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¿Está en crisis el orden internacional basado en reglas?

Análisis

Alejandro Fernández Fresquet
Alejandro Fernández Fresquet
Alumno del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítica de LISA Institute. Graduado en Historia con estudios en Economía. Sus áreas de interés se centran en África Subsahariana, la economía internacional, los retos de la energía, los recursos estratégicos y el papel de la diplomacia en un mundo de disputa geopolítica.

Los primeros años del siglo XXI han dado paso a la mayor notoriedad de voces críticas con el orden internacional, resultante de la Segunda Guerra Mundial. En este artículo el alumno del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico de LISA Institute, Alejandro Fernández Fresquet, analiza si realmente nos encontramos ante un reordenamiento de jerarquías de las potencias mundiales, hasta qué punto está Estados Unidos en declive o el papel que debería jugar las Naciones Unidas en tiempos de crisis.

Los períodos de incertidumbre invitan a la reflexión y al estudio acerca de las causas y las posibles consecuencias de la coyuntura que se atraviesa. En este sentido, el contexto de competición geopolítica, protagonizado por Estados Unidos y China, no escapa a los análisis de los expertos que buscan dar respuesta a la crisis que se vive.

Los primeros años del siglo XXI han dado paso a la mayor notoriedad de voces críticas con el orden internacional, resultante de la Segunda Guerra Mundial. También plantean perspectivas que cuestionan el liderazgo internacional de Estados Unidos y, por ende, la visión «occidental» de la globalización y del orden internacional.

Por tanto, se asiste a un período en el que se cuestiona la gestión de la gobernanza global, especialmente por parte de los países emergentes. Ponen en tela de juicio el denominado «orden basado en reglas» junto con las normas dominantes en el sistema global. Destacan que el orden internacional liberal actual debe ser reformado.

Así nos hallamos ante la rivalidad de las diferentes potencias a la hora de presentar sus perspectivas, sobre los valores en los que se deberían basar la globalización. Y, por extensión, el orden internacional imperante. Todo ello amenaza la preeminencia del orden internacional liberal y de la globalización neoliberal.

Aunque la disputa se prevé frontal, incluso los cambios más disruptivos han presentado elementos de continuidad. Siempre se han presentado como procesos duraderos, con la participación de multitud de factores y de actores, que suponen avances y retrocesos no lineales. Todos estos planteamientos introducen una serie de cuestiones que nos permitirán analizar las dinámicas que afectan al orden internacional.

¿Existe realmente un reordenamiento de las jerarquías de las potencias mundiales? ¿Por qué la hegemonía de Estados Unidos está en declive? ¿Cuáles son las resistencias que se oponen al orden internacional liberal? ¿Qué papel juega Naciones Unidas en este momento de crisis?

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¿Cómo ha evolucionado el orden internacional hasta hoy?

Antes de responder a estas cuestiones se antoja imprescindible efectuar un repaso a los acontecimientos de los últimos cinco siglos. Especialmente, al nacimiento y evolución de la Diplomacia y de las Relaciones Internacionales. Al mismo tiempo, permitirá profundizar en las causas de las resistencias al orden basado en reglas.

Tal y como las conocemos actualmente, la Diplomacia y las Relaciones Internacionales se originaron en el seno de las guerras italianas, a lo largo del siglo XV. El siglo posterior fue de intensa actividad diplomática en Europa debido a la rivalidad entre las monarquías cristianas y el Imperio Otomano. A mediados del siglo XVII, con la Paz de Westfalia, se cimentaron algunos de los principios que siguen presentes en la actualidad.

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Posteriormente, las exploraciones europeas inauguraron el proceso globalizador, junto con los contactos interculturales. Todo ello coadyuvó a la exportación de las prácticas diplomáticas y de las ideas imperantes en el ámbito de las Relaciones Internacionales europeas. Así pues, conceptos como la soberanía nacional, la diplomacia permanente, la razón de Estado, los tratados internacionales o el «balance of powers» comenzaron a resonar entre las diferentes culturas.

Los siglos XVIII y XIX vislumbraron el auge mundial de los grandes imperios europeos. Con su papel globalizador, se extendió la profundización de la diplomacia y las Relaciones Internacionales eurocéntricas: el capitalismo, el Estado-nación o los congresos internacionales fueron los términos habituales entre las grandes potencias. Sin embargo, la Primera Guerra Mundial acabó con tales construcciones estatales, al tiempo que el orden internacional de Versalles no supo lidiar con las dinámicas imperantes.

