El nuevo contexto de Siria ha generado una reestructuración de prioridades para tres actores clave: Turquía, que aumenta su influencia dentro de las nuevas autoridades sirias, y Rusia e Irán, que, aunque perjudicados por la coyuntura, mantienen intereses cruciales en juego. En este análisis, el alumni del Máster Profesional de Analista de Inteligencia de LISA Institute, Roberto Mansilla Blanco expone cómo estos cambios configuran el futuro de la región y las nuevas dinámicas de poder.
El nuevo escenario post-Assad en Siria trae consigo importantes reordenamientos geopolíticos y geoeconómicos. Estos afectan tanto al país árabe como a actores externos con intereses directos. Las nuevas autoridades en Damasco, bajo la presidencia interina de Ahmed Huseín al-Shar’a (nombre real del excomandante Abu Mohammed al-Golani), líder del grupo islamista Hayat Tahrir al Sham (HTS), avanzan en una transición para estabilizar el país y obtener reconocimiento internacional. Mientras tanto, tres actores externos (Turquía, Rusia e Irán) ajustan sus estrategias para proteger sus intereses en este nuevo contexto.
La caída del régimen de Bashar al-Assad (8 de diciembre de 2024) fue un duro revés para Rusia e Irán. Ambos mantenían estrechos vínculos con al Asad, lo que les daba peso geopolítico en la región. Sin embargo, Turquía emerge ahora como un actor clave en la nueva ecuación geopolítica en Damasco. Sus aspiraciones parecen incluso hegemónicas, con un posible tutelaje sobre las nuevas autoridades sirias, debido a su influencia política y militar con el HTS.
➡️ Te puede interesar: ¿Quiénes son los rebeldes que han derrocado al régimen de Bashar al-Assad en Siria?
Este análisis se centrará en interpretar el nuevo contexto en Siria para tres actores clave: Turquía, Rusia e Irán. También abordará sus intereses geopolíticos y el reordenamiento geoeconómico que atraviesa el país árabe.
Turquía: ‘Cordón sanitario’ anti-kurdo y sus pretensiones ‘neo-otomanas’ en la Siria post-Assad
La «nueva Siria» post-Assad abre un abanico de expectativas geopolíticas para Turquía. Su influencia entre las nuevas autoridades sirias, especialmente el HTS, la posiciona como el principal ganador en este contexto.
A mediados de diciembre, Turquía se convirtió en el primer país en abrir su nueva embajada en Damasco. Este hecho confirma no solo su interés por monitorear la transición siria, sino también su pretensión de ejercer influencia en las nuevas autoridades.
Desde el inicio del conflicto sirio en 2011, las relaciones entre el presidente turco Recep Tayyip Erdoğan y Bashar al-Assad fueron intermitentes y tensas. La ruptura diplomática ocurrió en 2012. Uno de los factores clave fue la presión socioeconómica sobre Turquía al acoger a la mayor cantidad de refugiados sirios, cerca de 3,5 millones de personas. También influyó la confrontación de intereses en torno a los actores implicados en el conflicto armado.
Antes de la aparición de grupos yihadistas como el HTS, Ankara respaldó militar y políticamente al Ejército de Liberación Sirio (ELS). Esta fuerza se consolidó como la principal plataforma política y armada opositora.
Erdoğan ve el contexto actual como un momento clave para asegurar los imperativos estratégicos de Turquía en Siria y la región. La principal preocupación turca es la seguridad. En especial, busca evitar el fortalecimiento de un posible «corredor separatista kurdo» en sus fronteras con Siria e Irak. Dicho corredor podría servir como plataforma de actuación para diversas facciones políticas y militares kurdas. Aunque no siempre están políticamente unificadas, podrían actuar contra los intereses turcos.
➡️ Te puede interesar: Rusia, Irán, Estados Unidos o Israel: ¿quién gana y quién pierde tras la caída de al-Assad en Siria?
