El mundo vive una nueva «Guerra Fría», marcada no por ideologías, sino por dos modelos opuestos de gobernanza: uno democrático, defensor de valores y derechos; y otro autoritario-soberanista, centrado en la eficacia y el control. En este nuevo orden internacional, las alianzas ya no se basan en bloques ideológicos, sino en intereses estratégicos. Esta transformación redefine el equilibrio global, con implicaciones directas en seguridad, economía, tecnología y gobernabilidad mundial.
La Guerra Fría se trató del periodo histórico en el que dos grandes bloques, el soviético-comunista y el occidental-capitalista, se disputaron la hegemonía global a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. El bloque occidental estaba liderado por Estados Unidos, mientras que el bloque comunista estaba encabezado por la Unión Soviética.
La Guerra Fría fue un periodo de conflicto ideológico, económico, militar, espacial y armamentístico, en el que existía una tensión permanente. En ningún momento tuvo lugar un enfrentamiento directo entre ambas superpotencias, pero sí que se desarrollaron conflictos regionales y locales en los que tanto Estados Unidos como la URSS estuvieron presentes.
La situación geopolítica actual mantiene muchas similitudes con este periodo histórico: la extendida militarización y aumento del gasto en defensa, la presencia de conflictos regionales como la Guerra de Ucrania, el conflicto palestino-israelí o la cuestión de Taiwán, la competencia tecnológica y económica o las guerras comerciales.
Sin embargo, a diferencia de la Guerra Fría del siglo XX, en el sistema internacional actual la presencia de dos bloques diferenciados no está marcada por razones ideológicas, sino por la concepción de las relaciones internacionales y de la gobernanza. Por otro lado, a causa de la globalización y la transformación digital, esta «Nueva Guerra Fría», incluye grandes diferencias como la digitalización de los conflictos o la mayor interconexión global. Como consecuencia de la interconectividad global cada bloque no está liderado por un hegemón, sino que son distintos actores los que lo conforman y al mismo tiempo los encabezan.
Ambas ideas serán desarrolladas a posteriori, pero en primera instancia es conveniente conocer qué es y cómo se conforma un sistema bipolar como el de la Guerra Fría.
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Los tipos de sistemas internacionales en función de los polos de poder
Han sido varios los autores que han reflexionado sobre la naturaleza del orden internacional y su evolución en función de la distribución de polos de poder. Los polos de poder hacen referencia a los distintos Estados u actores que disponen de una hegemonía económica, política y militar que los sitúan como líderes de la arena internacional en la que son capaces de imponer su voluntad.
Los distintos tipos de sistemas internacionales en función del número de polos de poder son los siguientes:
Los politólogos y pensadores Hans Morgenthau y Kenneth Waltz, introdujeron tanto el concepto de sistema bipolar, como el de sistema multipolar.
- La bipolaridad hace referencia a un orden internacional marcado por la rivalidad de dos potencias hegemónicas que reúnen la mayoría del poder económico, político y militar global. Cada una de las superpotencias desarrolla y extiende un área de influencia que le permite consolidar su hegemonía y alinear a otros Estados bajo su liderazgo. Este fue el orden internacional presente entre 1947 y 1991, en el periodo conocido como Guerra Fría.
- La multipolaridad, en cambio, atiende a una sociedad internacional en la que coexisten múltiples polos de poder con influencia internacional significativa, donde, aunque algunos tengan más poder y ejerzan más influencia que otros, ninguno es capaz de hacerse con la plena hegemonía mundial.
El autor estadounidense Krauthammer más adelante, desarrolló el concepto del sistema internacional unipolar. La unipolaridad hace referencia a un orden internacional en el que existe una única potencia que concentra la supremacía política, económica y militar, sin que exista un rival de peso que pueda desafiar su hegemonía. Según Krauthammer, tras el colapso de la URSS en 1991 y el fin de la Guerra Fría, Estados Unidos se posicionó como la primera y única superpotencia global, estableciendo un periodo donde sus decisiones e influencia determinaban en gran medida la agenda internacional.