El desenlace de la Segunda Guerra Mundial desembocó en la construcción de la arquitectura internacional de los años de posguerra. Un ordenamiento de notable impronta anglosajona en la que se dirimieron las instituciones internacionales de la Guerra Fría y de la gobernanza global actual. A finales del siglo XX, la hiperglobalización aumentó la convergencia económica y redujo la brecha entre los países desarrollados y los de en vías de desarrollo, no sin contradicciones.

Con todo, se observa que las diferentes olas de la globalización han contribuido a moldear los diferentes órdenes internacionales. De esta manera, la Diplomacia y las Relaciones Internacionales, de clara concepción europea, se fueron imponiendo, hasta desembocar en el orden internacional liberal. Actualmente, en crisis, la disputa se articula mediante toda una suerte de dinámicas, engarzadas en retóricas, que se creían superadas —imperialismo, anticolonialismo, o el paternalismo europeo— y que cuestionan los fundamentos del orden internacional liberal basado en reglas.

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¿Por qué respetar un «orden internacional basado en reglas»?

Uno de los grandes puntos de fricción entre Estados Unidos y China es el cuestionamiento del orden internacional basado en reglas. Más bien, se antoja como un comodín que ambas superpotencias utilizan como arma arrojadiza, dentro del marco de su rivalidad geopolítica.

En esencia, el concepto responde a la forma en la que los actores internacionales se organizan e interactúan entre ellos. El término hace referencia al fomento del multilateralismo basado en organismos internacionales, los Derechos Humanos, la liberalización económica y política, la adhesión y respeto a Naciones Unidas y a los organismos de Bretton Woods, junto con el establecimiento de normas y pactos institucionales de alcance global.

Asimismo, expresa una jerarquía social internacional que permite su reconfiguración, mediante la canalización de las reclamaciones de las potencias «infravaloradas». No obstante, la coyuntura internacional presenta la falta de una suerte de valores y normas compartidos que actúen como aglutinante del ordenamiento social internacional.

En este sentido, la arquitectura internacional de posguerra excluyó al resto de los actores internacionales durante el establecimiento de las normas: de gestión del comercio, la inversión, la comunicación, la Diplomacia, el uso de la fuerza o el Derecho Internacional. En este sentido, reinó la concepción atlantista del sistema internacional basado en reglas sobre las demás perspectivas.

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Para Estados Unidos, el orden internacional basado en reglas aporta cierta estabilidad, proporciona mecanismos de resolución pacífica, refuerza el multilateralismo y ayuda al desarrollo económico. Todo ellos, gracias al comercio y a la seguridad del Derecho Internacional. La alternativa, presentada por las otras potencias, se prefigura impredecible.

La dinámica principal es el socavamiento de las «reglas» y normas del orden internacional actual para reemplazarlo por acuerdos. En general, transitar del multilateralismo al bilateralismo. De este modo, las amenazas al orden basado en reglas plantean un panorama basado en acuerdos bilaterales, mucho más frágil, menos vinculante, transparente y más impredecible.

¿Por qué está en crisis el orden internacional basado en las reglas?

Este sistema de normas, reglas e instituciones está cuestionado. China y Rusia son los principales detractores, aunque no son los únicos. Existe toda una miríada de exigencias confusas que no permiten ver, con claridad, la alternativa al proyecto del orden basado en reglas. Tampoco sus opositores están bien definidos, amparados bajo el paraguas del borroso concepto del «Sur Global».

Un punto legítimo de partida sería considerar, como factores detonantes, el auge y las contradicciones del neoliberalismo junto con la hegemonía unipolar de los Estados Unidos, durante la última década del siglo XX. Por consiguiente, en palabras del politólogo Adrian Pabst, en su libro, Liberal world order and its critics, la expansión del liberalismo atlantista ha constituido otra imposición de la mentalidad occidental. Prosigue que, lejos del consenso, se ha servido de los medios militares.

De acuerdo con el politólogo Steve Chan, se ha alimentado el resentimiento, en todo el mundo, al implantar una única —y estrecha— visión del mundo que no provoca otra cosa más que conflictos, entre diferentes culturas. De esta manera, el abuso de Estados Unidos le ha llevado a su propia deslegitimación y, por extensión, la del orden liberal basado en reglas.