Ankara refleja su preocupación por la creación de facto de la denominada «República de Rojavá» en Kobané, al norte de Siria. Este enclave estratégico se ha consolidado como un modelo autogestionario y autonomista kurdo.
Uno de sus principales brazos armados, las Fuerzas Democráticas de Siria (FDS), cuenta con el apoyo de Estados Unidos y la UE. Su aparición ha generado constantes tensiones entre Turquía y Occidente. Estas fricciones se intensificaron con la intención de Francia de desplegar tropas en Siria tras la caída de Al Assad.
Las autoridades turcas también acusan a los kurdos sirios de presuntamente albergar bases del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). Este es un movimiento afianzado en el Kurdistán turco e iraquí y que si bien es considerado por Estados Unidos como una organización terrorista, Ankara señala a Washington de apoyarle tácitamente dentro del teatro de operaciones sirio.
Desde que Turquía y Rusia acordaron en 2020 un cese al fuego entre las facciones armadas sirias, Erdoğan ha impulsado una política de acercamiento y reconciliación con al-Assad. Su objetivo es frenar cualquier expectativa autonomista kurda y evitar una nueva oleada de refugiados hacia Turquía.
Aun así, Ankara ha considerado la posibilidad de invadir militarmente el norte de Siria para neutralizar el irredentismo kurdo. Esta estrategia tiene paralelismos históricos con la invasión turca al norte de Chipre en 1974. Tras la caída del régimen de los coroneles en Grecia (1967-1974), Turquía intervino para garantizar la seguridad de los turcochipriotas.
Desde entonces, se creó la «República Turca del Norte de Chipre», un Estado de facto solo reconocido por Turquía. Actualmente, Ankara mantiene en la isla mediterránea entre 17.000 y 30.000 efectivos militares.
Entre 2016 y 2020, Turquía llevó a cabo incursiones militares y bombardeos en el Kurdistán sirio. Su objetivo fue neutralizar a las fuerzas kurdas. En el contexto actual, las FDS recelan del poder en manos del HTS y del presunto respaldo turco. También desconfían del apoyo de Ankara a otros actores, como el ELS y la etnia turcomana. Este último factor no debe pasarse por alto si el conflicto armado se renueva.
Más allá de la preocupación por el irredentismo kurdo, Ankara busca consolidarse como un eje de influencia en el futuro de Siria. Algunos expertos ven en esta estrategia una posible manifestación del «neo-otomanismo». Este concepto es clave en la visión geopolítica de Erdoğan, quien aspira a convertir a Turquía en el nuevo líder del mundo musulmán.
Ankara ha mantenido cierto silencio sobre sus presuntos vínculos con el HTS, combinado con negativas expresas. Por otro lado, las incógnitas sobre el origen del HTS siguen generando suspicacias, especialmente en Occidente. Este grupo islamista, cuyo nombre literal es «Organización para la Liberación del Levante», ha formado parte o mantenido contactos con otros grupos yihadistas. Entre ellos se encuentran el antiguo Frente al Nusra, Al Qaeda y el Estado Islámico (EI).
➡️ Te puede interesar: Turquía y su papel en Oriente: ¿hacia una posible unión islamista?
Las dudas aumentaron con la sorprendente irrupción del HTS como actor político y militar. Su capacidad para derrocar al régimen de al-Assad intensificó las preocupaciones internacionales. En el caso del ascendente turco sobre el HTS, también es clave su posición frente al nuevo modelo estatal que se busca implantar en Siria. Este proceso, previsto para marzo, avanzará a través de una constituyente.
Una de las principales incógnitas es si el HTS mantendrá su agenda islamista original o adoptará una vía más laica y liberal. Es posible que siga el modelo instaurado en Turquía por el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) desde la llegada al poder de Erdoğan en 2003.
El AKP ha evolucionado hacia una deriva autoritaria, populista y nacionalista. Esto le ha permitido acercarse a distintos sectores políticos en Turquía. Este modelo podría servir de referencia para el HTS en Siria.