Otros autores fueron críticos con la concepción de Krauthammer al proponer la consolidación de un orden multipolar donde además de Estados Unidos, otras potencias como la Unión Europea o algunos Estados emergentes como los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, y ahora seis miembros más), comenzaron a desempeñar un papel cada vez más relevante en la configuración internacional. La crisis del Estado-Nación, según la cual los nuevos desafíos globales como el cambio climático, la ciberseguridad o los derechos humanos traspasan barreras nacionales y deben ser enfrentados por medio de una gobernanza global, según la idea de una nueva realidad multipolar.
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Samuel Huntington matizó esta idea uniendo las concepciones de unipolaridad y multipolaridad en lo que acuñó Uni-Multipolaridad. En pocas palabras, aunque Estados Unidos seguía siendo la potencia dominante con una clara superioridad miliar, económica y cultural, no podía ejercer su hegemonía de manera absoluta sin la cooperación de otras grandes potencias.
A pesar de las dudas que puede generar el periodo entre 1991 y la actualidad; unipolaridad, multipolaridad o uni-multipolaridad, no cabe duda de que está comenzando a gestarse una nueva realidad bipolar.
El sistema bipolar se define como aquel donde se encuentran dos polos de poder consolidados y generalmente contrapuestos. Sin embargo, en la realidad geopolítica actual los dos bloques no están determinados por la presencia de dos superpotencias y sus esferas de influencia en base a cuestiones ideológicas o alianzas militares, sino en la estrategia de hacer política y en la manera de desenvolverse en las relaciones internacionales.
¿Cuáles son estos bloques y quiénes los componen?
Kishore Mahbubani en su obra Has the West Lost it?, reflexiona sobre la paradoja que respalda el cambio en la forma de hacer política en la realidad internacional momentánea.
Durante la Guerra Fría, las potencias anteponían la lucha ideológica a la gobernanza efectiva, es decir, estas potencias basaban sus actuaciones en debates ideológicos, propaganda y control social, o intervenciones extranjeras que conllevaban la imposición forzosa de regímenes alineados con su visión del mundo, sin considerar necesariamente la eficacia de dichos gobiernos ni el bienestar de sus poblaciones.
Por otro lado, en la era actual ha quedado en evidencia cómo la anteposición de la gobernanza efectiva a la ideología genera mejores resultados. Son numerosos los Estados que han aplicado modelos pragmáticos de desarrollo y gobernanza, algunos de ellos sin una ideología clara. Contrariamente, muchas naciones occidentales siguen involucrados en debates políticos internos polarizados que dificultan su competitividad y progreso, y estancan su visión estratégica a largo plazo.
Esta paradoja es la que permite diferenciar ambos bloques: el Democrático, aquel que antepone ideología a gobernanza, y el Autoritario-Soberanista, aquel que antepone gobernanza a ideología.
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El Bloque Democrático: Unión Europea, Canadá, Australia, Japón o Corea del Sur
Este bloque conformado por las grandes democracias del orden internacional comparte las siguientes características:
En primer lugar, la ideología, los valores, los principios identitarios o la cultura desempeñan un papel fundamental en sus políticas. Un ejemplo evidente de ello es como la Unión Europea establece sus socios comerciales y diseña su política exterior, en base a los valores europeos de Estado de derecho, libertades o sostenibilidad, manteniendo entonces alianzas con Estados alineados con sus principios.
La confianza de estos Estados en el multilateralismo, la cooperación o el derecho internacional como vía a la resolución de conflictos, también es un elemento indispensable del Bloque Democrático. El hecho de que la Unión Europea sea un actor internacional fundamentalmente normativo, que pretende influir en el orden internacional mediante el derecho, respalda esta idea.
Estos Estados también están caracterizados por la adopción del Estado de Bienestar, un modelo social redistributivo que busca garantizar el acceso a servicios básicos como la educación, la salud y la seguridad social, reduciendo las desigualdades económicas y promoviendo la cohesión social.
Este Modelo de Bienestar enfrenta grandes desafíos en lo que concierne a su sostenibilidad comenzando por el elevado envejecimiento poblacional de las grandes potencias occidentales. Otros factores que sitúan la confianza del Estado de Bienestar sobre la cuerda floja son el aumento de desigualdades sociales por la globalización o el auge de populismos y desconfianza hacia las instituciones.
