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¿Es real el declive de Occidente?

Análisis

Ana García De Paredes Dupuy
Ana García De Paredes Dupuy
Relaciones Internacionales en la Universidad Rey Juan Carlos (URJC). Sus principales intereses son el funcionamiento de las Organizaciones Internacionales y su influencia a nivel global, así como la aplicación del Derecho Humanitario y el análisis geopolítico en el contexto de conflictos armados.

Si el siglo XX fue el siglo de Occidente, parece que en el siglo XXI el centro se desplazará a Asia y, en concreto, a China. En este artículo analizamos los factores que impactan en este cambio en el orden global como la competencia tecnológica entre Estados Unidos y China, la guerra en Ucrania o la respuesta frente a la pandemia de coronavirus.

El orden mundial tal y como lo conocemos ha sufrido múltiples cambios y transformaciones desde finales del siglo pasado, y continúa haciéndolo. Eventos recientes como la pandemia de covid-19 o la invasión rusa de Ucrania plantean un posible declive de Occidente en un contexto de competición frente a otras potencias emergentes que cada vez ganan más terreno en el panorama internacional.

Tras la Guerra Fría la estructura de una confrontación bipolar se desvaneció cayendo sobre Estados Unidos la misión de “moldear” el nuevo orden mundial. Al mismo tiempo, diversas condiciones geopolíticas propiciaron la conformación de este nuevo orden mundial.

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Entre ellas mencionamos la revolución informática, la globalización, el neoliberalismo y la crisis del 2008. En este contexto surgía también un naciente grupo de Estados con economía mixta, formado por naciones con diversos niveles de poder nacional y regional, de desarrollo y de relaciones económicas, sociales y culturales.

La realidad geopolítica actual es que nos encontramos en un mundo cada vez más multipolar. Aunque Estados Unidos continúa considerándose la potencia líder mundial, China asciende rápido hacia una fuerte segunda posición en cuanto a poder económico y militar.

Si el siglo XX fue el siglo de Occidente, parece que en el siglo XXI el centro se desplazará a Asia y, en concreto, a China. La guerra en Ucrania o la reacción a la pandemia pueden evidenciar una considerable resiliencia de Occidente que también abordaremos más adelante. Sin embargo, de acuerdo a las predicciones del Centro Investigación Económica y de Negocios (CEBR) para el año 2035 se habrá consolidado una transformación en el equilibrio de la economía mundial, con el ascenso de otras economías emergentes como los BRICS (Brasil, Rusia, China e India).

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Esta hipótesis está respaldada por numerosos expertos. Entre ellos, destacamos al que fuera embajador de España en China en tres ocasiones entre 1986 y 2013, Eugenio Bregolat. En una entrevista en la Agencia “Xingua”, destacaba las claves del ascenso chino en la escala global señalando que lo que se considera en Occidente el “milagro económico de China” se debe a la “capacidad de su gente, a la calidad de la mano de obra y a la obsesión por la ciencia y la tecnológica”. Así, destacaba que, a diferencia de las democracias europeas que, según Bregolat, son cortoplacistas, China tiene una visión a largo plazo.

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Tecnología y economía, claves del crecimiento de China

Una de las claves del crecimiento económico de China en las últimas décadas ha sido su capacidad para desarrollar un sector industrial cada vez más sofisticado. Son muchas las señales que indican que el crecimiento de los países dependerá de su capacidad por competir en los sectores más adelantados de la economía y, en particular, de aquellos basados en el uso de la tecnología.

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De esta forma el Gobierno chino se concentró en el desarrollo de la industrias avanzadas a través de “Made in China 2025”, estrategia que pretende convertir el país en una superpotencia de fabricación avanzada en el próximo decenio.

Una de las principales ambiciones y prioridades de esta estrategia es ascender hacia una posición dominante en múltiples sectores, entre los que se encuentra la industria de los semiconductores. Este sector es, además, uno de los principales protagonistas de la competición tecnológica entre China y Estados Unidos. Más aún si sumamos las recientes y numerosas sanciones estadounidenses, que buscan relegar al gigante asiático a una posición “insignificante” y bloquear su crecimiento dentro de esta industria. 

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El régimen chino y Occidente, con Estados Unidos a la cabeza, vienen compitiendo desde hace años para establecer su dominio en las industrias y tecnologías del futuro. El objetivo es preparar el terreno para una futura “disociación”, una tendencia que se profundizó a raíz de la pandemia del coronavirus.

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Las diferentes estrategias frente a la pandemia

Aunque China fue el primer país afectado por el virus, fue capaz de controlar la enfermedad a través de una acción rápida y extremadamente estricta. Una estrategia que le permitió evitar la repetición de confinamientos económicamente paralizantes como sí ocurrió en otras partes del mundo y, en concreto, en Occidente.

El resultado fue que China fue una de las únicas grandes economías que evitó una recesión en 2020, culminando con la creación, junto a un total de 15 países de la región Asia-Pacífico, de la Asociación Económica Integral Regional (RCEP) en noviembre de 2020, que afianza a Pekín al frente del mayor tratado de libre comercio del mundo.

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Sin embargo, dos años después la situación es muy diferente. Mientras el resto del mundo parece haber vuelto a una “nueva normalidad” tras meses de restricciones, la vida en China se mantiene bajo la agresiva política de “COVID cero”. A través de ella se ha restringido casi por completo la movilización de unos 400 millones de ciudadanos en al menos 45 ciudades, lo que está provocando cierta desaceleración en su economía. 

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Desde el pasado 28 de marzo de 2022, las autoridades de Pekín impusieron un confinamiento estricto a los 26 millones de habitantes de Shanghai ante los rebrotes de Covid, así como la paralización y colapso del puerto de esta ciudad, por el que circulan 47 millones de contenedores y se canaliza el 30% de las exportaciones chinas. Esta situación ha ralentizado notablemente el crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB) del país, dañando indirectamente al resto de economías mundiales.

En un artículo reciente publicado en el periódico Asia Times, Alicia García-Herrero, economista e investigadora del instituto de análisis Bruegel, con sede en Bruselas, afirmó que «las imágenes del confinamiento de Shanghai seguramente no serán tan preocupantes para los observadores de Occidente como la guerra de Ucrania, pero sus consecuencias negativas en la economía podrían ser incluso mayores».

Además, la crisis de suministros causada por las políticas Chinas sumará más problemas al crecimiento de la Eurozona, que ya se encuentra inmersa en su propio dilema a nivel regional para hacer frente a la crisis económica a raíz de la pandemia o los efectos de la guerra de Ucrania.

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Ucrania y Taiwán, claves geopolíticas

El conflicto en Ucrania también representa una nueva ruptura en las relaciones entre Rusia y Occidente que tendrá profundas repercusiones para Europa y el mundo.

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Al provocar una ruptura decisiva con Occidente, las acciones de Rusia parecen acelerar la división del mundo entre dos polos rivales. Algunos países tomarán partido, pero muchos otros buscarán mantener un pie en ambos campos, como Turquía o China. Sin embargo, con el paso del tiempo, este acto de equilibrio será cada vez más difícil.

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Este evento supone también la reactivación de la carrera armamentística global, y se teme que otros Estados con intereses similares, tras estudiar el grado de intervención de Occidente en una situación así, se vean motivados a dar el paso, como China en cuanto a Taiwán. 

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De hecho, la ratificación de Xi Jinping en el XX Congreso del Partido Comunista Chino, celebrado a finales de este mes de octubre, anunciaba la continuidad de su proyecto conocido como el “sueño chino”, que incluye como punto estratégico la cuestión de Hong Kong y el “problema” de la soberanía de Taiwán, y el deseo del país de someter estas regiones a Pekín, en todos los sentidos, de cara al año 2049. 

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Estas cuestiones también abren más los ojos a aquellos que prevén que una futura guerra entre grandes poderes pudiera estar más cerca de lo que se cree. De acuerdo con la teoría de transición de poder de A.F.K Organski, “la caída de una potencia dominante y la ascensión de un competidor a menudo resulta en una guerra”. Algunos expertos llevan años alertando sobre cómo Washington y Pekín pueden estar cayendo en esta paradoja.

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Cómo Occidente mira a China

Estados Unidos en su última Estrategia de Seguridad Nacional señalaba a China como “el desafío geopolítico más importante”. De esta forma, la Administración Biden aseguraba que Pekín “alberga la intención y, cada vez más, la capacidad de remodelar el orden internacional”.

Además, si bien parece Estados Unidos y sus socios de la OTAN con los ojos y recursos mayoritariamente puestos en el conflicto en Ucrania, no han cesado los intentos de contrarrestar la creciente influencia de China en otras regiones. Así cada vez se desarrollan más políticas desde Occidente para contrarrestar la influencia de Pekín sobre todo en la región del Pacífico.

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Desde Bruselas también se pidió evaluar la relación con China coincidiendo con la celebración del XX Congreso del Partido Comunista china a mediados de octubre. Según la UE, Pekín se ha convertido en un “competidor global todavía más fuerte con el que sigue siendo vital cooperar”.

Además, el Servicio Exterior de Acción Exterior (SEAE) advirtió de la sólida asociación estratégica con Rusia en Ucrania, la importancia de prepararse para futuros escenarios en Taiwán y cómo estos afectarían a las relaciones entre Pekín y Bruselas y la necesidad de reducir las vulnerabilidades estratégicas de la UE respecto a China.

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Además, se destacó la estrategia Global Gateway para reducir la influencia china -sobre todo en relación a la conocida Nueva de la Ruta Seda china- y en la que la UE trabajará con Estados Unidos y otros países en la región del Indo-Pacífico.

El relativo declive de Occidente y la necesidad de anticiparse

A pesar de que los eventos y razones expuestas anteriormente pudieran resultar alarmantes de cara a un futuro incierto, el declive de Estados Unidos y Occidente es una cuestión relativa. Aunque el orden de poder global se encuentre en constante cambio, el poder de Occidente seguirá siendo determinante en el futuro, y más en lo que respecta a Europa, ya que esta seguirá ligada principalmente a través de la OTAN. 

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Sin embargo, ante esta transformación y en este contexto, algunos expertos aseguran que Europa debería tratar de alcanzar cierta “autonomía estratégica”, tanto económica como militar, en el seno de Occidente y parece que se están dando sus primeros pasos.

En octubre de 2022 y en un contexto de crisis energética, la Comisión Europea propuso la compra de gas conjunta a través de una plataforma en la que los 27 puedan usar su poder de mercado para abaratar el precio del hidrocarburo. Además, también se ha llevado adelante en los últimos meses la creación de una plataforma conjunta de armamento para enviar a Ucrania. Estas son solo algunas pistas de una posible tendencia.

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En este contexto de cambios en los poder global, según algunos expertos, Estados Unidos debería empezar a asimilar que está dejando de ser una “superpotencia” para convertirse en una “gran potencia” rodeada por otras, viejas y nuevas, entre las que se destaca a China.

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Aunque sus sistemas políticos autocráticos hacen que sea poco probable que ni Pekín ni Moscú arrebaten el liderazgo a Estados Unidos en el corto plazo, algunas teorías geopolíticas también muestran que el inicio de las guerras también está marcado por ambiciones expansivas frustradas. Este podría ser el caso de Rusia, que estaría atacando a Rusia para revertir su declive, mientras que los analistas internacionales no quitan el ojo a lo que ocurre en Taiwán.

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A modo de conclusión, destacamos la importancia del diálogo internacional y la diplomacia para abordar todos los eventos geopolíticos mencionados en este artículo y sus consecuencias, con el objetivo de no llegar a un cambio internacional a través del conflicto. La guerra en Ucrania llama la atención, aún más si cabe, sobre esta necesidad.

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Más allá de Ucrania, las crecientes amenazas nucleares de Rusia y Corea del Norte, las aspiraciones de extensión de territorio de algunos Estados, el terrorismo internacional, el avance de algunas potencias en África o América Latina, nuevos escenarios geopolíticos como el Ártico o el espacio, son solo algunos otros ejemplos que evidencian cómo Occidente debe anticiparse.

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Occidente debería contar con los mecanismos adecuados para contrarrestar los efectos y consecuencias negativas de las amenazas de actores externos. Más allá de las motivaciones relacionadas con la seguridad internacional, algunas de estas amenazas ya dejan evidencias del declive de poder y negación de Occidente frente a ellas y su incapacidad para prevenirlas y frenarlas. Occidente podría -y debería- mirar un poco más a China con el objetivo de aprender a mirar a largo plazo para evitar realmente su declive.

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