Además, las guerras de Irak y Afganistán, el fracaso de la 5ª Conferencia de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2003, el auge global de China, junto con la gran recesión financiera de 2008 han permitido, al resto de potencias galvanizar sus resentimientos hacia la hipocresía atlantista. Asimismo, la pandemia del Covid-19 ha supuesto un duro examen —si no, un suspenso— para el «Consenso de Washington», así como las guerras de Ucrania y de Palestina siguen ahondando los recelos.

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Destacando las palabras de John Ikenberry en Liberal Leviathan, el orden internacional liberal basado en reglas se enfrenta a numerosos retos. De entre ellos, el autor destaca el auge de los populismos y nacionalismos, los retos migratorios, los efectos negativos de la hiperglobalización, las crisis financieras estructurales que asolan al capitalismo o la crítica al doble rasero euro atlántico.

Otro aspecto relevante es la crisis que está atravesando la OMC. La transición del multilateralismo al bilateralismo comercial ha relegado la organización a un segundo plano. El proteccionismo, los subsidios, los aranceles y las guerras económicas han erosionado su credibilidad. Asimismo, el auge de China ha puesto en entredicho el sistema de mercado de las democracias liberales.

En este sentido, el caso de la OMC resulta paradigmático y pone de relieve la quiebra en la confianza del orden internacional actual. También, pone de relieve la disputa ideológica, en referencia a las visiones alternativas a dicho orden y al fenómeno de la globalización occidental.

Estamos de acuerdo con Vicenç Fisas quien, en su libro, Ganar-ganar: la estrategia china para seducir al mundo plantea que China quiere adaptar el orden basado en reglas a sus propias a sus propios intereses. Así pues, el gigante asiático ha construido toda una arquitectura internacional paralela a la de la posguerra. Pero no es la única voz crítica.

Aunque bien es cierto que vivimos en la mayor época de paz de toda la historia, los conflictos mutan y se adaptan, adoptando distintas formas. En este sentido, debido al elevado coste que supone una guerra militar convencional, los nuevos enfrentamientos tienen lugar en diferentes ámbitos. El económico, posiblemente, sea el más importante de ellos.

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En el Informe de Riesgos Globales (2023) se destaca la importancia de las guerras económicas. La geoeconomía pondrá a prueba los fuertes resortes de la interdependencia global. Así pues, las amenazas geopolíticas apuntan a fenómenos de reglobalización transitorios, que afectarán a la ineficiencia de los mercados globales. Todo ello, con el foco puesto en la región del Indo-Pacífico, como eje de la geopolítica mundial.

Como comentábamos anteriormente, China constituye uno de los vectores de mayor resistencia frente al orden basado en reglas. Sin embargo, no presenta una oposición frontal, sino una readaptación a sus intereses.

En esencia, aboga por el concepto de comunidad de destino compartido, una idea presentada por Xi Jinping, durante el XVIII Congreso del Partido Comunista de China en 2012. Así pues, subyace la idea de crear un nuevo marco de Relaciones Internacionales, que mejoraría la gobernanza global, según los valores e ideales chino. De este modo, China pretende reelaborar el nuevo entramado institucional internacional, en función de sus intereses al tiempo que crea una nueva arquitectura paralela. Por lo tanto, busca imponer su propia visión de la globalización —basada en valores sínicos— y del orden internacional —basado en sus propias reglas—.

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La Iniciativa de la Franja y la Ruta (conocida como BRI por sus siglas en inglés) es la estrategia de la que se sirve. En torno a ella, está desarrollando toda una serie de inversiones de elevado riesgo que buscan objetivos políticos, más allá de los meramente económicos. Al mismo tiempo, está tejiendo una estructura institucional con el Nuevo Banco de Desarrollo (NDB), el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (AIIB) y la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), como elementos desafiantes al orden internacional liberal.

Por otro lado, Rusia se erige como el otro gran actor que cuestiona el orden internacional de posguerra. Pero su oposición es más rotunda. En un discurso del presidente Vladímir Putin, la visión rusa es de una clara decadencia de las instituciones mundiales y de la arquitectura de seguridad colectiva.

También aboga por modelos alternativos a la democracia occidental, hace hincapié en la añoranza de un pasado glorioso del Imperio Ruso y critica las prácticas colonialistas e imperialistas del bloque occidental. Asimismo, todo ello queda revestido por una retórica soteriológica propia del presidente ruso.

Según Moscú, las reglas no han sido aprobadas por nadie de manera consensuada. En este sentido, en un informe, aboga que Occidente se ha esforzado únicamente en conseguir el desprestigio de Rusia y su aniquilación. Prosigue defendiendo la Carta de las Naciones Unidas, pero la compagina con sus reclamaciones nacionales.

