exterior estadounidense, presentando sus intervenciones en América y en otras partes del mundo como parte de una misión moral. 

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Lo que empezó como un sermón en la cubierta de un barco en 1630 terminaría convirtiéndose en uno de los principios rectores de la doctrina geopolítica del país. Este imaginario teológico no desapareció con el tiempo, ha ido adaptándose a las circunstancias políticas de cada época. En el siglo XXI, figuras como Josh Hawley han revitalizado esta narrativa.

Josh Hawley y la cruzada por la América cristiana

Uno de los más fervientes defensores del nacionalismo cristiano en la actualidad es Josh Hawley, de 45 años, senador republicano por Misuri y figura clave del trumpismo. Más que un político, Hawley es también un pensador. Encuentra en la tradición teológica de San Agustín un marco conceptual para su visión de Estados Unidos.

Para Hawley, la obra de San Agustín La ciudad de Dios es fundamental para comprender la crisis de la civilización occidental. También lo es para entender el papel que Estados Unidos debe asumir en el mundo.
En este texto, Agustín describe el conflicto eterno entre la «ciudad terrenal», gobernada por la corrupción, el pecado y el materialismo, y la «ciudad celestial», que representa el orden divino, la virtud y la justicia moral.

Hawley ha retomado esta idea para interpretar la lucha política actual en EE. UU. como una batalla entre la decadencia progresista y la restauración de los valores cristianos.

En su libro Manhood: The Masculine Virtues America Needs (Las virtudes masculinas que América necesita, 2023), Hawley argumenta que la crisis de la masculinidad en EE. UU. es un síntoma de una transformación más profunda: la desintegración del orden cristiano que sostenía la sociedad.

La cultura progresista, según él, ha debilitado la figura del hombre, ha desarraigado la familia y ha promovido una agenda secular que socava los cimientos sobre los que se construyó el país. Para contrarrestar este declive, Hawley propone recuperar las virtudes tradicionales, inspiradas en la visión agustiniana de una sociedad gobernada por principios cristianos inmutables.

Esta influencia de San Agustín se reflejó también en su intervención en la 4ª Conferencia Nacional de Conservadurismo (NATCON 4), celebrada en Washington en 2024. Allí pronunció el discurso «The Christian Nationalism We Need» (El nacionalismo cristiano que necesitamos).

En él, Hawley defendió la idea de que EE. UU. fue fundado sobre principios cristianos y que la supervivencia de la nación depende de su capacidad para preservar y fortalecer su identidad religiosa.

Para Hawley, la historia de EE. UU. debe entenderse dentro del marco de la teología política agustiniana. El secularismo y el globalismo representan la «ciudad terrenal», donde las pasiones humanas y los intereses egoístas destruyen el sentido de comunidad y el respeto por la ley divina.

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En contraste, el nacionalismo cristiano sería el camino para restaurar la «ciudad celestial» dentro del orden político estadounidense. Esto permitiría que la nación recupere su misión moral en el mundo.

En su discurso, Hawley afirmó que el cristianismo ha sido la base de la identidad nacional. Según él, ha proporcionado los principios fundamentales de la democracia estadounidense.

Sostuvo que valores como el gobierno limitado, la libertad de conciencia y el respeto por la dignidad humana no surgieron de la Ilustración secular. Surgieron, en cambio, de la tradición cristiana que llegó a América con los colonos puritanos y que, a lo largo de los siglos, ha dado cohesión a la nación.

Desde esta perspectiva, Hawley no ve la política como una simple disputa electoral; para él es una batalla espiritual. En su visión, el destino de EE. UU. está ligado a la restauración de un orden cristiano que guíe a la nación y le permita ejercer un liderazgo moral en el mundo.

La lucha contra el secularismo, el feminismo radical y la ideología de género no es solo un asunto cultural. Es un conflicto que determinará si EE. UU. puede seguir siendo una «ciudad sobre una colina» o caerá en la disolución moral de la «ciudad terrenal» que San Agustín describió hace más de 1.500 años.