Tentativamente, en la medida en que se defina el nuevo rumbo en Siria, el objetivo de Ankara con respecto a esta versión de un Islam «laico» del HTS es, probablemente, evitar mayores fricciones con Occidente. Busca también disipar los temores sobre el fortalecimiento de un grupo yihadista en el poder. Con ello, reafirma la legitimación política de las nuevas autoridades en Damasco.
Está por verse si, con el tiempo y a medida que consolide su poder interno, el HTS evolucionará hacia una expresión de «neo-islamismo» con capacidad de expansión exterior. También queda por definir el papel que desempeñará Turquía en este contexto.
Asimismo, falta ver cómo serán las relaciones del HTS con movimientos islamistas regionales de mayor trayectoria. Entre ellos destacan Hizbulá, aliado de Irán; Hamás, en Palestina; y la Hermandad Musulmana. También podría establecer vínculos con otros grupos de naturaleza yihadista.
No se debe olvidar la posibilidad de un aumento de tensiones, incluso en el plano militar, entre Turquía e Israel. Ambos buscan ganar influencia en la «nueva Siria» y en el mapa regional. Ankara ha sido uno de los principales detractores de la ofensiva militar israelí en Gaza. Además, sus relaciones diplomáticas con Tel Aviv se han «congelado» en varias etapas.
Irán: ¿Retroceso táctico o pérdida definitiva de influencia en Siria?
Si Turquía ha ganado influencia en la «nueva Siria», Teherán se posiciona como uno de los grandes perdedores tras la caída de Bashar al Asad, su principal aliado regional. Por su influencia en el denominado «eje de la resistencia», donde también está incluido Hizbulá, Irán mantenía en Siria un espacio clave. Este territorio le permitía consolidar su presencia económico-militar y establecer mecanismos de proxy wars, principalmente contra Israel.
Sin embargo, la súbita pérdida de influencia en Siria y los ataques puntuales de Estados Unidos e Israel contra objetivos iraníes desde 2020 han cambiado el panorama. El actual contexto sirio representa un fuerte retroceso para los intereses geopolíticos de Irán.
Ante este escenario, Teherán se ve obligado a reformular sus prioridades. Su enfoque es ahora más defensivo, especialmente ante la posibilidad de un ataque militar directo de Israel con apoyo estadounidense.
➡️ Te puede interesar: ¿Quién es Bashar al-Assad? El líder que ha caído en Siria
Esta pérdida de influencia geopolítica ha llevado a Teherán a firmar un acuerdo de cooperación estratégica con Rusia por 20 años. Su materialización refleja una respuesta reactiva ante el nuevo contexto sirio y regional.
Si bien el acuerdo no incluye una cláusula de defensa mutua (como ocurre en los pactos de Rusia con Bielorrusia y Corea del Norte), tiene objetivos claros. Tanto para Teherán como para Moscú, la alianza busca sortear las sanciones occidentales, desarrollar proyectos conjuntos de infraestructuras y comunicaciones, y garantizar la viabilidad del programa nuclear iraní. En este último punto, China podría sumarse como socio estratégico.
Teherán evalúa sus capacidades e intereses ante el nuevo tablero geopolítico regional. La consolidación de rivales como Israel, Arabia Saudita y Turquía (este último miembro de la OTAN) ha cambiado el equilibrio de poder.
No se debe pasar por alto que Irán, Arabia Saudita e Israel libran una guerra indirecta en Yemen. Este conflicto podría convertir al país, y a los rebeldes hutíes respaldados por Irán, en el nuevo peón geopolítico de Teherán. Eventualmente, Yemen podría ocupar el lugar que en su momento tuvo la Siria de al-Assad.