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Debido a las enormes presiones fiscales que permiten sostener dicho Estado de Bienestar, así como de la complejidad institucional y normativa, por ejemplo, de la Unión Europea, que retrasa su operatividad, la competitividad de los Estados democráticos se ha vuelto muy baja. Esto ha llevado a que muchas empresas occidentales busquen trasladar sus inversiones y operaciones a países con menores cargas fiscales y regulaciones más flexibles, afectando negativamente al crecimiento económico y la generación de empleos en las democracias avanzadas. Mientras que los beneficios sociales son mayores en las democracias, su consecución involucra un elevado coste económico que no todas las empresas están dispuestas a asumir.
En resumidas cuentas, las democracias, alineadas más bien con la teoría liberal de las relaciones internacionales, actúan en el orden internacional anteponiendo cuestiones ideológicas a la gobernanza efectiva. La Unión Europea en sus últimos informes, Letta y Draghi, hace énfasis por primera vez en el impulso de la competitividad europea más allá de la sostenibilidad y digitalización.
El Bloque Autoritario-Soberanista: Rusia, China, Estados Unidos, Israel u Oriente Medio
Este bloque conformado por un espectro amplio de Estados comparte las siguientes características:
Estos Estados cuentan en su mayoría con regímenes autoritarios donde los gobernadores aúnan gran parte del poder político y donde las libertades fundamentales están restringidas. Sin embargo, la pertenencia a este bloque no requiere de un sistema autoritario en sentido estricto. Un caso llamativo es el de Estados Unidos tras la llegada de Trump a la Casa Blanca. A pesar de ser una democracia, las pretensiones de Trump de acumular poder debilitando instituciones clave como el poder judicial estadounidense u órganos como la CIA, lo sitúan en el Bloque Autoritario-Soberanista.
Si algo caracteriza a estos Estados es su visión pragmática de las relaciones internacionales. Este pragmatismo se materializa en la defensa de los intereses nacionales a toda costa. Mientras que algunos Estados como Estados Unidos o China persiguen la hegemonía geopolítica, otros actores buscan asegurar su soberanía y estabilidad interna frente a injerencias externas.
En este contexto se vuelve clave la lógica de poder, lo cual lleva a los Estados a trazar sus alianzas, en su mayoría esporádicas, estratégicamente. Los acuerdos estratégicos que responden a intereses nacionales priman sobre alianzas ideológicas o sobre los principios normativos convencionales de cooperación internacional.
Otro rasgo distintivo de este bloque es su énfasis en la seguridad y el control interno, mediante el uso de tecnologías de vigilancia masiva, y en algunos casos, de censura de la disidencia o de fortalecimiento del aparato represivo.
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En el ámbito económico, estos Estados suelen combinar estratégica y exitosamente modelos de desarrollo privado con fuerte intervención estatal y proteccionismo, promoviendo la inversión extranjera, pero al mismo tiempo manteniendo industrias estratégicas bajo control gubernamental.
Este modelo híbrido de gobernanza económica equilibra aperturismo del mercado con control estatal, lo que permite a los Estados del Bloque Autoritario-Soberanista maximizar su autonomía económica al mismo tiempo que la estabilidad interna. Entonces, mientras que los beneficios sociales son mayores en las democracias, los Estados de este bloque mantienen el foco en la estabilidad política, el control social, y el crecimiento económico.
En resumen, estos Estados, alineadas más bien con la teoría realista de las relaciones internacionales, actúan en el orden internacional anteponiendo gobernanza efectiva a cuestiones ideológicas, culturales, identitarias o normativas.
El futuro del nuevo orden internacional
La confección de ambos bloques evidencia la realidad internacional del momento: la lógica del poder predominando sobre las reglas internacionales. El triunfo del maquiavelismo en una realidad hobbesiana naciente, por encima de cualquier ideal kantiano.
El debate está sobre la mesa, ¿qué es más conveniente priorizar, los intereses nacionales o los globales? Y, por otro lado, ¿los valores y derechos de los ciudadanos, o la eficiencia económica?
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