Su mensaje, que resuena con una creciente base conservadora, refuerza la idea de que la lucha política en EE. UU. es también una batalla espiritual. Para Hawley y quienes lo apoyan, la restauración del orden cristiano es una necesidad histórica.

Patrick Deneen y la crítica intelectual al liberalismo

Pero el nacionalismo cristiano no es solo una cruzada política. También tiene sus ideólogos. Patrick Deneen, profesor de ciencias políticas en la Universidad de Notre Dame, ha sido uno de los más influyentes en la nueva derecha conservadora.

En su libro Why Liberalism Failed (Por qué fracasó el liberalismo, 2018), Deneen argumenta que el liberalismo moderno ha fracasado. Según él, ha llevado a una sociedad atomizada, sin raíces ni propósito. La idea de que la libertad individual y el progreso material traerían prosperidad ha terminado, en su opinión, en un vacío moral. Un vacío que ha destruido la comunidad y la tradición.

Deneen no es un populista al estilo de Trump, pero su trabajo ha servido como base intelectual para quienes buscan una restauración del orden cristiano. En su último libro, Regime Change: Toward a Postliberal Future (Cambio de régimen: hacia un futuro posliberal, 2023), propone un cambio de régimen donde la democracia liberal sea reemplazada por una sociedad basada en la virtud y los valores cristianos tradicionales. No es una llamada a la dictadura, pero sí a una reestructuración radical del sistema político.

J.D. Vance y la reivindicación de la América olvidada

Si Hawley representa el marco teológico del nacionalismo cristiano y Deneen su justificación intelectual, J.D. Vance es quien ha sabido traducir estas ideas en un discurso que resuena en la clase trabajadora blanca.

Vance, exsenador y actual vicepresidente, alcanzó la fama con su libro Hillbilly Elegy (Hillbilly, una elegía rural, 2016). Es una autobiografía donde narra su infancia en una familia blanca pobre de Ohio y Kentucky. La obra, que en un principio fue interpretada como una denuncia de los efectos devastadores de la desindustrialización, terminó convirtiéndose en un manifiesto. Un manifiesto del resentimiento de la América profunda contra las élites progresistas.

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Criado en un entorno evangélico conservador, atravesó una conversión religiosa significativa en 2019, convirtiéndose formalmente al catolicismo. Su acercamiento fue tanto espiritual como intelectual, influenciado por autores como San Agustín y Joseph Ratzinger (Benedicto XVI).

En una entrevista en junio de 2024 con Fox News, Vance señaló que su esposa, Usha Chilukuri (de origen indio y religión hindú) lo había ayudado a «reencontrarse» con su fe cristiana. Vance entiende el catolicismo como una estructura moral firme y ordenada. Cree que es capaz de resistir las fuerzas disgregadoras del secularismo y de sostener una visión tradicionalista de la sociedad.

Esta conversión ha reforzado su perfil como defensor de un orden providencial, en el que la familia, la fe y la patria constituyen los pilares de la vida moral y política. Desde su entrada en la política, Vance ha articulado un discurso donde la defensa de los valores cristianos se fusiona con una crítica feroz a las élites progresistas.

Para él, la descomposición social y económica de EE. UU. es inseparable de su abandono de Dios, de la familia tradicional y del orden natural. Vance no es un teórico, pero su mensaje conecta emocionalmente con millones de personas. Su alianza con Hawley y su cercanía con intelectuales como Deneen consolidan el nacionalismo cristiano como una corriente moral y además como un programa político concreto.

Vance, en discursos recientes, ha alertado sobre una élite que quiere «destruir las tradiciones familiares y religiosas de los estadounidenses». Esta narrativa lo ha convertido en una de las figuras más populares del movimiento trumpista.