Por otro lado, el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca genera nuevas presiones sobre Irán, uno de sus principales enemigos. Trump ha reactivado los Acuerdos de Abraham (2020), lo que en clave geopolítica podría impulsar un acercamiento entre Israel y Arabia Saudita. Esto abriría la posibilidad de negociaciones para un eventual reconocimiento diplomático mutuo.
Este escenario afectaría gravemente las prioridades geopolíticas de Irán, acercándolo aún más a Rusia y China como socios estratégicos en el nuevo mapa de equilibrios regionales.
Rusia: Reconfiguración geopolítica y nuevas prioridades en Siria
Junto a Irán, Rusia es otro de los grandes afectados geopolíticamente por la caída de Bashar al Assad. Moscú lo apoyó militarmente para recuperar posiciones en el conflicto tras su intervención en 2015.
Siria representaba para Rusia un espacio estratégico clave. Le permitía asegurar esferas de influencia y fortalecer su presencia en Oriente Próximo. En la «nueva Siria post-Assad», el Kremlin centra sus esfuerzos en seguridad y en evitar una posición desventajosa. Su prioridad es negociar con las nuevas autoridades el futuro de sus bases militares.
La base naval en el puerto de Tartus es clave por su proyección en el Mediterráneo. Por otro lado, la base aérea en Hememim permite a Rusia asistir logísticamente a sus intereses en el Sahel.
➡️ Te puede interesar: ¿Qué supone la caída de al-Assad para Rusia?
No obstante, Damasco anunció que rescindirá el arrendamiento en Tartus, previamente prorrogado por al-Assad por 49 años. El futuro de la base de Hememim sigue en el aire. Esta decisión obliga a Rusia a replantear el destino de sus bases militares. Moscú reconfigura sus prioridades e intereses, considerando la posibilidad de trasladarlas a Libia.
Por otro lado, el bajo perfil de las autoridades rusas tras la caída de Bashar al-Assad y su inmediato asilo en Moscú ha sido notorio. Más allá del factor sorpresa, esta postura sugiere una estrategia de negociación con Occidente. El Kremlin podría estar intercambiando piezas geopolíticas: aceptar la caída de un aliado estratégico como Al Assad a cambio de consolidar sus intereses en otros escenarios prioritarios, como Ucrania y Georgia.
El objetivo sería alejar estas regiones de la influencia occidental, particularmente de la OTAN y la UE. Ante este posible escenario, tras reforzar su alianza con Irán, Moscú podría estar ejecutando una retirada táctica. Esto le permitiría trazar nuevas estrategias mientras espera la oportunidad de una cumbre con Trump. En ese encuentro, Rusia podría buscar debilitar el apoyo occidental a Ucrania y propiciar una tregua favorable a sus intereses.
Sin embargo, el Kremlin también sigue de cerca la evolución en Siria. Recientemente, han surgido evidencias sobre la existencia de cárceles clandestinas y centros de represión del régimen de al-Assad, como Sednaya.
Según Amnistía Internacional, en el marco de su asistencia militar a Al Assad, Moscú habría cometido violaciones de derechos humanos. Se sospecha que brindó apoyo al régimen sirio mediante el adiestramiento en técnicas de represión y tortura.
➡️ Te puede interesar: Tartús y Khmeimim, los enclaves que Rusia podría perder en Siria
Esas cárceles clandestinas acogían también a militantes islamistas radicales provenientes de las repúblicas musulmanas rusas y de Asia Central. En el nuevo contexto post-Assad, la liberación de estos militantes podría acrecentar las inquietudes de las autoridades rusas sobre una posible expansión de redes yihadistas hacia sus fronteras. Esto aumentaría las expectativas de atentados terroristas como el acaecido en marzo de 2024 en la capital rusa.
¿Cómo influirán los cambios geoeconómicos?
El factor geoeconómico y, en especial, el viraje que están tomando las nuevas autoridades sirias entran también en escena al definir el futuro del país árabe. En principio, este giro parece más condescendiente con los intereses occidentales.