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Por otro lado, resulta interesante analizar los puntos de contacto entre China y Rusia. En una declaración conjunta, abogan por vías alternativas a la democracia y se amparan, de nuevo, en la ONU, en el multilateralismo, la multipolaridad y en la democratización de las Relaciones Internacionales. Además, defienden que se muestran contrarias a las sanciones y a los acuerdos privados no consensuados.

El tercer gran actor opositor se encuentra en la India, quien presenta un tono más conciliador. Promueve un cambio transformador, que reforma la arquitectura global, especialmente, llaman la atención sobre la urgencia de una reforma del Consejo de Seguridad más abierto y plural. Al mismo tiempo, defienden la multipolaridad, el reequilibrio, la globalización justa y el multilateralismo reformado con una nueva reorientación.

En este sentido, el país asiático pretende situarse en una postura más neutral que la de sus socios. Mantiene una relación a tres bandas, con Estados Unidos, China y Rusia. Su población ya supera a la del gigante asiático y se erige como uno de los destinos preferidos, ante los fenómenos de near-shoring friend-shoring que está viviendo la globalización, en el marco de la reglobalización que vivimos.

En cuanto al resto de potencias, la discordancia es menor, incluso, se observan algunos apoyos. Brasil y Argentina defienden el orden internacional, pero enfatizan el fin del uso de las sanciones, de la violencia, el respeto al multilateralismo y a la multipolaridad y la intensificación de las relaciones Sur-Sur.

Por su parte, Sudáfrica, México y Turquía destacan la reforma del Consejo de Seguridad, mientras que Indonesia condena el unilateralismo del orden internacional de posguerra. Por el contrario, Alemania y Japón defienden a ultranza el orden internacional liberal, destacando sus bondades, especialmente, en cuanto a vector que ha facilitado el desarrollo de las naciones. No obstante, ponen el acento en que el Consejo de Seguridad debe ser reformado.

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Perspectivas de futuro sobre el orden internacional

Hemos visto que la marginación de los actores no europeos de la globalización, junto con el declive de la hegemonía de Estados Unidos, ha avivado las voces que apelan a una reformulación del orden actual. Como todo proceso, se presentan resistencias y discontinuidades.

Las críticas abogan por un orden internacional multipolar pero bajo el paraguas de una Naciones Unidas reformada. Asimismo, estos planteamientos no dejan de ser sino modelos alternativos al proceso globalizador de valores occidentales. Especialmente, la aproximación de China supone un verdadero desafío al modelo actual.

Como es habitual, plantear escenarios futuros resulta una tarea casi imposible debido a la elevada incertidumbre y volatilidad de la actual coyuntura internacional. No obstante, a corto plazo, parece atrevido augurar la primacía internacional de la hegemonía china. Tampoco, a medio plazo, pues numerosos factores todavía juegan a favor de Estados Unidos.

En primer lugar, se presenta complicado un declive notable de las instituciones de Bretton Woods, al tiempo que el dólar pierda su importancia. Las soluciones alternativas pierden fuelle ante su falta de seriedad. En este sentido, no parece que el yuan o los BRICS+ puedan minar la confianza financiera estadounidense. Tampoco, el BRI ofrece soluciones estructurales y las voces críticas ya dejan entrever una diplomacia de la «trampa de la deuda» china.

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En definitiva, los hechos sí que parecen apuntar, más bien, a una convivencia entre potencias y un mundo multipolar. Por tanto, una situación de mayor riesgo y que requiere de una mayor habilidad de cálculo y de diplomacia. Al mismo tiempo, la multilateralidad se está erosionando, al albur de una ONU superada por la rivalidad geopolítica y la geoeconomía, como vector canalizador de los nuevos conflictos híbridos.

Presumiblemente asistamos a un Consejo de Seguridad reformado. El alcance de la reforma mostrará la verdadera voluntad política. Debería representar a todas las potencias prominentes, con especial atención a África. A su vez, el G-20 deberá suplir las discrecionalidades de la ONU, incapaz de sofocar la codicia geopolítica de las grandes potencias.

Los acontecimientos que observamos no son más que la plasmación de los idearios expuestos. Por lo pronto, asistimos a un escenario de competición ideológico. La imposición de los valores y reglas que protagonizarán la siguiente ola de la globalización y el establecimiento de los fundamentos del orden internacional.

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