El nacionalismo cristiano no es solo una corriente ideológica dentro del trumpismo: es uno de sus pilares fundamentales. Ha moldeado la visión de muchos de sus líderes y ha servido de justificación moral para resistir el avance del progresismo, la globalización y el secularismo.

Para sus defensores, la batalla política en EE. UU. es una lucha espiritual. Y mientras la derecha siga considerando que la democracia liberal ha fracasado en preservar la esencia cristiana del país, el nacionalismo cristiano seguirá siendo un motor clave del trumpismo y de la política estadounidense en el siglo XXI.

Kevin Roberts y la cruzada conservadora por transformar Estados Unidos

El nacionalismo cristiano ha dejado de ser solo un sentimiento identitario para convertirse en un programa político concreto. Figuras clave del movimiento están impulsando iniciativas para moldear el futuro de Estados Unidos bajo una visión que mezcla fe, tradición y poder político.

Uno de los arquitectos de esta estrategia es Kevin Roberts, presidente de la Heritage Foundation, uno de los think tanks conservadores más influyentes del país.

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Bajo su liderazgo, la institución ha lanzado el ambicioso proyecto «Mandato 2025». Es un plan para transformar el aparato estatal con políticas que refuercen los valores cristianos tradicionales.

Esta propuesta busca reducir el papel del gobierno federal, limitar el aborto, debilitar el feminismo y reformar la educación. El objetivo es contrarrestar lo que denominan la influencia progresista y woke en las nuevas generaciones.

La guerra cultural

Para los defensores del nacionalismo cristiano, la lucha no es solo política, es también moral. En su visión, el progresismo, el feminismo y la diversidad de género representan una amenaza directa a la identidad de EE. UU. y a su herencia cristiana. Consideran que el secularismo ha erosionado los valores familiares, ha debilitado la autoridad de la Iglesia y ha promovido una agenda que desafía las normas tradicionales de género y sexualidad.

Este discurso ha encontrado un eco poderoso en la Iglesia Evangélica, donde líderes religiosos han asumido un papel fundamental en la movilización de votantes. Entre las figuras más influyentes destacan Franklin Graham, hijo del icónico predicador Billy Graham, y el cardenal Raymond Burke, conocido por sus posturas conservadoras dentro de la Iglesia Católica. Ambos han utilizado sus plataformas para reforzar la idea de que Estados Unidos está librando una batalla espiritual y que la única forma de preservar su identidad es a través de una política alineada con la fe cristiana.

En este contexto, Donald Trump ha sabido capitalizar este fervor religioso, presentándose como un líder dispuesto a defender la nación contra las fuerzas del progresismo. En sus discursos, ha reiterado que su administración protegerá la libertad religiosa, combatirá la cultura woke y devolverá a EE. UU. su carácter de «nación bajo Dios». Con este mensaje, ha consolidado una base electoral leal, que ve en su figura la última barrera contra lo que perciben como una transformación radical del país.

Lo que antes era una disputa de ideas se ha convertido en un enfrentamiento directo. Para los nacionalistas cristianos, la guerra cultural es más que un eslogan: es una cruzada para restaurar la esencia de EE. UU. en un siglo XXI donde los valores tradicionales están siendo desafiados como nunca.

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El nacionalismo cristiano dota al trumpismo de una narrativa de misión histórica, un lenguaje de redención moral y una justificación simbólica para una confrontación política percibida como existencial. Más que una corriente ideológica dentro del movimiento constituye su raíz teológica y emocional, al vincular la política con una visión trascendente del orden y del tiempo.

Desde esta perspectiva, la lucha política no se limita al ámbito institucional; se convierte en una disputa por el alma de la nación. En este contexto, el nacionalismo cristiano actúa como el núcleo doctrinal del trumpismo: le proporciona dirección histórica, legitimidad cultural y una expectativa redentora que articula el conflicto político como una batalla por la supervivencia espiritual de Estados Unidos. Esta épica mesiánica no es solo una fuente ideológica del trumpismo: es su columna vertebral teológica, moral y narrativa.


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