El pulso por controlar este cambio geoeconómico también atañe a actores externos como Rusia, Turquía, Irán, Arabia Saudita, los emiratos del Golfo Pérsico y China, entre otros.
La Siria de Bashar al Assad aspiraba a ingresar en los BRICS. En su cumbre de octubre de 2024 en Kazán (Rusia), el bloque impulsó mecanismos para reducir la dependencia del dólar y generar alternativas al esquema económico predominante.
Más allá de normalizar su situación internacional, para el régimen de Al Assad era clave ingresar en este foro de economías emergentes. Su objetivo era reforzar aún más sus lazos con Rusia, China e Irán (que se unió a los BRICS a comienzos de 2024). También buscaba acceder a nuevos socios, como India, y obtener mecanismos financieros que le permitieran sortear las sanciones occidentales.
➡️ Te puede interesar: El captagón: la «droga de los yihadistas» vinculada al régimen de Siria
Por otro lado, Siria es un paso estratégico para los gasoductos y oleoductos que van del Golfo Pérsico y el Mar Caspio al Mediterráneo. En 2010, un año antes de la primavera árabe y el conflicto interno en Siria, Damasco impulsó la creación del gasoducto Irán-Irak-Siria. Este gasoducto, también conocido como «gasoducto islámico» o «Gasoducto de la Amistad», despertó el interés estratégico de Teherán.
La ayuda militar rusa a Siria desde 2015 también implicó intereses energéticos para Moscú, que firmó contratos para la extracción de gas y petróleo sirios en el mar Mediterráneo, utilizando su base naval en Tartus.
Estas iniciativas eran proyectos competidores para los intereses occidentales y saudíes. Estos intereses se traducían en la construcción del Oleoducto Transarábigo (TAPLINE). Por tanto, la caída de Al Assad eliminaría, en teoría, un obstáculo geopolítico para la eventual construcción del gasoducto TAPLINE. Este gasoducto, que pasa por Qatar, Arabia Saudita, Jordania, Siria y Turquía, también es conocido como «Oleoducto Qatar-Turquía». Con el beneplácito de Estados Unidos, se ha proyectado para atravesar Siria y ofrecer a Europa una alternativa al gas ruso.
Por otro lado, en 2022, Siria solicitó su ingreso en la Ruta de la Seda, lo cual colocaba al país árabe como un territorio estratégico de tránsito de mercancías desde China hasta el Mediterráneo. En 2023, durante una visita de Bashar al-Assad a Beijing, Siria firmó un acuerdo para establecer una asociación estratégica con China.
Aunque con menor impacto geoeconómico, desde 2009, Damasco también es observador de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP), un organismo de integración impulsado por Venezuela y Cuba que también cuenta con socios como Rusia, China e Irán.
La intervención militar rusa en Siria implicó una nueva etapa en las relaciones militares y económicas entre Moscú y Damasco. Esto derivó en una mayor relación siria con la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), el organismo de seguridad impulsado por Rusia y del que también son miembros países de la periferia ex soviética como Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán, y Tayikistán. Uno de sus miembros originales, Armenia, se retiró en junio de 2024.
Esta relación siria con la OTSC aumentó las expectativas de una posible invitación rusa al país árabe para ingresar al organismo, una opción hoy prácticamente descartada con las nuevas autoridades en el poder en Damasco.
Finalmente, la presencia del ministro de Exteriores sirio Asaad Al-Sheibani en el Foro Económico Mundial de Davos (Suiza) en enero de 2025 evidencia los intereses occidentales por reorientar el rumbo geopolítico y geoeconómico sirio, buscando alejarlo definitivamente de la esfera de influencia del eje Rusia-Irán-China. La UE acordó en este foro un cronograma enfocado en aliviar las sanciones contra Siria.
➡️ Si quieres adquirir conocimientos sobre geopolítica y análisis internacional, te recomendamos los siguientes cursos formativos: